Dos objeciones a la intervención de Carlos Pérez Soto sobre el caso ARCIS

Me permito intervenir modesta y escuetamente -quizás a destiempo- sobre la intervención que expuso el profesor Carlos Pérez Soto hace un mes, publicada en El Ciudadano

Por Director

19/11/2014

Publicado en

Columnas / Educación

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maurosalazar

Me permito intervenir modesta y escuetamente -quizás a destiempo- sobre la intervención que expuso el profesor Carlos Pérez Soto hace un mes, publicada en El Ciudadano. Antes que nada confieso que me resulto “esperanzador” volver a encontrarme con la pluma certera, aguda y explosiva propia del manifiesto. Advierto que al igual que muchos sostengo que cualquier reconstrucción de la historia del Marxismo chileno deberá considerar (cual más cual menos) la obra del profesor Pérez Soto. Me permito agregar que para una generación de Arcianos que nos formamos en la tradición post-marxista o en sus márgenes (que dista radicalmente de las corrientes postmodernas…..) nos resultan encomiables las intervenciones de Pérez Soto contra diversas expresiones de renovación o capitulación de la teoría marxista. Ni dudar por un minuto que el autor de Comunistas otra vez (LOM, 2001) ha defendido sus ideas en publicaciones y conferencias por toda América Latina.

Desde ya les digo que no es mi ánimo resucitar una polémica “ficcionando” aspectos o temas inscritos en un año tan fatídico como el que hemos vivido durante el 2014. Como bien sabemos no se trata de una crisis más -una de las tantas que ha padecido ARCIS, pero tampoco se trata de pronosticar sin más la crisis terminal como algunos se obstinan en sentenciar. Advierto lo obvio, se trata de la crisis más dramática que hemos vivido en los 33 años de existencia de ARCIS, y estamos en un terreno incierto. Esto no tiene precedentes. Pero la incertidumbre radical tampoco nos puede llevar a descartar la posibilidad de una refundación en las condiciones materialmente posibles….mínimamente factibles.

La nota del profesor Pérez Soto hace hincapié en los alevosos grados de ingobernabilidad que ha vivido nuestra Universidad, y ciertamente yo también  suscribo que la situación que ocurrió en Rectoría fue una acción funesta; una agresión obscena que nos debe hacer meditar profundamente (¡con un terror de alta mar¡) sobre la gravedad de los hechos acaecidos, de sus implicancias éticas. Más allá de toda retórica populista se trata de un hecho repudiable por cuanto se encuentra fuera de todo código universitario. Sin embargo, a pesar de lamentar los sucesos, ello es parte de un círculo vicioso de arrastre, pues podemos constatar que las actitudes de violencia y descalificación verbal, escritural y simbólica han sido transversales en nuestra comunidad –lamentable-. Inclusive cabe la posibilidad que esta nota sea objeto de algún  tipo de descalificación. Pero ni aunque esto fuera así, se justifican acciones de reciproco canibalismo, sin perjuicio de su procedencia, de sus fines últimos, de la desproporción de los daños.

Ciertamente la institución que nació contra la Dictadura y que posteriormente cuestiono las tecnologías de la transición (las estéticas del consenso, el realismo sin promesa, las mesas de diálogo y los informes terapéuticos sobre la memoria) ha experimentado un proceso de fragilización de su masa crítica, de su cuerpo institucional que ha facilitado el desbande del último tiempo.

Pese a compartir todo lo anterior, en un pretendido campo de izquierdas, hay dos nudos argumentales que no comparto en lo absoluto, a saber; propiedad estatal (chilenidad) y moral pública. El profesor Pérez plantea “velozmente” lo siguiente sobre una (genuina) política de izquierdas:

Cito,

“Sostengo que no podemos ofrecer hoy ninguna garantía de que esta Universidad pueda durar cinco años más, y que eso debería hacernos pensar seriamente en la responsabilidad que implica que recibamos en el próximo año académico una nueva generación de estudiantes. Sostengo que es simplemente inmoral (y, en todo caso, no puede considerarse una postura de izquierda) esperar que el Estado, a costa de los impuestos de todos los chilenos, asuma el costo de una Universidad privada (la que sea), y menos aún de una que no puede garantizar su gobernabilidad”.

