Homonacionalismo sionista, colonialismo feminista y pinkwashing

Con la falsa premisa de que Israel sí respeta los derechos humanos, de las mujeres y las personas LGBT+ mientras que en Palestina no, se justifica un genocidio. El pinkwashing y el purplewashing se suman al orientalismo y al homonacionalismo sionista como herramientas de propaganda y lavado de exterminio.

Homonacionalismo sionista, colonialismo feminista y pinkwashing

Autor: Wari

Por Mikaelah Drullard

El primer ministro del Estado sionista de Israel, Benjamin Netanyahu, dijo en una entrevista refiriéndose a la solidaridad internacional que ha mostrado el mundo con el pueblo palestino, en especial a las mujeres y poblaciones de la disidencia sexual que han decidido no guardar silencio ante el genocidio: “Tienes gays por Gaza. Eso es un absurdo. Si eres gay en Gaza, te dispararán en la nuca. Mujeres por Gaza. ¿Qué son las mujeres en Gaza? Son bienes muebles y otros absurdos similares”. Y, aunque Occidente es un lugar letal para mujeres y poblaciones de la disidencia sexual, donde, a pesar los reconocimientos legales a nivel institucional, persiste una cultura patriarcal y heterocisexista que condena a la violencia y a la muerte a mujeres no privilegiadas y personas LGBTIQ+, esta declaración es una narrativa de propaganda usada históricamente por el Estado de Israel y Occidente para narrarse más modernos y democráticamente más avanzados y progresistas, reproduciendo el eurocentrismo clásico que sostiene a Europa y Occidente como representantes de lo civilizado y el progreso sobre la barbarie de los sures y el tercer mundo. 

Justificar intervenciones, guerras y procesos de colonialismo en países del tercer mundo en nombre del “mejoramiento de los derechos humanos” y narrar como “bárbaras, no humanas y terroristas” a las culturas no occidentales, por lo tanto sujetos a ser sacrificables por el bien de la civilización occidental, es una propaganda racista que usa el discurso de los DDHH para fortalecer el relato eurocéntrico y colonial de la historia lineal de progreso, en la que los procesos de colonialismo, despojo, violencia y desplazamiento de pueblos y la destrucción de territorios no son considerados irrupciones coloniales, sino exportación de desarrollo  y modernidad, por lo tanto Europa/Occidente siempre son la culminación de la historia, donde ellos representan la única y más avanzada modernidad (Quijano, 2014).

Estas narrativas se movilizan en el mercado como mercancías, como parte de las ideas etno-eurocentristas que sostienen la colonialidad del saber, donde el valor del conocimiento producido al margen, en Oriente y en el tercer mundo, es periférico y despropiado de validez y carácter de verdad. Un mercado en el que la narrativa occidental y sionista que justifica el genocidio y la desaparición de un pueblo, apoyándose en ideas falsas como que ese (Palestina/Medio Oriente) es un lugar “terrible para las mujeres y personas de la disidencia sexual”, mientras niega la violencia sistemática, estructural y letal que experimentan mujeres, especialmente atravesadas por procesos de racialización y empobrecimiento, así como marikas y poblaciones LGBTIQ+ en países occidentales, es un tipo de propaganda colonial y supremacista blanca que se sostiene en la islamofobia y en el orientalismo.

Palestina bajo el orientalismo de occidente 

Cuando Israel y sus seguidores sionistas pro genocidio tratan de justificar el asesinato de miles de personas validando el exterminio de todo un pueblo colonizado hace 76 años y víctima del sionismo como proyecto moderno colonial, bajo el supuesto de que ese no es un lugar “seguro” para mujeres y personas LGBTIQ+, quien está hablando es el racismo. Y lo que realmente está diciendo, es que, como no estamos frente a la civilización “democrática” judeocristiana occidental capitalista, defensora de derechos humanos y feminista blanca, los saberes culturales, las formas organizativas y las filosofías, en cuanto quedan supeditadas a la moderna cultura occidental, no son legítimas ni posibles. Por lo tanto, las invasiones, las guerras, los genocidios, las graves violaciones de derechos humanos, los procesos transnacionales de despojo territorial y explotación son razonables, porque se trata de “terroristas musulmanes”, no de humanos. Cuando escuchamos esta clase de alegatos que instrumentaliza el discurso de la libertad sexual y de las mujeres para argumentar la pertinencia de crímenes de guerra, un genocidio  y defender la moral del colonialismo sionista, estamos frente a una forma de racismo islamófobo y orientalismo sionista que construye al sujeto palestino, en general al cuerpo árabe y musulmán como “terrorista” y fundamentalista, cuya meta es infundir terror a la humanidad, en cuanto es racializado, no humano, ni hace parte de la civilización occidental, dígase, EEUU, Europa occidental y miembros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), como si se  tratara de la liga de la justicia que defiende la modernidad occidental del monstruo que nos acecha.

