Umbingelelo Sudáfrica 2010 (II): Fútbol, negocios y necesidad de las masas

El 10 de octubre del 2009 la selección nacional de Chile consiguió su pase al mundial de  fútbol FIFA a realizarse en Sudáfrica entre el 11 de junio y el 11 de julio del presente año, esto tras vencer por 4 goles a 2 al combinado de Colombia en la ciudad de Medellín

Por Wari

12/06/2010

Publicado en

Actualidad / Deportes / Economí­a / Mundo

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El 10 de octubre del 2009 la selección nacional de Chile consiguió su pase al mundial de  fútbol FIFA a realizarse en Sudáfrica entre el 11 de junio y el 11 de julio del presente año, esto tras vencer por 4 goles a 2 al combinado de Colombia en la ciudad de Medellín. Fue un partido que, como de costumbre, mantuvo atentos a todos los aficionados quienes, tras el triunfo, celebraron enardecidos por algo que gracias a una evidente construcción cultural consideran como propio. Y es que las posibilidades de clasificar a un mundial han sido tan escasas para los hinchas de la selección, que cuando sucede, se desbordan las más ridículas pasiones nacionalistas y se crea un cerco mediático monotemático que anula un acontecer mucho más amplio,
y por cierto, mucho más trascendente para el desarrollo y desenvolvimiento de nuestras vidas.

En el artículo escrito para el numero anterior, abordamos la tensión racial presente actualmente en Sudáfrica y las amenazas de boicot que asustan a los organizadores del mundial; en esta oportunidad, intentaré acercarme más al negocio que existe tras el fútbol, es decir, a las posibilidades económicas que nacen de su desarrollo, que por cierto son incalculables, y a los mecanismos que ha utilizado el sistema para construir un magnánimo puente entre la entretención, las necesidades y el consumo.

El futbol se ha convertido en las últimas décadas en el deporte más popular del mundo. “El deporte rey” como  le  llaman algunos, moviliza a una cantidad incalculable de personas e inspira una cantidad aun más abrumadora de elementos culturales funcionales a las estructuras de poder. Tanto es así, que según un estudio, al menos un tercio de la población mundial se declara fans de algún club, o bien, sólo de este deporte en general. Y es que con esa cantidad de seguidores, por supuesto que hace rato se convirtió en uno de los negocios predilectos para los grandes magnates de la economía global, y también para varios burgueses de menor talla en todos (o casi todos) los países del mundo. Pero hace sólo algunas décadas atrás, el futbol no era lo mismo, y no es que haya sido distinto en su esencia, si no que se transformó históricamente en base a las posibilidades comerciales, sociales y hasta políticas que podía entregar.

Quizás, el fenómeno se vio incentivado por la inclusión de la televisión en el mercado global como un producto de “primera” necesidad en toda familia, de cualquier estrato social, y consecutivamente con el destacado rol que el futbol tomó en las pantallas. Si bien, hacía tiempo que las radio emisoras ya le daban un papel fundamental, sólo será la televisión quien logre llevar a la hipnosis a  las grandes mayorías de aficionados, y esto porque la pequeña caja transmisora es el espacio por donde se despliegan todos los  intereses  fundamentales del negocio futbolero, desde la publicidad, que se paga esencialmente por las posibilidades de que una marca se repita en mayor cantidad de ocasiones en señal abierta, hasta la directa compra de los derechos por la transmisión de los partidos, los que sólo se pueden ver contratando un plan de televisión por cable, y además, pagando más de 5 mil pesos sólo por el canal Premium.

Pero  la bola de pelos que  fue tomando fuerza sobre todo desde los años 90’ ya ha llegado al  limite de  la desvergüenza,  las cantidades que hoy se manejan son absurdas. Para Sudáfrica 2010, por ejemplo, se han invertido 475 millones de dólares, de  los cuales se pretende obtener beneficios por 541 millones; si  las cifras son certeras, en Sudáfrica quedarían 66 millones de dólares como superávit, ahora el tema es ¿Dónde quedan esos billetes verdes? Ciertamente, una parte queda distribuida en pequeños comerciantes, trabajadores exclusivos para la oportunidad o independientes que aprovecharán la ocasión para ganarse unos pesos, pero sin duda, las grandes cantidades quedarán donde siempre: en  los bolsillos de los magnates, esos mismos que pueden invertir más, para ganar más: brillantes jugadores del libre mercado.

Pero podemos llevar las cifras a los sponsors (marcas publicitarias) que entran con  las camisetas a la cancha. En el medio chileno por ejemplo, Colo-colo cerró un contrato por 2 millones de dólares anuales con una conocida marca de cerveza, mientras que la Universidad de Chile, recibe  1 millón de dólares de manos de una compañía de telecomunicaciones. Sin duda, a nivel internacional,  las cifras se multiplican enormemente, por el mismo concepto el millonario equipo Real Madrid recibe cerca de 30 millones de dólares por temporada de su patrocinador, en tanto el Manchester United recibe alrededor de 43 millones siendo el club con mayor ingreso por sponsor en el mundo. Si llevamos las cifras a los individuos vemos que, por ejemplo,  Jorge “el mago” Valdivia, quien es el jugador mejor pagado del seleccionado chileno, gana unos  163 millones de pesos mensualmente, y que el futbolista mejor pagado en el mundo es el portugués Cristiano Ronaldo recibiendo unos  17,3 millones de dólares al año, sin contar el precio de sus pases que es otra camionada de dinero.

Evidentemente, no tiene sentido una idea de distribución equitativa de las riquezas, ni mucho menos, de una sociedad justa e igualitaria, cuando a nivel público no sólo se validan y legitiman estas cifras en función de la tarea magnificada, si no que además se admiran y se convierten en un ejemplo a seguir. Para muchas familias la solución a sus condiciones de miseria no pasa por combatir por un mundo justo y libre donde su acceso a la vida no sea precaria, sino que mas bien, pasa por tener un hijo “bueno pa’ la pelota” que triunfe en el extranjero y que lleve a sus seres queridos a vivir una vida de ensueño en Europa. El Poder construye una ilusión (y miles de ilusiones en distintos ámbitos) que neutraliza la idea de solución final contra una vida de opresión y miserias.

Pero sin duda, estas  lamentables cifras sólo son posibles gracias al mismo último eslabón de la cadena de consumo, que paga sin escatimar gastos todo tipo de mercancías asociadas al futbol, desde la camiseta oficial de  la selección, que actualmente bordea los $35.000, hasta el paquete completo para viajar al mundial, que puede llegar a costar varios millones de pesos.

Ahora, sin duda, este fanático consumidor a su vez es víctima de un nefasto bombardeo mediático, que  lo disocia de su voluntad y que antepone necesidades creadas por estudiadas pautas de comportamiento biológico y social, a las necesidades e intereses propios de su vida real. Es un círculo vicioso que sólo puede cortar el animal humano que padece esta aberración, y no necesariamente desentendiéndose para siempre del futbol,
ya que es una ambición irrisoria bajo este estado de cosas, pero sí resignificando el carácter que  le damos al balompié en  la esfera social, dedicándose más a su práctica fraterna, por diversión y salud, más que por rivalidad y competición; comprendiendo que este espectáculo “deportivo” está manejado por los mismos tipos que en la vida diaria aborrecemos y por supuesto, dejando de consumir  las mercancías que se ofertan para formar parte de este show.

Por Luís Armando Larrevuelta

Fuente: El Surco N°16

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