Titanic televisivo y masa crítica

Teniendo en perspectiva la coyuntura social y sanitaria que se presenta a nivel mundial, no es un fenómeno inusual la condición de protagonismo superlativo que han adquirido los medios de comunicación en los últimos meses

Por Wari

01/05/2020

Publicado en

Columnas

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Teniendo en perspectiva la coyuntura social y sanitaria que se presenta a nivel mundial, no es un fenómeno inusual la condición de protagonismo superlativo que han adquirido los medios de comunicación en los últimos meses.

En tiempos de confinamiento exacerbado, la televisión es un analgésico que a muchas familias les permite abstraerse del agobiante encierro, explorando contenidos de entretenimiento pero sin desatender los espacios informativos. Respecto a estos últimos, es inevitable reparar en la cuestionable uniformidad de contenidos impartidos por la producción ejecutiva de los canales informativos nacionales.

Una insípida naranja sin más jugo por exprimir. La manoseada fórmula periodística que aplica para cubrir el impacto de la epidemia en Chile es repetida a diario y no goza precisamente de un alto estándar ético. Deteniéndonos en la programación, en primer lugar se bombardea al espectador persistentemente con los informes “oficiales” de contagiados: se presentan gráficos redundantes y sesgados, flojos análisis estadísticos y dudosos reportes por comuna que obedecen a una precaria metodología. En segundo lugar, se deja un segmento para cubrir hechos sensacionalistas referidos principalmente a incidentes chabacanos, donde para variar se acosa a inmigrantes (e.g. caso cité de haitianos) o a los desfavorecidos de siempre que han transgredido la cuarentena infringiendo alguna norma sanitaria. Y en tercer lugar, como una sagrada homilía para feligreses, la cobertura de los endebles informes de las honorables autoridades de gobierno, quienes no olvidemos, han incurrido ocasionalmente en groseros desaciertos comunicacionales.

En materia de salud, el mensaje que transmitan durante sus discursos es determinante, pues es su momento para reivindicarse ante la opinión pública por los errores del pasado, dando una señal política categórica; mostrando capacidades técnicas y poder resolutivo. En contraste, vemos cómo nuestros ministros se desenvuelven con admirable astucia y verborrea, presumiendo las grandiosas medidas de contención aplicadas y que lógicamente todos los gobiernos diligentes han gestionado sin fanfarria alguna, evidenciándose en la conducción de nuestro gobierno severas contradicciones e incongruencias logísticas. Como señalan académicos de Ciper Chile: “resulta alarmante escuchar a las autoridades chilenas referirse a  las medidas que toman, como si se tratase de asuntos resueltos o evidentes.” (González, R. y Kiwi, M. 2020).

Los expertos se ven donde las papas queman, por ello es que hoy nuevamente resuena esa incógnita latente en el consciente colectivo: ¿Dónde está el gobierno de tecnócratas que tanto vitoreó el oficialismo?

Ahora volquémonos a una disección de la caja estupidizante. En vista a la reprobable calidad de los contenidos transmitidos en el medio de comunicación de masas por excelencia, considero un imperativo moral que como sociedad nos cuestionemos el real aporte de la televisión chilena como mecanismo de difusión.

¿Contribuyen los canales de televisión a la interiorización de los conocimientos científicos/técnicos en la población?, ¿Se rigen por criterios eminentemente democráticos y pluralistas?, ¿Permiten estos medios la creación de una opinión pública que suponga una masa crítica realmente informada?

Como seres dotados de raciocinio debemos replantearnos nuestro hábito automático de asumir la misma clase de contenidos una y otra vez. Esto debe traducirse en identificar el consumo de ciertos significados socializados que nos son inyectados como un vicio a través de la TV. El resultado de estos procesos es, en efecto, una subordinación a las imágenes e ideas predefinidas sistemáticamente por quienes pretenden preservar el “status quo”, controlando la industria cultural. Esta última concepción es profundizada en los postulados de la teoría crítica y en especial del reconocido filósofo y sociólogo alemán Herbert Marcuse, en su ensayo El hombre unidimensional (1964).

A juicio personal (y creo que el de muchos), existe una brecha simbólica importante entre la realidad que debe enfrentar el promedio de la población chilena con los asuntos que son transmitidos en la televisión, y, los cuales, paradójicamente, sus líneas editoriales utilizan para erigirse como “la voz del pueblo”. Claro, los medios televisivos trabajan para el pueblo, pero dogmatizando, manteniéndolo ignorante y anulando su sentido crítico a través de información subjetiva y relativizada. El éxito lo tienen garantizado, pues se han convertido en excelentes instrumentos de dominación trabajando para intereses privados.

Los capitanes solo ven la punta del Iceberg. El hundimiento de la televisión chilena avanza a pasos agigantados y los que comandan el barco se resignan a comprender que no basta con sostener explicaciones simplistas de la realidad país. Se olvidan que bajo la superficie estructural donde circulan los privilegiados existe una gran fuerza colectiva de ciudadanos agotados de las injusticias, mareados de postverdades, cansados de soportar en sus hombros un modelo de desarrollo articulado por y para las élites, que encima proyecta gracias a los medios televisivos una radiografía ficticia del acontecer nacional.

El naufragio de este Titanic nos dicta que la distorsionada consigna “cuidémonos entre todos”, actualmente tiene más sensatez traducirla como un “sálvese quien pueda”. Al menos sin ser expertos epidemiólogos, por sentido común, todos sabemos que los virus no discriminan.

Referencias:

Por Luis Saavedra Sperberg

Licenciado en Ciencias Políticas y políticas públicas

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