¿Quién se hará cargo del futuro de Allende?

La izquierda del siglo veinte chileno tuvo como pilar a sus partidos populares, pero conformó también una gran corriente de pensamiento y acción

Por Wari

29/10/2013

Publicado en

Columnas

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La izquierda del siglo veinte chileno tuvo como pilar a sus partidos populares, pero conformó también una gran corriente de pensamiento y acción. Allende fue fundador y líder de la izquierda como tal: un movimiento político y social heterogéneo, influyente en la cultura, que se cimentó sobre la idea de agrupar fuerzas en torno a un proyecto compartido y a un modo de impulsarlo. Consiguió alcance nacional, amplió continuamente su base popular y estableció entre sus componentes vínculos constantes. Ese tipo de movimiento, que se conoció como “allendismo”, fue protagónico por dos decenios. Los partidos de entonces, el Partido Socialista y el Partido Comunista, eran sus componentes principales. A ellos se sumaron luego la mayor parte del radicalismo y sectores desprendidos del tronco demócratacristiano. El allendismo, en las condiciones de su tiempo, logró la convergencia de las organizaciones políticas con los principales movimientos sociales de entonces: el sindicalismo agrupado en una sola central, organizaciones poblacionales muy activas en las “tomas” de terrenos y en la lucha por una vivienda digna, campesinos que pugnaban por su derecho a la tierra, mujeres que levantaban la igualdad de género como bandera, jóvenes trabajadores y estudiantes politizados. La participación de ciudadanos sin partido, los “independientes de izquierda”, fue muy numerosa. Tanto que en algún momento de la campaña de 1964 Allende sugirió la idea de crear la “militancia FRAP” (Frente de Acción Popular, el nombre del entendimiento de izquierda de entonces), que implicaba la adhesión al movimiento y no necesariamente a alguno de sus componentes. Era una innovación. Pero, en esa época, los partidos fueron un instrumento político prestigioso y vital, y la insinuación se disolvió sin dejar huella.

La forma y modos cómo se armó aquel encadenamiento también fue, como es obvio, condicionada por su tiempo. Una idea clave era construir izquierda sobre la base de admitir y respetar las diferencias. Siempre subsistieron grupos pequeños al margen de la gran corriente, pero sólo el MIR, al promediar los sesenta, levantó un proyecto fundacional de izquierda revolucionaria separado del allendismo. Sin embargo, nunca concibió a éste como a un enemigo y no clausuró los vínculos con los partidos y con el propio Allende.

El movimiento allendista, la expresión más amplia de la izquierda que haya conocido nuestra historia, generó un polo de atracción poderoso. Las coaliciones se hicieron cada vez más amplias y, al mismo tiempo, más perfiladas su propuesta al país. El magnetismo de la izquierda atrajo a una a parte del centro político. Segmentos significativos del ibañismo, del Partido Radical y dos desmembramientos de la Democracia Cristiana, en pleno gobierno de Frei Montalva, se unieron al allendismo.

Son muchas las razones por las que un proyecto como el descrito no resultaría eficaz hoy día. Mariátegui alertó sobre cómo sería el porvenir: “ni calco ni copia”. El futuro no será una imitación de la historia, porque la historia no existe para ser imitada y ahorrarnos así esfuerzos creativos. El presente es una escenografía condicionada por hechos objetivos e intervenirlo requiere de una enorme y audaz voluntad colectiva que debe expresarse de modo propio y original. Hoy la sociedad planetaria es muy distinta a la de hace medio siglo: el mercado ha penetrado todas las fibras de la vida humana y ha impuesto la razón comercial como rectora. El mundo bipolar anterior al derrumbe del muro de Berlín ya no existe y el poder mundial se ha concentrado en los Estados más mercantiles y sus grandes empresas.

En el plano nacional, la fuerza comunista es una gran sobreviviente de una fase universal de desmoronamiento y, en el caso específico de Chile, de decenios de persecución y exclusión. Eso demuestra una formidable fortaleza, pero su potencia efectiva ha disminuido comparativamente. El Partido Socialista, que cumplió el rol histórico de acrisolar en una sola organización y bajo una disciplina mínima a sectores sociales diversos con opciones ideológicas y teóricas no del todo coincidentes (anarcosindicalismo, marxismo, socialdemocracia, izquierda nacional popular, trotskismo, guevarismo) ha optado durante la post dictadura por una versión minimalista de sus aspiraciones políticas fundacionales y no cumple hoy la función que asumió y ejerció, honrosamente, en el siglo veinte. Al menos hasta ahora. Un segmento ciudadano muy significativo, en particular de jóvenes de izquierda, ha optado por protagonizar la activación de las demandas sociales más sentidas y por rechazar la lógica de las organizaciones partidistas establecidas y del modelo institucional encarnado en la constitución nacida en dictadura.

De este modo, la posibilidad que se abre es un proceso refundacional de una izquierda del siglo XXI en el que converjan miradas distintas y vigentes, de los partidos clásicos y nuevos y de las organizaciones y movimientos sociales. ¿Cómo será? Es vano pretender un pronóstico, hay que recurrir al lugar común: hacer el camino día tras día. Tampoco es posible predefinir sus liderazgos. Sin embargo, resulta evidente la emergencia de dinámicos líderes, jóvenes mujeres y hombres, con un trayecto largo por delante, que seguramente tendrán una palabra decisiva en la construcción de futuro. “Otros hombres” y otras mujeres -diría seguramente Allende hoy día- “superarán el momento gris y amargo” que significó el golpe militar.

Allende, para impulsar el despliegue de la izquierda, se afirmó siempre en la idea de unir, de converger. Aspiraba a una izquierda protagónica y potente. Y lo logró, eso lo logró. No cabe duda. Quizá, a estas alturas, lo más importante de ser allendista sea asumir ese legado y esa inspiración.

Habrá que ver. Veremos. Se verá. El futuro de Allende está por verse.

Por Jorge Arrate

El Ciudadano Nº146 / El Clarín Nº6.923

Septiembre 2013

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