«Morirán los que tienen que morir». Evangelio de la riqueza

Cuando desaparece el Bien Común y cada uno busca su propio provecho en el mercado, validándose las desigualdades y las exclusiones, se considera el provecho individual como motor esencial de las sociedades, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni […]

Por Wari

30/07/2020

Publicado en

Columnas

0 0


Cuando desaparece el Bien Común y cada uno busca su propio provecho en el mercado, validándose las desigualdades y las exclusiones, se considera el provecho individual como motor esencial de las sociedades, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni responsabilidades hacia las personas, surge entonces la interrogante acerca del origen de esta cultura genocida (1).

Es una pregunta válida, porque con la llamada globalización, actual fase de la idolatría del progreso, ha ido desapareciendo el trabajo asalariado; se ha empeorado la distribución del ingreso; se ha absolutizado el capital sobre el trabajo; se han destruido los Estados y las organizaciones sociales; se han extendido las actitudes egoístas e individualistas; se ha impuesto el dogma de la privatización y de la abdicación de la política; los grupos financieros y de los grandes empresarios se han convertido en los únicos protagonistas con derecho a decisiones.  El efecto inmediato es el endiosamiento del lucro sobre la solidaridad: quien no es útil al mercado, debe desaparecer.

Los orígenes de esta visión del mundo tienen fundamentos teóricos muy superficiales y simplistas, provenientes de manera primordial de Estados Unidos,  el “país de las oportunidades”. A fines del siglo XIX, William Lawrence, obispo de la Iglesia Episcopal en Massachussets, señaló que “la búsqueda de la riqueza material es tan natural y necesaria para el hombre como lo es para el roble extraer con sus raíces la humedad y los nutrientes” (2). Fue éste un período en el que los “barones de la industria” impusieron un capitalismo sin frenos ni regulaciones, acumulando inmensas fortunas a expensas de los trabajadores, la mayoría de ellos pertenecientes a los trece y medio millones de inmigrantes pobres que llegaron a USA entre la Guerra Civil y el año 1900. Así se desarrolló una gran distancia entre unos pocos extraordinariamente ricos y los trabajadores extremadamente pobres. Fue entonces cuando se estableció la ideología del “evangelio de la riqueza”, centrada en la consideración de que la riqueza de algunos era una recompensa a la rectitud moral y la pobreza era un castigo divino a la flojera e inmoralidad. Si USA brindaba a todos iguales oportunidades, quien no lograra alcanzar éxito económico se debía a su propia culpa.

En 1859, Charles Darwin publicó su libro “Origen de las especies”, planteando la sobrevivencia del más apto. Su difusor en USA y en Inglaterra fue Herbert Spencer, quien le dio un giro al darwinismo. Propuso la evolución social y que hoy se conoce como “darwinismo social”: el principio del proceso de selección natural, al igual que las entidades biológicas, es aplicado por Spencer a las culturas y clases sociales. Basándose en el principio de Spencer, en 1889 Andrew Carnegie publicó un artículo titulado “Riqueza”, convertido en una Biblia del capitalismo estadounidense. Carnegie justificó “la gran desigualdad del entorno y la concentración de negocios en manos de unos pocos”, porque “la civilización misma depende del carácter sagrado de la propiedad, que proviene de la ley inmutable de la naturaleza llamada “ley de la competencia”. A esta ley  “le debemos nuestro magnífico desarrollo material, que trae consigo mejores condiciones de vida”. Así se llegaría a “resolver el problema de ricos y pobres” para “traer paz en la tierra entre los hombres de buena voluntad”. Agregaba Carnegie que los ricos son elegidos por Dios por ser virtuosos y son elegidos por la naturaleza por ser aptos. Los pobres son maldecidos por Dios por su inmoralidad y son maldecidos por la naturaleza por su incapacidad para competir en las esferas del capitalismo.

En 1885, Josiah Strong publicó “Our country” (“Nuestro país”), ratificando la premisa básica del “Destino Manifiesto”: Estados Unidos es la encarnación de “la mayor de las libertades, del cristianismo más puro y de la civilización más elevada”.  Como consecuencia, “deberá inculcar sus instituciones al género humano para difundirlas por toda la tierra”. La “supremacía estadounidense” requeriría de una política promotora de la expansión global que, a la vez, permitiera creer que no se trataría de imperialistas, sino de benefactores de la humanidad. El primer lugar lo ocuparía el sector privado en la conquista del mundo. El gobierno y los militares ocuparían un aparente segundo plano, a fin de facilitar la expansión económica a través de negociaciones para disminuir las restricciones de los distintos países “beneficiados”.  En forma cuidadosa quedaría claramente establecido que el poder militar estadounidense estaría listo a intervenir en caso de verse amenazados los intereses comerciales de su país. Es así como USA siempre ha justificado las acciones militares como defensa propia y no como agresiones.

Si el capitalismo está basado en el orden natural de las cosas, entonces la expansión económica estadounidense también forma parte del orden natural. Si USA es una nación cristiana, entonces la expansión económica es un acto de caridad cristiana. Si Dios bendice a los justos con la riqueza y maldice a los pecadores con la pobreza, entonces Dios propicia la expansión económica. Si Dios escogió a USA entre todas las naciones, entonces USA tiene el derecho de ejercer la expansión económica.

Esta ideología se ha entronizado mediante el colonialismo cultural ejercido por USA a través de los medios de comunicación y del acceso a sus Universidades para plasmar vulgares afirmaciones a modo de dogmas en las mentes de estudiantes del mundo que, posteriormente, accederán a cargos directivos de sus respectivos países. Es por eso que hoy asistimos a la descalificación de los valores del espíritu a favor del mercantilismo, imponiéndose saberes mecánicos, estableciéndose relaciones similares a las piezas de una máquina, fomentándose la ideología totalitaria y deshumanizante del neoliberalismo, transmitiendo mentiras de manera descarada y argumentando con falacias. Es lo que nuestro país ha padecido y su pueblo está buscando transformar.

En Chile hoy es indispensable que las organizaciones sociales comprendan el nivel en que se encuentra la lucha de clases, para “tomar la historia entre manos” y así desarrollar la cultura, la salud, el trabajo, la seguridad social, el alimento, en fin, el derecho a vivir con la dignidad que corresponde a cada persona humana, lo que comienza “cuando se descoloniza la mente del oprimido de la presencia del opresor”. Pues nadie es oprimido por elección, sino como consecuencia de las condiciones objetivas en que se encuentra (3). No es posible aceptar que la ideología de la clase dominante continúe imponiendo por la fuerza y la tergiversación de los acontecimientos sus intereses económicos por sobre el derecho a la vida.

Los grandes empresarios, impregnados de la ideología necrófila del neoliberalismo y que las máximas autoridades cumplen  ejecutando sus disposiciones, han dicho públicamente que en Chile “morirán los que tienen que morir” y que “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas” (4).

NOTAS

  • (1) Cfr: Pablo VI, “Populorum progressio” (Sobre el desarrollo de los pueblos). Nº 26 (Ed. Paulinas, Roma, 1967).
  • (2) Cfr: Richard T. Hughes, “Mitos de los Estados Unidos de América”. (Ed. Libros Desafío, Michigan, USA, 2005).
  • (3) “Esa escuela llamada vida”. Diálogo de Paulo Freire con Frei Betto (Ed. Legasa, San Pablo, 1985).
  • (4) Carlos Soublette, Presidente de la Cámara de Comercio de Santiago (Radio Cooperativa, de Santiago de Chile, 16-4-2020).

Por Hervi Lara B.

Santiago de Chile, 26 de julio de 2020.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones