Guerra en Ucrania: ¿cómo llegamos a este desastre?

La decisión de la Federación Rusa de invadir militarmente el territorio de Ucrania este 23 de febrero marca el inicio de la mayor guerra en tierra europea desde la Segunda Guerra Mundial, con un impacto mucho mayor del que tuvo el conflicto en los Balcanes en los 90, y en un escenario marcado por la incertidumbre en un mundo que recién comienza a recuperarse de la pandemia por COVID-19.

Por Wari

25/02/2022

Publicado en

Columnas / Mundo / Política / Rusia

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Sin duda esta decisión tendrá grandes costos en muchos niveles para todos los involucrados -y ya los está teniendo, con la caída en picada de las bolsas y los distintos instrumentos financieros, las sanciones, la cancelación de proyectos como el gasoducto Nord Stream 2, la pérdida de infraestructura y, sobre todo, vidas humanas en el conflicto-, por lo que es justo preguntarse ¿cómo se llegó a una situación donde la opción militar resultó plausible para una de las partes?

En este plano, tenemos que abarcar sucintamente tres aristas: elementos históricos (la relación Ucrania-Rusia), coyunturales (la crisis ucraniana desde 2014), e inmediatos (las últimas semanas, que gatillaron el inicio de la guerra).

EL RUS DE KIEV Y LAS DOS ALMAS UCRANIANAS

En la primera esfera hay que tener presente que Ucrania es una nación que históricamente ha estado dividida desde la caída y desaparición del “Rus de Kiev” a mediados del siglo XIII, entidad que fuera cuna de las identidades nacionales de Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

En este sentido, es posible hacer una división casi por la mitad entre la Ucrania del sur y del este, y el lado occidental y norte, donde la primera podríamos denominar como “histórica”, y que tradicionalmente ha estado ligada a Rusia no sólo por la ascendencia eslava, sino que por su paulatina integración al Imperio Ruso a partir del tratado de Pereyáslav entre los cosacos y Moscú en 1654, y la posterior guerra entre Rusia y Polonia. Esta zona del país es más industrializada, se habla masivamente el ruso junto al ucraniano, tuvo presencia de fuerzas socialistas desde la revolución de 1905, y formó parte de la Unión Soviética tras el tratado de Riga de 1921.

Por otro lado, la Ucrania occidental ha tenido muchos menos nexos con Rusia, ya que el Principado de “Galitzia-Volinia”, que reunió a las principales regiones de la zona, fue conquistado por el Reino de Polonia en el siglo XIV, y a diferencia del este, no fue parte del Imperio Ruso, sino que continuó en poder de Varsovia hasta el siglo XVIII cuando pasó a ser ocupada por el Imperio de Austria, situación que continuó hasta la Primera Guerra Mundial, cuando vive una efímera independencia nacionalista de la mano de Simón Petliura, continuando bajo poder polaco hasta 1945, cuando el Ejército Rojo conquista la zona en su camino hacia Berlín.

Así, este territorio sólo se incorpora a la República Socialista Federativa Soviética de Ucrania tras la Segunda Guerra Mundial, cuando las fronteras entre la URSS y Polonia son redibujadas, teniendo mucho menos presencia de hablantes del ruso, sin mayor desarrollo industrial, y donde a partir de 1991 surge una nueva casta latifundista y terrateniente sustentada en una economía basada en el agro y los servicios.

EL EUROMAIDÁN, LA OTAN Y LA GUERRA CIVIL

A fines del 2013 Ucrania era gobernada por el presidente Viktor Yanukovich, del “Partido de las Regiones”, que cuenta con su base electoral fundamentalmente en la población ruso-hablante de las regiones del sur y este (Odessa, Mikolaiev, Kherson, Crimea, Dniepropetrovsk, Zaporiyia, Donetsk, Jharkov y Lugansk) y que había ganado las elecciones en 2010 en alianza con el bloque de izquierda encabezado por el Partido Comunista. En ese momento, el gobierno rechazó firmar un “Pacto de Asociación y Libre Comercio” con la Unión Europea a pesar de llevar varios años de negociaciones, entre otras cosas porque el organismo europeo demandaba la liberación de los dirigentes de la “Revolución Naranja” -una serie de protestas pro europeas y contra la corrupción y fraude electoral desarrolladas entre fines de 2004 e inicios de 2005-, Timoshenko y Lutsenko.

