Hacer las cosas bien

En Chile hacemos las cosas bien

Por Mauricio Becerra

30/03/2009

Publicado en

Columnas / Economí­a

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En Chile hacemos las cosas bien. Por eso estamos bien. No sé de donde sacaron esta lesera que han elevado a nivel de política de Estado y filosofía de la clase empresarial.

No hay que ser jefe de la NASA para saber que hay que ponderar bien detalles como el impacto sobre los usuarios cuando se intenta cambiar el sistema de transporte de una ciudad completa. O Eiffel para comprender que a los puentes hay que ponerles todo el cemento especificado para que no se caigan recién inaugurados. Del mismo modo, hay que calcular bien la cantidad de explosivos requerida para echar abajo otros que fueron construidos bien hace cincuenta años.

Más importante y complejo, sin embargo, es que el diseño del sistema de transporte esté concebido de modo equilibrado, los puentes a construir lleven a alguna parte y los que se van a derribar realmente se hayan convertido en obstáculos.

No hay que tener el genio de Keynes para darse cuenta que desmantelar el Estado de bienestar social y pauperizar al pueblo resulta perjudicial para la economía y no sólo durante las crisis. Las hace más inestables, débiles e inseguras, en general.

O el de Weber para comprender que desmantelar el servicio civil del Estado o concebir éste como una empresa y a los ciudadanos como consumidores debilita la institucionalidad democrática misma.

No se necesita saber tanto cálculo diferencial como Samuelson para comprender que si se desregulan los mercados se van a formar monopolios que abusarán de los consumidores; no sólo con los precios de los medicamentos.

Tampoco hay que ser David Ricardo para entender que regalar la renta del cobre y el agua resulta perjudicial para la asignación de recursos en la economía y los ingresos de los legítimos propietarios de las riquezas naturales de una nación.

No se necesita ser von Clausewits para comprender que se compromete la seguridad nacional cuando se mira en menos la única opción real de soberanía en el siglo 21, que es compartirla con nuestros vecinos en Latinoamérica.

Repiten tanto que hay que hacer las cosas bien mientras avanzan para atrás y suben para abajo, que uno tiene la tentación de desear que hagan las cosas mal. Sin duda, como sabemos en Chile, si uno llega a caer en las garras de una industria de exterminio masivo desea de todo corazón que los que mueven los engranajes sean unos chambones.

Posiblemente aprendieron la muletilla en esos «talleres de motivación» a los que gustan atender. El gurú de turno los enfervoriza con técnicas de entrenador de fútbol americano.

¡Hay que hacer las cosas bien! ¡Bien! ¡Bien! ¡Bien! ¡Hip Rah!

El Rasputín de estos charlatanes hizo furor en los años noventa, cuando todavía apelaba a su pasado de izquierda mientras se hallaba ya en camino de apoyar hoy al candidato de derecha.

El tipo tiene no pocos rasgos de sadismo megalómano. Se dio cuenta que los asistentes a sus «talleres» gozaban y lo erigían en líder si los maltrataba brutalmente. Lo que más deleitaba a sus víctimas era pagar cifras astronómicas por tan enfermizo placer.

Más gusto les daba si lo adornaba con una mezcolanza de filosofía y psicología de a chaucha, revueltas con técnicas elementales de actuación y relajación. Salían convencidos de haber visto la luz y nacido de nuevo.

Su única gracia parece ser que se avivó tempranamente con la potencialidad del correo electrónico. Es todo un campeón de ¡hacer las cosas bien!

Sólo en el marasmo intelectual que se ha vivido a partir de los años noventa han podido florecer ideólogos y sectas que difunden concepciones tan ramplonas. La verdad es que el venerable pensamiento ilustrado las vio negras por esos años. Tiene que haber estado muy a mal traer para sufrir el asedio incluso de tales mamarrachos conceptuales.

En parte, la raíz de sus problemas la venía arrastrando por su propio desprecio decimonónico hacia los instintos humanos. Ello ofreció un flanco para el asalto a la razón por parte de las ideologías demenciales que inspiraron las peores catástrofes del siglo 20.

La caída del socialismo representó asimismo un golpe muy fuerte. Mal que mal, esos regímenes hacían ostentación de su inspiración en Marx, quién representa la vertiente más avanzada y auténtica de la ilustración del siglo 19. Al final resultaron no ser lo que proclamaron y nos creímos todos, incluidos sus adversarios. Ciertamente distaron bastante del paraíso sobre la tierra.

