El día que mataron a Pedro Joaquín Chamorro

Ayer se cumplieron 32 años de asesinato del director de La Prensa de Nicaragua Pedro Joaquín Chamorro Cardenal y reproducimos este reportaje con detalles sobre su muerte que publicó la revista Magazine hace dos años

Por Wari

11/01/2010

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Ayer se cumplieron 32 años de asesinato del director de La Prensa de Nicaragua Pedro Joaquín Chamorro Cardenal y reproducimos este reportaje con detalles sobre su muerte que publicó la revista Magazine hace dos años.

A Pedro Joaquín Chamorro lo querían matar en la iglesia Las Palmas de Managua, pero el asesino contratado desistió y no hubo manera de convencerlo de que acabara con la vida del más duro opositor de la dictadura de los Somoza.

Tuvieron que esperar un poco más. Un par de días para que el plan urdido por Silvio Peña se hiciese realidad el 10 de enero de 1978. Con otro asesino, originario de Poneloya, contactado un día antes para que cumpliese lo que sus enviados no pudieron hacer, unos tipos conocidos en el mundo criminal como Los Conchos.

Peña anduvo pidiendo dinero entre los enemigos de Chamorro. Prometía que el escándalo pasaría rápido y que los implicados estarían protegidos por un funcionario leal al régimen: el poderoso Cornelio Hueck, el cerebro político y legal que había permitido la reelección de Somoza para un segundo período.

Peña ofreció también casas que serían donadas por Fausto Zelaya, presidente del Instituto de la Vivienda denunciado por corrupto en La Prensa.

Por denunciarlos, a Chamorro lo odiaban muchos. La mayoría de ellos era funcionarios a quienes Anastasio Somoza Debayle destituyó obligado por la presión pública en diciembre de 1977 después de meses y meses de denuncias en La Prensa.

En aquellos años se destapó en este periódico la corrupción del régimen que tocaba al tirano que desde el 27 de diciembre de 1974 —cuando un comando sandinista se tomó la casa de un funcionario del gobierno— controlaba cada letra que se publicaba en el periódico de oposición.

Era tal su severidad que incluso había obligado a publicar un comunicado oficial, a raíz de la toma de la casa de su funcionario, en el que se señalaba a Chamorro de estar implicado aunque públicamente no apoyaba al Frente Sandinista. Lo peor del caso es que ni siquiera le habían permitido defenderse en su diario.

Fue en ese contexto, explica el veterano periodista Danilo Aguirre Solís frente a su máquina de escribir Olympia—esperando las notas del día en su oficina de director de El Nuevo Diario— que ocurrió todo.

El reparto La Providencia en León tenía un nombre apropiado para los pobres que vivían allí en el año 1978. En esas paredes sostenidas con cartón y ripios muchos todavía podían creer que Dios les iba a hacer el milagro de sacarlos de la pobreza.

Allí vivía una familia acomodada, numerosa. Seis hermanas, la madre de todas ellas, Emelina Chavarría y su único hijo varón: José Ramón Acevedo Chavarría, un estudiante de Medicina que entonces tenía 23 años y era hijo de un terrateniente de Poneloya quien había muerto asesinado el 13 de abril de 1966 por vendettas con otras familias, igual de calientes a las temperaturas de esta región.

En ese choque entre armados, murió José Ramón padre y por poco matan a su hermano y tío del único varón de esta casa de mujeres: Domingo Acevedo Chavarría; que si lleva los mismos apellidos del sobrino es por una burla a las buenas costumbres de su hermano que se casó con una prima de ambos.

“Nadie moría de muerte natural entonces, la mayoría de gente moría a los 40 porque alguien lo `cueteaba`, todo mundo andaba al mejor estilo del oeste, todo mundo con pistola y escopeta. En ese ambiente crecieron ellos, los Acevedo Chavarría”, dice José Ramón, médico, de 52 años, con bigote de brocha.

