La elección profesional: entre la vocación personal y las exigencias del mercado

Lo que hoy se entiende por «Vocación» está fuertemente marcado tanto por las prácticas laborales y los modelos productivos, como por las tendencias y superestructuras ideológicas y culturales dominantes

Por seba

24/12/2013

Publicado en

Educación

0 0


joven-pensandoLo que hoy se entiende por «Vocación» está fuertemente marcado tanto por las prácticas laborales y los modelos productivos, como por las tendencias y superestructuras ideológicas y culturales dominantes. De tal suerte que hoy podría decirse que dicho término está casi en extinción, debido por una parte a que pocas son las sociedades que tienen cifras tolerables de desempleo, y por otra, a las exigencias, por lo general ineluctables de un mercado laboral en constante reforma y en continua demanda de cualificación profesional. Una demanda que bajo la justificación aparente de una mayor racionalidad económica y tecnológica, o de una mayor adaptación y flexibilidad a las exigencias del mercado de consumo, convierte la elección profesional, si no en un mito, en un simple acto mecánico y obediente de encaje o adaptación a lo que el salvaje mercado laboral y su supuesta «mano invisible» determina. Sin embargo esta situación, no debe dejarnos impasibles, ni muchos menos abandonar la íntima e indispensable necesidad de desarrollarnos vocacionalmente.

Generalmente por «Vocación» suele entenderse la llamada interior, el impulso o la inclinación sostenida que una persona experimenta para realizar o dedicarse a una actividad que considera valiosa e importante para ella. Una actividad, cuyo ejercicio le proporciona, tanto sentimientos de autocompetencia, como motivaciones intrínsecas. Una persona con «Vocación» posee también una alta autoconciencia de que esa actividad que realiza o espera desarrollar en un futuro, le proporciona gratificaciones interiores, propioceptivas y autotélicas, en el sentido de que con ellas experimenta sentimientos de autonomía, autosatisfacción y autorrealización que le permiten encontrar un sentido original, autodirigido y profundo a lo que hacen, e incluso a su propia vida. En suma, tener «Vocación» es sentirse natural y placenteramente inclinado a realizar un trabajo bien hecho y siempre en continua evaluación para la mejora o en búsqueda de la excelencia, entendida esta como amor y pasión por el perfeccionamiento continuo.

Tradicionalmente la «Vocación» se ha asociado siempre en la cultura cristiana y occidental, al acontecimiento ocurrido con el apóstol San Pablo (Saulo) que cuando perseguía ardorosamente a los cristianos, cercano ya a Damasco, cayó de su caballo deslumbrado por un resplandor divino, que le hizo convertirse y seguir definitivamente a Jesús (Hechos de los Apóstoles 9: 1-9). Y es, este carácter de llamada divina o inclinación interior, lo que ha llegado a nuestros días a generalizarse y conocerse en el lenguaje común, como «Vocación», una idea que tiene importantes y evidentes consecuencias e implicaciones.

Si optamos por esta escatológica e iluminada vía, la «Vocación» al parecer, únicamente la pueden tener y desarrollar aquellas personas que dotadas de supuestos dones sobrenaturales, gracia gratuita o impulsos misteriosos e inexplicables, se dedican a actividades santas, nobles o excelsas. Aquí se encuentran por ejemplo, todas aquellas actividades humanas que implican un estado permanente y duradero de acción y también una actitud interior muy estable de plena convicción, dado que la «llamada» se considera como un hecho dotado de una fuerza interior extraordinaria imposible de rechazar. En este ámbito, podríamos decir que se encuentran las llamadas «vocaciones de estado»: el sacerdocio, la vida contemplativa, cualquier forma de profesionalidad espiritual, el estado civil de casado o soltero, las profesiones sociales de carácter sagrado como la medicina y sus afines de enfermería, etc, o más modernamente aquellas profesiones especializadas y fuertemente corporativas, como podrían ser la abogacía, la veterinaria, arquitectura o la ingeniería, entre otras muchas.

