Marcelo Armani, músico brasileño: “En Chile la gente tiene la conciencia de la música improvisada”

Con el desarrollo en nuestro país de la llamada música experimental –a falta de una etiqueta más explicativa- en los últimos cinco años, varios músicos latinoamericanos han pisado esta región para mostrar sus creaciones y compartirlas con una creciente audiencia local, sedienta de nuevas formas musicales que superen la esterilidad hegemónica

Por Wari

16/08/2010

Publicado en

Artes / Entrevistas / Música

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Con el desarrollo en nuestro país de la llamada música experimental –a falta de una etiqueta más explicativa- en los últimos cinco años, varios músicos latinoamericanos han pisado esta región para mostrar sus creaciones y compartirlas con una creciente audiencia local, sedienta de nuevas formas musicales que superen la esterilidad hegemónica.

A Alan Courtis (Argentina), Christian Galarreta y Shaolines del Amor (Perú), Oso El Roto (Francia) o Daniel Gutiérrez (México-España) se sumó en enero de este año la venida de artistas sonoros brasileños. En esto, aparte de iniciativas individuales, el Festival Fobia –organizado por Productora Mutante y Jacobino Discos– ha sido muy importante, ya que desde hace un par de versiones dedica un espacio específico a países del continente, extendiendo los lazos entre músicos y no músicos de la región.

En estas visitas, locales y extranjeros interactúan en sesiones de improvisación salvaje, más allá de las presentaciones originalmente programadas, en espacios que salen de los lugares tradicionales de la música “de vanguardia”, casi siempre de manera gratuita y autogestionada, y con una manera de ver y hacer las cosas que no está ligada al mercado, la luces del espectáculo y los códigos y pretensiones de los proyectos más ligados a los circuitos académicos.

Marcelo Armani (1979, Carlos Barbosa, Rio Grande do Sul, Brasil) visitó Chile en enero de este año, junto a Panetone y Fabiano Gummo, en el marco de este festival, dedicado en su última versión al país carioca. Junto a Gummo, Armani presentó el proyecto Human Feedback, que mezcla improvisación sonora y pictórica, generando dos registros que interactúan en vivo, se complementan y se proyectan a nivel individual y colectivo.

Antes de esa visita, Ervo Pérez (Colectivo No, La Golden Acapulco, Death Stilte) y Daniel Llermaly (DiAblo, La Golden Acapulco, Colectivo No, Cadonga y los Residentes) conocieron a Armani en el tour Atlántico que llevó a La Golden Acapulco a Porto Alegre, donde actualmente vive Marcelo. Con él compartieron más que música, y tras la visita al Fobia, Armani programó un viaje por Chile que se concretó en julio pasado, en seis fechas que lo tuvieron tocando en diversos lugares de Santiago y Valparaíso.

“NO CONCIBO SEPARAR MI PERSONA Y MI ALMA DE MI MÚSICA”

Los primeros atisbos musicales de Marcelo Armani fueron con su abuelo, baterista y acordeonista. “Él me sentaba en una de sus piernas y con la otra apoyaba su acordeón”, comenta. Motivado por el álbum “Killers” de Iron Maiden, Armani comenzó a tocar la batería a los 14 años. Luego se sumergió en los sonidos furiosos de D.R.I, Dead Kennedys, Agent Orange, Ramones, Circle Jerks, y Mercenarias de Brasil. Más tarde conoció a Coltrane, Ornette Coleman, Elvin Jones, y fue seducido por el minimalismo de La Monte Young, Steve Reich y la pintura de Pollock.

En su reciente gira por nuestras tierras se le vio compartiendo escenario y sesiones con músicos y no músicos locales como el mismo Pérez y Llermaly –quienes lo acompañaron en más de la mitad de sus presentaciones- Francisco Morales (Marcel Duchamp, Colectivo No, La secta del Perro), el guitarrista e improvisador porteño Toto Álvarez, el percusionista Lukax Santana, Raúl Díaz, Pinto Cabezas, ojO, Un Festín Sagital y Los 5000.

Considerando la diversidad de actores, los resultados de esos experimentos sonoros siempre fueron distintos e interesantes y la sensación que dejó tras su paso por Chile fue la de una persona sencilla, afable, y lo que se preveía como una gira más de un músico extranjero viniendo a mostrar su desarrollo como solista, se convirtió, tras su primera presentación en el Centro Cultural de la Embajada de Brasil, en una bacanal de improvisación feroz, alegre, colectiva; una gira que él mismo señala como un encuentro de amigos, y que motivó la siguiente conversación, luego de su última presentación en Santiago, una fría noche de julio, en el distendido espacio llamado Bar Uno.

Cuéntame algo de tu experiencia musical y de las actuales directrices de tu actividad creativa…

Yo empecé como baterista en una banda de música experimental con la que toqué por diez años. Con ellos giramos por Brasil, Argentina y Uruguay, pero nunca llegamos a Chile. Ahí empecé a hacer contactos, conocer gente. Cuando acabó, empecé a trabajar con efectos, y a ampliar las posibilidades de la batería. Le agregué percusión, metalófono (instrumento melódico y percusivo al mismo tiempo), clarinete y trompeta, y eso es lo que hago actualmente.

Yo soy mi música, no hay otra definición. Yo empiezo a construirme como persona en el exacto momento en que empiezo a dejar mi musicalidad fluir, sin eso yo creo que no existo. En Brasil lo que hago es eso: tengo un trabajo para poder mantenerme vivo musicalmente. No concibo separar mi persona y mi alma de mi música.

Entonces vienes a Chile a mostrar esta propuesta, pero al parecer acá te encuentras con un escenario distinto: Muchas personas interesadas en la improvisación, y dispuestas a compartir. ¿Cómo se concreta la interacción con estos músicos, que has mostrado en todas estas fechas?

Es cierto, yo vine a mostrar mi propuesta, mi trabajo, pero lo que pasa es que siempre intento compartir eso con las demás personas. Siempre he buscado un intercambio, no solo venir, presentar mi trabajo y volverme a mi país. Lo que siempre busco es venir, sumarme, intentar hacer chilena una parte mía. Ahora vuelvo a Brasil en un par de horas, pero queda una parte mía acá y me llevó muchas cosas valiosas.

Cuando improvisas, hay una presencia energética, espiritual. Nosotros ensayamos (Con Ervo y Daniel), pero ¿sabes cómo? Con un lenguaje natural: Comer completos, tomar cerveza y vino, y en todo eso hay una musicalidad. Fuimos al Persa, fuimos a Valparaíso, comimos empanadas, todo eso es ensayo, no necesariamente tomar un instrumento y tocar…  ¿Y en términos musicales? Sólo nos juntábamos y tocábamos.

En Chile hay una gran cantidad de músicos no profesionales que ven en la improvisación la posibilidad de subvertir las formas tradicionales, no sólo de musicalidad, sino de relaciones humanas especializadas, así como de subvertir y atacar lo que se supone es buen gusto y mal gusto, dentro de los límites impuestos por la ideología dominante…

Claro, para mí en la academia no está eso. En la academia está el gusto burgués. Yo estudié Licenciatura en Música dos años, porque pensé que lo necesitaba para ser músico, pero ahí me di cuenta que no era así. Quizás me sirvió para aclararme un poco, pero para hacer sonidos, uno se desarrolla solo.

A mí me parece que hoy la música está en lugares que no son musicales. Yo encuentro música en el tren, en el bus, en la calle…

…¿Cómo alguna vez lo percibieron los futuristas?

Claro… yo ocupo una máquina que hace loops, y que no es sino el resultado de lo que está en la calle, constante repetición. En Chile hay mucha tecnología, en todo tipo de ámbitos. Quedé sorprendido. He visto muchos solistas con sus aparatos y los he disfrutado.

Acá tocaste con varios de los músicos no profesionales que más tiempo llevan en esto de la “música espontánea”. ¿Cómo resultó esa compañía?

Todo lo que yo busco en lo que hago se dio. Los lugares generan distintas energías. En casi todas las fechas toqué con Ervo y Daniel, pero en todos los lugares fue distinto, incluso acá (Bar Uno) las dos tocadas fueran muy distintas.

Lo mejor es venir y juntarse con gente y producir algo nuevo todas las veces. Yo sentí un crecimiento en todas estas presentaciones. La primera, en el Centro Cultural de Brasil, fue totalmente solo, con sampleos preparados e improvisación. Esa fue la única vez que mostré todo lo que traía preparado.

En Valparaíso toqué con Toto Álvarez y Lukax Santana… ¡impactantes! Ahí pasó lo mismo, era una tocata en la que me iba a presentar como solista, pero vi a Lukax y quedé muy sorprendido. Luego tocamos juntos y resultó muy bueno, ya que ellos tienen otra vibración. Entre ambos percusionistas generamos un soporte en el que Toto se movía libremente.

Yo disfruto mucho compartiendo la música con otras personas, más que presentándome como solista. Yo venía con una idea, porque no podría prever lo que pasaría.

¿Cómo sientes la energía que se da con las otras personas cuando estás improvisando?

La siento igual que las personas que están mirando. Se llega a un punto en el que las personas pasan a ser parte de esa energía, son parte de los improvisadores. La música tiene algo muy fuerte, no es sólo el procesamiento de sonidos, se puede llegar a un punto que es muy profundo, y eso me pasa cuando veo gente tocando, también…

… Sí, uno siente las tensiones entre quienes están improvisando. Los momentos de duda, de búsqueda, de encontrar un final o continuar…

Claro, incluso quienes nos acompañaron con visuales (Cony, de Chimbalab) también están tocando, improvisando. Ella me decía que estaba cansada y no había tocado, pero sí estaba tocando. Estábamos todos adentro. Me voy muy contento porque todo lo que quería hacer lo logré, y no solo, lo que es mejor aún. Esto fue una gira de amigos.

Al regreso, tengo una fecha con un artista plástico (Fabiano Gummo), en el que yo hago el set musical y él el set visual. Eso tiene otra energía. Para mí es muy difícil, porque debo desarrollar todo un proceso musical, crear una atmósfera sonora yo solo y eso me da un…. miedo… no sé si un miedo, pero es más difícil, más exigente, debo hacerlo todo yo y todavía no llego a un nivel en el que lo disfrute tanto, como he disfrutado todo este tiempo con los amigos en Chile.

¿Por qué accedes a esa dificultad, entonces?

Cuando improviso con otras personas me olvido, no sé donde estoy, me voy. Siempre pienso en la libertad y cuando improviso me siento más cerca de la libertad, porque uno puede hacer lo que quiera compartiendo con otras personas. Cuando estoy solo me cuesta llegar más al punto de disolverme, lo que quizás tenga que ver con la influencia académica, que siempre pone patrones, maneras de ver las cosas, que esto suena bien o esto suena mal.

¿Dices que en tu inconciente cargas con esa formación?

Es que todos somos esclavos, desde que aceptamos trabajar. La música también está sometida a una prisión. Con la improvisación uno consigue liberarse. En el proyecto con Gummo estoy solo, y cuesta mucho desarrollar todo de manera solitaria. Al principio era más difícil aún, ahora estoy encontrando el punto y todas las experiencias aprendidas tocando en Chile con diferentes personas me entregan elementos para aplicar cuando esté solo.

En Brasil no he conseguido estos resultados, porque las personas todavía no están acostumbradas a este tipo de música. Hay improvisadores más ligados a la academia, a las influencias norteamericanas y europeas. Hay músicos muy buenos, pero hay otra energía y está concentrada sólo en las grandes ciudades.

¿Y qué ocurre en Porto Alegre, donde vives?

La cosa es más cerrada todavía. Toda la cultura está volcada hacia la élite, hacia la academia, es muy difícil. En Río de Janeiro, en Minas Gerais, hay más movimiento, muchos jóvenes, viejos, de todo.

Acá he conseguido soltarme porque la gente tiene la conciencia de la música improvisada, saben absorber esto de alguna forma y devolverlo a los que tocamos. Hay un intercambio de energía en el que uno aprende mucho. En Brasil eso no pasa, porque las personas son cerradas para este tipo de música. Quizás acá no todo el mundo sea así, pero la gente que he conocido sí lo es; muy buena gente, que carga el mismo corazón que yo.

Uno no debe cerrarse, debe tocar para quien sea. Yo ahora vuelvo para mi país, a mi ciudad, y seguiré haciendo lo mío, aunque la gente diga “esto es puro ruido”.

Por Cristóbal Cornejo

Música en www.myspace.com/marceloarmani
Fotografías gentileza de Mauricio Capellari

El Ciudadano

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