Por Carlos Gutiérrez P.

Cada vez que se habla de la decadencia acelerada, y al parecer inevitable, del occidente otanista se recurren a datos materiales que son más visibles e irrebatibles, como la crisis económica, la desindustrialización, el retraso en innovación y tecnología, la precarización de los derechos sociales, el estancamiento de la reconversión energética y un largo etcétera, dejando en un segundo plano dos elementos claves: la calidad del liderazgo y las profundas divisiones internas.
Si bien las condiciones materiales de la crisis europea son evidentemente de más larga duración, es la crisis desatada con el conflicto en Ucrania que la hace más profunda, pero, sobre todo es la que visibiliza la precariedad de los liderazgos y la ausencia del famoso proyecto estratégico de Europa, del cual tanto se ha vanagloriado la réplica mediática de un discurso político anquilosado.
Por lo menos desde el año 2021 se han producido cuatro hechos que han marcado la agenda europea y que han coincidido con la peor generación de líderes nacionales y comunitarios, teniendo como efecto una tormenta perfecta hasta ahora de una crisis inmanejable, que sigue discurriendo por caminos de autodestrucción.
Los cuatro factores problemáticos que tienen a una Europa a la intemperie por una parte han sido los gobiernos estadounidenses de Biden y Trump.
El primero porque los arrastra a la guerra en Ucrania como partícipes directos a través de la imposición de sanciones económicas que han demostrado no tener los efectos catastróficos que se esperaban en la realidad rusa, pero sí en cambio han afectado a la vida económica y social europea profundizando su trayectoria de caída; así también en un apoyo amplio en el campo militar, logístico, armamentístico, inteligencia, mando y control, operaciones y donde tampoco han obtenido resultados positivos, a tal punto que la realidad del campo de batalla apunta indefectiblemente a la victoria del ejército ruso, y con una demostración empírica del raquitismo de la OTAN europea.
El segundo, Donald Trump, porque ha venido a despreciar explícitamente a la Unión Europea, los ha involucrado aún más en la guerra en Ucrania a través del traspaso del costo total de esta, del incremento del PIB nacional para defensa, de las compras de armas a la industria yanqui, y más encima les sube aranceles a sus exportaciones, demostrando que la consigna de socios estratégicos tiene una sola vía de aplicación, cuando se trata de apoyar a Estados Unidos.
Los otros dos factores son los conflictos armados: Ucrania y Medio Oriente. La guerra en Ucrania ha sido el epítome de una OTAN europea de cristal, que sin la presencia total de Estados Unidos es solo un conjunto dispar de fuerzas, sin las capacidades de una guerra moderna de alta tecnología, ni contra fuerzas simétricas y menos aún en un formato de larga duración o de desgaste. Ha concentrado todos sus esfuerzos y capacidades en esta guerra, de la cual no saldrá victoriosa.
En el caso de la guerra en Medio Oriente su papel ha sido menor, una participación muy subordinada a Estados Unidos, de complemento en apoyo naval y aéreo para la defensa, así como para los ataques que se produjeron a territorio iraní y yemení. Asumieron con mucha facilidad y prontitud el relato de una guerra defensiva por parte de Israel, ignorando en general las barbaridades genocidas cometidas por las fuerzas armadas israelíes contra la población palestina. La vida de los “otros no europeos” tiene un valor distinto, es la anatema de Borrell y su jardín europeo.
Ninguno de estos cuatro factores críticos ha sido comprendido por la elite europea, y más bien han sido arrojados a replicar una interpretación proveniente de Estados Unidos, que repiten con una visión atolondrada, cínica e interesadamente ficcionada, ya que sus discursos sobre derechos humanos, derecho internacional, libertad y democracia no solo han sido declarados abiertamente usando un notorio doble estándar (una cosa es para Rusia y otra es para Israel), sino que a propósito de ese uso mañoso han puesto en cuestión su propia democracia liberal, sobre la cual hoy día se derraman lágrimas de preocupación ante la amenaza de grupos políticos de ultraderecha.
