De nuevo Mañalich es la noticia: la magia de la posverdad

Parafraseando un poco a McLuhan, “Mañalich es el mensaje”. Cuando el ministro despliega su histrionismo y su nube de datos confusos y contradictorios, está haciendo un brillante acto de prestidigitación, una especie de “Pepito paga doble”. Los datos se cruzan ante nuestros ojos, su cháchara nos embolina la perdiz, sin que podamos mostrar “dónde está el billete” de los verdaderos datos.

Por Aníbal Vivaceta (epidemiólogo), Sebastián Espinoza (bio-estadístico) y Nicolás Schiappacasse (ingeniero biomédico), pertenecientes al colectivo aquihayunproblema.cl y miembros de la Universidad de Valparaíso.

Hemos seguido de cerca los informes diarios del Ministerio de Salud e, inevitablemente, la omnipresente figura de Jaime Mañalich en cualquier medio y a cada rato. Sin duda, gran parte de su presencia tiene que ver con sus detractores y con las reacciones a sus disparates, y con sus permanentes contradicciones. Mañalich se equivocó en las cifras, Mañalich rectificó las cifras, Mañalich se enojó con un periodista, Mañalich explicó la corrección de las cifras, Mañalich explicó que su carácter es así, pero es el mejor capitán para esta travesía; Piñera blinda a Mañalich, el Colegio Médico se pelea con Mañalich, Izkia Siches desmiente a Mañalich, se inicia campaña para que Izkia sea Presidenta porque se peleó con Mañalich, otro ministro contradijo a Mañalich, el otro ministro desapareció de las pantallas, Mañalich se retracta de la rectificación de las cifras que había explicado, y así al infinito…

¿Satura, no?… tanto, que de aquí en adelante solo le llamaremos «Agente M» en este artículo.

¿Y qué sabemos sobre el COVID? ¿Cuánta gente sabemos que está enferma? No nos referimos a aquella cifra oculta, indetectable en cierta medida de la circulación comunitaria, con gente asintomática o levemente sintomática, sino aquella que incluso tiene síntomas, y por distintas razones; mucha de ella “socioeconómicas”, no figura en una estadística, o en aquella que el «Agente M» corrigió, o en la que luego desmintió. 

Veamos algunas de estas causas: todo el rango que va desde los desincentivos a consultar hasta la respuesta de “no podemos ir” o “no traiga el abuelito para que no se enferme de COVID”; la brutal desigualdad en el acceso a exámenes que venimos denunciando hace un mes, y que con el esperado aumento en la cantidad de test no ha hecho más que profundizarse un poco más; y una proporción de fallecimientos en domicilio bastante poco transparente, como denunció hace un par de días El Mostrador.

Pero también existe otra razón que, pensamos, es el mayor aprendizaje del «Agente  M» y su equipo sobre el manejo de la pandemia en países que iban unas semanas antes de nosotros: en realidad, cualquier sistema de información tiene suficientes vulnerabilidades para que muchos datos se pierdan en el camino, los datos no calcen, etc., bastando que no se haga demasiado esfuerzo por hacer que funcione bien. Y si no tenemos escrúpulos, y no visualizamos un problema de salud pública, sino un asunto “comunicacional”, eso puede jugar a nuestro favor. 

Entonces, parafraseando un poco a McLuhan, “Mañalich es el mensaje”. Cuando el ministro despliega su histrionismo y su nube de datos confusos y contradictorios, está haciendo un brillante acto de prestidigitación, una especie de “Pepito paga doble”. Los datos se cruzan ante nuestros ojos, su cháchara nos embolina la perdiz, sin que podamos mostrar “dónde está el billete” de los verdaderos datos. Y al igual que en el «Pepito paga doble», si levantamos todos los vasos, el billete está… en el bolsillo del vivo y no sobre la mesa. Y al final, renunciamos a buscar el dato verdadero.

El éxito de la estrategia del ministro prestidigitador es que finalmente, durante mucho tiempo, ha conseguido  mantener a la gente modelando datos que resultaban evidentemente inconsistentes. Hace ya más de un mes, comenzamos a denunciar dichas inconsistencias, basadas en la falta de pesquisa, en un muestreo centrado en las personas de mayores recursos, en la privatización de la gestión de la enfermedad de cada persona, en la falta de identificación de la vía de contagio de miles de casos. Sin embargo, aunque esos datos estaban ante los ojos de todo el mundo, el espectáculo del «Agente M» impedía verlos y tenía a gran parte de los académicos regocijándose en los medios oficiales por el nuevo “milagro chileno”, haciendo gráficos y elaborando modelos matemáticos para hacer proyecciones.

Lo curioso es que incluso esos mismos medios también han hecho notar algunos de los despropósitos más evidentes de nuestro «Agente M», como lo de contar a cualquiera, vivo o muerto, sano o enfermo, como «recuperado» luego de 14 días; ni siquiera teniendo claro si son desde que comenzaron los síntomas, desde que se diagnosticó, o cualquiera otra fórmula improvisada por el ministro. Da lo mismo. La versión cambiará en cualquier momento. Tampoco importa para los medios. Dos noticias más adelante, volverán a alabar los logros y a repetir la versión del día. Y si no, el «Agente M» les dará algún exabrupto que comentar.

Foto: Ministerio de Salud

Y mientras todos comentamos la incompetencia del ministro, siguen habiendo miles de personas que se contagian sin que sepamos dónde; se sigue haciendo mucho menos exámenes para quienes somos FONASA; el personal de salud sigue con severos problemas de disponibilidad de elementos de protección personal. No solo eso: Cencosud retira utilidades mientras “protege el empleo”, se siguen rechazando licencias médicas por cuarentena, se utiliza argumentos seudosanitarios para restringir libertades.

Pero hay una dimensión terrible de todo esto: el efecto muy diferente que la enfermedad tiene en las diferentes clases sociales. Son los viejos, los pobres, quienes deben ir a cobrar su sueldo, haciendo largas filas, pagando en sus cuerpos las imprevisiones y trastornos provocados por el teletrabajo que hacen otros más privilegiados. Son las familias pobres de este  país quienes reciben la respuesta de que no podemos enviarle la ambulancia al abuelito, que finalmente fallece en la casa, y ni siquiera cae en la estadística. Son los trabajadores de «la contru» los que ni siquiera se pueden cuarentenar, aunque tengan un compañero confirmado, porque no hay exámenes, no hay respuesta de la Seremi, porque viven al día.

Y serán los viejos, los pobres, los que paguen un costo desproporcionadamente alto. No es mal negocio para las AFP, hasta alivia un poco los subsidios. No decimos que esto sea una política totalmente intencional, pero no hacerse cargo de sus resultados raya en lo criminal.  

Mientras tanto, seguimos comentando si el «Agente M» se peleó con «la Robotina», si se puso mal la máscara, si le queda bien el sombrero y si realmente es guapo o es un asunto de bots.

El «Agente M» no es un incompetente que se equivoca a cada rato en cosas técnicas. No será un gran epidemiólogo, pero sus “errores” permanentes son sus mayores aciertos en el papel que asumió. Su “difícil relación con la verdad” no es más que una estrategia bien calculada y muy eficaz. De hecho, nos hemos gastado todo un artículo en hablar del “multifacético Agente M”.

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