El colonialismo y en concreto el colonialismo sionista opera con base en el miedo, así como lo ha hecho la iglesia católica, esclavizando y emprendiendo cruzadas para cortar cabezas en nombre de Dios, porque los “demonios” pueden ser peores. Entiéndanse demonios el sujeto palestino, la travesti, la trabajadora sexual o el sujeto no blanco moderno. Esto tampoco está alejado de los fascistas-antiderechos-provida  que, con base en el miedo, construyen el sujeto trans asesino, dañador de niñxs y a las mujeres malas que matan bebés. La edificación de este tipo de relato es una forma de colonialidad del saber (E. Lander), es decir, la verdad “oficial”, la que reproduce Occidente en las instituciones de la gobernanza global, así como en sus medios de comunicación, la de otrificar y orientalizar al otro como parte de un proceso racista y etno-usa-eurocentrista de deshumanización del no blanco.

Para Edward Said, el orientalismo es una clase de construcción discursiva, teórica y práctica, muy propia de las academias occidentales productoras de conocimientos, que instala una mirada de superioridad occidental sobre lo que ellos consideran Oriente. “El orientalismo expresa y representa, desde un punto de vista cultural e incluso ideológico, esa parte como un modo de discurso que se apoya en unas instituciones, un vocabulario, unas enseñanzas, unas imágenes, unas doctrinas e incluso unas burocracias y estilos coloniales… El orientalismo es mucho más valioso como signo del poder europeo atlántico sobre Oriente que como discurso verídico sobre Oriente (que es lo que en su forma académica o erudita pretende ser). El orientalismo, pues, no es una fantasía que creó Europa acerca de Oriente, sino un cuerpo de teoría y práctica en el que, durante muchas generaciones, se ha realizado una inversión considerable. Debido a esta continua inversión, el orientalismo ha llegado a ser un sistema para conocer Oriente…” (Said, 2008). El orientalismo es pues el levantamiento y fortalecimiento de una mirada hegemónica occidental (EEUU y Europa) sobre lo que es y no es Oriente, en especial es una valoración moral y política (no la realidad) del islam y la civilización musulmana en términos racistas y jerárquicos. Que hoy se justifique el genocidio palestino con el discurso de la liberación sexual y el feminismo blanco, no solo es una clase de colonialismo discursivo (C. Mohanty) sino un tipo concreto de orientalismo o, en su defecto, como ya he dicho, de racismo.

El proceso de colonialismo que sufre el pueblo palestino hace casi un siglo, efecto de los arreglos geopolíticos, geoextractivistas y repartos coloniales de recursos y territorios después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, que posibilitó a los imperialismos y potencias coloniales en conjunto con el naciente sistema internacional, representado principalmente por la Organización de las Naciones Unidas, siempre funcionó de la mano de la propaganda sionista. Desde el principio se instó la narrativa engañosa, falsa y fascista de “una tierra vacía para un pueblo sin tierra”, instalando en lógica propagandística nazi, una clase de “verdad oficial”. Recordemos que el régimen nazi mentía sobre las personas judías y sobre otras poblaciones al decir que eran errantes, amorales y esclavizadores, buscando de esta manera apoyo de la sociedad alemana para justificar eliminación, tal como hoy, y desde hace 76 años, lo hacen el sionismo y Occidente cuando narran como poco moderno, terrorista y un peligro para los derechos de las mujeres y homosexuales al pueblo palestino. Esta nueva propaganda sionista trata de tapar todo un proceso colonial que en 1948 desplazó a más de 750 mil personas palestinas de sus hogares y asesinó a otras miles, con la idea de un pueblo que se alojó en una “tierra vacía”. Para ello pusieron en marcha la maquinaria propagandística, con apoyo no solo de medios de comunicación y de las potencias occidentales (Estados Unidos y Europa occidental), sino también de la producción de un saber académico y político que narraba a ese pueblo como un peligro, y hoy lo sigue narrando como peligro para las mujeres y disidencias sexuales. Ahora, el discurso de los derechos humanos y de la libertad sexual se instrumentalizan en esa propaganda, que sirve como excusa de colonización y exportación de imperialismos. 

