Pablo Marimán, historiador: Al genocidio de la población originaria jamás se le ha llamado como tal; y al despojo de tierras, tampoco

Pablo Mariman Quemenado ha puesto su empeño como historiador en la visión mapuche de su pasado y de su cultura

Por mauriciomorales

29/07/2015

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Pablo Mariman Quemenado ha puesto su empeño como historiador en la visión mapuche de su pasado y de su cultura. Construyó este pensamiento y modeló sus convicciones en los tiempos difíciles de la dictadura y a pesar de una educación pública que distorsionaba la historia y negaba toda figuración al pueblo mapuche. A este tema y a cómo, a su juicio, debiera reformarse la enseñanza, se refiere en la siguiente entrevista:

pablo mariman

“Soy Pablo Mariman Quemenado. Mis padres migraron desde los campos de Botrolwe Trañi Trañi (cercanos a Labranza) a Santiago en la década del cuarenta. En esta ciudad fundaron y formalizaron su familia y luego de vivir en barrios de la zona norte finalmente se instalaron en la zona sur. Estudié en la escuela Quicaví, luego en la Escuela Consolidada de Experimentaciones, ambas en la población Dávila. La enseñanza media la hice en el Liceo Barros Borgoño, en el barrio Matadero. Todo esto entre 1973 y 1984. Posteriormente estudié Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de la Frontera de Temuco y mediante postgrados en la Universidad de Chile me especialicé en Etnohistoria. Junto a algunos de mis hermanos somos la primera generación que se profesionalizó; aún así me desempeño de manera independiente en labores de docencia e investigación y como vivo en una comunidad –entre Chol Chol y Galvarino-, también me dedico al campo”.

– De tus años de escolar y liceano, ¿puedes recordar cómo era la enseñanza de la historia de Chile en lo que respecta a la “conquista” y la “guerra de Arauco”?

– No recuerdo haber escuchado jamás el etnónimo mapuche; los profesores siempre se refirieron a los mapuche como indios o araucanos. La narrativa estaba marcada por la guerra y por un relato acerca de costumbres o hechos que no provenían de su lenguaje (mapudungun) y cultura (kimün), sino de terceros. Además, para nada vinculaban a esos personajes con los actuales. Esos contenidos eran ubicados en unidades relacionadas con la prehistoria de Chile y de América, con el denominado “descubrimiento” y “conquista”. La “colonia” era una confusión, pues desaparecían y luego reaparecían en la “república” de la mano del “rey de la Araucanía”, quien justificaba la “pacificación”.

Si en la básica mi disposición a los contenidos fue receptiva, en la media esta cambió. A algunos el contexto político de la dictadura y la adolescencia nos hizo irreverentes también en el aula, y así las clases se volvieron un espacio de disputa ideológica. Celis, mi profesor de Historia de 4° medio en el Borgoño, nos insistía en explicar -cada vez que le salía al paso a sus contenidos y comentarios etnocéntricos sobre lo mapuche- como había versiones rosadas y negras de la historia, por supuesto, el enfoque que yo le aportaba en clases pertenecía al “lado oscuro de la fuerza”. La convicción y actitud para rebatirle no las aprendí en la escuela, estaba en la práctica dialógica de mi familia y de mi participación en la organización Ad-mapu metropolitana, espacio del que obtenía formación, afecto, identidad y cartillas (me recuerdo una del GIA sobre economía mapuche, de José Bengoa) que luego difundía en el liceo.

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