Piñera, ¿el nuevo Uribe de América del Sur?

A cinco meses de que Piñera asumiera la presidencia hay sólo tres indicios de que el Gobierno ha cambiado de manos: un logo digno de concurso internacional, los despidos masivos de funcionarios públicos, y la nueva política hacia las Américas

Por Wari

15/09/2010

Publicado en

Columnas

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A cinco meses de que Piñera asumiera la presidencia hay sólo tres indicios de que el Gobierno ha cambiado de manos: un logo digno de concurso internacional, los despidos masivos de funcionarios públicos, y la nueva política hacia las Américas. Así como suena. El nuevo gobierno ha roto con la vieja tradición republicana de hacer de la política exterior un problema de Estado. Hasta antes de este gobierno, y salvo por el exabrupto del embajador chileno en Caracas para el golpe de 2002 y por uno que otro descontrol del ex-Canciller Foxley -nuestro Donayre criollo-, Chile había privilegiado una política de relaciones distantes aunque cordiales con Venezuela. Pero desde que Piñera asumió la presidencia, ni las necrologías en honor a antipoetas aún vivos o los sentidos homenajes a náufragos de ficción han logrado ocultar la creciente hostilidad del establishment político en general y de La Moneda en particular hacia Venezuela y Hugo Chávez. Chile se encuentra en medio de un más que evidente viraje anti-chavista y pro-Washington en su política exterior.

¿Cómo y por qué el más que evidente viraje del nuevo gobierno constituye un cambio en la política exterior chilena? El anti-chavismo del nuevo gobierno obedece a una redefinición político-ideológica de la doctrina de la política exterior hacia la región y de la posición de Chile en la lucha de bloques hemisféricos. En efecto, como vengo anunciando desde hace dos años en “Análisis del Año” (Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile), la política interestatal en las Américas sufrió una importante transformación a partir de 2006. Con las llegadas a la presidencia de Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, la Venezuela de Chávez abandona su aislamiento político-ideológico (aunque no económico) en la región y conforma junto a ellos un bloque hemisférico. Un bloque hemisférico se comporta igual que un bloque histórico al interior de una comunidad nacional: todos sus integrantes, aunque heterogéneos entre sí, actúan de forma coordinada y concertada, de tal modo que si los intereses de uno de ellos son afectados, todos (o la mayoría de ellos) responden en conjunto. Cuando se conforma un bloque, ya no son unidades políticas o sociales aisladas las que conducen o protagonizan las relaciones políticas o internacionales, sino los bloques mismos. Venezuela y sus aliados (Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay) conforman uno de los nuevos bloques hemisféricos. El otro gran bloque se conforma en reacción y oposición al anterior, y agrupa a los países opuestos a Caracas y alineados con Washington: hasta inicios del presente año, Colombia, México, Perú y Honduras. Los otros dos bloques son, en conjunto, más numerosos, pero, por diseño político, mantienen un perfil hemisférico más bajo y, por ende, son menos determinantes y protagónicos en la política hemisférica: el de los gobiernos no comprometidos con pero simpatizantes del bloque chavista (Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba, República Dominicana) y el de los gobiernos no alineados (hasta el 2009, Chile, Costa Rica, Panamá, Guatemala).

Pues bien, ¿en qué consiste el cambio de política exterior hemisférica del gobierno de Piñera? Simple: en el traspaso de Chile al bloque pro-Washington. El gobierno anterior hizo un esfuerzo sistemático por mantenerse en el bloque de los no alineados. Pero con la decisión política de reconocer a Porfirio Lobo y, además, de coordinarse en una acción de bloque con el gobierno de México para ese gesto político, Chile se estrena en el bloque anti-Caracas. De hecho, el cambio de bloque chileno no es meramente pasivo. En su nuevo domicilio político-ideológico asume un protagonismo regional impensable para la pusilanimidad del gobierno anterior. Por un lado, intenta y promueve con mucha propaganda una-muy-bullada-pero-probablemente-inexistente “integración bursátil” con dos eminentes gobiernos anti-chavistas (Perú y Colombia). Y, por el otro, con el intento de violar el derecho internacional que suponía la “vigilancia” de las elecciones venezolanas por parte del Senado chileno, asume un rol político y desestabilizador de Venezuela casi tan activo como el de Colombia. De hecho, con el perfil menos beligerante de Santos, Piñera parece convocado por Washington a llenar el vacío anti-chavista que acaba de dejar Uribe. ¿Estará dispuesto a convertirse en el nuevo Uribe de América del Sur? Y lo que es más importante, ¿estaremos dispuestos a que nos gobierne un Uribe?

Por Daniel M. Giménez

Sociólogo

Politika

El Ciudadano N°86, segunda quincena agosto 2010

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