Tranquilein Jhon Wayne

Como consecuencia del estudio de las adicciones por largo tiempo, finalmente llegue a comprender que todos los seres vivos que se mantienen por lo que conceptualmente se define como instinto, tienden naturalmente al hábito y corren el riesgo de caer en la adicción o dependencia a aquello que les produce bienestar o les da alguna […]

avelinoComo consecuencia del estudio de las adicciones por largo tiempo, finalmente llegue a comprender que todos los seres vivos que se mantienen por lo que conceptualmente se define como instinto, tienden naturalmente al hábito y corren el riesgo de caer en la adicción o dependencia a aquello que les produce bienestar o les da alguna forma de placer.

Es decir, adquieren una tendencia a conductas irrefrenables que no tenían en un comienzo hacia parejas en los enamoramientos (que naturalmente han terminado en muertes en un porcentaje de casos ya sabemos), al consumo de sustancias en la adicción a drogas, al juego, al poder, o a rituales representativos del poder y la seguridad como en las religiones y la política, y al dinero -por su puesto- que puede significar todo a la vez. Además y por la misma razón se presentan dichos impulsos incontrolables en enfermedades, tal es el caso del Trastorno Obsesivo Compulsivo, en las que hay conductas irrefrenables, que tienen algún significado especial para quien las hace, aunque a la vez le parezca absurdo no poder evitarlas y le produzcan a veces considerables problemas.

Todo esto lo he resumido en el término “estructura biológica de la codicia”, que no toca un pelo de mi modestia porque finalmente es un refrito de mi experiencia profesional, que es siempre la experiencia con otros. Es un plato conocido que yo he bautizado con un nombre y presentado con estilo, como cualquiera. Es decir, lo seres humanos tenemos una estructura biológica de la codicia, bien fundamentado científicamente si se quiere para darle respaldo, aunque el sentido común por otro lado hace rato que lo sabe por la contundente empírea de vivir, al alcance de todos.

Desde este punto de vista, la aparición con escándalo de casos como PENTA que ha golpeado a la UDI principalmente, y el caso CEVAL que ha tocado a Sebastián Dávalos y a la Nueva Mayoría por ser aquel hijo de Michelle Bachelet, me permite referir dichas situaciones como algo normal en la vida de las personas y de las sociedades por ende.

Reaccionamos con sorpresa, pero no es ninguna sorpresa, todos en más o en menos estamos enterados de eso. Por mucho que la reacción de rasgar vestiduras y caer al suelo con convulsiones de transparencia parezca decir lo contrario sobre nuestra convivencia, en este largo, angosto, y a veces pequeño país llamado Chile; por otro lado muy querido amado y a veces hasta genial.

Ahora resulta que “las mayorías” le muestran los colmillos a la corrupción ¿serán tan honestas como para tener esperanzas reales de cambio? Ahí si que me dejarían pillo: probablemente no. Si así fuera, en buena hora porque una revolución de la sinceridad y honestidad sería infinitamente más efectiva en equidad que cualquier medida sobre la productividad. Creo también que una situación que nos haga caer nuevamente en conciencia de nuestra tendencia natural a la codicia, y por tanto al egoísmo con su derivación natural que es la división social y la violencia, puede ser una oportunidad para un mejor orden social.

En esta coyuntura a la que me refiero, una consideración especial para los medios de comunicación, e incluyamos ahí las redes sociales también. Desde ya hace tiempo los medios de comunicación estan en este camino de la codicia y de la compulsión. Se han entregado al hábito de disociar el país por buscar su propio poder, hacernos pelear, en una doctrina cínica de “destruccionismo”, del caluga o menta. Todo conduce a que caigamos en cuenta que los medios de comunicación viven de hacernos pelear, de atacar a las autoridades, a la institucionalidad. Cuando han escandalizado y denigrado a los políticos que es lo paradigmático de esta moda charcha, parecen encontrarse razón a si mismos porque en las encuestas la política tiene la más baja confiabilidad y el máximo rechazo; que su propia práctica diaria ha contribuido especialmente a crear. Esa forma de actuar de los medios de comunicación también surge de la estructura biológica de la codicia de la que he hablado: tienen una compulsión al poder que significa manejar la comunicación, especialmente ahora, y lo quieren mantener.

De hecho incluso los medios que pasan y posan por progresista, y lo son en muchos aspectos – yo los tengo casi por familia-, incluyendo el periodismo investigativo, muchas veces pertenecen a cadenas de radio que son casi podríamos decir oligopolios (esta demás dar nombres). A pesar de lo cual dan clases magistrales a diario de democracia, progresismo, transparencia y otras virtudes puntillistas similares embazadas en majaderos requiebres discursivos “hincha bolas”. A veces parecen depresivos pero no: van detrás del poder y del billete, así es que no se saca nada con echarle un poquito de fluoxetina al agua potable junto con el cloro

Ahora que se acerca marzo -este quintal que tenemos que echarnos si o si al hombro-, además de tomar conciencia en buena forma de nuestra responsabilidad en muchas dificultades, recordemos que hay que empujar juntos el carro, que el respeto, el afecto, la tolerancia, y las habilidades para unir, coordinarse armónicamente es absolutamente camino para la convivencia social y la felicidad, y cuando corresponde suele ser una práctica mejor que la disociación, el enardecimiento y la automutilación. ¿Queremos criticar para hermosear el paisaje con generosidad o nos vamos a mantener, hasta podríamos decir voluntariamente o “por pauta”, en el encarnizamiento de la mocha permanente y la descalificación?

No me esta gustando que me inviten a pasar con la cabeza metida en el wáter, ni que cada nuevo día sea otro rodar agarrados de las mechas en un polvazal de patadas donde no está claro el paso que estamos dando . Además, ya forman rumas los que caen a la orilla del camino con Crisis de Pánico y otras rabias y temores descontrolados de última generación, que son costos en alguna medida asociados al salpiqueo de estas malas ondas que se nos esta enredando en los tobillos. Hay una comprensión de las cosas que habla de que hay que gozar el camino y no esperar la meta, para sentirse satisfecho, agradecido.

No quiero que tengamos que recurrir al alcohol, el agua oxigenada ni a la povidona para curar un país con el corazón rasmillado. ¡Vamos Chile, arriba con ese marzo!

Avelino Jiménez
Psiquiatra

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