La “batalla” por confinar Valparaíso

No existe evidencia histórica de que la medida resulte por separado. Se requiere un intenso trabajo de seguimiento y cuarentena de casos y contactos, para que confinamientos breves, sostenibles socioeconómicamente y en momentos estratégicos, puedan tener utilidad. Las restricciones más intensas en Nueva Zelanda duraron alrededor de un mes, y operó todo su sistema de seguridad social para sostenerlo.

Por Aníbal Vivaceta (epidemiólogo), Sebastián Espinoza (bio-estadístico) y Nicolás Schiappacasse (ingeniero biomédico), pertenecientes al colectivo aquihayunproblema.cl y miembros de la Universidad de Valparaíso

Estos últimos días se ha intensificado el debate respecto de la pertinencia de confinar la Región de Valparaíso “debido al aumento explosivo de los casos”. Ponemos ese texto entre comillas, porque ante una decisión tan dura para la precaria subsistencia de nuestra región, vale la pena revisar si esto es tan autoevidente como parece.

Lo primero es pensar la efectividad potencial de la medida. Cuando confinamos a quienes pueden contagiar (las verdaderas cuarentenas), sabemos muy bien qué resultado esperamos: detengo la trasmisión de esa persona y luego de un tiempo de estar encerrada, no debiera representar un riesgo de contagio.

En cambio, cuando confinamos una ciudad entera, el resultado esperable es, de partida, menos claro: no podemos establecer un período determinado, pues al no poder parar la ciudad, el virus seguirá circulando. Entonces, se abren dos escenarios:

a.   En la experiencia conocida, gran parte de los contagios son intradomiciliarios (en Wuhan, el 80% de los conjuntos de casos con nexo epidemiológico fueron en ese ambiente). Por ello, es probable que tengamos mucha trasmisión en las casas. La gente sale a hacer alguna cosa, no hay formas de higienizar las manos y se descuidan porque andan con mascarilla. Se contagian fuera, y si no hay medidas de prevención estrictas dentro del domicilio, contagian a la familia.

b.   Nos va bien confinando y logramos que la gente no se contagie en sus domicilios. En ese caso, cuando se levanta el confinamiento, la gente sigue siendo susceptible; es decir, chuteamos la pelota pa’ adelante.

Foto: web/referencial.

La situación real será seguramente algo en algún punto intermedio entre ambos polos. Es verdad que hay países exitosos que la han usado, como Nueva Zelanda, y hace un par de días Jacinta Arden, su Primera Ministra, elogiaba la decisión de su gobierno de confinar drástica y precozmente. Sin embargo, cuando revisamos el plan de acción completo, comprobamos el énfasis en la búsqueda y aislamiento de contagiantes. De hecho, si comparamos esta situación con la de otros países exitosos, como Noruega o Uruguay, vemos que en este último solo se aplicaron restricciones voluntarias de desplazamiento. En el país nórdico, en tanto, la ministra de Salud, aunque satisfecha con la restricción relativa de movimientos que impusieron, aún se pregunta si fue necesaria y hace notar que no fue tan distinta, como parece, de la política sueca de no restringir. 

En los tres casos, el bloqueo de quienes pueden contagiar y las medidas de lavado de manos y distancia física fueron fundamentales. Medidas tan simples como tener disponible agua y jabón, o sistemas de aislamiento de quienes pueden contagiar apoyados por sus comunidades, han permitido que muchos países africanos hayan podido controlar brotes de enfermedades transmisibles en contextos de empobrecimiento extremo postcolonial.

Siendo así, resulta interesante evaluar la situación de aumento proporcional de los casos día a día. Comparamos la situación de la Región Metropolitana con la de la Región de Valparaíso.

La medida de confinar Valparaíso debido a la preocupación por el aumento de los contagios debiera considerar la experiencia de Santiago, para ver la efectividad real de la medida. Si realmente el confinamiento colectivo fuera una medida eficaz, esperaríamos que, en un tiempo tan prolongado, el crecimiento proporcional diario de la metrópoli fuera más favorable que el de la región de Valparaíso.

¿Y qué encontramos?

Al estudiar la serie de tiempo entre el 22 de marzo (primera notificación en la Región de Valparaíso) y el 3 de junio, encontramos que el resultado es desfavorable a la capital.

De los 74 días, la Región Metropolitana creció más rápido en 47 días (63.5%); en tanto, la de Valparaíso la superó solo en 27 (36.5%). Es decir, 1,74 veces más veces la Región Metropolitana.

Si lo graficamos por semanas epidemiológicas, obtenemos esto:

Vemos que solo en las primeras semanas, del 22 de marzo al 4 de abril, la Región de Valparaíso supera a la Metropolitana. Luego, en los casi dos meses siguientes en que rige la medida de confinamiento en esta última, su situación no mejora respecto de la de Valparaíso, sino que más bien empeora.

Recordamos a quien nos lea que hablamos de crecimiento porcentual de un día con el anterior, por lo que no influyen las diferencias de tamaño poblacional.

Cuando hemos hecho ver la inconsistencia de la evidencia con el gran ímpetu con que parlamentarios, alcaldes y parte importante de la ciudadanía claman para que nos encierren, la gente suele decir lo siguiente: “Es que la medida resulta, pero la gente no la cumple”.

 Ante eso, solo cabe comentar:

1. No existe evidencia histórica de que la medida resulte por separado. Se requiere un intenso trabajo de seguimiento y cuarentena de casos y contactos, para que confinamientos breves, sostenibles socioeconómicamente y en momentos estratégicos, puedan tener utilidad. Las restricciones más intensas en Nueva Zelanda duraron alrededor de un mes, y operó todo su sistema de seguridad social para sostenerlo.

2. Lo más importante: las medidas de Salud Pública son lo que son, no lo que dice el decreto. Los confinamientos del tipo que hemos visto en Santiago (con ricos saliendo por gusto, narcos saliendo a sus anchas y pobres saliendo a luchar por la subsistencia) es lo que ha logrado la medida. Por supuesto que, si las cosas fueran como en el papel, la medida podría tener un efecto distinto. De hecho, si durante 15 días cada persona se mantuviera separada de las demás “en una burbuja”, aislando madres de sus guaguas, ancianos de sus cuidadores, etc, el virus dejaría de circular. Pero eso es ciencia ficción.

La realidad es mucho más cruda. Actualmente se libra una verdadera batalla comunicacional por “hacerse los buenos” exigiendo encerrar nuestra región sin evidencia que lo respalde sanitariamente. La evidencia apunta, de hecho, a lo contrario. La población que sufriría más drásticamente los efectos de esas campañas de autobombo, de muchas personas que ni siquiera viven acá, tiene derecho a conocer el sustento de la medida. Por ahora, los datos apuntan a que el remedio sería peor que la enfermedad.

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