Educación: lengua y sociedad

¿El diálogo destruye cualquier situación macabra?

«El diálogo destruye cualquier situación macabra», escuché en la radio, mientras iba conduciendo un auto con mi sobrino de tres años al lado, que viajaba con auriculares. ¿Qué estaría escuchando él en ese momento? Me pregunté quién le estaría hablando, qué estaría internalizando... Entonces recordé que M. A. K. Halliday había dicho que «El niño que aprende el lenguaje, además, aprende al mismo tiempo otras cosas y se forma de este modo una imagen de la realidad».

Por Lucio V. Pinedo

22/02/2016

Publicado en

Cultura / Educación / Literatura

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«[L]a lengua es el medio por el que un ser humano se hace personalidad,
como consecuencia de ser miembro de una sociedad y de desempeñar papeles sociales» (M. A. K. Halliday).

En el desarrollo del niño como ser social, la lengua desempeña la función más importante. La lengua es el canal principal por el que se le transmiten los modelos de vida, por el que aprende a actuar como miembro de una «sociedad», y a adoptar su «cultura», sus modos de pensar y de actuar y sus valores. Esto sucede indirectamente, por medio de la experiencia acumulada de numerosos hechos pequeños. Y son los usos cotidianos del lenguaje ordinario los que sirven para transmitir al niño las cualidades esenciales de la sociedad y la naturaleza del ser social.

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Ilustración: Taby Arnuz (colaboración especial para El Ciudadano)

Si alguna vez volvemos la mirada hacia la ideología de los años setenta del siglo pasado, es posible que veamos destacarse claramente un tema, el tema del «hombre social»; no el hombre social en oposición al hombre individual, sino el individuo en su entorno social.

Ahora no se trata de un nuevo interés, sino de algo que hasta ahora ha sido proclive a ocupar un segundo plano; durante los últimos años, nos hemos preocupado más por la planeación de las ciudades y la renovación urbana, por el flujo de la circulación a nuestro alrededor y por encima de nosotros, y, más recientemente, por la contaminación y la destrucción de nuestras riquezas materiales; inevitablemente, ello nos ha impedido pensar en la otra parte de nuestro entorno, que consiste en la gente: no en la gente como meros quanta de humanidad, a tantos por kilómetro cuadrado, sino en otros individuos con los que tenemos trato de una manera más o menos personal.

El «medio» es tanto social como físico, y un estado de bienestar que dependa de la armonía con el medio exige la armonía de ambos aspectos; la naturaleza de ese estado de bienestar es materia de los estudios del medio. Hace años, oimos hablar por primera vez de la «ergonomía», el estudio y el control del medio en que trabaja la gente. En la actualidad, vemos que se hace mayor hincapié en los aspectos sociales del bienestar: nadie afirmaría que carece de importancia la forma del asiento de un conductor de autobús, pero ya no parece ser todo: existen otros aspectos del diseño del medio que, por lo menos, parecen importantes y resultan corriderablemente más difíciles de adecuar. Considérese por ejemplo el problema de la contaminación, el aspecto defensivo del diseño del medio. El aumento de la basura, la contaminación del aire y el agua, incluso los procesos más letales de la contaminación física parecen ser más fáciles de tratar que la contaminación del medio social causada por los prejuicios y la animosidad de raza, de cultura y de clase. Contra eso no hay ingeniería que valga.

Uno de los términos más peligrosos que se haya acuñado en ese campo es el de «ingeniería social»; peligroso no tanto porque sugiere la manipulación de la gente con fines aviesos —la mayoría de las personas está consciente de ese peligro—, sino porque implica que el medio social puede modelarse como el medio físico, con métodos de demolición y construcción solo con que los planes y las máquinas sean lo suficientemente grandes y lo suficientemente complicados. Algunos de los desafortunados efectos de ese tipo de ideas se han visto de cuando en cuando en el terreno de la lengua y la educación, pero el bienestar social no es definible, ni alcanzable, en esos términos.

«Educación» quizás suene menos estimulante que ingeniería social, pero es un concepto más antiguo y resulta más pertinente para nuestras necesidades. Si los ingenieros y los planificadores urbanos pueden conformar el entorno físico, son los maestros los que ejercen la mayor influencia sobre el entorno social. No lo hacen manipulando la estructura social (que sería el enfoque de la ingeniería), sino desempeñando un papel importante en el proceso mediante el cual un ser humano llega a ser un hombre social: la escuela constituye la principal línea de defensa contra la contaminación en el entorno humano; y quizás no debiéramos descartar la noción de «defensa» demasiado a la ligera, porque la acción defensiva con frecuencia es precisamente lo que se necesita. La medicina preventiva, al fin y al cabo, es medicina defensiva, y lo que la escuela no ha podido prevenir se deja para que lo cure la sociedad.

En el desarrollo del niño como ser social, la lengua desempeña la función más importante. La lengua es el canal principal por el que se trasmitan, los modelos de vids, per el que aaprende a actuar como miembro de una «sociedad» —dentro y a través de los diversos grupos sociales, la familia, el vecindario, y así sucesivamente— y a adoptar su «cultura», sus modos de pensar y de actuar, sus creencias y sus valores. Eso no sucede por instrucción, cuando menos no en el periodo preescolar; nadie le enseña los principios de acuerdo con los cuales están organizados los grupos sociales, ni sus sistemas de creencias, como tampoco los comprendería él si se intentara; sucede indirectamente, mediante la experiencia acumulada de numerosos hechos pequeños, insignificantes en sí, en los que su conducta es guiada y regulada, y en el curso de los cuales él contrae y desarrolla relaciones personales de todo tipo. Todo eso tiene lugar por medio del lenguaje, y no es del lenguaje del salón de clases, y mucho menos del de los tribunales, de los opúsculos morales o de los textos de sociología, de donde el niño aprende acerca de la cultura en que ha nacido. La verdad sorprendente es que son los usos cotidianos del lenguaje más ordinarios, con padres, hermanos y hermanas, con niños del vecindario, en el hogar, en la calle y en la plaza, en los locales comerciales y en los trenes y los autobuses, los que sirven para trasmitir, al niño, las cualidades esenciales de la sociedad y la naturaleza del ser social.

El fracaso de las escuelas al hacer frente a la contaminaión social puede tener origen en la falta de un conocimiento profundo de las relaciones entre lengua y sociedad. No olvidemos que cada uno de nosotros está destinado a ser miembro de un grupo, al igual que los animales. Pero, a diferencia de ellos, nosotros logramos la integración mediante la lengua, dentro y fuera del aula. Por medio de la lengua, pues, somos parte de un grupo humano y, por medio de ella, nos hacemos personas.

Entonces, cuando somos conscientes de esto, y de la dominación que sobre nosotros se ejerce desde las esferas más altas de poder, es decir, el interés que se tiene por disociar estos dos polos constitutivos del ser social [lengua y sociedad], la pregunta es: ¿qué hacemos con la educación de los más chicos?

Fuente: M. A. K. Halliday. El lenguaje como semiótica social.

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