De la misma forma que han trivializado estos conceptos, aún más preocupante es que han banalizado el asunto de la guerra, sobre la cual dirigentes que nunca participarían de ella, sí convocan a sus pueblos a prepararse ante una amenaza que han diseñado astutamente sobre una vieja cultura europea del peligro de oriente, de las nuevas invasiones bárbaras que asolarán a la fortaleza de la civilización de pretensión universal.
Así entonces, junto a Rusia, también tienen esta categoría países de otros continentes, por lo tanto, para ese discurso guerrerista tanto Irán como China tendrían una obsesión con la civilización europea para amenazarla y se convierten en enemigos a los cuales se les debe considerar en las nuevas actualizaciones de políticas de seguridad (recientemente Francia y Reino Unido así lo han declarado en sus respectivos documentos estratégicos).
El intelectual griego Varoufakis ha denominado a esta elite como la geopsiquiatría, la posibilidad de una nueva ciencia que logre hacer luces para la comprensión de este fenómeno de liderazgos. Solo en el marco de una descomposición del sistema político se podría comprender la aparición y toma de posiciones relevantes de la actual generación de líderes. Personajes como Borrell, Stoltenberg, Rutte, Von der Leyen, Kallas, Scholz, Merz, Macron, Sánchez, Duda, Johnson, Truss, Sunak, Starmer, por mencionar los más mediáticos, no tienen la estatura político-intelectual para estos tiempos. Otra señal más de la aseveración histórica de que los imperios comienzan a desmoronarse desde dentro.
Este desatado camino a la autodestrucción en formato bélico nos tiene en los últimos meses escuchando a líderes políticos y militares anunciando juegos de guerra para este conflicto futuro, incluso algunos le ponen fecha y formato.
El 17 de julio, entre los primeros ministros de Alemania y Reino Unido se firmó un inédito acuerdo de cooperación militar bilateral, donde el foco principal apunta a la asistencia mutua en caso de ataque armado externo. Por supuesto que también están incorporados asuntos relativos a la industria militar y sus correspondientes esfuerzos conjuntos en diseño, producción y venta. A simple vista parece extraña una asociación bilateral como esta, teniendo en cuenta que ambos países son miembros de la OTAN, y la defensa mutua estaría garantizada por el famoso artículo 5° del tratado, así como los denodados esfuerzos europeo por la industria militar conjunta (todas las experiencias en ese terreno han sido un sonado fracaso). El 10 de julio también se firmó un acuerdo bilateral entre Starmer y Macron para profundizar la cooperación en el ámbito nuclear, lo que permitirá coordinar los medios de disuasión respectivos de ambos países.
El jefe del Comando Europeo de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, Alexus Grinkevich, frente a una reunión con líderes militares y de defensa, declaró que la UE y Estados Unidos deben estar preparados para una guerra global en el año 2027 contra Rusia y China. El ministro de Defensa de Polonia, Wladyslaw Kosiniak-Kamysz instó a movilizar recursos urgentemente y prepararse para los tiempos más peligrosos desde la Segunda Guerra Mundial.
El canciller alemán, Merz, afirmó “Incluso cambiamos nuestra Constitución porque vemos una amenaza grave. Y esa amenaza es Rusia. No solo para Ucrania, sino para nuestra paz, libertad y el orden político en Europa”.
Más agresivo fue el general alemán Christian Freuding, quien a través del canal de las fuerzas armadas alemanas hizo un despliegue de misiones militares contra infraestructura rusa como forma de ayudar a Ucrania, así como la afirmación de que enviarán misiles de largo alcance para fines de julio.
El comandante de las fuerzas terrestres de Estados Unidos en Europa y África, Christopher Donahue, declaró que la OTAN ha comenzado a implementar un plan llamado “Línea de disuasión en el flanco oriental”, para fortalecer las capacidades terrestres y aumentar la compatibilidad militar-industrial dentro de la alianza, con el fin de contrarrestar las amenazas rusas. Como ejemplo afirmó que “tienen la capacidad de borrar Kaliningrado del mapa, más rápido de lo que jamás habíamos podido. Ya hemos planificado y desarrollado la capacidad necesaria”.
