La comunidad LGBT, que participa como cualquier otro colectivo en las revoluciones sociales, ve una oportunidad en la ‘primavera árabe’. Pese a ello, el deseo homoerótico es castigado con prisión en buena parte de la región, cuando no con pena de muerte. Desde el Líbano, el país más tolerante pero no más permisivo, varias ONG luchan en nombre de toda la comunidad regional.
En medio del milagro de la Plaza Tahrir, se produjeron múltiples prodigios ensombrecidos por la grandeza del desafío social contra décadas de dictadura egipcia. Mujeres y hombres luchando mano a mano, cristianos y musulmanes, laicos e integristas, derechas e izquierdas… Pero sin duda uno de los fenómenos más desconocidos fue la inesperada alianza de homosexuales con los Hermanos Musulmanes. Cuentan que compartieron no sólo sueños revolucionarios sino el espacio físico de las tiendas de campaña que emergieron en Tahrir, toda una novedad para una organización integrista como la Hermandad. Y que la convivencia duró exactamente lo que duró la revolución.
“Después, los mismos homosexuales fueron atacados por los miembros más homófobos de los Hermanos Musulmanes, que rechazaron trabajar con ellos. No nos extrañó: en las agendas políticas siempre se oprime a los homosexuales de una forma u otra”, explica Anthony Rizk, miembro de Helem, la organización más visible y activa que defiende los derechos de la comunidad LGBT –Lesbiana, Gay, Bisexual y Transexual- en el Líbano.
Pese a ello, el hecho de que la comunidad LGBT de Egipto saliera a la luz con motivo de la insurrección social da esperanzas a los gays, bisexuales y transexuales de Oriente Próximo. En primer lugar porque vencieron un miedo múltiple: el miedo a la dictadura y a la represión de un Estado policial pero también a la estigmatización social tan común en la sociedad local.
Eso lleva a pensar que la primavera árabe sólo puede ser positiva para la comunidad más discriminada y castigada del territorio Mena –Middle East and North Africa, Oriente Próximo y Norte de Africa– que lucha desde años por tener visibilidad y por el mero derecho a existir. Gays, lesbianas, bisexuales y transexuales árabes hartos de que sus dirigentes nieguen su mera presencia, de que sus familiares les consideren una vergüenza y de que su comunidad les trate como a seres de segunda clase. “No se pueden anticipar cambios, pero las revoluciones favorecen la aparición de diferentes ideas, de diferentes partidos, del activismo de toda clase. Y eso sólo puede ser positivo. Es mejor que la estrategia del silencio”, razona Hiba Abbani, presidenta de Helem, la ONG más activa y visible de la región.
AIRES DE LIBERTAD
Los aires de libertad han dado energías al colectivo pese a la discriminación que padece, pese a los tabúes ancestrales que les siguen marcando y pese la debilidad de su posición. Un buen ejemplo es la última plataforma online de la comunidad LGBT árabe, Ahwaa, un foro de conversación donde sus miembros pueden compartir inquietudes y encontrar apoyo, comprensión y consejos basados en la experiencia. Cómo decírselo a la familia, cómo enfrentarse a compañeros de trabajo o clase homófobos, cómo explicar tu condición sexual a los amigos de siempre… ”Puede resultar muy difícil, o al menos para mí lo es, verte a ti mismo como un gay orgulloso y un musulmán observante. ¿Cómo os arregláis con eso?”, preguntaba un usuario. Es una pregunta tan frecuente en el colectivo como imposible de formular fuera del mismo.
Diálogo, información y aceptación son seguramente las cosas más anheladas entre la comunidad LGBT árabe. Los más privilegiados son, sin duda, los libaneses. En la sede de Helem, situada en el bello edificio de Zico, una residencia de artistas cerca del parque de Saadnayel, dos chicas se besuquean en una suerte de salón donde horas más tarde se proyectará la película Cisne Negro. Un par de habitaciones más allá, tres jóvenes trabajan ante sus ordenadores y responden llamadas telefónicas.
Se trata del corazón de esta ONG, una referencia en Oriente Próximo y el Norte de Africa. Seguramente, porque es la única legal de la región pese a que la homosexualidad –en concreto, “practicar actos contra natura”- es delito en el país del Cedro. El artículo 534 pena con hasta un año de cárcel dichas conductas, y es esgrimido por no pocos policías para detener a jóvenes los fines de semana. A veces les golpean y luego les dejan marchar, otras les arrestan. “Cada semana tenemos dos o tres detenciones, especialmente en Trípoli, sólo para que los policías se diviertan”, explica Charbel Maydaa, responsable de programas de Helem. Trípoli, segunda ciudad del Líbano y foco del extremismo religioso suní, es un lugar demasiado conservador para que los jóvenes puedan exhibir un comportamiento sexual diferente de forma abierta. “El bajo nivel educativo y la mala situación económica les deja aún más indefensos ante los abusos policiales. Si no sabes tus derechos, eres más vulnerable”.