Sin embargo, hoy día se aprecian como una forma más de los regímenes que casi todos los países subdesarrollados del siglo 20, incluido Chile, se dieron durante una fase de su transición a la modernidad. De ningún modo representaron la peor variante y quizás van a ser apreciados más adelante como una de las más avanzadas. Nunca se olvidará que fueron ellos los que derrotaron al irracionalismo fascista.

Ahora, sus adversarios han caído en cuenta que al menos dos de tales países van a terminar entre los más importantes del mundo. Su emergencia potente se basa precisamente en la mejor herencia de tales regímenes. Como su marcado igualitarismo y especial preocupación por la salud y educación del pueblo y la construcción de Estados poderosos, por ejemplo.

De este modo, su inspiración ilustrada y revolucionaria puede que no resulte tan mala a fin de cuentas. Peores fueron otras ideologías, de índole religiosa, nacionalista o conservadora, que movilizaron a otros de estos regímenes, que terminaron haciendo más o menos lo mismo pero quizás con resultados peores.

Ahora, sin embargo, la crisis ha develado la verdadera raíz del auge del pensamiento irracionalista y reaccionario durante las últimas tres décadas en todo el mundo: el hyperburbujazo financiero que infló desmedidamente el poder de los banqueros.

Como ha quedado de manifiesto ahora que reventaron, los mercados financieros se habían inflado más de cinco veces en relación al resto de la economía (ver nota «Hyperburbujazo financiero»). Ello terminó por colocar a los banqueros al volante en las alturas de comando de la economía mundial.

Fueron los banqueros quienes revivieron a los extremistas profesores Neoliberales. Los sacaron del raído cajón en que yacían muertos en vida desde los años 1930. Los ubicaron como intelectuales respetables en los más altos cargos de dirección de la economía mundial, en distinguidas cátedras universitarias y en las primeras planas de los diarios. Sencillamente porque piensan como ellos. Es decir, ven el mundo a través del mismo cristal desenfocado.

La principal distorsión que comparten banqueros y Neoliberales es la utopía de un mundo abierto al librecambio antes que se construya un Estado mundial. A los primeros les molestan las fronteras que impiden el libre flujo de sus capitales. De hecho, la mentada globalización no fue otra cosa que libre flujo de capitales especulativos.

Los segundos son anarquistas burgueses de tomo y lomo respecto del Estado (mucho más respetable resulta el anarquismo libertario de los artesanos). Su pensamiento no considera para nada la evolución histórica de las relaciones entre los seres humanos, la que constituye la premisa sobre la cual se asienta su comportamiento económico.

Aparte de tal utopía, banqueros y Neoliberales comparten una implacabilidad perversa respecto de los otros capitalistas más ligados a la producción. ¡Que se coman las vacas! Y muy especialmente hacia los trabajadores ¡Eliminen las indemnizaciones por años de servicio!

La mejor muestra de la ligazón entre unos y otros es que derribados los banqueros el Neoliberalismo ¡C’est fini! De un viaje. Muerta la perra se acabó la leva. Este impresionante fenómeno tuvo lugar en el curso de pocos meses recientes. Su impacto, sin embargo, permanecerá por décadas, tal como ocurrió tras la crisis de los años treinta.

Tan grande ha sido la influencia del Neoliberalismo, sin embargo, que su forma distorsionada de ver las cosas ha afectado todas las ciencias. También la filosofía y el sentido común de ciudadanía. Ahora, sin embargo, con una rapidez asombrosa, la crisis impone a todos una manera más realista de ver el mundo que nos rodea. Más rica y compleja, pero más compasiva también. Ya no resultará tan fácil que cualquier charlatán convenza a un país entero que el sentido profundo de las cosas consiste simplemente en ¡hacerlas bien!

Hay que andarse con cuidado, sin embargo. En tiempos de crisis la gente se asusta y a veces reacciona agrediendo a cualquier chivo expiatorio, los que siempre encuentran. Los gurúes de ¡hacer las cosas bien! pueden resultar angelitos benéficos al lado de los verdaderos monstruos que suelen surgir en las circunstancias como las actuales.

Manuel Riesco
Economista CENDA

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