Falsas ideas sobre los roles sexuales en la Prehistoria

Las narraciones que la mayoría de las personas han imaginado sobre la Prehistoria (período que desde luego no han estudiado en libros científicos), están mediatizadas por una educación influenciada por los valores vigentes en la cultura patriarcal en que nos desenvolvemos -«del varón dominando a la mujer»- y presente en el inconsciente colectivo

Las narraciones que la mayoría de las personas han imaginado sobre la Prehistoria (período que desde luego no han estudiado en libros científicos), están mediatizadas por una educación influenciada por los valores vigentes en la cultura patriarcal en que nos desenvolvemos -«del varón dominando a la mujer»- y presente en el inconsciente colectivo. Y condicionados por los valores y las creencias de su presente, las han proyectado sobre el pasado, sacando la conclusión de que el estereotipo sexual de su realidad circundante y la distribución de roles de «las mujeres dependientes y los varones sustentadores jefes de familia» siempre ha sido así.

De ahí que sus narraciones, condicionadas por esos valores del patriarcado, sean totalmente erróneas para la época arcaica, según diferentes estudios antropológicos de la Prehistoria y de otras sociedades primitivas.

EN LA PREHISTORIA NO EXISTÍA VINCULACIÓN MASCULINA: FAMILIA MATRICÉNTRICA

Por ejemplo, el hecho de que imaginen que el varón prehistórico tenía una familia que dependía de él y que su esposa esperaba un bebé suyo, no se atiene a los hechos prehistóricos. La mujer en la Prehistoria no se vinculaba al varón, ella sola se cuidaba de alimentar a su prole (y lo mismo ocurre entre nuestros parientes primates; sólo cuida de su prole la hembra), así que no era posible que un varón quisiese cazar para una esposa.

Y no existía vinculación masculina porque el varón desconocía ser el causante de la fecundación femenina, por lo que no tenía sentido formar una familia o responsabilizarse de los hijos de una mujer. Por ello el varón no podía saber que, cuando una mujer estaba embarazada, él era el causante. De forma que nuestro varón de la Prehistoria no podía saber que iba a ser padre.

Existen numerosas evidencias de la creencia arcaica de que el varón no era responsable de la procreación, creencia que siguió muchos siglos vigente en pueblos primitivos. Manifiesta al respecto Cristina Frade (1996): «Algunos investigadores siguen creyendo que el hombre de la Edad de Piedra no asociaba el sexo con lo que podía llegar nueve meses más tarde».

Leemos en la Enciclopedia Espasa (1988): «el sociólogo escocés (Mac Lennan) parte del supuesto de que la incertidumbre de la paternidad fue lo único que determinó la fase matriarcal».
«Todd cita algunos ejemplos de pueblos que desconocen la intervención del varón en el acto de la generación».

Los Bellonais de las isla Salomón, según narra Burguiére (1988): » ignoraban, hasta la llegada de los misioneros en 1838, la relación entre copulación y procreación. Si una mujer casada quedaba embarazada, ello no se debía a que hubiera mantenido relaciones sexuales con su marido, sino a que los dioses y los antepasados del patrilineaje de su esposo estaban satisfechos con dicha alianza y le daban descendencia».

Precisamente el poder que tenía la mujer cuando en el matriarcado formaba una fuerte unidad económica y muy poderosa con sus hijos (la familia era matricéntrica), fue lo que motivó que los varones le quitasen la independencia e inventasen el matrimonio y la familia patriarcal; pero esto ocurrió en época en que nuestros ancestros se alimentaban ya de los productos vegetales de la agricultura y de la carne procedente de animales domesticados.

En relación a ello, Campbell (1991) afirma: «Sin duda, en las primeras edades de la historia humana el milagro y la fuerza mágica de la mujer fue una maravilla no menor que el universo mismo, y esto dio a la mujer un poder prodigioso, y una de las preocupaciones principales de la parte masculina de la población ha sido destruirlo, controlarlo y emplearlo para sus propios fines».