Helem ha lanzado un programa, financiado por la Embajada de Noruega, para formar activistas en 28 localidades libanesas dedicados a asistir a la comunidad LGBT en educación –“hay quien nos llama preguntando si podemos hacerle un análisis de orina para saber si es gay”- y también para que conozcan sus derechos. “Los nacidos en Beirut son más tolerantes con la gente diferente. En las regiones las cosas no son tan fáciles. Necesitas el apoyo de tu familia, porque si tu familia te protege la comunidad te respeta. Pero pocas familias en las provincias van a defender a un hijo homosexual, y no por la religión, sino por la tradición cultural”, lamenta Maydaa. “No hay educación sexual en los colegios que cambie esa cultura”.
Y la cultura árabe puede llegar a plantear un peligro de muerte para sus ovejas negras. Los crímenes de honor que se ceban en las mujeres también afectan a gays, lesbianas y transexuales, a todos aquellos cuyo comportamiento socave el pretendido honor de la familia. “Desde 2004, hemos sacado a dos personas del país ante el peligro de muerte que afrontaban”, prosigue Charbel. “El último, hace tres meses, pudo recibir asilo en Bélgica tras sufrir varios intentos de asesinato a manos de su tío, un alto oficial de la Seguridad libanesa”. El agresor en cuestión era un intocable, pero aunque no hubiera sido parte de la maquinaria, la denuncia está fuera del alcance de gays y lesbianas. “No se puede acudir a denunciar una agresión a la Policía porque te arrestan”, continúa Hiba. “Especialmente en las zonas rurales, donde las tribus aplican sus venganzas de forma autónoma. Todo lo relacionado con las familias es tabú en el Líbano”. Lo que ocurre de puertas para adentro queda de puertas para adentro.
IRAK COMO EL PAÍS MÁS HOMOFÓBICO
El riesgo que confrontan los gays, lesbianas, bisexuales o transexuales no es sólo existencial. Sus vidas se convierten en una eterna carrera de obstáculos. “En el colegio hay bulling contra el chico afeminado o la chica masculina, y los profesores suelen ser homófobos, lo que anima a los agresores. Más tarde, resulta difícil que te contraten si tu aspecto no es el de un heterosexual. Y cuando lo hacen nos exponemos a que nos paguen menos salario, a que nos hagan trabajar más horas que el resto, cualquier cosa. Nos chantajean con despedirnos y con impedir que nos vuelvan a contratar”, prosigue Hiba.
Hiba y Anthony recuerdan en voz alta el último despido de un joven al que su empresa obligó a hacerse un análisis de sida. A Charbel Maydaa ya le sorprenden pocas cosas en Oriente Próximo. Trabajó durante cinco años con el programa de Desarrollo de Naciones Unidas estudiando la discriminación de los homosexuales en una investigación que le llevó a Egipto, Yemen, Irak, Túnez, Argelia… Cinco años en los que constatar lo difícil que sigue siendo defender la sexualidad del individuo cuando no se ciñe a la heterosexualidad en una sociedad tan arcaica y tribal como la árabe.
“El peor lugar es Irak, sin duda”, reflexiona Charbel, interrogado sobre el ranking de los peores lugares para nacer homosexual. “El segundo lugar es Yemen, y el tercero seguramente Egipto”. Eso, a pesar de que en Egipto no es exactamente ilegal. Sí lo es la conducta obscena, la práctica de perversiones y el exhibicionismo, y gracias a ello hay centenares de personas arrestadas por sus preferencias sexuales. En Yemen, está vigente la pena de muerte contra los gays y lesbianas, como ocurre en Arabia Saudí. Se aplica en pocos casos, pero sí es común en el reino wahabi que los homosexuales sean condenados a penas de cárcel y a recibir hasta 2.000 latigazos. En Palestina la presión social discrimina y empuja a los homosexuales hacia Israel, donde son a menudo obligados a convertirse en informantes a cambio de no desvelar su identidad sexual. En Emiratos Arabes, los detenidos pueden llegar a recibir hormonas masculinas para ‘ser curados’, y en Siria la represión social es total hacia la comunidad LGBT. La aceptación es inconcebible. Y en Irak, a la guerra civil le siguió una verdadera campaña de limpieza sexual donde unos 500 homosexuales fueron asesinados, a menudo a manos de la policía.
Los únicos sitios de la región donde la comunidad vive en relativa calma –muy relativa- son Jordania y Líbano, considerado el paraíso de los homosexuales árabes gracias al relativo aperturismo de sus locales para la comunidad LGBT y el eco que han tenido en la prensa internacional. Sus lugares más emblemáticos son bares como Wolf o Bardo, en pleno Hamra, como el Life Bar en el sector cristiano de Ashrafiyeh o Acid, la única discoteca gay del mundo árabe, que resiste abierta pese a las denuncias de vecinos que han llevado en más de una ocasión al cierre, eso sí temporal, de sus instalaciones.