Esa narrativa sionista que reza que el genocidio o cualquier violencia militar, racista, imperialista, colonial que busca el exterminio del sujeto palestino es justificable o no es lo peor,  porque esa cultura árabe y musulmana “no respeta la diversidad sexual y los derechos de las mujeres”, alegando que “si mujeres y marikas viviéramos ahí estaríamos en peligro”, por lo tanto su desaparición y sufrimiento es válido y el daño menor, pues se están defendiendo los derechos humanos y el bien de todxs, es una forma de violencia que opera a través de la construcción de imaginarios falaces sobre Oriente. Y es también una forma de buscar apoyo colectivo para la crueldad del genocidio, porque decir la verdad, que se trata de una ocupación colonial y un desplazamiento masivo de palestines de sus hogares y tierras, no gana simpatía, como lo hace el acto ilegítimo de hablar “por los derechos de las mujeres y la diversidad sexual”. Esta es una clase concreta de propaganda pro Israel como única alternativa de progreso y como defensor de los derechos humanos en la región. Y esta construcción hace que perdamos el foco sobre lo grave que es el exterminio de un pueblo a través del cometimiento de crímenes de lesa humanidad, para valorilizar la moral militar de Israel como nación que “promueve y respeta los derechos”, en contraposición a los “bárbaros palestinos”.

Ni Israel ni Occidente son la panacea

Es falso que Israel sea un Estado que respeta y garantiza los derechos humanos, incluidos los de las mujeres y diversidad sexogenérica. Se ha demostrado, en décadas de ocupación, que Israel ha usado el encarcelamiento masivo como método de tortura, cometido ejecuciones extrajudiciales, asesinato masivo de civiles, bombardeos, destrucción y ocupación de hogares de civiles, hambruna, restricción de acceso a derechos básicos de subsistencia como agua y luz, desplazamientos forzados, violencia sexual y otras formas de tortura. También se ha comprobado que Israel comete crímenes de guerra y violaciones al derecho internacional humanitario; que ha configurado un corpus jurídico que criminaliza derechos como la reunión, libre asociación y libertad de expresión, así como legislaciones que legalizan la ocupación y el desplazamiento forzado de palestinxs de sus casas. Varias organizaciones han denunciado que el Estado de Israel comete apartheid, es decir que hablamos de una política generalizada e institucionalizada que mantiene la dominación sobre el pueblo palestino y la existencia de un contexto de opresión sistemática. Los informes que confirman esta situación son innumerables y los hechos comprobables: Israel viola sistemáticamente los derechos humanos. 

Israel celebra que sus mujeres puedan manejar un tanque de guerra, disparar fusiles M16 y que el servicio militar sea obligatorio para las mujeres como avances de igualdad y logros de las mujeres, cuando en la realidad esto se traduce en una forma concreta de  violencia y una política para mantener el régimen histórico de apartheid, al mismo tiempo que muestra represalias con las que se niegan a prestar este servicio y mientras mujeres negras africanas, especialmente etíopes sufren violencia sexual, esterilización forzada y múltiples violencias en este país. Adicionalmente, en Israel el derecho al matrimonio y al divorcio son competencia exclusiva de tribunales religiosos, situación derivada del fundamentalismo religioso y patriarcal del judaísmo que provoca discriminación y viola el derecho de las mujeres a la igualdad. También, a pesar de los marcos legales de los que hace alarde “la única democracia occidental en la región” y un país supuestamente “seguro” para las mujeres, la violencia contra las mujeres llega a su expresión más atroz: el feminicidio. Es decir, que es falso eso que las mujeres israelíes están libres de violencias machistas.