Obviamente esta concepción de la «Vocación» es excluyente, en el sentido de que toda aquella persona que no desee dedicarse al sacerdocio, a la medicina, o a cualquier otra profesión de prestigio (piloto, arquitecto, ingeniero, profesor universitario, político, músico o artista, etc) no necesita de vocación. Para ser trabajador manual, agricultor o artesano, barrendero u oficinista, panadero o pescador, emprendedor o chófer, o incluso para ser profesor o educador, no es preciso ningún tipo de don o de inclinación sobrenatural o de capacidad especial, porque cualquiera puede hacerlo. Llevado al extremo, podríamos concluir entonces que la «Vocación» es un asunto de minorías o de élites altamente consideradas por la sociedad.

Evidentemente el caso de educadores y profesores es algo singular, porque si bien socialmente el magisterio y la profesión docente es considerada un profesión de vocación, administrativamente acostumbra a promoverse una desprofesionalización burocráticamente establecida y consuetudinariamente aceptada. Al parecer y a medida que se asciende en la jerarquía académica, la vocación como elemento que honra a las profesiones sagradas y nobles se reivindica como indispensable. Por el contrario y para los niveles inferiores de la jerarquía, para los y las educadoras de infantil y primaria, no hace falta tanta vocación porque cualquiera puede ejercer dicha profesión y acceder a ella, ya que las exigencias académicas y el prestigio social son muchísimo menores. Estamos pues ante un desprestigio social administrativamente programado, de una de las profesiones que a mi juicio requieren de un máximo de vocación y de profesionalidad en su desempeño.

Otro problema que plantea esta concepción bastante extendida del significado común del término «Vocación», es el del origen de esa inclinación natural producto de supuestos dones sobrenaturales o de capacidades intelectuales. ¿De dónde proceden esas inclinaciones y esos impulsos para dedicarse a una determinada actividad profesional? ¿Es algo que se adquiere de golpe, como consecuencia de un resplandor que ilumina nuestra conciencia y nos hace inevitablemente seguir nuestros deseos e intuiciones? ¿Es en realidad algo a lo que estamos necesariamente abocados según sea nuestra dotación intelectual o manual? ¿O por el contrario es algo evolutivo y contextual, cultural, social e históricamente condicionado? Evidentemente si pensamos que es producto de un rayo salvífico liberador, o de unos talentos exclusivamente individuales y excelsos, aquella persona que no tenga conciencia de haber recibido ninguna llamada, o que simplemente se considere un alumno normal que no destaca especialmente en ninguna habilidad particular o que ha pasado desapercibido en su escolaridad, como así sucede con las grandes mayorías de los alumnos que pasan por nuestras aulas, la llamada de la vocación muy posiblemente no se produzca nunca. De aquí que existan numerosos jóvenes que no saben qué hacer con su vida profesional futura o con su ocupación laboral, lo cual les ocasionará inevitablemente, una especial sensación de frustración, desorientación y en muchos casos ansiedad y angustia, o en su defecto la aceptación de una disociación permanente entre lo que hace y le gustaría hacer, provocando así un estado de esquizotimia permanente producto de la alienación que le produce el trabajo asalariado.

De este problema se derivan a mi juicio tres importantes implicaciones educativas: 1) Que la orientación escolar, vocacional y profesional es un derecho del mismo nivel que el derecho a la Educación que debe ser garantizado por los Estados mediante la creación de servicios de orientación cualificados insertos en las instituciones escolares. 2) Que cuanto más se adelante la edad para optar por determinados itinerarios educativos, menor madurez tendrán los sujetos para decidir y mayores serán las posibilidades de que se reproduzcan y legitimen las desigualdades sociales de origen. Y 3) Que un mundo cada vez más complejo y globalizado en el que nacen diariamente nuevas profesiones y ocupaciones y en el que siempre existe una tasa variable de desempleo, la ayuda y la orientación vocacional y profesional no puede consistir en un mero acto puntual de carácter informativo o psicométrico, sino más bien en un proceso permanente de desarrollo de capacidades de autoorientación y para la toma de decisiones.