Reitera Pirenne (1982): «la formación de la familia patriarcal ha cambiado profundamente las ideas sociales».
Y Mayr (1989): » la familia natural y la «comunidad» matriarcal queda reemplazada por la «sociedad», del mismo modo que el politeísmo anterior y el panteísmo matriarcal quedan subsumidos en el monarquismo y el monoteísmo propios del Estado».

LOS PRODUCTOS DE LA RECOLECCIÓN ERAN CRUCIALES PARA ALIMENTARSE EN LA PREHISTORIA

Tampoco han estado acertados al imaginar que la alimentación de los primitivos grupos humanos fuese tan dependiente de los productos de la caza. Y existen numerosas evidencias de que para las poblaciones arcaicas de cazadores-recolectores, la carne no era tan importante y que en la Prehistoria se alimentaban de manera muy variada.

Lo confirma Lichardus, Jan y Marion (1987) cuando manifiestan que: «… la alimentación cárnica no pudo desempeñar un papel tan importante como a veces se pretende.» Y refiere Olivia Harris (1979) (pues): «…se ha demostrado que la dentición de los homínidos ancestrales -como la nuestra- es más apropiada para moler y no para punzar, desgarrar o mascar carne».

Diferentes estudios han puesto de manifiesto que en realidad la mayoría de los alimentos provenían de la recolección, tarea femenina. Como dice Llul y Sanahuja (1994): «En la sociedad paleolítica, las mujeres tuvieron un importante papel en la alimentación del grupo, puesto que, al parecer, fueron ellas las que lo abastecieron de productos procedentes de la recolección…».

«Sally Linton, en 1971, es la primera antropóloga, que…, propone un modelo contrapuesto al anterior, el modelo recolector. Son las homínidas las que recolectaron, las que inventaron los primeros instrumentos (palos cavadores y contenedores para transportar los productos vegetales y las crías) y las que, en principio, compartieron la comida con sus crías».

Estos estudios han sido complementados con los datos brindados por los estudios de las economías mixtas, de las poblaciones actuales primitivas de cazadores-recolectores. Como los encontrados por Lee en los bosquimanos Kung de Botswana del áspero desierto de Kalahari en Suráfrica, que se comparan con las de los cazadores-recolectores paleolíticas, para poder deducir lo que debió ser con anterioridad. Nathan (1987): dice: «El trabajo de Richard Lee … ha ayudado a destruir algunos estereotipos sobre los grupos de cazadores y recolectores…».

Y, más adelante, considera que: «… apoyan la teoría de que la carne y la caza no son tan importantes en el proceso de hominización». Ya que la carne sólo constituye una tercera parte de la dieta de los actuales cazadores. Y, además, aduce: «… el sector femenino de la mano de obra era el único verdaderamente productor de calorías. Los hombres cazan y a veces vuelven con carne de animales grandes; éste es un alimento muy apreciado, pero de hecho no constituye más que una tercera parte del total del consumo de calorías».

EN LA PREHISTORIA LA CAZA NO ERA TAREA EXCLUSIVA DE VARONES: CAZABAN AMBOS SEXOS

También resulta ser falso el hecho que indica que en la Prehistoria los varones cazaban y las mujeres cocinaban lo traído por su esposo. Este estereotipo es típico del androcentrismo (en palabras de Victoria Sau: enfoque unilateral que toma al varón/hombre como medida de todas las cosas) de algunos historiadores que han extendido la creencia de que era ejecutada exclusivamente por los varones, distorsionando la participación real femenina y cooperativa, ya que toda la banda cazaba y viajaba junta, como lo creía Gordon Childe y otros posteriores eminentes historiadores.

Y confirmada por diferentes manifestaciones plásticas de muchos lugares distintos que presentan a mujeres cazadoras. Algunos ejemplos son las pinturas de escenas de caza prehistóricas: cazadoras capsienses de África del sur, de Damaraland y de Bramberg/Brandbers, pintada hace más de 6.000 años y las de la costa levantina española de alrededor del año 5.000 adne (antes de nuestra era).