La decisión fue interpretada como el resultado de presiones rusas, provocando inmediatamente las primeras protestas en la “Plaza de la Independencia”. Varias voces cuestionaban esta negativa a lo que, a sus ojos, significaba un “paso adelante” para el país y una oportunidad económica. Sin embargo, el pacto implicaba la realización de una fuerte reconversión económica, con la privatización de las industrias que se mantenían como propiedad estatal y la eliminación de aranceles que permitían el desarrollo de la industria local, poniendo en tensión el acceso a salud y educación gratuitas y generando las condiciones para un aumento drástico del desempleo. Esto en momentos en que el PIB había aumentado un 32% entre 2010 y 2013.

Como contrapropuesta, Rusia, que inmediatamente ofreció un préstamo de $15 mil millones de dólares y una rebaja de un tercio en el precio del gas que le exportaba, propuso la incorporación ucraniana a la “Unión Aduanera” -hoy “Unión Euroasiática”, y que reúne a Rusia, Armenia, Kazajistán, Bielorrusia y Kirguistán– que no tendría los mismos costos: Bielorrusia, por ejemplo, miembro fundador del espacio, cuenta con una industria nacionalizada, con un esquema de desarrollo social y económico propio, y niveles estables de producción y empleo, así como seguridades sociales.

A pesar de esto, el discurso de los líderes opositores se fue radicalizando con una agenda de movilizaciones ascendente que culminó en el campamento en la plaza Maidán de Kiev, con una amplia cobertura mediática y el apoyo abierto de parte de los gobiernos de la Unión Europea y de la OTAN.

Pero un simple Acuerdo de Libre Comercio no explica el nivel de enfrentamiento que se desató. ¿Qué tiene en especial Ucrania entonces? En primer lugar, hay que tener en cuenta que la Rusia encabezada desde hace más de dos décadas por Vladimir Putin no es el país caótico de Boris Yeltsin, sino que representa un intento sólido por consolidar un proyecto capitalista autónomo de Estados Unidos y sus aliados, que se niega a ser una economía subordinada como Hungría o Polonia, y que busca ser un actor internacional de peso, como lo demuestra su actuación en la crisis de Siria.

A su vez, alejar a Ucrania de Rusia amenazaría el gasoducto que traslada el combustible que el monopolio estatal ruso Gazprom exporta a la Unión Europea, y frenaría la influencia moscovita en el espacio postsoviético, sobre todo cuando Alemania se encuentra desarrollando el proyecto “Nord Stream 2” por el Mar Báltico, que entregaría gas más barato a la UE, y que precisamente es cuestionado por darle más influencia a Moscú.

Estos intereses internacionales tienen su correlato en las capas dirigentes ucranianas, con una oligarquía terrateniente y latifundista constituida en el oeste tras la caída de la URSS, y otra oligarquía industrial relacionada a Rusia. Es importante aclarar que ambas comparten una postura económica de derechas, y el gobierno de Yanukovich ya había realizado privatizaciones parciales y reformas neoliberales, pero con ciertos límites cuestionados por la oposición. Así, la reconversión económica ligada al tratado con la UE golpeaba sobre todo los intereses de la oligarquía industrial, o sea, a sus partidarios, por lo que la oferta no resultaba atractiva, aunque las visas de trabajo en Europa si lo fueran para las familias que buscaban oportunidades laborales para sus hijos en el extranjero.

Para la oposición, por el contrario, la oferta era inmejorable, sobre todo teniendo en consideración que había amplios lazos entre autoridades de la UE con dirigentes de partidos opositores como UDAR -ligado a la CDU de Ángela Merkel y al Partido Popular Europeo– y Svoboda, anteriormente denominado “Partido Socialista Nacional de Ucrania” y que había alcanzado el 10% de los votos y 38 diputados en 2012, con apoyo en el oeste del país y autodeclarados herederos de Stepan Bandera, dirigente ucraniano que en la II Guerra Mundial colaboró con los nazis en la persecución de judíos, polacos y partisanos.

La crisis se agudizó debido a los enormes errores del gobierno, que contrarrestó las cada vez más violentas y masivas protestas en el oeste con una represión sin control, que permitieron unificar a los grupos de extrema derecha y neonazis con masas que simpatizaban con las demandas fundamentalmente por la crisis económica; y la incapacidad de la oposición de orientar las manifestaciones, que comenzaron enfocadas en el tratado con la UE pero rápidamente apuntaron a la salida del presidente. Los enfrentamientos derivaron prontamente hacia el asesinato de cientos de manifestantes y también de agentes de la policía, y posteriormente a la toma de instituciones públicas y la destitución de Yanukovich por el Parlamento tras ser abandonado por su partido a fines de febrero de 2014, con llamados a la resistencia por parte del Congreso de diputados y gobernadores regionales del Este y Sur.

Es en ese contexto que se desarrolla la anexión por parte de Rusia de la península de Crimea y de la ciudad autónoma de Sebastopol, territorios que formaban parte del imperio ruso desde 1783 y solo fueron incorporados a Ucrania en 1954. Dado que el 59% de su población se consideraba rusa, ante la crisis fueron numerosas las voces que reclamaron el retorno al control de Moscú, sobre todo luego de que el Parlamento, ahora controlado por la oposición y sin Yanukovich al mando, votó por abolir la ley sobre lenguas de las minorías que permitía que el ruso, el húngaro y el rumano fueran lenguas cooficiales en las zonas donde hubiese al menos un 10% de hablantes.

Tras una masiva manifestación el 24 de febrero en Sebastopol -principal base naval rusa en el Mar Negro a pesar de ser una ciudad ucraniana en ese minuto- los hechos se aceleraron, con la toma de edificios públicos, el despliegue de tropas rusas de forma encubierta, y la realización de un referéndum que de manera mayoritaria apoyó su incorporación a Rusia.

De forma paralela, las protestas en contra del nuevo gobierno de Kiev se extendieron por el este, con decenas de miles de personas movilizadas en Donetsk, Járkov, Odessa, Dnepropetrovsk, Lugansk, Melitopol, Eupatoria, Zaporiyia y Kerch, entre otras; con los concejos regionales declarando ilegal el régimen surgido del Euromaidán, demandando ya sea mayor autonomía, la federalización de Ucrania, o derechamente la secesión. Los enfrentamientos entre grupos armados de ambos bandos generaron numerosos muertos, hasta que, tras la proclamación de las repúblicas populares de Donetsk, Lugansk y Járkov entre el 7 y 8 de abril, el gobierno de Kiev inició una operación militar el 13 siguiente para recuperar el control de esa regiones, en lo que sería el inicio de la guerra civil que ha dejado más de 14 mil muertos hasta el día de hoy. La situación de enfrentamiento llegó a tal nivel, que el 2 de mayo grupos de extrema derecha quemaron vivos a más de 30 personas en la Casa de los Sindicatos de Odessa, junto con asesinar a 10 más en enfrentamientos durante la jornada.

Durante los siguientes años una amplia colección de milicias aparecería tanto entre el sector proclive a Kiev, sobre todo de grupos nacionalistas ucranianos y de extrema derecha, y entre los separatistas incluyendo izquierdistas, nostálgicos de la URSS, pero también conservadores y nacionalistas rusos.

¿POR QUÉ ESTALLA LA GUERRA AHORA, OCHO AÑOS DESPUÉS DEL INICIO DE LA CRISIS?

Un elemento central de toda esta situación tiene que ver con el temor que levanta en los sectores dirigentes de Rusia la posible extensión de la OTAN hacia Ucrania, algo que había ido en aumento en la primera década del presente siglo. ¿Por qué? Para Moscú esto significa que sus rivales militares alcanzan sus fronteras, en zonas muy cercanas a la capital y a San Petesburgo, incluyendo el posible despliegue de misiles balísticos.

Como mencioné en un hilo de Twitter, desde la invasión de Napoleón, y sobre todo tras el ataque nazi en 1941, con el enorme costo en vidas que significó para la URSS la violencia nazi-fascista, una agresión desde Europa Central es el principal temor ruso, por lo que el contar con una zona de “amortiguación” en Ucrania y Bielorrusia resulta vital. Sin embargo, el intento en 2014 de que el país ingresara a la UE y los crecientes lazos con la OTAN desbarataba esa condición, base, según el interés ruso, para su seguridad nacional.

El rol de organizaciones de extrema derecha como Svoboda, Pravy Sektor o el “Batallón Azov” (hoy integrado formalmente a la Guardia Nacional ucraniana) en el Maidán, así como en la represión armada a las protestas de la población ruso-parlante en el este solo aumentó los temores y paranoia rusos, lo que se sumó a la represión al Partido Comunista -catalogado como prorruso-, y al intento de eliminar la ley de idiomas. Por lo mismo, el apoyo y la defensa de los separatistas en Donetsk y Lugansk durante estos años forma parte de una política que Moscú ve como vital: impedir que la OTAN llegue y amenace directamente sus fronteras.

