Las recientes revelaciones de la diplomacia estadounidense relacionadas con nuestro país, dejan al descubierto una percepción ambigua del actual mandatario, señor Sebastián Piñera. En efecto, según se desprende de Wikileaks, la imagen del señor presidente se resume en la frase: “Piñera maneja la política y sus negocios al límite de la ética y la ley». Para decirlo con absoluta franqueza, esta afirmación no sorprende a nadie en el medio político y empresarial local.
Muchas de las actuaciones del actual mandatario, antes de alcanzar el sillón presidencial han ocupado las páginas de nuestra prensa, e incluso, hace algunos años, han sido escenificadas en vivo por las pantallas de televisión. Sus enfrentamientos con reconocidos empresarios locales, así como su participación en sórdidos episodios de la vida política chilena, para no recordar su oscura forma de actuar en el dominio financiero, han hecho del personaje no sólo un multimillonario abanderado del neoliberalismo sino, para muchos, un magnate de dudosa catadura.
Si bien se trata de una de esas verdades bochornosas, ésta es reconocida no sólo por sus enconados adversarios sino, de manera más discreta, por muchos de sus adherentes. Lo que pudiera ser novedoso, y preocupante, es que el reconocido perfil del primer mandatario haya trascendido las fronteras, tanto a nivel diplomático como mediático, comprometiendo de paso la imagen del primer gobierno de derecha en Chile tras la dictadura militar.
El tema en cuestión es delicado puesto que no se trata, tan sólo, del comportamiento equívoco de un hombre-de-negocios. Nos estamos refiriendo, ni más ni menos, que al Presidente de Chile, con toda la carga política y simbólica que detenta el cargo. En este sentido, la imagen del señor Sebastián Piñera que se desprende de los cables diplomáticos revelados por Wikileaks representa un retroceso en toda la estrategia comunicacional construida en torno a su figura durante su primer año de ejercicio.
Este incidente está señalando la urgencia de separar con nitidez los intereses del ciudadano Piñera de todo cuanto diga relación con su papel como presidente del país. Toda ambigüedad respecto de un asunto tan sensible enloda no sólo el decoro sino cierta “ética cívica” que debiera presidir el comportamiento de cualquier gobierno. La más mínima prudencia invita a revisar este expediente, para evitar situaciones que, en el límite, pudieran significar, digámoslo, nuevas formas de corrupción.
Los chilenos guardamos una muy triste memoria de aquella época negra de la dictadura de Augusto Pinochet en que la inmoralidad pública se enseñoreó entre nosotros, con toda su secuela de crímenes y negociados. En una democracia, como la que estamos empeñados en construir, hay límites que deben ser respetados por todos; este precepto incluye, muy especialmente, a las autoridades, aunque sean connotados plutócratas de la derecha chilena.
Por Álvaro Cuadra