La hora de los banqueros: los límites de la democracia en el proyecto europeo

La semana pasada, asistimos a un auténtico golpe de Estado en Grecia

Por Wari

15/11/2011

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Columnas

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La semana pasada, asistimos a un auténtico golpe de Estado en Grecia. Cuando el “social-demócrata” amaestrado George Papandreou tuvo la peregrina ocurrencia de convocar a un referéndum para decidir si Grecia seguía en la zona del euro o no, comenzaron inmediatamente las presiones para que abandonara el cargo. Las presiones, por supuesto, no vinieron del pueblo griego, sino que de los mandamases de la Unión Europea. ¿Por qué la UE se opondría a un referéndum? ¿Hay algo más democrático que un referéndum, es decir, que las personas opinen de manera directa sobre políticas que los afectan directamente a ellos y a por lo menos tres generaciones futuras?

La opinión de la UE sobre los referéndums la conocemos quienes vivimos en Irlanda, pues dos veces los irlandeses han votado contra Tratados Europeos (Niza en 2002 y Lisboa en 2008) y las dos veces han sido forzados a votar nuevamente por Bruselas después de escasamente veladas amenazas que van desde expulsión de la UE hasta expulsión del concurso musical de Eurovisión.

En Grecia sabían que perderían el referéndum, y por eso lo abortan de la manera más anti-democrática, demostrando cómo pueden forzar a todo un pueblo a permanecer a la fuerza en una zona comercial que los está desangrando con una deuda usurera e ilegítima. Sacaron al primer ministro socialdemócrata Papandreou y pusieron en su lugar, sin elecciones ni nada, a un tal Lucas Papademos –quien fuera ejecutivo del Banco Central de Grecia en el 2002 y luego vice-presidente del Banco Central Europeo hasta el 2010, para luego ser asesor de Papandreou. Él fue artífice de la transición del dracma al euro, luego tuvo un rol de punta en los préstamos irresponsables al hoyo negro de los bancos griegos y por último, asesoró las fallidas políticas económicas de un gobierno que arruinó a todo el pueblo. O sea, estamos hablando de la persona individualmente con más responsabilidad en todas las penurias que hoy enfrentan los griegos. Pero los banqueros han hablado: no aceptarán atisbos de “populismo” (la palabra que utilizan cuando la “democracia” tiene resultados indeseados para el gran Capital) y los tiempos que corren requieren de mano dura en las finanzas y en las calles, mano dura con los pobres y una mano tendida y generosa con los sufridos especuladores ¡banqueros al poder!

Los italianos, por su parte, tienen muchas razones para celebrar la caída del patético y decadente Berlusconi, quien convirtió su presidencia en un auténtico reality show, con la nota picante puesta por “velinas”, sexo con menores de edad y fiestas “bunga bunga”, que opacaron sus vínculos con la mafia y su corrupción galopante. Pero no tienen muchas razones para celebrar que al nuevo primer ministro, Mario Monti. Su prontuario es similar al de Papademos –fue comisionado europeo, es asesor de los especuladores Goldman Sachs y de la notoria multinacional Coca-Cola, y es cercano al actual director del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Podemos adivinar nuevamente a qué intereses servirá de manera aún más eficiente que el payaso corrupto en retirada.

En Irlanda también cayó el gobierno a fines del año pasado, y en improvisadas elecciones en febrero, se eligió a una aparentemente esquizofrénica alianza: los laboristas (que en Irlanda están a la derecha de Tony Blair) y un partido nacional de derecha dura, que a su momento flirteó con el nazismo y hasta envió combatientes a Franco. Llegaron al poder prometiendo todas esas hermosas cosas que se prometen en época de elecciones. Prometieron que revisarían los pactos del saliente gobierno con el Banco Central Europeo y que re negociarían el rescate económico; también prometieron que no pasarían el oneroso peso de la deuda a los sectores más pobres. Y mintieron como tiende a hacerse en época de elecciones. No solamente han profundizado los términos del rescate negociado por el corrupto gobierno anterior, sino que han anunciado más recortes a los pobres, al gasto social, a los trabajadores en el próximo presupuesto, mientras los banqueros que ocasionaron la crisis, siguen recibiendo bonos millonarios porque, según los laboristas, éstos fueron pactados con anterioridad de la crisis.

Estos gobiernos garantizarán que se siga pagando la deuda ilegítima, que se exprima hasta el último centavo, antes de que los países se declaren en quiebra. No hay otra lógica para todos estos programas de ajuste estructural y para todo el recorte al gasto social que estrangulan al mercado interno y desestimulan el gasto. Se trata de saquear todo lo que se pueda antes de que la casa termine de consumirse en llamas.

La tragedia europea es que los gobiernos caen y no hay la fuerza para imponer una salida desde el pueblo movilizado a la crisis, en gran parte porque el mismo movimiento popular está en crisis tras décadas de pacto social, inmovilismo, entreguismo y por una nada despreciable penetración ideológica de los lugares comunes de los banqueros en todas las capas sociales. Hay luchas en Grecia, pero son de momento insuficientes. Hay indignados en España, pero la clase trabajadora recién comienza a despertar. En Italia o en Irlanda, las protestas son prácticamente inexistentes. Al menos en Irlanda, se limitan a masivas movilizaciones algún fin de semana (para no “afectar la economía”), lo más lejos posible de las oficinas de gobierno, en las cuales se recuerda a los banqueros su responsabilidad social. Apenas comiencen las movilizaciones de masas cuestionando al régimen, ¿qué ocurrirá con esa Europa (social) demócrata, tan orgullosa de sus libertades cívicas? Ya hemos tenido ciertos atisbos de lo que ocurre, por la experiencia vasca y la de Irlanda del Norte, que nos demuestran que cuando la democracia no funciona, siempre queda el recurso del estado de excepción, el cual es tan consustancial a la democracia capitalista como la ilusión electoral. Recordemos también que en marzo del 2009, cuando el abortado amague de huelga general en Irlanda, Michael O’Leary, el ejecutivo de la aerolínea Ryanair pidió al gobierno militarizar los aeropuertos para evitar acciones sindicales.

Ni siquiera hemos tenido una revolución (ni de cerca) y ya nos hicieron un golpe de Estado en Grecia, no uno militar, pero uno hecho con una fuerza más formidable que la fuerza de las armas: la fuerza del euro. Esto es prueba para que aquellos que creen esa cantinela de los valores liberales arraigados en la sociedad europea se den cuenta que esa clase de cosas también pueden ocurrir acá. En última instancia, el capitalismo, reposa sobre la fuerza bruta y sus ejercicios democráticos son puramente formales, cosméticos. Hacen bien los indignados en Europa en sus campamentos por exigir democracia real, cuando todos vemos que las decisiones que nos afectan a todos se están tomando en Bruselas y en el Banco Central Europeo. Pero tampoco deberíamos olvidarnos que no hay democracia en lo político si no hay democracia en lo económico. Mientras la economía (es decir, la organización de los medios para garantizar la subsistencia de las personas) esté en manos de una minoría, estará al servicio de una minoría. Y esa minoría tendrá el poder sobre el resto, sin importar si se gobierna mediante referéndum o con tecnócratas. Ese es el límite último de la democracia, la sacrosanta propiedad privada y ese debe ser el primer elemento que cuestione un proyecto verdaderamente alternativo para superar la crisis.

Por José Antonio Gutiérrez D.

15 de noviembre, 2011

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