Las divisiones internas entre los países miembros tanto de la UE como de la OTAN europea son cada vez más visibles, debido a los impactos negativos de las sanciones a Rusia en sus economías, así como los efectos políticos y sociales, el genocidio palestino y el preocupante horizonte estratégico. Particularmente Hungría y Eslovaquia han sido los más críticos en relación al apoyo irrestricto a Ucrania; Turquía y Malta en forma aleatoria.
El más reciente episodio ha sido la nueva modalidad del presidente Trump para la entrega de armas a Ucrania, consistente en vender a Europa y que ellos las trasladen a Ucrania. De esa forma traslada completamente el problema a los europeos. Hasta ahora se han negado a ese formato Francia, Italia, República Checa y Hungría. Han expresado su disposición Alemania, Suecia, Dinamarca.
En cuanto al conflicto palestino, las divisiones son mayores, y las voces críticas han sido menos eficaces ya que hasta ahora no han logrado evitar el flujo de ayuda militar ni económico al país agresor, a pesar de las continuas y mayoritarias resoluciones de Naciones Unidas contra Israel. Los países que más han presionado en distintos grados para tomar decisiones contra Israel han sido Bélgica, Finlandia, Irlanda, Luxemburgo, Polonia, Portugal, Eslovenia, España y Suecia, frente a los más cercanos aliados como Alemania, Hungría y República Checa.
Existe una fuerte y explícita disputa por el liderazgo europeo (lamentablemente entre unos malos y otros muy malos) y por visibilizarse ante Estados Unidos. Quizás el ejemplo más tragicómico es el del secretario de la OTAN, Mark Rutte, que en su máxima estupidez oficia como el muñeco ventrílocuo de Trump y ahora amenaza a los países del Brics.
La controversia seria es entre Reino Unido, Francia y Alemania, para ver bajo quién se organiza Europa. Tienen visiones comunes sobre la guerra en el este europeo y en Medio Oriente, apoyando a Ucrania e Israel, pero a su vez, son los que tienen mayores problemas políticos internos y han sufrido importantes movilizaciones sociales. El primer ministro británico, Keir Starmer, ya es el cuarto ministro en los últimos tres años (Johnson, Truss, Sunak), que goza de un apoyo de 23 % y que en sus pocos meses de gobierno tiene una rebelión en su propio partido. El alemán Merz tiene una aprobación de 36 % en una elección histórica de segunda votación y el francés Macron de 27 % que perdió su mayoría parlamentaria en las últimas elecciones.
A estos hay que sumarles, para el caso de la guerra en Ucrania, a los países bálticos que tienen una posición muy belicosa, que han asumido una vocería poco acorde a su importancia dentro de la Unión y la OTAN, y que peligrosamente arrastran al resto de países a una colisión mayor, tomando medidas cada vez más anti rusas, que limitan con la paciencia y la tolerancia del Kremlin.
El cinismo europeo se manifiesta abiertamente en el doble estándar en su política interna e internacional. Siendo los adalides de la retórica democrática representativa, no han trepidado en intervenir groseramente en elecciones en Moldavia, Rumanía y Georgia para asegurar votación favorable a los dictados de la UE, así como en apoyar movilizaciones en Serbia, Hungría y Eslovaquia con la misma finalidad.
Han sostenido sanciones contra Rusia en su guerra contra Ucrania, a través de 18 paquetes con un total de 28.000 medidas, que afectan a instituciones, personas y actividades económicas, que han traspasado las fronteras de la sola Rusia. A sabiendas que una variable fundamental en lo que fue el crecimiento de la economía europea en las últimas décadas se debió justamente al comercio en recursos energéticos baratos con Rusia. A las cuales se le han sumado apoyos militares a Ucrania por un grupo de 50 países, en materiales y dineros.
