Huraño terciopelo

(Casualmente, era Lou Reed)

Por Wari

20/07/2014

Publicado en

Columnas

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lemebelAsí de improviso, en repentino alarde de gente por el parque, justo a la entrada del Museo de Arte Contemporáneo, escucho el comentario de que algún personaje está llegando. Y al atravesar la calle casi me lo cruzo, casi lo tengo encima al verlo venir desgarbado, ritualmente de negro y vistiendo despreocupados jeans carcomidos y una camiseta que apenas sujeta su esquelético vaivén. Entonces alguien dice es Lou Reed, y como por magia me tintinea en la cabeza su tema: “Walk on the wild side”. Tu-turu-turu-tuturutu. Como si se viniera levantando y hubiera dormido con la misma ropa en un escaño del parque, como si sus despertares fueran de un trasnoche añejo, y uno se pregunta porque veterano, cuando de verlo así, tan joven, a esa hora, como un pendejo agrietado pero bello y digno es su esmirriada figura, como un cañaveral de luto en su elástica y amodorrada flacura. Tu-turu-turu-tuturutu.

Y pienso, y me digo: eterno vagabundero el viejo beat, pero también sofisticado en su aridez de señorón rockiento que se permite chasconearse el matorral de su pelo, que luce como flama rebelde. Alguien dice: es Lou Reed y no lo puedo creer, viene cruzando la calle con la mirada huidiza y gesticula agotado, un poco sin motivo lo descubro viniendo a mi encuentro y escucho que alguien repite: es Lou Reed , y me quedo inmóvil en la vereda donde él va a pasar, y al tenerlo a un metro le estiro la mano que él agarra a la pasada como las miles de manos que una estrella amasa toda su vida. En la mirada a la rápida, percibo un poco de temor, como el susto gringo del asalto en estos tijerales inhóspitos de la democracia latinoamericana. Tu-turu-turu-tuturutu.

Es Lou Reed, repite la misma fan abalanzándose con sus discos que él firma apurado y algo displicente, más bien, como si estuviera en otro planeta. Lou Reed vive en otro planeta, me digo al verlo mirar los árboles del parque como si viera por primera vez un árbol. Un poco extraviado o volado quizás… Tu-turu-turu-tuturutu. Por eso no le pido ni autógrafo ni foto a este flaco nerviudo que se adelanta y entra al museo sin la compañía de Laury Anderson, su pareja, la artista nuyorkina que ya está en el escenario armando el tinglado de su presentación… porque es ella quien dará la conferencia esta tarde en este lugar. Y Lou solo será su compañía en un costado de la mesa.

De lentes oscuros es difícil adivinar su mirada y pienso que son para prolongar la noche de donde viene llegando o de donde nunca salió, y recuerdo esos bares del Village donde siempre es de noche. Pero hay algo de maravilloso en su misteriosa personalidad, en su moverse huidizo y lagartijo, con cierta infantil timidez que aplaca con una mirada de látigo tierno. Seguramente para pasar piola y confundirse con la tropa de underground ochenteros que lo vinieron a ver. Cuarentones y cincuentones con la juventud colgando del mismo clavo donde cuelgan la guitarra, los amores, la pensión de los hijos, y todas las obligaciones que ahora tienen los rockeros senectos. Tu-turu-turu-tuturutu.

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Ella es más coul, no se involucra con el estado anímico de la concurrencia. Laury es artista, más gringa, y procede a organizar su presentación ordenando las proyecciones de sus performances que va a mostrar… Lou está muerto de sueño, o de cansancio y bosteza y se traga las miradas ansiosas de los fans que han ido a ver a la pareja. La sala está llena, pero no se desborda, hay algo de susto también en los admiradores de Lou, que pone una distancia enigmática para que no lo jodan mientras está sentado en la esquina de la mesa esperando que Laury exponga su charla para después irse a comer o tomar… qué sé yo. La cosa es que se le nota que quiere escapar. Se ve como un cuervo chamuscado, ansioso por volar.

Es Lou Reed, repite la misma señora a lo lejos… Mientras tanto Laury explica y cuenta en inglés sus acciones con pedagogía académica, la traductora alarga las frases en un agote que a Lou lo hace cabecear. Tu-turu-turu-tuturutu.

Y todos escuchan atentos, menos Lou que lo ha vencido el sueño y tras las gafas se ha dejado tentar por la mano de Morfeo que lo lleva por un prado de algodón donde se recuesta y ronca a su entero placer.

Cuando la charla de Laury concluye, el estruendo de los aplausos lo despierta y sin el menor pudor se pone de pie para retirarse. La educación no es para un rockero. Se podría entender que con su siesta en la mesa intentó competir con la perfomance de Laury, se podría especular que fue una puesta en escena para joderle el acto, también que él es un picado del trabajo majestual y orgásmico de su mujer, que también canta a su manera. Pero creo que no es así, solamente Lou se respira a sí mismo donde esté, solamente Lou sigue los instintos de su vibración sanguínea, y cumple con estar ahí presente, durmiendo o no, soñando o no, vivo o no, sin saber realmente dónde está. Eso pienso, mientras lo sigo con la vista, mientras sale del lugar con la solapa arriba tratando de lograr sombra para sus encandilados ojos. Lo sigo con la vista hasta que su figura como un guión de letra china se pierde en la marea verde del parque que a esa hora enciende tímido sus farolitos tercermundistas.

Recién supe de su partida, joven aún, y no podría decir que lo conocí en ese fugaz apretón de manos, apenas un arañazo de saludo en el terciopelo huraño de aquella tarde en el parque. Tu-turu-turu-tuturutu.

Por Pedro Lemebel

El Ciudadano Nº151, marzo 2014

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