PINTURAS CON «ESCENAS DE CAZA» NO TENÍAN FINALIDAD PROPICIAR LA CAZA

También respecto a la creencia, ampliamente divulgada, de que las obras de arte arcaicas con escenas de caza, tuviesen la finalidad de propiciar la caza de animales que servirían de alimento, ha resultado ser falsa. Leroi-Gourhan (1983) ya discrepaba de tal interpretación cuando hace 50 años se preguntaba por qué, si se creía que la pintura de animales propiciaba la caza, no coincidían los restos de animales comidos con los pintados. Y, así, se preguntaba: «¿por qué no hay más que una única representación del reno en Lascaux, mientras que está presente con exclusividad entre los restos óseos, restos de comidas que cubrían el suelo de la cueva?» Tras estudiar gran número de yacimientos comprobó que los restos de huesos de animales comidos hallados, no eran los representados en ninguna de las obras de arte en las que aparecían escenas de caza.

O sea, que el estudio de las manifestaciones artísticas con escenas de caza, realizadas por nuestros ancestros de la Prehistoria, junto con el estudio de los restos de comida, no verifica la interpretación de que la finalidad de las obras de arte con escenas de caza fuera propiciar la caza.

De manera que los hallazgos científicos evidencian que las obras de arte con escenas de caza no reflejan «escenas de la vida cotidiana»: no se comía los animales representados en las escenas de caza. Y además fueron realizadas por pueblos recolectores o agricultores (no fueron realizados por pueblos cazadores), en los que no tenía importancia la caza para alimentarse.

METÁFORAS ASTRONÓMICAS

Tampoco en la forma en que estaban reunidas un grupo de estrellas, nuestros ancestros asociaron, sin más, a la figura de un bisonte. Ni la representación artística de una «escena de caza» pretendía cazar bisontes. En realidad todo fue mucho más complicado.

Las escenas tenían una finalidad simbólica, no literal. Y tenía una finalidad astronómica-climática.
Nuestros ancestros veían cómo se movían las estrellas, reunidas en constelaciones a lo largo de cada noche y del año. Y la forma en que de manera cíclica unas se iban ocultando por el horizonte oeste y no volvían a aparecer hasta pasados unos meses por el horizonte este. También observaron cómo se sucedían los fenómenos climáticos: lluvia, heladas, florecimiento de la vegetación, frutos, sequía, … Y asociaron las constelaciones con los fenómenos, y realizaron obras de arte con metáforas al respecto.

De forma que los motivos de gran parte de las obras de arte arcaicas (que pueden formarla figuras humanas, animales, antropozoomorfos, motivos abstractos, objetos, dibujos geométricos, etc.) tienen un significado astronómico, es decir, reflejan constelaciones con nombres humanos, de animales, de antropozoomorfas, o de objetos.

Así como los fenómenos coincidentes, benéficos o maléficos, para el crecimiento de la vegetación. Pero lo reflejan con metáforas formales o metáforas funcionales o metáforas semántica, etc.

Por lo que, según mi hipótesis, cualquiera de las imágenes de cazadoras que acompañan este artículo, no fueron realizadas para propiciar la caza de animales que iban a servir de alimentos, sino para asegurar que, coincidente con las constelaciones cíclicas que reflejan metafóricamente, apareciesen los fenómenos esperados, y que se creían eran enviados por la Divinidad que estaba al frente del mundo.

Y, por tanto, las obras de arte de «escenas de caza» intentaban propiciar la abundancia vegetal, en época en la que nuestros ancestros se alimentaban de la agricultura.

DIOSAS Y MUJERES SACERDOTISAS / MAGAS: SUS REPRESENTANTES / VICARIAS EN LA TIERRA

Tampoco el imaginar que en época prehistórica un varón «rezase» al Dios de la caza o realizase el ritual propiciatorio, se atiene a la realidad. Resulta que durante los últimos 40.000 años de la Prehistoria humana, según evidencias arqueológicas, sólo se rendía culto al Principio femenino: por lo tanto sólo se le «rezaría» a la Diosa.

Las obras de representaciones humanas, legadas durante este período por nuestros ancestros, son exclusivamente femeninas: imagen de la más antigua Diosa que adoró la humanidad. Así que en la Prehistoria los varones no podían rezar al «Dios de la caza» sino a la Diosa: Diosa Madre Naturaleza, a la que creían responsable de todos los fenómenos.

