En el actual panorama político, José Antonio Kast ha montado un espectáculo de victimización que raya en el cinismo. Frente a las declaraciones del profesor Eduardo Artés, quien señaló que la izquierda no permitirá un gobierno que recorte derechos sociales, Kast ha optado por una estrategia tan burda como efectista: posar como víctima de un supuesto autoritarismo.
La operación es clara. Kast toma las palabras de Artés –cuyo alcance real es limitado– para presentarse como el gran defensor de la democracia, amenazado por fuerzas violentas. Promete, con grandilocuente solemnidad, «aplicar todo el poder de Estado» contra quienes intenten quebrantar el orden. Esta pose de guardián constitucional es, sencillamente, obscena viniendo de quien viene.
La hipocresía alcanza su punto máximo cuando recordamos el ADN político de Kast. Este es un personaje que no reniega de la dictadura de Pinochet, que es amigo de criminales de lesa humanidad como Miguel Krassnoff y que, en la intimidad que no se atreve a hacer pública, probablemente tramita una amnistía para los presos de Punta Peuco. ¿Cómo puede alguien que se niega a condenar el terrorismo de Estado y que abraza a sus ejecutores presentarse ahora como paladín del Estado de Derecho?
Su victimización es un intento desesperado por esconder la tradición autoritaria que lleva en las venas. Mientras señala con dedo acusador a la izquierda, su propio programa económico –que plantea un recorte brutal de 6.000 millones de dólares al gasto social– es una receta segura para el descontento popular, tal como hoy vemos en Ecuador con Daniel Noboa o en Argentina con Javier Milei. Kast sabe que su proyecto implica recortar pensiones, salud y educación, y que eso generará una legítima movilización social. Por eso, necesita instalar de antemano la narrativa de la «violencia izquierdista» para justificar la represión futura.
Su amenaza de usar «todo el poder del Estado» se reduce, en un análisis frío, a la posibilidad de presentar querellas judiciales. Es pura retórica vacía. Pero esa retórica es peligrosa, porque busca blanquear su verdadera intención: aplicar el manual de la derecha más dura, que responde a la protesta social con estados de excepción y represión, tal como hizo Sebastián Piñera durante el estallido social.
Kast no es una víctima. Es un heredero político de la dictadura que, ante el inevitable rechazo popular que generarán sus políticas en caso de ganar las elecciones, se escuda en una fachada democrática para ocultar su esencia pinochetista. La ciudadanía debe ver su disfraz y reconocer la profunda hipocresía de quien se viste de cordero teniendo el corazón de hiena.