“Creemos que es dañino que se presente Beirut con la falsa imagen de refugio de homosexuales”, insisten Anthony y Hiba. “Hay una buena situación para quienes tienen recursos económicos, especialmente para los gays, pero la discriminación es un hecho. Y además, todo aquel homosexual árabe que trata de refugiarse en el Líbano es tratado como cualquier otro refugiado, y por tanto suele terminar en prisión”. Fue el caso de Randa, la transexual argelina que relató su experiencia a Periodismo Humano.
Gracias a la labor de Helem, que tiene abogados asesorando al millar de simpatizantes en el Líbano, cada vez se ayuda más al refugiado que busca en el Líbano la aceptación de la que carece en su lugar de origen. Mucho han cambiado las cosas desde que Helem quedase legalizada casi por una casualidad, mediante un vacío legal que la convirtió en la primera ONG dedicada a la comunidad LGBT de Oriente Próximo. En 2004, los responsables de Himaya Lubnaniya lil Mithliyin, o Protección Libanesa para los Homosexuales, enviaron al Ministerio del Interior su documentación para que la ONG fuera registrada. Y no recibieron respuesta, ni positiva ni negativa. “Según la legislación, el hecho de que hayamos pagado y recibido un recibo del registro implica, ante un tribunal, una prueba de que el Estado nos reconoce”, explicaba hace cuatro años el entonces presidente de Helem, Georges Azzi.
LA MIRADA MÉDICA
Desde aquel silencio administrativo ha transcurrido un mundo. Otras asociaciones como Meem -para lesbianas, bisexuales y transexuales- han aparecido y se han asentado con publicaciones como Bekhsoos, una revista semanal hecha por y para el colectivo. Ahora, Helem trabaja en colaboración con el Ministerio del Interior y también con el de Salud, con quien se ha elaborado el estudio “Homofobia en los servicios clínicos del Líbano”, el primer informe sobre cómo tratan los médicos cualquier comportamiento sexual que no sea hétero.
Los resultados son descorazonadores. La muestra incluye a 72 médicos –tanto obstetras y ginecólogos como expertos en Medicina Interna-, en su mayoría varones y casados: el 60% define la homosexualidad como una enfermedad que necesita atención médica, y un 72,9% considera que requiere atención psicológica. El 27,9% admite tener conocidos homosexuales, y de ellos el 63,2% considera que la homosexualidad es una opción personal. Para el 72,1%, que no cree conocer a homosexuales, se trata de una enfermedad mental o física. Sólo el 6,9% de los consultados ha sido recibido formación específica para atender a la comunidad LGBT.
Eso son los médicos libaneses, profesionales formados en Europa y Estados Unidos. Es de temer que en el resto de la región, la elite sea un mero reflejo de una sociedad homófoba e intolerante con cualquier comportamiento que se salga de lo tradicionalmente aceptado. Eso, a pesar de la tradición homosexual que rodea la Historia árabe, con poetas gays tan famosos como Abu Nuwas –uno de los grandes clásicos árabes, del siglo VIII- a quienes se dedican avenidas en toda la región, o el cantante Tuwais. Y de la doble moral: la segregación sexual impuesta por la interpretación del Islam deriva en efusividades entre chicos y entre chicas chocantes para los occidentales. Los jóvenes del mismo sexo habitualmente van de la mano y se saludan besándose en las mejillas, se acarician y se abrazan, algo completamente aceptado.
“El problema no es tener sexo homosexual, sino mantener una relación sentimental siendo homosexual”, explica Abdi, pseudónimo de un musulmán libanés que convive con su pareja en Beirut. Una vez más, lo que ocurre de puertas para adentro queda entre las cuatro paredes. De ahí que muchos homosexuales árabes opten por sobrevivir integrándose en la hipocresía local. “Muchas lesbianas se casan con gays para mantener las apariencias y proseguir con sus relaciones al margen de las miradas”, admite Hiba. Es lo más fácil: lo contrario supone vivir en constante desafío para defender el mero derecho a existir.
En el caso de las lesbianas, se consideran el estamento discriminado de la comunidad LGBT. “Ser lesbiana te desacredita incluso ante otras mujeres. Acumulamos todos los estigmas de la mujer, que ya en la sociedad árabe desempeña un papel secundario”, suspira la presidenta de Helem, quien sin embargo ha optado por luchar para cambiar las cosas. Y como ellas, otras muchas lo hacen. La suya no sólo es la revolución pendiente, también es la revolución inabarcable.
Por Mónica G. Prieto
Periodismo Humano