Posteriormente, tras la revolución patriarcal, se le quitó el trono. Respecto a ello, manifiesta Mayr en la obra citada (1989): «La religión, el culto de Demeter, se transmuta en el culto de Atenas, así como los misterios dionisíacos en apolíneos. A pesar de todo quedan restos matriarcales, desvalorizados ahora como negativos: y, así, desde el nuevo punto de vista patriarcal, lo ctónico o terráceo, lo femenino y lo demoníaco quedan estigmatizados. Así como los titanes son destronados por el Olimpo, así también el Racionalismo continuará esta destronización de los dioses paganos (Magna Mater Deum), en la Gran Madre de los demonios…».

Y dice de las Diosas Ninfas y Nereidas: «Se trata de figuraciones femeninas de la Gran Madre que en la religión olímpica del periodo hemético se representan como hijas de Zeus, si bien su genealogía es obviamente matriarcal: son hijas de Gaia, la Madre Tierra, y así lo reafirma su relación con …».

Asimismo, tampoco sería el varón el que «rezase» o implorase a la Divinidad, que enviase suficientes alimentos. En principio, dado que era la mujer quien proporcionaba el alimento a sus hijos, sería ella la que buscaría el medio de asegurarlo. Por lo que ella sería la que imploraría a la Diosa Madre Naturaleza que no la abandonara.

Igualmente, dado que en esta etapa, quienes estaban encargadas del culto a la Diosa eran sus representantes mujeres, sólo había sacerdotisas, sólo ellas serían las que realizarían los rituales propiciatorios a la Diosa para hacerle llegar las peticiones de los fieles. Sólo ellas eran sus intermediarias.

Afirma Pomeroy (1987) de las sacerdotisas a principios de los tiempos históricos: «Los cultos femeninos eran supervivencias de un período matriarcal cuando toda la religión estaba en manos de mujeres».

Y dado que en esta etapa se alimentaban de la recolección y de la caza de animales herbívoros, con las representaciones artísticas, se pediría a la Diosa que enviase los fenómenos favorecedores del crecimiento de la vegetación, alimento básico tanto de los seres humanos que se alimentaban de la recolección, como de los animales susceptibles de ser cazados (herbívoros), para que así engordasen y se multiplicasen.

BIBLIOGRAFÍA

Burguiere, A. (Bajo la dirección de) (1988): Historia de la Familia. Tomo I. Alianza Editorial, S. A., Madrid.
Campbell, J. (1991): Las Máscaras de Dios: Mitología primitiva. Alianza Editorial, S. A., Madrid.
Frade, C. (1996): Miles de años de sexo. Periódico El Mundo, Madrid, 15-12-96.
Harris, O. y Young, K. (Compilado por). (1979): Antropología y feminismo. Introducción. Editorial Anagrama, Barcelona.
Leroi-Gourhan (1983): Los primeros artistas de Europa. Colección Las Huellas del Hombre, dirigida por Enmanuel Anati. Ediciones Encuentro, Madrid.
Lichardus, J. y M. (1987): La protohistoria de Europa. Editorial Labor, S. A., Barcelona.
Llull, V. y Sanahuja, E. (1994): Historia de España. Prehistoria y Edad Antigua. Tomo 1. Instituto Gallach de Librería y Ediciones Océano – Instituto Gallach, Barcelona.
Mayr, F. K. y Ortíz-Osés, A. (1989): La mitología occidental. Editorial Anthropos, Barcelona.
Nathan, M. (1987): La crisis alimentaria de la prehistoria. Alianza Editorial, S. A., Madrid.
Pirenne (1982): Historia del Antiguo Egipto. Volumen I. Ediciones Océano-Éxito, S. A., Barcelona.
Pomeroy (1987): Diosas, Rameras, Esposas y Esclavas. Ediciones Akal, S. A., Torrejón de Ardoz, Madrid.

por Francisca Martín-Cano Abreu

Investigadora sociocultural y escultora

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