Estados de ánimo y ánimos del Estado en medio de la CLIS chilena

Al parecer, algo ha enrarecido el ambiente, la atmósfera y el hábitat chilensis en pleno cambio climático irreversible

Por Wari

26/11/2019

Publicado en

Columnas

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Al parecer, algo ha enrarecido el ambiente, la atmósfera y el hábitat chilensis en pleno cambio climático irreversible. Por ahora, podemos descartar una invasión alienígena, pero de que los ánimos están alterados, basta mirar en nuestras familias, barrios, calles y hermandades. Somos nosotros, los humanos, en este caso, nuestra chilenidad que se ha visto afectada por una alteración generalizada de los ánimos.

A este fenómeno, incluyendo esta manifestación anímica, lo hemos denominado experimentalmente en los co-laboratorios de INCIDES como una CLIS. Se trata de una crisis de legitimidad institucional sistémica, que no es privativa de Chile, porque ya se ha manifestado en varios países y ciudades, entre otros, Venezuela, Catalunya, Ecuador, Bolivia y Colombia y va in crescendo de pueblo en pueblo cuando nos damos cuenta de que ese pueblo ‘DESPERTÓ’.

La CLIS puede ser equivalente a un terremoto grado 9 o un huracán grado 6. Su epicentro se detectó en Santiago de Chile, o bien, como le gusta decir al Presidente Piñera, en el cuerpo y alma de Chile. Lo demostrable es que esta CLIS se produce por el choque subterráneo y submarino entre la placa continental del sistema económico imperante y la placa del sistema político identificado a la altura del paralelo 80 de la constitución vigente. El estallido se evidencia en diversos niveles.

La ruptura política entre dos jóvenes amigos de origen magallánico, que han compartido a su tierna edad, juegos, risas, carretes, disciplina académica y militancia política, ejerciendo cargos de representación popular, uno de diputado y el otro de alcalde, ha sido parte de los efectos que produce esta CLIS chilena. No es por nada, no ha resultado gratuito elegir a qué nos aferramos ante tal movimiento telúrico o fuerza arrasadora del torbellino, si a la calle o a las instituciones políticas del Estado, si a la negociación política o al diálogo ciudadano con y entre conciudadanos. Estimados Gabriel y Jorge, ambos tienen razón y pasión. Negociación y diálogo son convergentes, son compatibles y necesarios, deben entrelazarse en toda su simultaneidad.

Por otra parte, en la ciudad letrada, encontramos al claustro académico firmando una carta a favor del acuerdo político por la paz social y una nueva constitución y a otros docentes como signatarios en una nueva misiva, expresándose a favor del lugar en la historia del pueblo soberano en el inicio de este proceso político, social y cultural que se abrió en Chile el 18 de octubre de 2019.

Nuevamente, veamos la zona de compatibilidad divergente o divergencia compatible. Dar cabida a un proceso constituyente ‘a la chilena’, significó una negociación política que abrió en apenas doce puntos un itinerario constituyente. Así, los líderes políticos incumbentes o poder político constituido plantean avanzar desde una hoja en blanco para la elaboración de una nueva constitución por parte de delegados constituyentes que serán electos en octubre de 2020.

Dicho eso, el óptimo es que se abra -al mismo tiempo- un dialogo ciudadano constituyente vinculante, posterior al plebiscito de entrada, capaz de proveer a la futura Convención de una maciza propuesta en actas sobre la obra gruesa de una nueva constitución legitimada por la propia ciudadanía. Aún hay tiempo desde las plataformas de negociación política y dialogo ciudadano para que el acuerdo parcial del 15-N pase al equilibrio necesario entre élite política y ciudadanía organizada en acción conjunta para una innovación colaborativa.

Un estado de ánimo constituyente debe sostenerse desde el equilibrio porque este es el óptimo que clama el país en este minuto de su historia. El óptimo no es el máximo (unilateral excluyente) ya que el óptimo es el equilibrio a la hora de entretejer una constitución legitimada por el soberano de Chile, donde legisladores y convención constituyente son instrumentos al servicio de una democracia representativa, mucho más empática con el ejercicio de democracia directa.

Chile, como país activo y Estado en tránsito hacia una mayor soberanía, necesita en su presente y futuro inmediato más duplas tipo Jadue-Lavín para el ejercicio de un poder local ingenioso, abierto a la participación y a la innovación colaborativa, para que los ánimos del Estado expresen mayor transparencia e inclusión. Ya tenemos legislaciones vigentes para ello. Así como también, debemos comprender que más Camila Vallejo, no significa menos Jaime Bellolio ni viceversa.

Los espacios institucionales del Estado y de la élite empresarial requieren de mayor calle. Que las autoridades se suban, viajen y escuchen más la voz de la ciudadanía en el transporte público, que se encuentren con compañeros de ruta en las pocas ciclovías disponibles, que aprendan del esfuerzo resiliente que se vive en las escuelas públicas, en la salud pública, en las poblaciones y villas periféricas, allí donde las áreas verdes y lugares de entretención escasean.

Una parte importante y mayoritaria del poder legislativo ya avanzó unos doce pasos. El poder ejecutivo necesita ponerse a disposición de un diálogo apreciativo, cuyo norte sea garantizar una paz sostenible co-construida y no ciegamente una pax romana de ‘orden y autoridad’. Lo propio para el poder judicial y todos sus órganos e instancias de impartición de justicia, incluyendo por cierto la necesaria justicia restaurativa para nuestros aprendizajes significativos y situados, vinculantes con la dignidad humana y las legítimas reparaciones.

Una vez, un escritor e intelectual expresó que le llamaba la atención de que en las calles de Chile se vendieran a viva voz las leyes. Tal vez, nuestro país, con toda su intensidad, lo único que quiere son reglas del juego claras, justas, legítimas, transparentes, simples, pero sin letra chica. Tal vez, cuando chilenos y extranjeros vean y escuchen a viva voz a vendedores ofrecer la nueva constitución, el estado de ánimo del país se va a sentir más sereno, pero -al mismo tiempo- vigilante y orgulloso de este gran logro.

Así, el ánimo del Estado va a ser por primera vez en su historia más templado y luminoso. El ánimo, es decir, la capacidad humana de experimentar emociones y afectos para comprender lo que nos pasa, nos va a dar la fuerza y energía para emprender la construcción de una casa en común, amigable con la naturaleza de lo humano y el medioambiente que nos cobija.

Por Rolando Garrido Quiroz


PhD. Presidente Ejecutivo de INCIDES. Instituto de Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico.

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