Columna:

El trabajador insufrible

Justo tocó que por estos días estoy en plena negociación colectiva

Por Arturo Ledezma

03/11/2014

Publicado en

Columnas

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trabajador

Justo tocó que por estos días estoy en plena negociación colectiva. Finalmente, poco importa en qué trabajo, a quién le rindo, quién factura o desde dónde hablo. Ser trabajador o trabajadora, para caleta de nosotr@s, es el tránsito habitual e innegable por donde uno finalmente camina y se azota como adulto, da lo mismo cuál sea la ornamentación.

Cuando niños, figurarse adulto era una ecuación habitual y atractiva, era como disfrazarse de un estado distinto, lleno de excusas asombrosas que en la cabeza de pendejo resultaba una especie de kidzania natural y sin fines de lucro. Agarrar la escoba-guitarra para parecerse al Gato Alquinta o al Jimmy Page, eran esas exquisitas maneras que uno abrazó como una forma de juego, como una manera de sacudirse la angustiosa humanidad que nos tocaba vivir.

Pienso esto mientras l@s cabr@s de Copesa y de Mega se asocian y se resisten a los embates egoístas de esos empleadores que les tocó bancar y es tan clara la escena que ell@s nos proponen, que solo resta darles likes y aplausos y sonrisas a sus sensatas demandas, porque es inadmisible en estos tiempos que corren, avalar a jefes que se desentienden de los pulsos que llevan cada uno de sus trabajadores. Te creo esa figura del silencio y del moño agachao cuando no había cultura de la organización o de la defensa del trabajador, pero ahora, cuando el sujeto que labura es capaz de entenderse en su condición humana y de contribuyente, no hay excusa que valga para la injusticia o el carajeo.

Una partícula de dignidad.

Ese lugar común al que se nos tiene acostumbrados y que dice que el trabajo dignifica, significa una verdad asumible y que en un universo más justo, cobra un claro sentido. Sin embargo, ahora que pienso en este mensaje como un axioma impuesto, en un escenario actual en donde los poderosos no se cansan de serlo y los empleaduchos se cansan de que nunca les alcance, la supuesta dignidad a alcanzar por quienes trabajamos es solo un resabio, una sombra de lo que realmente pesa.

El bombardeo permanente desde el poder, el control social a través de los colegios, la prensa, las redes, los amigos o las paletas de los paraderos y que apuntala la idea de una herencia trabajadora que hay que mantener y perpetuar, no importando el cómo si no su mantención en el tiempo, parecieran mostrar una especie de mala viñeta de un mal cómic en donde ni el humor ni el arte ni ningún héroe fueran capaces de justificar su lectura. Lo peor es que esta penca historieta, se resiste a terminar.

La gracia de vivir

Pensaba en que ni me di cuenta cuando ya había empezado a convertirme en sujeto tributante, en persona que adeuda, vive pagando y sobre todo, trabaja incansablemente por un salario que ni se acerca a retribuir su esfuerzo y tiempo invertido. La cosa es que esto pasa y uno ni se da cuenta. Hay transformaciones en nuestras existencias que resultan amables y que se bancan con mayor naturalidad, por ejemplo, me recuerdo como un mocoso al que le gustaba andar callejeando, siempre entierrado, jugando con pelotas, tarros o lo que hubiese en el suelo y de pronto, sin darme cuenta, empiezo a acicalarme, a ducharme con mayor frecuencia ya que en una de esas, capturaría aunque sea brevemente, la atención de la vecinita lady del frente. Ese cambio de piel, resulta encantador en el tiempo y recordarlo desde este presente, solo deja una sensación de que la vida es un discurrir lleno de lucidez y belleza, un flujo del que da gusto ser parte.

Ahora, la experiencia de sentirse personaje de un lindo juego, se diluye cuando empieza la virulencia de un DICOM castigador, cuando se convive con horarios de trabajo que triplican las horas para el crecimiento personal, la familia o el exquisito ocio; la rica sensación de sentirse vivo, lidia incansablemente con un sistema capitalista que acogota, empobrece y encapsula a muchos y muchas. Entonces, de este modo, no es justo ni humano seguir el camino de transformarse, de crecer.

Todos juntos

No hay peor esclavo que el que se deja esclavizar. Eso lo he oído en distintas circunstancias, a través de distintas voces y cada vez que lo pronuncio en el silencio mental, me produce una exquisita sensación de seguridad, de fortaleza. Porque en ese acto discursivo se alberga una profunda convicción de que finalmente, a pesar de los muchos malos jefes, los abundantes y torpes representantes legales o los ciegos sostenedores, siempre va a existir la íntima e irrenunciable posibilidad de disentir el curso injusto del poder, de que siempre habita bajo la piel de todo quien se quiera un poco a sí mismo, la fuerza suficiente como para dejar de sentirse culposo por exigir esa dignidad completa y detener el trato egoísta, el abuso de quién firma los cheques.

Pronto debemos votar la huelga o no, y lo que añoro en silencio es que mis compañer@s de pega y tod@s l@s trabajador@s de todas las faenas y oficinas y escuelas, no se olviden que cuando parecemos una sola voz, cuando tod@s los que echamos a andar la máquina encontramos esa única voz, logramos que hasta los oídos más mezquinos terminen por escuchar.

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