Así pues, nos parece evidente que la decisión vocacional tiene que abandonar ese supuesto carácter iluminado, puntual, irracional y prematuro, para que sea asumida como un subproceso más de los que integran el interminable y permanente proceso global de desarrollo y maduración personal de cada ser humano en particular. Y especialmente en un mundo en el que el cambio ocupacional, profesional y de las condiciones particulares en las que se desarrolla cualquier trabajador, está en continuo cambio. En este sentido, defiendo la idea de que la orientación vocacional como desarrollo de habilidades y capacidades de responsabilidad, autonomía, creatividad y toma de decisiones, debería ser parte sustancial y transversal de todos los sistemas educativos y escolares del mundo, lo cual exige, tanto la implementación de la necesaria formación del profesorado en este sentido, como de la creación de servicios y departamentos especializados, con el fin de ayudar y cooperar en todas las situaciones y dificultades que se presenten.

Podría decirse entonces, que la orientación vocacional y profesional es un amplio y complejo proceso educativo consistente de una parte en conocer aquellas características y procesos psicológicos que están en la base o que fundamentan las decisiones vocacionales y profesionales, un proceso que evidentemente se alimenta de vivencias, aprendizajes y experiencias más o menos significativas y estructuradas. Pero también en un proceso, inseparable y asociado a aquellas características del contexto social que se presentan, ya sea como oportunidades, o como dificultades y amenazas.

Vista así, la conducta vocacional es parte del proceso de socialización que realiza cualquier persona, que aporta sus motivaciones, intereses, expectativas, conocimientos y ca-pacidades y se apoya o dirige a un entorno social adulto. Implícita o explícitamente la conducta vocacional proyecta el deseo y la intención de participar de las actuaciones productivas o laborales útiles socialmente, para las que, en ocasiones, el individuo se ha estado formando a Io largo de muchos años. Aún más, la conducta vo¬cacional no concluye en una decisión puntual de estudiar esto o aquello, trabajar en una cosa u otra, sino que incluye acciones de transformación interna, y no tiene más límite de acción temporal que la vida activa del individuo, e incluso a partir de la jubilación puede continuar desarrollándose.

La con¬ducta vocacional es también un proceso evolutivo que aunque se va trabando en los años escolares, se hace especialmente visible en la adolescencia, como respuesta a una demanda inespecífica de carácter social. Acompaña en la juventud y madurez en forma de trabajo individual o dentro de una organización, y aunque por lo general va declinando hasta su extinción con el retiro o la jubilación, puede permanecer desarrollándose hasta el final de la vida, dependiendo de los contextos y tipos de actividades que el sujeto desarrolla en ellos.

Desde esta perspectiva, las conductas y decisiones vocacionales no se producen en el vacío, ni tampoco pueden reducirse exclusivamente a informes psicométricos que por lo general actúan de legitimadores de lo que ya la escolarización se ha encargado de seleccionar. Su origen y desarrollo, no hay que buscarlo en llamadas extraterrestres, sino en la propia sociedad y en la propia cultura en la que cualquier persona se encuentra inserta. Y es que toda conducta vocacional, está influida, condicionada y enmarcada por un contexto sociocultural que hace demandas muy explícitas a los individuos, ya sean de carácter cultural, ideológico y axiológico; de carácter imitativo de modelos familiares y socioculturales dominantes, o sencillamente de demandas socioeconómicas destinadas a cubrir aquellas necesidades que garanticen el funcionamiento del sistema productivo mediante el trabajo individual en una ocupación laboral determinada. Todo ello sin perder nunca de vista y tomando en consideración, tanto las habilidades y capacidades individuales descubiertas o por descubrir mediante la experiencia, la acción y la reflexión, sobre uno mismo y las características del contexto como medio y plataforma para el propio desarrollo. Nada hay pues fijo, estático y definitivo en las decisiones vocacionales, porque el camino del desarrollo vocacional, se hace y se sigue haciendo, como nos diría Don Antonio Machado, al andar.

Decidir el camino por el que optar, es un asunto tremendamente complejo y lleno de paradojas, porque el desarrollo y la propia condición humana son también complejas, dándose el caso por ejemplo, de individuos que habiendo creído que habían elegido en su adolescencia el camino adecuado para su vida profesional, años más tarde se dan cuenta de que aquella decisión fue totalmente inadecuada para su bienestar personal y social. O viceversa, el de aquellos individuos que creyendo habían elegido el camino inadecuado y que inicialmente rechazaron porque se vieron impelidos a elegir porque no tenían otra posibilidad, encuentran finalmente gracias al descubrimiento de nuevas capacidades y habilidades, como al desarrollo de nuevos valores, que efectivamente, aunque no lo eligieron, ese nuevo camino al que se vieron forzados, es el que los hace más creativos, maduros, autónomos, solidarios y humanos.

Las decisiones vocacionales son en realidad un complejísimo proceso permanente de acciones, interacciones, retroacciones y recursiones, en las que intervienen a mi juicio tres tipos de elementos o factores inseparables. Por un lado la persona dotada de libertad siempre relativa y condicionada, aunque con metas y aspiraciones legítimas e intencionadas. Por otro el contexto familiar, escolar y sociocultural que influye y condiciona actuando, unas veces como modelo reproductor y otras, como fuente de motivación, apertura y autonomía personal. Y finalmente la estructura socioeconómica, profesional y ocupacional en un momento histórico dado. Pero a su vez estos tres grandes ámbitos o dimensiones de la conducta vocacional, están atravesados por la estructura axiológica de cada sujeto en particular, por su jerarquía de valores, valores que son los que están siempre en la base de nuestras elecciones y que son los que determinan y fundan nuestras motivaciones e intereses.

Tomar decisiones vocacionales, desde esta perspectiva evolutiva y compleja, exige pues un desarrollo continuo del autoconocimiento y del aprendizaje para la toma de decisiones; un aprendizaje permanente de las características de nuestros contextos y del modo como estos influyen y condicionan nuestras decisiones y una reconstrucción constante del mapa de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas que el contexto sociolaboral presenta y manifiesta. Y todo ello integrado en un sistema de valores que sirva de construcción de sentido, de autoestima, de autocompetencia y de desarrollo humano para el propio sujeto. O dicho en otras palabras, toda decisión vocacional es al mismo tiempo una decisión ética y estética, que es común a cualquier ser humano, porque cualquier ser humano, independiente de la profesión, la ocupación, o la actividad que desarrolle puede encontrar en ella la fuente de su propia autorrealización y de su propia contribución a la mejora de sí mismo y de la sociedad.

Por último, creo que es bueno y útil recordar aquí a un personaje que siempre pasa desapercibido en los temas orientación educativa, vocacional y profesional. Nos estamos refiriendo a Karl Marx (1818-1883) auténtico y genuino artífice de la conexión entre desarrollo personal y realidad social y de cómo ambas dimensiones se relacionan y codeterminan de una forma compleja, cuyos consejos de orientación, allá por 1849, tienen todavía vigencia. El joven Marx, nos decía: «…el primer deber del adolescente que abraza una carrera y que se niega a abandonar sus intereses fundamentales al simple juego del azar consiste en entregarse a serias reflexiones sobre dicha elección (…) Pero comprometerse en una carrera a la cual se cree uno destinado no siempre es cosa posible; nuestras condiciones en el seno de la sociedad preexisten de algún modo a nuestras posibilidades de determinación (…) Una vez que hayamos sopesado debidamente todo, y si nuestras condiciones de vida nos permiten optar por esta o aquella profesión, elegiremos preferentemente la más noble, aquella que se base sobre unas ideas cuya verdad participe de nuestras convicciones íntimas, la profesión que nos ofrezca las mejores oportunidades de actuar a favor de la humanidad y de nuestro objetivo general, la perfección, ante la cual toda profesión no es más que un medio de aproximación (…) El móvil determinante de nuestra elección es el bien de la humanidad y nuestro propio perfeccionamiento. Evitemos cuidadosamente el llegar a creer que hay un antagonismo entre estos dos principios, o a pensar que uno destruye a otro; por el contrario, la naturaleza humana está hecha de tal manera que se perfecciona al contribuir a la perfección y al bien del mundo contemporáneo…» (MARX, K. (1835) Consideraciones de un joven sobre la elección de un oficio. Citado por NAVILLE, P. (1975) Teoría de la formación profesional. Alianza. Madrid. Págs 319-324.)

Por Juan Miguel Batalloso Navas

Licenciado en Filosofía y Educación y Dr. en Ciencias de la Educación –Universidad de Sevilla, España. Es Miembro del Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofrece el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones