Más allá de lo inmediato

Alguna vez Nietzsche habló de la inactualidad, en el sentido de algo más allá y más acá que la mera actualidad

Por Wari

29/01/2016

Publicado en

Columnas

0 0


vila2Alguna vez Nietzsche habló de la inactualidad, en el sentido de algo más allá y más acá que la mera actualidad. Y en ese sentido el arte y la música no obedecen a patrones temporales ni de épocas ni de adelantos ni retrocesos. El arte y la música son múltiples, diversos, inclasificables, se proyectan y se sobrecogen, pliegues y despliegues, inactuales. La linealidad aquí no tiene nada que hacer. La vida misma, el amor fati, no es lineal, en ella no existen resultados ni propósitos, todo está más allá del bien y del mal, el amor mismo es un despropósito. Y por eso, hablar ahora de un hecho tal como un concierto (o una serie de ellos) no tiene nada que ver con esa actualidad o con ese mirar la vida como una sucesión de cosas que, de analizarlas, serían como la realidad de los sepulcros: están allí, pero son inmóviles.

Ahora bien, asistimos a un concierto de jazz, el 9 de diciembre del 2015 en El Palace de Coquimbo. El trío conformado por Markus Stockhausen (trompeta), Enrique Díaz (contrabajo) y Christian Thome (batería) prometían algo nuevo, porque Stockhausen es un viejo “routier” de las escenas internacionales, hijo, además, del gran Karl Heinz Stockhausen, ese tremendo músico contemporáneo, más loco que una cabra de monte, por supuesto, y Díaz, es un músico chileno de larga trayectoria, con discos y fama en Europa, profesor, además, en nuestro Conservatorio de La Serena. Christian Thome, un baterista alemán extraordinario que hace mucho tiempo está haciendo las innovaciones que debe y con un prestigio sin ninguna duda. Ya sabíamos que en Santiago les había ido más que bien y que todos hablaban de un concierto extraordinario. Sí, no cabía duda: a Markus Stockhausen lo había escuchado por primera vez en el Festival de Jazz de Berlín en 1982, un festival en el que conocí por primera vez a un extraordinario Michel Petrucciani, que era el pianista del cuarteto de Charles Lloyd, recién salido de un “trip” parece que horroroso y el grupo en que tocaba Markus contaba con el pianista Rainer Bruhninhaus, con el que se largaron con un concierto inolvidable. Con Enrique Díaz nos habíamos conocido a finales de 1982, cuando fue el contrabajista de un cuarteto que armamos cuando vine a Chile ese año y tocamos en el Café del Cerro. Enrique era un músico de una particular sensibilidad (además era músico clásico, tocaba en la Sinfónica de Chile) y tuvimos una inmediata complicidad. En esas épocas prehistóricas, Enrique tocaba en un grupo llamado Mantram y con seudónimo, porque bajo esas dictaduras no le permitían tocar fuera de la orquesta y, menos aún, música de jazz. Después pasó por París rumbo a Alemania y, luego, nos enteramos de sus conciertos y de sus grabaciones con Stockhausen, el saxofonista Charlie Mariano, el guitarrista Phillipe Catherine y el pianista español Chano Domínguez, entre otros. A Christian Thome confieso que lo acabo de conocer, y todavía estoy bajo la agradable sensación de haber conocido a alguien maravilloso.

Ahora bien, ¿por qué haber comenzado esta crónica con un “desvío” por maese Nietzsche? Sencillamente porque la fuerza dionisíaca y la inactualidad están todas en este trío extraordinario. No es que no contemos con un “tema” (reconocible) en cada uno de los temas propuestos (valga la redundancia), sino que, sencillamente, se trata de eso que Stockhausen llama “intuitivo”, es decir, eso que está allí como necesidad y como despliegue. Dicho de otra manera: no hay otra posibilidad de desarrollo más que aquello que se proyecta infinitamente en el decurso de la propuesta sonora. Por eso Dionisos, por eso Nietzsche.

{destacado-1}

En este trío todo es atmósfera, delicadeza, multivocidad, un recorrerse, a cada instante, tras de sí, superándose y cuestionándose y proponiéndose como una génesis eterna. “Atmosphère, tout est atmosphère” decía la inolvidable actriz francesa de los 40’, Arletty. Y todavía uno se recuerda de ese filme en blanco y negro, en grises, donde el rostro de esa mujer irrumpía detrás de la bruma. Eso es. Eso es este trío formidable: un irrumpir detrás de la bruma, con grises, blancos y negros, con tachados e interrogantes, con colores que recuerdan también a Maurice Ravel o a músicos latinoamericanos como Alberto Ginastera o Heitor Villalobos. Nunca había escuchado (es un decir) un trompetista como Stockhausen, con esa capacidad indudable de la sutileza y de la invención en tono menor (no del modo, sino que en ese mostrarse sin estridencias). Uno está acostumbrado a los “trompetazos” más rápidos de todo el Far West, una sucesión impecable de propuestas modales y pentatónicas impresionantes, pero nada más. En este caso, aparte su sonido y su estilo inconfundibles, Stockhausen se sumerge en esas atmósferas que son verdaderos bloques sonoros de hielo o de fuego que caen, lenta o estrepitosamente, en un paisaje que va más allá de todos nosotros. Y no es misticismo, claro. Es una afirmación total de lo que esa “intuición” de la que habla puede ser el devenir en su pureza más extrema. Por eso, Enrique Díaz, con sus temas latinoamericanos, se afiata tan bien con Stockhausen: no es que lo siga ni se supedite, sino que lo obliga a darse por entero, porque ese contrabajo se da por entero. Díaz y Stockhausen se juegan la vida por entero. Y el notable baterista Christian Thome los secunda y los impulsa en esas sutilezas y en esas atmósferas. No es alguien que “se apura” en demostrar su virtuosismo ni en “épater les bourgeois”, es alguien que primero que nada escucha al otro, escucha el movimiento indeleble de las intuiciones y las realza.

Me parece que estos músicos propusieron algo demasiado inconcebible para nuestro país. Hasta hoy, dejando de lado la existencia de músicos y grupos notables, a nuestro Chile le falta esa soltura, ese dejar de lado la competencia de los virtuosos y poner un poco más de cuerpo. Sí, Cristián Gálvez. Claro que sí, por supuesto que sí. Pero ¿dónde están los demás? No los innovadores sino aquellos que escuchan el infinito suceder de la vida y la naturaleza. Por eso, parece que los brasileros entienden de estas cosas. El concierto que este trío realizó en Brasilia, frente a más de 500 personas, lo demuestra, no sólo porque fue un éxito, sino porque el público aplaudió de pie y se dejó llevar por el entusiasmo de algo que va más allá del jazz y de la música contemporánea y latinoamericana, ya que es, antes que nada, música, es decir, piel, sangre, ensoñaciones y evocaciones, un llamado a la afirmación de lo que somos en toda su dimensión y en toda la extensión de nuestras posibilidades.

Por eso estamos a la espera del testimonio (un CD) de toda esta maravilla: los jóvenes músicos chilenos deben conocerlos, tal como los aficionados no sólo a la música de jazz. Ese CD se viene, ya lo sabemos, pues así lo han prometido y así queremos que sea.

Por Cristián Vila Riquelme

La Serena, enero 2016

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones