Columna de Opinión

Transición energética: entre la disputa global y la oportunidad regional

Reflexionar sobre esta transición energética en el marco de la confrontación sinoestadounidense, desde la perspectiva del Sur Global —y en particular desde América Latina como región proveedora de minerales críticos— es hoy más urgente que nunca.

Transición energética: entre la disputa global y la oportunidad regional

Autor: El Ciudadano

Por Axel Bastián Poque González

Mucho se ha escrito sobre la creciente confrontación entre la República Popular China y los Estados Unidos de América. Mientras este último busca sostener su hegemonía global a través de una arquitectura político-institucional, económica y militar, China avanza con paso firme mediante una estrategia centrada en la expansión comercial y la cooperación internacional. Esta apuesta le ha permitido tejer una red de alianzas cada vez más sólida, especialmente con países del Sur Global que emergen como actores clave en la reconfiguración del orden mundial.

Sin embargo, a diferencia de otras disputas hegemónicas en la Historia, el escenario actual está profundamente marcado por un nuevo factor determinante: la crisis climática. En este contexto, el mundo ha comenzado —aunque con timidez y no pocas contradicciones ni ambages— a plantearse la necesidad de abandonar los combustibles fósiles. A pesar de décadas de advertencias científicas y evidencias cada vez más contundentes, fue recién en la Conferencia de las Partes (COP28), celebrada en Dubái en diciembre de 2023, cuando se acordó avanzar, por primera vez, hacia una eliminación gradual de estos recursos energéticos. Aquello marca un hito que debería inaugurar, al menos en el plano discursivo, una era de transición hacia un mundo post-fósil.

No obstante, a pesar de los avances relativos en las últimas décadas, esta transición post-fósil todavía parece lejana. Hoy, alrededor del 80 % de la energía primaria mundial sigue proviniendo de fuentes fósiles. La urgencia, sin embargo, es indiscutible: si se desea mantener el calentamiento global dentro de los márgenes considerados “seguros” para la vida humana —no más de 2 °C por sobre los niveles preindustriales— es imperativo avanzar hacia una matriz energética con bajas o nulas emisiones de carbono. El planeta ya ofrece señales alarmantes y regiones como la latinoamericana sienten aquello: equilibrios biofísicos alterados, eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes e impredecibles, y una creciente incertidumbre respecto de la habitabilidad futura.

Dicho esto, vale la pena preguntarse: ¿cómo procede la disputa entre China y Estados Unidos en este nuevo escenario global? ¿Cómo se posiciona Latinoamérica en este tablero? Aunque el capital financiero, vinculado estrechamente a la creciente digitalización, ha ganado protagonismo frente al capital industrial, la idea de una economía “desmaterializada” resulta insostenible bajo el modelo actual. Como han advertido economistas ecológicos, siguiendo la impronta de Nicholas Georgescu-Roegen, toda actividad económica requiere inevitablemente de materia y energía. Incluso en una economía basada en energías renovables, los dispositivos que permiten convertir, por ejemplo, la energía solar en electricidad —como los paneles fotovoltaicos— dependen de minerales críticos y de complejas capacidades tecnológicas para su producción, instalación y mantenimiento.

Paradójicamente, muchos de estos dispositivos, concebidos como parte de un futuro sustentable, conllevan altas huellas de carbono a lo largo de su cadena de suministro, además de estar frecuentemente asociados a conflictos socioambientales en los territorios donde se extraen los minerales que los componen. Todo ello tensiona los límites planetarios y expone las contradicciones de un modelo intensivo en materias primas, basado en la ilusión de infinitud.

En la carrera por liderar la transición energética, y el nuevo entramado global asociado, China ha tomado una ventaja significativa. Mientras que en Estados Unidos —especialmente bajo los gobiernos de Donald Trump— se ha insistido en una política de “drill, baby, drill” que refuerza el rol del petróleo e ignora la crisis climática, China ha trazado una estrategia de largo plazo orientada al desarrollo de tecnologías renovables, eficiencia energética y respuesta a la creciente demanda eléctrica y digital. A pesar de las divergencias estadísticas, se estima que más del 70 % de los paneles solares producidos en el mundo provienen de China.

Este panorama tiene profundas implicancias para los países que suministran las materias primas indispensables para dicha transición, los cuales son mayormente parte del Sur Global. Aun cuando China se posicione como líder energético, la relación con los proveedores de materia prima sigue estructurada por lógicas de dependencia. Brasil constituye una excepción parcial en América del Sur, al haber implementado capacidades tecnológicas, como, por ejemplo, visibles en la producción de turbinas eólicas o el desarrollo del biocombustible. En cambio, países como Chile o Perú, pese a ser grandes productores de cobre —un insumo esencial para las tecnologías limpias—, aún carecen de una industria capaz de agregar valor al mineral dentro de sus fronteras. Esto perpetúa esquemas extractivistas que los mantienen en posiciones subordinadas dentro de la economía global de la transición.

Reflexionar sobre esta transición energética en el marco de la confrontación sinoestadounidense, desde la perspectiva del Sur Global —y en particular desde América Latina como región proveedora de minerales críticos— es hoy más urgente que nunca. Si bien pensar y actuar en bloque ha sido históricamente una tarea esquiva para nuestros países, Latinoamérica cuenta con una ventaja no menor: es una de las pocas regiones del mundo que ha logrado sostener largos períodos de paz entre sus naciones. Esta estabilidad constituye una base invaluable para avanzar en alianzas estratégicas de largo plazo que aborden de forma conjunta los desafíos energéticos y climáticos. Aprovechar esta coyuntura, aprender de las experiencias de países vecinos y apostar por la innovación tecnológica y la agregación de valor en origen son tareas ineludibles si se quiere construir una transición energética más justa, soberana y sostenible para la región.

América Latina tiene ante sí una oportunidad histórica para superar su tradicional rol como exportadora de materias primas y avanzar hacia una transición energética con sello propio. Ello exige cooperación regional, planificación estatal, inversión en tecnología y voluntad política. Como bien recordó Lula da Silva en la cumbre Democracia Siempre: “somos herederos de una larga tradición que nace en las luchas por la independencia, la abolición de la esclavitud, la conquista de los derechos laborales y el sufragio universal”. Esa herencia nos convoca, hoy, a disputar no solo el rumbo energético, sino también el futuro del desarrollo y la justicia global.

Por Axel Bastián Poque González

Investigador postdoctoral


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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