A la deriva: entre la “marea roja” y algunos pensamientos aguafiestas

Sin tener profundo interés en un partido de fútbol, pero inspirándome en la conocida frase “nada humano me es ajeno”, quise vivir el rito social del momento: ver en la calle el primer encuentro de la Selección Chilena de fútbol, conocida popularmente como “La roja”, en el mundial de Sudáfrica.
Sinceramente, no quise atender completamente la pantalla y el desarrollo del partido contra Honduras, enfrentado a tan particulares manifestaciones de la hinchada local, conocida por la barra pop como la “marea roja”. Mi interés no pasó por analizar futbolísticamente el encuentro. Tampoco agoté esta mañana todas las reflexiones críticas frente al fenómeno futbolístico. Esto es sólo un breve relato personal sobre un hecho social.
Tras levantarme bastante más temprano que de costumbre y de compartir la ansiedad de quienes viven en la periferia y deben confiarse al transporte público para llegar con puntualidad, definí mi primer destino: el sector de la Chimba, también conocido como Barrio Mapocho, y específicamente la Vega Central.
El primer (y finalmente único) gol me encontró comiendo un pan con palta en un negocio peruano, empapelado hasta el tuétano con afiches y cotillón de “La roja”. “Ya… ‘ta toa, vamo’ a tomarno’ una cajita de vino pa’ celebrar”, me dijo una vieja cargadora de la Vega Chica, cuando todavía el partido ni siquiera iba en la mitad. Me pareció un optimismo ejemplar y ejemplar su invitación, la que rechacé tomando en cuenta mis antecedentes etílicos más próximos.
Aproveché el medio tiempo para seguir el recorrido, ahora hacia la pantalla del Paseo Ahumada, en pleno centro de Santiago, no sin hacer una escala en el abarrotado y turístico Mercado Central. En el camino -ahora aclarada la mañana- se percibía una extraña latencia, mezcla de negocios semiabiertos, escasez de personas en las calles y un murmullo de masas invisible en su origen. Imposible no sentir, también, una extraña mezcla de alegría y desazón, frente al quiebre parcial del sentido del tiempo impuesto por el capitalismo. Se bebía, se reía, se comía a destajo a una hora dispuesta para iniciar el trabajo. No obstante, considerando los alcances en el control social que representan estos eventos masivos, cualquier perspectiva radical se me desintegraba en un grito de gol.
Mientras buscaba un lugar para ver la enorme pantalla (bajo el influjo de las neo-cornetas) pensaba en lo beneficioso que sería musicalmente que los niños desde pequeños aprendieran a soplar instrumentos libremente. Asimismo, presenciaba el valor de uso dado masivamente a dos objetos comunes -y que no sirven de mucho en su forma original: Guías de teléfono y diarios nacionales picados como challas. Algo más creativo y autónomo de producir que las típicas challas circulares, pero –sin ánimo aguafiesta- igual de extenuantes de recoger del piso para quienes asean las ciudades.
Entre las sensaciones e ideas que me cruzaron la cabeza, como destellos de un sueño que ya conocía, recordé que el espectáculo “no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada por imágenes” (Guy Debord). Y ahí estábamos nosotros. La enorme pantalla y su contenido nos relacionaban, como proyecto y resultado material del modo de producción existente y no sólo como un superficial show televisivo.
Pero como seguir en estos pensamientos no era del todo recomendable, festejé el término del partido con aplausos y me animé a continuar junto a la deriva colorada, que… ¡Oh! … apuntaba su camino hacia Plaza Italia, epicentro de celebraciones.
Pingüinas y pingüinos pelusones, universitarios, señoras y señores con guaguas, metaleros, punkis, marihuaneros, angustiados y ebrios de madrugada, patriotas todos, futboleros todos. Y los Carabineros, antagonistas vía provocación y enfrentamiento, pasaron a ser protagonistas de la celebración con sus armamentos y dispositivos, para gracia de la mayoría. Lecciones de materialismo histórico, de revuelta urbana espontánea y duda sembrada sobre el escenario para los partidos que se avecinan.
Y yo que me retiraba pensando: Porque lo que ha sido separado irreconciliablemente y se manifiesta en la contradicción cotidiana, no podrá ser reunificado vía manifestaciones superficiales del entretenimiento. Ni aunque Chile gane un Mundial de Fútbol.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano