Elena Poniatowska: “El periodismo no se puede concebir sin compromiso”

Elena Poniatowska es una figura imprescindibles de las letras mexicanas y una de las intelectuales más comprometidas con su país

Por Wari

24/01/2011

Publicado en

Entrevistas / Historia / Mundo / Pueblos

0 0


Elena Poniatowska es una figura imprescindibles de las letras mexicanas y una de las intelectuales más comprometidas con su país. «Todos los movimientos, incluso el del EZLN en el 1994, tienen un lazo muy fuerte con el 68″, afirma.

Elena Poniatowska es uno de los grandes iconos de la intelectualidad mexicana de izquierdas. Nacida en 1932 en París en el seno de una família aristocrática. Su padre era un príncipe polaco, y su madre, una francesa hija de mexicanos. La pareja se mudó a México cuando Elena tenía 10 años y pronto se asumió como mexicana. Este país le mostró una realidad sumanente desigual que ella no imaginaba desde la holgura de su casa ni desde las calles francesas. Y estos contrastes la dotaron de una capacidad de sorpresa y fascinación que le han permitido retratar la pobreza y las injusticias estructurales con un halo de optimismo, donde las víctimas no se regocijan en sus desgracias si no que miran hacia adelante con vitalidad y dignidad.  Ahora, a sus 78 años, cree que esto ha sido fruto de su ingenuidad. Pero si es así, la mantiene. Desde que empezó a trabajar de periodista, a los 18 años, hasta su columna semanal que mantine en el diario La Jornada, pasando por todas sus novelas, su trabajo destila compromiso político.

Hablamos justo de eso, cuando se cumplen 42 años de la masacre que dio pie a su libro más vendido, La noche de Tlatelolco, una recopilación sin precedentes de testimonios de aquella matanza y de gente que vivió ese año, a favor o en contra del movimiento. Además de este relato periodístio, Poniatowska ha cultivado el cuento, la novela, el reportaje, la crónica, el ensayo, la entrevista y la poesía. Además del ya mencionado, sobresalen sus libros Todo empezó en domingo (1960), Hasta no verte Jesús mío (1969), Fuerte es el silencio (1980), ¡Ay vida, no me mereces! (1985), La Flor de Lis (1988), Nada, nadie: las voces del temblor (1988), Luz y luna, las lunitas (1994), La piel del cielo (2001), El tren pasa primero (2006). Para el próximo año (2011) me revela que sacará nueva novela, pero lo único que me adelanta es que estará para marzo. De momento, me asegura, que a sus 78 años no puede dejar de escribir.

-Su obra tanto periodística como literaria está estrechamente vinculada al compromiso social, desde sus primeros escritos que datan de 1953. ¿Cómo asume este compromiso desde la literatura y el periodismo?

-El periodismo no se puede concebir sin compromiso político, sobre todo en América Latina. Tu te metes de periodista y lo primero que haces es indignarte, la propia realidad te obliga. Si no haces periodismo de denuncia o de protesta, no sé lo que estás haciendo. Bueno, cuando yo empecé a trabajar de periodista, en los periódicos de ese momento no podías hablar de la miseria, de la pobreza… Había muchas noticias de sucesos pero nunca sacaban la realidad que vivía la gente. Los libros me permitieron contar eso que no podía contar para el país. No sólo en La noche de Tlatelolco, que obviamente es un relato periodístico, también en Fuerte es el silencio, o en Todo empezó en Domingo… se reflejan eso. Pero realmente en la literatura es diferente, el único compromiso que uno hace cuando escribe un libro es escribir bien. Aunque lo malo y lo bueno a la vez de México es que la realidad interviene mucho en la vida personal. En Europa un escritor se puede encerrar a escribir sin saber lo que pasa fuera, o saber que hay una guerra en Irak, o que ganó Obama, en fin las hilachas,… pero aquí la realidad se mete a tu casa, abre la puerta y te saca a fuerza. Es muy difícil escapar a la realidad mexicana.

-Pero no para todos los autores mexicanos es así. En sus novelas particularmente está muy presente esta tragedia de la realidad, sus personajes son frecuentemente los más desfavorecidos de la sociedad.

-Porque me enriquecen mucho más que mi propio medio. Me parece que tienen que ofrecer algo mucho más creativo, mucho más mágico. Sus reacciones son imprevisibles y ejercen una fascinación inmensa sobre mí. No lo he visto en otros lados. Además, seguramente si yo hubiese nacido en México, nada de lo que sucede me hubiese asombrado, ni siquiera que te maten de un balazo en la esquina. En Madrid, en París, en Nueva York, ves pobreza pero en este país ves una señora con cuatro niños y ninguno tiene zapatos. ¿Te imaginas lo que es eso? Este país me dio la conciencia. Y ahora la realidad es cada vez más aterradora. Luego hay desastres, cataclismas. Ahí puedes colaborar pero es difícil, pero aquí hay otras cosas absolutamente aterradoras, así que ni modo que no protestes.

-Sin embargo, pese a mostrar este lado oscuro de la sociedad mexicana y de la propia ciudad de México, aunque lo haga desde la crítica, siempre hay en sus textos una sonrisa a la vida, un aire de optimismo. ¿Cómo logra conjugar esto?

-Tal vez por mi inconciencia. Yo tengo una gran capacidad para no estar en la realidad o para entenderla mucho después de lo que ha sucedido. Además yo siempre me hago muchísimas ilusiones sobre la gente. Creo que estoy frente a Jesucristo o la Vírgen de Guadalupe y claro, luego me doy muchos frentazos. Con los años no se me quita.

-Han pasado 56 años de Lilus Kikus, su primera novela. ¿Cómo era la Elena Poniatowska que escribió Lilus Kikus y cómo es hoy la Elena Poniatowska de las Rondas de la niña mala, su libro más reciente, publicado en 2008?

-Era mucho más sabia hace 56 años que ahora, he ido para atrás. La que empezó tenía más posibilidad de ir hacia las cosas que ahora, era la fuerza de la juventud, yo salía a pisar el sol, ahora ya no puedo. Hay épocas para todo.

-Uno de sus libros más famosos es La noche de Tlatelolco. Un recuento testimonial sin precedentes. ¿Por qué se decidió a escribirlo?

-El 2 de octubre yo no estuve allí porque estaba amamantando a mi segundo hijo,  pero vinieron dos amigas a contarme lo que había pasado. Llegaron como a las 8 -10 de la noche y me contaban con mucho horror que estaban perforados sus edificios, los elevadores balaceados, que había sangre, que las ruinas prehispánicas estaban llenas de miles de zapatos. Entonces yo fui a la mañana siguiente muy temprano y descubrí un Tlatelolco en estado de guerra, había tanques, soldados, gente haciendo cola en las tomas de agua, era terrible, era como estar en un paisaje después de la batalla. Empecé a escribir lo que veía para el periódico -yo trabajaba en ese momento en el Novedades– pero rechazaron absolutamente todo, me dijeron que no se iba a publicar una palabra. Entonces lo guardé. Hasta que llegó a mi casa Nieves Expresate, hija del dueño de la editorial Era, un catalán llamado Tomás Expresate, y me dijo “yo te lo publico”. A Don Tomás y a la editorial les amenazaron pero Don Tomás dijo yo estuve en la Guerra (Civil) Española, no les tengo miedo.

-A través de los testimonios de gente que había participado, de simpatizantes y detractores, construyó en las páginas de la noche de Tlatelolco, un paradigma de sociedad democrática, coral, como todavía no se ha logrado construir en la realidad. ¿La idea fue parte del reto del 68?

-Yo viví mucho el 68 a través de mi esposo, Guillermo Haro, un profesor de astrofísica de la Universidad Autónoma de México. Él me contaba lo que hacían los chavos. Además éramos amigos de todos los profesores que participaron en el movimiento, muchos de los cuales luego estuvieron presos, José Revueltas, Eli de Gortari,… Luego lo sucedido el día 2, fue el estímulo para ponerme a escribir. Y fue saliendo así porque todo el mundo me decía lo mismo: a las 5:19 sobrevoló la plaza un helicóptero y estallaron las bengalas y los tiros,… entonces yo decidí elegir de cada uno lo que más me conmovió. Lástima que todo ese material lo presté luego y se perdió.

-Como cronista del moviento del 68. ¿Qué significó ese  movimiento para el país?

-En esa época fue un parteaguas y salieron muchas cosas nuevas: la fundación de nuevos periódicos, la revista Proceso, el desafío a las normas establecidas,… se abrió la participación de los jóvenes, que desarrollaron una capacidad crítica que aún perdura, ya nadie se la cree como se la creían antes. Además es la punta de flecha de muchos movimientos sociales que vinieron después: el feminismo, la apertura con la homosexualidad, la oposición política partidaria, eso se debe al 68. Cuando aquellos jóvenes se quedaron a dormir a la universidad, con sus parejas en los corredores, hubo una apertura. Y se adueñaron de sus espacios, nunca más los han podido sacar del Auditorio Justo Sierra, también conocido como Che Guevara. Además el movimiento estudiantil produjo tipazos. A muchos de ellos les volví a encontrar en 1985, después del temblor, sacando a la gente de los edificios, de entre los escombros, mantenían el mismo compromiso que tenían en el 68. Todos los movimientos, incluso el del EZLN en el 1994, tienen un lazo muy fuerte con el 68.

-Este año (2010) se celebra el centenario de la Revolución y el bicentenario de la independencia. Pero más allá de las conmemoraciones de calendario, ¿se ha perdido la memoria histórica en México?

-Sí, ahora todo el país está lleno de ejército. El país nunca había estado tan mal. La gente está desesperada, bien triste. Pero hay cosas que no me caben en la cabeza, no entiendo que a pesar de la tormenta que vivimos, la gente fuese a llenar el Zócalo el día 15. Yo había pensado que nadie saliese de su casa para censurar al Gobierno y la situación. Y luego el gasto que hizo el Gobierno, ¿cómo se maneja el presupuesto en un país que necesita escuelas? Yo hubiese hecho las escuelas del 2010, las colonias del 2010, así hubiese festejado. Yo no sé que deja este Bicentenario. Al menos en el centenario de la Independencia, Porfirio Díaz dejó el palacio de Bellas Artes, el Chopo, un montón de edificios que se trajo de París y tal, pero dejó. ¿Qué dejamos nosotros? ¿Un estallido de luces?

-Un estallido de balas…

-Sí, un estallido de balas que es peor. Nada más pensar en esos 72 centro y sudamericanos, asesinados en Tamaulipas todos a la vez,… y eso es lo que salió en el periódico, pero te imaginas a tantos otros que deben haber matado, es indignante.

-¿Qué debe hacer la izquierda ante esta espiral de violencia actual?

-La izquierda está de la patada. El Partido Revolucionario Democrático (centro izquierda) comandado por ese Jesús Ortega, el Partido del Trabajo (partido izquierdista agrupado con el PRS) casi no existe. Y luego, parece que ser diputado en México es igual a ser corrupto. El solo hecho que trabajen por su país a cambio de 150.000 pesos mensuales de salario (cerca de 10.000 euros) me parece una gran vergüenza, una ignominia.

-Y, ¿los intelectuales?

-Los intelectules deben ser buenos en lo que hacen. Si no eres bueno escribiendo, o pintando o esculpiendo, no sirves de nada, y después si se alían a la causa que a mi me importa, pues que bueno.  En América Latina los intelectuales intervienen muchísimo, si no quieren hacerlo tienen que salir de su país, como García MárquezaVargas Llosa o Carlos Fuentes. La ingenuidad, la entrega de ti mismo, la bondad, no son características de un intelectual per se.

Mira a mí me pasó una cosa con Borges cuando era jóven. En  una rueda de prensa le pregunté a gritos, con una voz aguda de rata ahogándose en el agua que tenía en aquel momento, que ¿por qué fue a usted a ver a Pinochet?, y ¿por qué hizo una oda a Vietnam?… y no se que tanto. Entonces él me miró directamente, puso las dos manos en su bastón y me dijo muy despacito: Por cor-te-sí-a, como diciendóme que descortés es usted que está grita y grita. Yo no puedo aún concebir que se le haga una oda a Pinochet, pero Borges es un gran escritor.

-Cada semana sigue escribiendo en La Jornada, ¿no va a jubilarse nunca?

-No, ¿como?, me muero, ¿qué hago? ¿Te imaginas aquí sola y sin escribir, que haría? Tengo 10 nietos, y 3 hijos, pero ninguno está aquí en la ciudad. Así que si no escribiera, si no tuviera este oficio, ¡sería terrible! bueno, tal vez  podría aprender a hacer otras cosas. Ir a la universidad que no fui nunca, y eso fue culpa de mi clase social, mis papás no quisieron, fui a pinches escuelas de monjas, a rezar, y a ir al cielo por la Virgen María,… pura cosa así.

-¿Siempre quiso escribir?

-No, yo no tenía claro absoluntamente nada.  Te repito, si de algo me arrepiento es de no haber ido a la universidad. Tengo un vacío académico enorme. Debí insistir en ir a la universidad y no sabes cómo me duele no haber ido, en vez de estar trabajando de periodista, donde me mandaban a hacer cosas de las que no tenía mayor interés. Corriendo a entrevistar al director del matadero, al que no me quedaba más que preguntarle por qué mataban a las reses con esa crueldad.

Además en México el 99% del tiempo lo pasas escribiendo para gente que nunca te va a leer nada porque no sabe leer o escribir o porque no tiene acceso. Y el otro 1% que te lee te detesta porque eres una traidora a tu clase social, o porque no sabes de que estás hablando, o porque cualquier cosa es buena para criticar… así que está todo de la patada. Pero ya a los 78 años, ¿qué? ni modo que vuelva a vivir otros 78.

-¿Cuál es el país que desea?

-A mí me importa muchísimo la educación, y que toda la gente se vaya a dormir habiendo comido más o menos lo mismo, lo cual no sucede. Es terrible la falta de oportunidades, el abismo entre una clase social y otra, en este país.

Octubre 18 de 2010

Por Majo Siscar

Fuente: periodismohumano.com

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Comenta 💬