 

Hay premisas en el comentario del Profesor Pérez Soto que no pueden pasar desapercibidas, ¿Qué nos lleva a concluir que es parte de una política de izquierdas que el impuesto de todos los chilenos con cargo al ARCIS sea una usurpación al Estado neoliberal? ¿Cuál es el tipo de Estado que tenemos en los últimos 30 años para afirmar que se trata de un “aparato” (público) inmune a lógicas de mercado? ¿Althusseriano o Foucaultiano? Muy por el contrario, se trata de un Estado empresarial que ha estimulado ferozmente los procesos de desregulación de lo social, sobreutilidades hacia la banca y el raitil, y que no debería ser retratado desde una moral pública –dadas las transformaciones que operaron a comienzos de los años 80’ abriendo la tercerización con mixturas público-privado.

No es acaso el propio Pérez Soto quien en más de un artículo o libro ha insistido que el Estado –secuestrado por las multinacionales- opera como una “cuerda” del capitalismo financiero bajo los procesos de burocratización de saber/poder.

Desde la tradición marxista o sus nuevas reformulaciones, ¿Cuáles son aquellas formas o criterios para establecer los mecanismos tributarios (impuestos y plusvalor) que se declaran inmorales? ¿Cuál es el estatuto de la inmoralidad respecto de la bancarización del sistema de educación superior? Y entonces, después de un largo recorrido, qué enseñanzas concluyentes hemos heredado de la tradición marxista durante el pequeño siglo XX.

Pero existe otro punto que no podemos soslayar. En nombre de que concepto de “chilenidad” (donde estarían presupuestadas nociones como identidad, nacionalidad, soberanía, ergo, archivo de la modernidad) se está razonando aquí. En qué álbum de la historiografía chilena el autor piensa la construcción del Estado-nación. Todo indica que las implicancias de la chilenidad (Larraín, la identidad o quien sea) son categorías que forman parte del edifico de la modernidad, que aquí se invocan como una reserva ética –extensiva al régimen de lo privado, pero con exención del Estado mínimo que nos impuso la dictadura.  Si forzamos un poco el argumento, la producción que proviene de la historiografía de Mario Góngora podría calzar medio a medio con este reclamo de “chilenidad” y sus implicancias cívico-republicanas mutiladas por la des-regulación de los chicagos boys’. La cuestión no es que el Estado mínimo (subsidiario) contra el cual -directa o indirectamente- se alza el trabajo crítico del profesor Pérez Soto este repartiendo un pecunio dadivoso. Muy por el contrario, es el mismo Estado privatizado quien ha fomentado leyes orgánicas de alta desregulación que someten a los proyectos alternativos a situaciones de estrangulamiento financiero. El nuevo mapa de la educación superior tiene aspectos concentracionarios que ponen en riesgos modelos alternativos –y ello se agudiza cuando existe fragilidad financiera. En consecuencia, ¿vamos a suprimir el CAE en todo el régimen de Universidades tradicionales que hacen uso del mismo recurso? En este sentido el CAE puede ser perfectamente retratado como la continuidad del “vouchers Pinochestista” que tuvo lugar bajo el proceso de municipalización. No sería menos conservador –o más deseable en clave marxista- abogar por la des-pinochetización directa del conjunto de la educación superior. En síntesis, se trata de una experiencia profundamente inmoral si recordamos los orígenes de este modelo. A este respecto ARCIS obro durante más de dos décadas haciendo resistencias a los métodos de indexación (de excelencia, de calidad, como categorías abstractas y mercantiles) Más que la nostalgia sin proyecto, hago alusión a los alcances enigmáticos del problema en cuestión.