Existe LGBTfobia en Israel. A pesar de poder adoptar hijxs, las parejas homosexuales no pueden contraer matrimonio en Israel y, al igual que en muchos otros países LGBTIQfóbicos, las terapias de conversión para “remediar” la orientación sexual de las personas, no están prohibidas, ni existen proyectos legislativos encaminados a prohibir esta práctica, considerada una forma de tortura. Es interesante ver cómo existen lógicas de desigualdad que subyacen en el régimen heterosexual colonial, en una sociedad que se vende “gayfriendy”.

Lo cierto es que ni Israel ni Occidente son lugares seguros para las personas LGBTIQ+ ni para las mujeres (quizás solo para mujeres como Hillary Clinton). Las violencias, tanto patriarcales como heterocisexistas, forman parte de una pedagogía colonial, que es letal en el occidente del mundo y en sus “democracias”, por lo que justificar un genocidio bajo el argumento de que en Palestina hay machismo y LGBTIQfobia, es falaz y tendencioso. Así que el supuesto de que Israel es una panacea para las mujeres y las poblaciones de la disidencia sexual, es falso. Y así lo fuera, no se puede usar el argumento de que cierto lugar es mejor para ciertas personas para justificar el genocidio de un pueblo y el exterminio de una cultura entera. Tanto Israel como todo occidente se tienen que encargar de las violencias estructurales, sistemáticas y violaciones de derechos humanos que cometen contra grupos históricamente oprimidos, así como las violaciones y crímenes de guerra que cometen contra el pueblo palestino. 

La violencia racista, la brutalidad policial, los feminicidios, en concreto los asesinatos de travestis y mujeres trans, siguen creciendo en Occidente ante los ojos del mundo. El discurso antiderechos y antigénero de la extrema derecha europea y latinoamericana es una realidad preocupante que alimenta crímenes de odio, sin mencionar la serie de acciones retroactivas contra el acceso al aborto en la “mayor democracia del mundo” Estados Unidos. Milei, el mandatario sionista y ultraderechista de Argentina se ha referido a este derecho como asesinato y ha emprendido una lucha contra los derechos de las poblaciones LGBTIQ+. La ultraderechista, primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha promovido excluir el aborto de declaraciones conjuntas y ha fomentado su persecución y criminalización al interior de Italia. Y así se reproduce esta postura hoy más conservadora y ultraderechista en Europa y todo Occidente, incluyendo los retrocesos en América Latina. Quedándome corta en la lista, me pregunto, ¿con qué cara habla Occidente de derechos humanos?

Si analizamos los históricos de violaciones de derechos humanos, desapariciones, tortura, violencia sexual, ejecuciones, crímenes de odio, autoritarismos, brutalidad policial, racismo, etc, corroboramos que Occidente no tiene autoridad moral para juzgar a otros. Solo hay que reconocer que estas violencias como parte de la colonialidad forman parte de la gestión de las vidas en el mundo, incluyendo lo que queda de Palestina, y que es urgente luchar por la eliminación de estas violencias que son parte de la colonialidad.

Entonces, ¿cómo es que te preocupas por la situación de las mujeres y marikas palestinas y al mismo tiempo apoyas el bombardeo de sus hogares, hospitales y espacios de reproducción de la vida, donde también habitan mujeres y marikas palestinas? ¿Cómo es que dices preocuparte por los derechos de mujeres y personas LGBTIQ+ y estás de acuerdo con crímenes de guerra, apartheid y genocidio, que no diferencian género ni sexualidad, sino que buscan exterminar un pueblo en su conjunto? Quienes justifican el genocidio palestino por las violencias y valores heterocisexistas que se pueden reproducir en Palestina, como en cualquier otra cultura dentro de la colonialidad, no solo ignoran deliberadamente la realidad, sino que reproducen el discurso oficial de un gobierno que bombardea hogares y cuerpos y asesina y mutila a mujeres, hombres y niñes en el nombre de los derechos humanos. Creer y reproducir este relato no es solo carecer de pensamiento crítico, es ser fascista y racista. Y hay que recordar que esta postura puede ser representada por mujeres, gays, lesbianas e incluso, personas trans, porque una identidad de género u orientación sexual no exime de reproducir y participar en otros sistemas de opresión. Mujeres blancas y gays blancos han demostrado que, a veces el pacto de blanquitud, de clase y de la modernidad, pesa más que la conciencia antirracista, anticlasista y decolonial. La práctica sexual no es lo mismo que la práctica política. 

