¿Madurez?

Desde pequeño he escuchado el valor de “Madurar”, destacándose como una aptitud positiva en aquel que es llamado maduro

¿Madurez?

Autor: Mauricio Becerra

benjamin podlechDesde pequeño he escuchado el valor de “Madurar”, destacándose como una aptitud positiva en aquel que es llamado maduro.

Con el correr de los años fui observando a las personas llamadas maduras y me llamó la atención ciertos puntos en común: Claridad de lo que quieren, responsables, organizados, tranquilos y con un grupo de amigos y familia establecido.

Lo anterior, me hacía pensar que eran características dignas de ser alcanzadas, solo que la madurez viene por vivir más que por hacer un curso en algún lugar.

Efectivamente viviendo ciertas cuotas de dolor, de pena, y todo tipo de experiencia que hiciera replantearme “quién soy y para dónde voy”, iban alimentando la madurez que había escuchado.

Todo iba bien, tal como adultos y personas mayores habían contado. Solo que había una brecha, un espacio gigante entre lo que dicen que es madurez y efectivamente encarnarla: las decisiones.

Fue entonces que ese concepto tan usado, tan valorado era una imagen que se alejaba de lo más simple: vivir.

LA SOMBRA DE LA MADUREZ

En consecuencia, comencé a observar en las mismas personas llamadas maduras y en mí mismo, la otra cara, la que se silencia de la madurez

Observé la creencia de que en la medida que se crece y madura, las personas nos hacemos más duras. Vi que a mayor madurez, las personas sonreían menos. Contemplé que la madurez hace a las personas más parecidas que auténticas.

No me interesaba entonces ser maduro si me iba a transformar en una persona así. Fue entonces que la madurez la sentí como excluyente de vivir como un niño: simpleza y alegría.

Por lo que comencé a vivir sin modelos de madurez mi vida, y sin darme cuenta ni presiones, fui madurando. Solo que de una manera distinta a la que había visto. Sonriendo, abierto a lo nuevo y con claridad de que no quería volver a repetir en mi vida.

La madurez, en este caso, se transformó como un reflejo de dejar las inseguridades, de necesitar validarme a través de los demás y no tomar las oportunidades que se presentaran. La madurez comenzó a ser una vivencia de estar presente, liviano de expectativas y simple en la relación con los demás y las situaciones.

¿Cómo era posible que en la medida que “maduraba” sonreía más, me sentía más vivo y liviano con el día a día? ¿No que esa característica es de los niños y jóvenes?

UNA AUTÉNTICA MADUREZ

El filósofo premio Nobel  Herman Hesse en su libro “Demian” dice: …”Las cosas que vemos  son las mismas que llevamos en nosotros. La única realidad es la que en nosotros tenemos, y sí los hombres viven tan irrealmente es porque aceptan como realidad las imágenes exteriores y ahogan en sí la voz de su mundo interior. También se puede ser feliz así, pero cuando se llega a saber lo otro se hace imposible seguir el camino de la mayoría…”

Un llamado en mi interior me hacía seguir en mi camino, de ser simplemente auténtico. No es fácil, si vez a tantas y tantas personas en lo mismo y que aparentemente no te entienden. Y digo aparentemente, porque una vez que se plantea el tema de la simpleza y la alegría, no importa si es niño, joven o adulto, todos concuerdan que son hermosos de sentir.

¿Qué puede aportar esta breve columna sobre el tema de madurar?

Que no hay reglas, ni recetas ni tampoco modelos a seguir. El caos en la vida de cada uno, viene por no querer darle un curso; las frustraciones por repetir acciones con los mismos resultados y las inseguridades por no valorar la oportunidad de respirar y estar simplemente vivos.

En este punto la madurez va tocando la consciencia y curiosamente se invierten los papeles: los niños son más conscientes de lo que sienten y necesitan, que los adultos que solo están conscientes, en la gran mayoría, de lo que piensan.

Se corta la unión en el modelo de madurez, entre corazón, mente y cuerpo.

El psicólogo y mestizo que sigue el camino rojo, Manuel O`Brien cita en su libro “Linaje Mestizo. Crónicas del camino Rojo” una conversación con un sabio indígena: “…No creo que vea usted hombres en todos los bípedos que van por esas calles, simplemente porque andan erectos y llevan en sí nueve meses a sus crías. Sabe usted muy bien que muchos de ellos no son sino peces u ovejas, gusanos o sanguijuelas, hormigas o avispas. Todos ellos entrañan posibilidades de ser hombres, pero sólo cuando las vislumbran y aprenden a llevarlas en parte a su conciencia es cuando puede decirse que disponen de ellas…”

En conclusión, madurez viene por la autenticidad:

Madurar no es convertirte en una persona grave, sino más liviana para tomarse las cosas.

Madurez no es dejar de reírte de ti mism@, sino tener la práctica de no considerarse tan importante.

Madurar no es juntarte solo con tus «iguales», sino saber elegir a quién ver por cercano o nuevo que sea en tu vida.

Madurar no es dejar de equivocarse, sino tratarte con más cariño al estar aprendiendo.

Madurar no es hacer lo que todos hacen, es tomar tus propias decisiones de qué quieres vivir.

Madurez no es dejar de sorprenderse, sino ser cada vez más abierto a lo nuevo.

Y madurez no es algo que se lea, sino que se vive y te fomenta ser tú mismo o misma, de una forma auténtica.

Ma-durar es andar más-dulce por la vida…

Benjamin Podlech

Psicólogo


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