Es un dato de la causa que se trata de un Estado neoliberal que forma parte del modelo que tiene sus raíces en la constitución de Guzmán –cuestión que  conocemos en todos sus alcances.  Me parece que esta no debería ser necesariamente la conclusión de un trabajo vertebrado desde el marxismo y que forma parte de nuestra Universidad y que nos deja casi reducidos a un “efecto teletón” (como sí el punto en discusión se agotara en pasar el platillo al Estado subsidiario, sin antes sonrojarnos por un subsidio). Lejos de agotar el problema en un “estipendio”, es el mismo Estado el que ha generado mecanismos de Acreditación que han contribuido a agudizar los procesos de pauperización típicos del capitalismo académico. Inclusive si el autor busca reivindicar un ideario de educación pública (mesocracia) vinculado al desarrollismo hay premisas de “elitización del saber” (exclusión/selectividad) que no necesariamente son colindantes con la tradición marxista.

Si hace un siglo Darío Salas denunciaba el analfabetismo tradicional, actualmente los procesos de acreditación de la calidad hacen connivencia con la producción de una “indigencia simbólica” que –pese a todo- cumple con los sellos, timbres y estampillas de diversas agencias de acreditación. La Comisión Nacional de Acreditación (CNA), dado su reconocido énfasis en la clasificación de riesgos financieros, genera a fin de cuentas un modelo centrado en la certificación del nuevo “analfabetismo funcional” –cuestión más o menos transversal al régimen de educación superior. Ello se agudiza cuando la “misión visión” fomenta la “inclusión social” (¡a tajo abierto¡) sin preservar las formas de inclusión con que ARCIS mantenía cautiva a una “mesocracia crítica”….los grupos medios y su ocasional interés por los discursos de la disidencia.

Después de establecer una serie de sugerencias respecto a las formas del cierre programado, y sugerir una fecha de referencia, 5 años, el Profesor Pérez concluye que:

“(….) esto es lo que puedo decir honradamente del estado en que se encuentra la Universidad a la que he dedicado 30 años, la mitad de mi vida, y muchos más de la mitad de mi vida profesional (sic)”

 

A este respecto yo agregaría que la valiosa contribución del Profesor Pérez Soto (también) tuvo a su favor la resignificación que ARCIS hizo de lo privado Universitario desde los años 80’, a saber, la comunidad experimental, ensayo y artes, y sus alcances como bienes públicos ayudaron a visibilizar el talento de una comunidad de académicos, y una parte no menor de publicaciones (cuestión que la nota comentada reconoce). Esto se hace extensivo para una buena cantidad de profesionales formados en ARCIS, que actualmente establecen todo tipo de distanciamientos y cuestionamientos, obviando que el capital simbólico (relacional) que ARCIS aporto en los procesos formativos abrió otros circuitos profesionales y mapas académicos (¡redes¡). Sin ir más lejos en la década de los 90 ARCIS opero –a lo menos- en dos niveles, de un lado, la formación de “tecnólogos de Estado” que se distribuyen en el sector público, de otro, una crítica desaforada a los consensos de la clase política (transicional).

Esto me lleva a pensar que ARCIS, pese a su muy lamentable situación financiera-institucional, representa un intangible (que ante un eventual colapso) no tiene formas de restitución, de recomposición, en una matriz de neoliberalismo avanzado. Aquella soberanía que resignifico el vínculo público-privado posee un valor “irreductible” que no puede ser desacreditado o reducido por las funestas formas de gestión de los últimos años –ni menos por los peritajes de las comisiones investigadoras que nos asedian en estos días.

Por fin, el comentario inicial culmina con un discurso sibilinamente más cercano a una moral Burguesa sobre la honestidad y los intelectuales, bajando el telón y de pivote constituye un insumo (respetable) para quienes de una u otra manera ante la urgencia contingencial (intencional o sibilinamente) están motivados por diversas formas de cierre del proyecto ARCIS.

Finalmente, con esta modesta observación solo hago hincapié sobre una materia que tiene amplias connotaciones. Solo reparo en la “cristalización” de una postura de izquierdas y esa “auratización” de un Estado (propiedad privada) que parece ser la encarnación del proyecto público-mesocrático.

Por fin, recuerdo al Profesor Pérez Soto cuando a fines de los 90’ e inicios del 2000’ señalaba con buenas razones que ARCIS podía constituir un proyecto único en el sistema de educación superior. Para la resignación, eran otros tiempos; poco tenían que ver con el actual des/dibujamiento identitario.

 

 

Mis respetos ad eternum

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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