Al gobierno sionista de Israel y a las personas que justifican el genocido, entre otros argumentos con el  el pretexto de que en Palestina las mujeres y marikas la pasan mal, no les interesa salvar a las mujeres ni a marikas, de hecho, apoyan su asesinato, siempre y cuando formen parte del pueblo palestino. Así que, en realidad, solo instrumentalizan el discurso occidental de los derechos humanos para sostener su racismo, orientalismo e islamofobia. Pesa más la mirada occidental que privilegia el #loveislove, el matrimonio igualitario, el homonacionalismo israelí y la liberación de las mujeres en términos del feminismo blanco, sobre la existencia del pueblo palestino, todo mientras ocultan sus propias violencias contra estas poblaciones. No les interesa la vida, lo que les interesa es proteger sus prejuicios y el supremacismo occidental, en cuanto resguarda el etno-eurocentrismo que les construye como los verdaderos humanos libres en cuanto parte de las sociedades occidentales blancas frente a los no humanos terroristas del tercer mundo. Recordemos que quienes defienden el sionismo y el genocidio palestino lo hacen en nombre “del bien de todxs” –como los provida– ya que el islam y la civilización musulmana son sinónimos de terror, de no humanidad y si no se eliminan, vendrán por nosotres, como si tratara de una profecía apocalíptica.

Y bajo esta narrativa de que las mujeres y marikas “sufren más” en sociedades musulmanas y que profesan el islam, y que esas violencias no existen en Occidente, ya que los musulmanes son naturalmente monstruos y más fundamentalistas que los cristianos y católicos (practicantes o no) de derechas, antiborto y antiderechos de Occidente, es que hoy podemos ver cómo hay personas a favor de lo inimaginable: de un genocidio. Bajo esa lógica, la mejor solución, por el bien de todxs, es no interferir y dejar que el Estado sionista e Israel, con el apoyo de EEUU, Canadá y Europa occidental, haga su trabajo de eliminar al pueblo palestino y ocupar sus territorios, como una forma de “democratizar” y occidentalizar la región.

Pinkwashing y purplewashing sionista

El pinkwashing es una forma de usar el discurso de la igualdad, la libertad y los derechos humanos mientras se siguen cometiendo violencias y se ocultan otras formas de opresión y dominación, aún más graves, como es colonialismo y genocidio. Al igual que muchas marcas y gobiernos capitalistas, el gobierno de Israel también hace uso del pinkwashing, para lavarse la cara, mientras viola los derechos de las poblaciones que dice defender, en el caso del Estado sionista, cometiendo un exterminio. Pero además de ser una estrategia usada por autoridades como Netanyahu, es usada por gays blancos racistas y supremacistas que promueven la narrativa de que no se puede ser gay fuera de Israel en la región, dando a entender que el genocidio es defendible en el nombre de la liberación sexual, negando las violencias LGBTIQfóbicas que se viven en Occidente (yo, por ejemplo, escribo desde México, el segundo país del mundo donde más se asesinan a mujeres trans/travestis) y negando que existen palestines queers que luchan no solo por su libertad sexual sino contra el colonialismo. El pinkwashing y purplewashing se usan entonces desde la teoría occidental para deshumanizar al sujeto palestino, su cultura y civilización.

Hoy Occidente e Israel como su satélite en Medio Oriente, se construyen sexualmente libres y hacen pinkwashing y purplewashing (a favor de los derechos de las mujeres), sin reconocer que muchas de las estructuras heteropatriarcales en la región y en todo el tercer mundo existen gracias a su herencia colonial. Sabemos ya que el binarismo de género, el género y la heterosexualidad son producto de la colonialidad. Y aunque en Cisjordania no está prohibida la homosexualidad, dicha prohibición en la Franja de Gaza fue impuesta y es una herencia del mandato y la administración colonial británico de Palestina en 1936. No hay que olvidar que el colonialismo trajo consigo la imposición de un sistema moderno de género (María Lugones), que implica el binarismo de género y la heterosexualidad obligatoria. La moral fundamentalista y colonial dentro de los procesos de evangelización y despojo, criminalizaron muchas formas de sexualidades e identidades en el nombre del progreso, por lo que hablar de las formas de discriminación hacia la comunidad LGBTIQ+ en Palestina, implica necesariamente reconocer su origen en el colonialismo, el rol de Inglaterra y de Europa en su criminalización y develar la falsedad de que Occidente es moralmente superior y sexualmente libre.