En cambio, la Unión Europea representa el 32 % de las exportaciones israelíes. En junio la UE publicó un informe que concluyó que Israel está incumpliendo sus compromisos en materia de derechos humanos en virtud del acuerdo de asociación entre Israel y la UE. Sin embargo, se rechazó suspender este acuerdo de comercio.
La jefa de la política exterior del bloque declaró que si la situación no mejoraba (estamos hablando a casi dos años de los ataques israelíes a la franja de Gaza), se podrían considerar nuevas medidas. Pero nada ha sucedido; en esta semana ha declarado que el bloque mantiene opciones sobre la mesa, pero que no impondría sanciones a Israel (contra Rusia van en el paquete 18 de sanciones). Se han presentado 10 opciones, y ninguna ha recibido el apoyo necesario para ser aplicada. Esta inacción por parte de la UE vulnera sus propias normas, ya que está obligada legalmente a promover los derechos humanos en sus relaciones exteriores, incluido el comercio, por lo tanto, ya no es falta de voluntad política, es un desconocimiento y ataque a su propia Constitución.
Habiendo tenido la oportunidad de ser protagonistas activos en bloquear el genocidio, no cumplieron y aseguraron que no cumplirían las medidas dictadas por la CPI para detener a Netanyahu, pero sí han amenazado con cumplirlas en el caso de Putin.
La ficción europea ha consistido en mantener tozudamente la creencia en su grandeza, tanto material como espiritual, sin dar cuenta de que progresivamente países abandonan ese relato buscando su autonomía política, cultural y estratégica. El caso de África es notable, en cómo abandonan el antiguo y nuevo colonialismo europeo, que se suman a la rebelión creciente del denominado Sur Global.
Hicieron creer al pueblo ucraniano que sostendrían un apoyo creciente y permanente para luchar por su “libertad y democracia”, para lo cual no tienen las condiciones materiales ni la convicción política. Han hecho creer al pueblo palestino que cuentan con su apoyo, y no han sido capaces de sancionar a Israel, evitar el genocidio ni cumplir con mínimos apoyos humanitarios.
Hoy, para seguir prolongando la guerra en Ucrania, siguen insistiendo en que falta poco para derrotar a Rusia, y prometen nuevas armas milagrosas, formar ejércitos que estarían listos para intervenir en un alto el fuego, miles de millones de euros para la reconstrucción, que el nuevo paquete de sanciones pondrá de rodillas a la economía rusa, y para eso cada vez anuncian nuevos grupos de los dispuestos, que cada vez son menos de los que iniciaron en el año 2022. Prometen la ficción de una Europa que ya está impotente y vasalla.
Finalmente, compran armas estadounidenses para ser enviadas a Ucrania y con eso quedan como los únicos sostenedores de ese conflicto; pagarán el 30 % de arancel que les impone su propio aliado estratégico del otro lado del Atlántico; pretenden subir al 5 % del PIB el gasto militar que seguramente se lo llevarán los estadounidenses a través de la compra de sistemas de armas en el complejo militar industrial de ese país; se han desconectado de la energía barata proveniente de Rusia y que les permitió décadas de crecimiento económico; acaban de aprobar el paquete número 18 de sanciones contra Rusia, que esta vez también considera el involucramiento de instituciones de China e India (nada menos que pelear contra dos de los países actualmente más poderosos en términos económicos), y que todos los indicadores han demostrado que las repercusiones negativas han caído sobre Europa y, en cambio, Rusia no solo ha logrado evadirlas, sino que le ha significado un período de innovaciones y medidas económicas audaces que la han fortalecido económicamente; y están por enviar un alto porcentaje del presupuesto de la Unión Europea para continuar la guerra en Ucrania; no lograron respaldar su propia Constitución para hacer respetar los derechos humanos en los negocios con Israel; no condenan las violaciones al derecho internacional en los bombardeos de Israel y Estados Unidos contra Líbano, Siria, Yemen e Irán.
Como dicen actualmente varios líderes intermedios y especialistas europeos críticos, es la receta perfecta jamás pensada para el suicidio civilizatorio.
Por Carlos Gutiérrez P.
Carta Geopolítica 54, 22/07/2025
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