El objetivo final de Putin es consolidar, como decíamos antes, el proyecto de la Unión Euroasiática fuera de la hegemonía de EE.UU. y sus aliados, -y no recuperar la URSS, como parecieran creer algunos- para lo que Ucrania y proyectos como Nord Stream 2 son claves. Pero ¿por qué una guerra ahora? Durante las últimas semanas la tensión fue en aumento a medida que Rusia comenzaba a concentrar tropas en los sectores fronterizos, de igual manera que Ucrania lo hacía.

Cabe recordar que, a pesar de la existencia de un alto al fuego formal, los enfrentamientos nunca cesaron por completo en la zona, y los acuerdos de Minsk II nunca fueron implementados a cabalidad. ¿Qué incluían éstos? 13 puntos, entre ellos un cese al fuego, la retirada de armas de grueso calibre por ambos bandos del frente de combate, diálogo sobre autogobierno para Donetsk y Lugansk, y estatus especial para estas regiones; amnistía para los combatientes, intercambio de prisioneros, asistencia humanitaria, monitoreo de la OSCE de la situación, recuperación de los lazos socioeconómicos y el control fronterizo por parte de Ucrania.

De acuerdo con Rusia, Kiev nunca estuvo dispuesto a ceder en lo que se refería al autogobierno y el estatus especial de las regiones separatistas, lo que paralizó la implementación de los acuerdos y, por lo tanto, repercutió el alejamiento de la incorporación de Ucrania a la OTAN y la paz en el Donbass. Por el contrario, las operaciones de grupos extremistas como el batallón Azov continuaron, con numerosas atrocidades cometidas contra la población civil, aunque difícilmente catalogables como un genocidio.

El convencimiento de que no existía voluntad para tomar en consideración los intereses rusos en la solución al conflicto, a pesar de que existía el compromiso desde los primeros años ‘90 de que la OTAN no cruzaría la línea “Oder-Neisse”, y el ingente apoyo militar de EE.UU. a Ucrania, que incluyó el traspaso de millones y millones de dólares en equipo, el intercambio de inteligencia entre la CIA, la NSA y las agencias ucranianas, coordinación en ciberseguridad y el entrenamiento desde 2015 de unidades de operaciones especiales ucranianas en Estados Unidos por parte de la CIA, parece que decidieron a Putin de que no existía otra opción que desarmar por la fuerza a su vecino.

En este sentido, parece que la OTAN y sobre todo el gobierno ucraniano subestimaron la respuesta que Rusia podría tener en los intentos por cercarla, y Kiev sobreestimó la ayuda que podría recibir por parte de Occidente en caso de que estallara un conflicto militar.

Cuando la política ya ha dado paso a la guerra en tierras ucranianas, queda por ver si Rusia podrá doblegar a las FF.AA. del país, y si eventualmente cumpliría su palabra de que tras “desmilitarizar y desnazificar” se retirará sin anexiones.

Putin se juega no sólo sus objetivos estratégicos a nivel internacional, sino también su legitimidad interna, ya que el apoyo a su gobierno había ido en declive, la oposición -partidos políticos incluidos los comunistas pero también ONG’s varias- ha debido enfrentar una creciente represión, y ya se ha podido ver la aparición de marchas y protestas contra la guerra en varias ciudades rusas.

Por otro lado, el presidente Biden corre el riesgo de seguir bajando en las encuestas de cara a las elecciones de medio tiempo en EE.UU. y proyectar una imagen de debilidad si es incapaz de frenar las acciones rusas, arrastrando consigo a una OTAN que puede aparecer impotente ante los hechos.

Por último, el Presidente Zelensky tendrá que hacer frente a los cuestionamientos sobre la forma como enfrentó la crisis, y que terminó arrastrando al país a una guerra en la que según periodistas que cubren desde el terreno, incluso en ciudades como Járkov, la segunda del país y donde un 75% habla ruso, muchos no temen la llegada rusa pues simpatizan de una u otra forma con los rebeldes.

En este laberinto brutal que se arrastra desde 2014, lamentablemente el precio de los intereses geopolíticos lo pagarán los civiles ucranianos y las familias de los soldados de ambos bandos, atrapados en una dinámica destructiva donde ninguna parte hizo lo suficiente para llegar a un acuerdo.

Por Felipe Ramírez

El autor es presidente de Afuch Scen, secretario general de Fenafuch y periodista de temas internacionales (Medio Oriente/China)

Publicada originalmente el 25 de febrero de 2022 en El Periodista.

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