Por lo que, todo discurso deshumanizante de Palestina pronunciado desde Occidente, que instrumentaliza los temas de diversidad sexual y violencias de género, es pinkwashing y purplewashing, que “son maniobras de marketing con fines estratégicos que usan empresas, gobiernos y otras instituciones (iglesias, escuelas, universidades, hospitales…) con el objetivo comercial o político de “venderse” públicamente como espacios feministas y pro-derechos de las mujeres (purplewashing) y amigables e inclusivos para personas socialmente subalternizadas como la población LGBTIQ+ o de la disidencia sexual (pinkwashing)”. Y el pinkwashing israelí es, además, propaganda sionista, marketing político y orientalismo puro y duro.

En su texto “Ensamblajes terroristas”, Jasbir Puar habla sobre las figuras del homonacionalismo y el excepcionalismo sexual, una idea orientalista que se instala desde Occidente, concretamente desde Estados Unidos, derivada de su superioridad y excepcionalismo democrático y de la libertad, que se construye como diversa frente al retrógrado Oriente. Al aceptar como ciudadanos y ciudadanas a gays, lesbianas y mujeres, se flexibiliza el régimen heterosexual para ampliar el sujeto nacional ciudadano que podría ir a la guerra en defensa de su imperialismo patriótico. Obvio no hablamos de gays y mujeres antifascistas, todo lo contrario, nos referimos a un sujeto asimilado homonormativo, cuya única diferencia con un sujeto cisblanco racista es con quien se acuesta. Son como este tipo de homosexuales blancos que se preguntan ¿cómo hay cuirs por Palestina si ahí les matan?, usando el discurso de la diversidad sexual para narrar Occidente como excepcional en cuanto el Estado-nacional occidental le reconoce derechos, siempre y cuando defienda los valores imperialistas, coloniales y modernos de Occidente, es decir, sea una cuerpo disciplinado y patriótico. Por eso abundan los gays que encarnan el racismo, la islamofobia y el sionismo, pero gays, casados y con acceso al matrimonio igualitario, y en nombre de su matrimonio apoyan el genocidio palestino. Aquí la idea de libertad es sumamente limitada a su orientación sexual y a comprender que solo es posible en la modernidad occidental, como una forma concreta de supremacismo occidental. Esta idea es reproducida por el Estado de Israel, cuando presume una falsa igualdad de género con mujeres en un ejército genocida. Una falsa igualdad que es también celebrada por ellas mismas como un logro feminista, al acceder al derecho a matar a infancias, mujeres y hombres palestinos en nombre del empoderamiento. Aquí se construye, en palabra de Sara Farris, un feminacionalismo que pretende liberar a las musulmanas colonizándolas, matándolas y todo en nombre de sus derechos. Mujeres con derecho a matar es una forma del excepcionalismo de género occidental y de feminismo militar, donde se pueden mantener las estructuras de opresión patriarcales, heterocisexistas y racistas con perspectiva interseccional. Occidente reza: ¡se puede ser gay y mujer capataz en la plantación, somos diversamente mejores que los colonizados!

Mikaelah Drullard

Pero no hay liberación sexual sin descolonización. Lo cierto es que no puede haber libertad sexual y autodeterminación de género, si Palestina está ocupada y colonizada, es como si el amo le pidiera al esclavizado que demuestre su libertad mientras lo tiene encadenado. El régimen de apartheid, el genocido y el colonialismo sionista no le da la oportunidad a las marikas palestinas de ser ni de luchar para ser. No se puede pensar la libertad sexual mientras se experimenta un colonialismo por 76 años y un genocidio que ha dejado 37 mil muertes en 9 meses. Esta narrativa de que “Israel es gay” (Israel is so gay), es solo una estrategia sionista que oculta el verdadero problema: Palestina está siendo eliminada y es urgente que todes tomemos esto como un asunto personal. Y ¡no se comete genocidio en el nombre de los derechos humanos, la libertad y la democracia! ¡No se mata por amor!

¡Libertad para Palestina!

Por Mikaelah Drullard

Imagen de Portada: Isabella Londoño

Columna publicada originalmente el 28 de junio de 2024 en Volcánicas.

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