¿Por qué los salarios se reducen?

A nivel local, las lógicas precarizadoras no son diferentes a estas tendencias globales

Por Wari

30/10/2013

Publicado en

Columnas

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A nivel local, las lógicas precarizadoras no son diferentes a estas tendencias globales.

En Chile, según la Encla 2011, el 45% del total de trabajadores no gana más de $344.000 mensuales, unos 730 dólares aproximadamente. Además, según la misma encuesta, el 20% de los contratos calificados de “indefinidos” no alcanza a superar el año de antigüedad laboral y, por otro lado, de los 800 mil nuevos empleos que se han creado los últimos cuatro años, durante la administración de Sebastián Piñera, el 70% corresponde a empleo externalizado, es decir, subcontrato, suministro de personal o enganche temporal, en otras palabras: empleo precario.

Un caso ejemplar de estas tendencias precarizadoras del mercado del trabajo nacional lo encontramos en el sector productivo minero, el más importante del país. En Codelco, el mayor productor de cobre del mundo y una de las empresas que más aporta al PIB nacional, la cantidad de personal subcontratado por la compañía se ha cuadruplicado, en los últimos trece años, pasando de 13.153 –en el año 1999– a 55.707, en el 2012. Así, en la actualidad, existen 2,9 trabajadores subcontratados por cada trabajador contratado de forma directa por la estatal.

El `sueldo de Chile´, al igual que la riqueza que se produce a nivel mundial, se sostiene –en buena medida– en los endebles tabiques del subcontrato y el trabajo precario.

La tendencia del capital global y local es que, en virtud de generar mayores niveles de plusvalía, somete, degradando, al trabajo. Las principales consecuencias de esta coerción para la clase trabajadora han sido:

1. Un mercado laboral que se organiza bajo el prisma de la adaptabilidad de los actores que en él confluyen.

2. Una optimización del uso de la fuerza de trabajo, tanto al interior del proceso productivo (“adaptabilidad”) como fuera de este (“subcontrato”, o “externalización”), según cambien, aumenten o disminuyan las necesidades de la producción.

3. Coacción y formación de determinada “forma de ser” de los trabajadores que, en vez de oponerse, desafiar o rebelarse frente a las condiciones de explotación generadas por el capitalismo, se hacen funcionales a este, desarrollando e incrementando las lógicas y los intereses propios del poder, vinculados –principalmente– al libre mercado y el consumismo, asegurando, así, su reproducción y ampliación permanente, al tiempo que somete y domestica a los sujetos.

4. Desarticulación, por la violencia o mediante su limitación jurídica, de los actores colectivos en general y del sindicalismo en particular, en tanto potenciales gestores de resistencia, oposición y producción de un proyecto social alternativo.

5. Individualización radical, competencia permanente y descredito de los colectivos como lugares de representación.

6. El miedo como arquetipo de vinculación con la actividad productiva. Con esto me refiero al miedo de parte de los trabajadores a: No estar preparados para ejercer los desafíos que impone el capital; no poder adaptarse; la cesantía; generar organización; la alteridad, es decir, al otro como competencia y, por lo tanto, amenaza; desplazamiento del conflicto inherente a la relación Capital/Trabajo al binomio Trabajador/Trabajador, haciendo perder, de paso, cualquier solidaridad de clase; la banalización de la precarización del trabajo que permite su aceptación a partir de la vulnerabilidad a la que están expuestos los trabajadores.

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