Aquella mañana, el estudiante de Medicina estaba en su casa junto a su novia cuando escuchó la noticia que se iba repitiendo en todas las casas a medida que recorrían el barrio.

Pipiripipipi… El ruido irrumpía aquella ventosa mañana del diez de enero: “¡A-SE-SI-NA-N! ¡A-SE-SI-NAN! ¡Asesinan al doctor Pedro Joaquín Chamorro en las calles de Managua! Dicen que fue Somoza el que lo mató. Dicen que fue el Chigüín el que lo mató”, repetía el locutor.

José Ramón pensó lo peor: “¡Se cagaron en  Nicaragua, él es la cara más pública de la oposición!”. Esa misma tarde es casi seguro que, como miles de ciudadanos de este país, leyó La Prensa con un titular que decía todo en medio de la expectación generalizada: “¡Mandaron a asesinarlo!”, decía el título sobre la foto del cadáver  de Chamorro perforado por los perdigones de escopeta, y cuando vio la imagen, y cuando oyó a sus compañeros quejarse y decir pestes contra la dictadura, no sabía que el relámpago de las críticas alcanzaría a su familia.

Cinco minutos antes de las ocho de la mañana del diez de enero, Edmundo Jarquín marcó el teléfono que conocía desde hacía años y escuchó casi de inmediato la voz de su jefe y amigo.

El doctor Pedro Joaquín Chamorro había entrado a su oficina en la casa y le orientó que lo esperara en el diario La Prensa.

— ¡Nos vemos!, voy saliendo, si llegás antes que yo, te sentás en mi escritorio y te volteás a la izquierda y vas a ver en la máquina que está metido (un documento) en letra roja, anda chequeándolo— orientó aquel.

Esos documentos eran la respuesta de Chamorro a una acusación que intentaban hacerle por negarse a publicar una carta.

Chamorro salió de su casa en su carro nuevo café placas MA-2C454  marca SAAB y cogió rumbo al periódico, agarrando la Carretera Sur y enrumbándose luego a los escombros. Jarquín llegó antes. Entró, hurgó entre los documentos y ahí estaba el papel buscado. “Yo lo llamé porque quería estar seguro que iba a ser puntual, porque el día anterior cumplía 78 años doña Margarita Cardenal, su madre, e iba a haber tragos, una cena familiar”, cuenta Jarquín.

A las 8:25 de la mañana alguien entró en la redacción de La Prensa y le informaron, como a muchos seguramente, que el director había sufrido un accidente. Durante unos minutos se ignoró que era un asesinato y pasó poco más de un día hasta que se conocieran uno a uno los asesinos.

Uno de quienes escuchó la versión del accidente fue el jefe de redacción de La Prensa, Danilo Aguirre. Agarró su carro, montó a su amigo, el periodista Ernesto Aburto, y salieron con rumbo donde hoy están las instalaciones de la Asamblea Nacional. Probablemente el capitán Rigoberto Mayorga y su ayudante Oscar Morales, del Benemérito Cuerpo de Bomberos, recibían la llamada del aviso que hizo un señor llamado Ervin Urroz de acuerdo al reporte oficial en el que se consigna incluso el número de teléfono: 60443.

Cuando Danilo Aguirre llegó al lugar del crimen, ya el vehículo conducido por Mayorga llevaba al hombre herido en el pecho y los brazos por tres escopetazos hacia el hospital Oriental, hoy Manolo Morales. Fue cuando Aguirre se encontró con la señora que hacía las páginas de sociales en La Prensa. “No fue un accidente—le dijo llorando—fue un atentado”.

Y entonces al ritmo de la noticia, una correntada de aire, como venida de otro mundo, le recorrió el cuerpo, lo mismo sintió al ver el vehículo nuevo de Chamorro chocado contra un poste, donde se cree se fue a estrellar  después que lo tiraron.

El vidrio del lado derecho del vehículo estaba hecho tucos. Allí había disparado Domingo Acevedo Chavarría.
“El dicente (Silvio Vega) miró que lo apuntó y volteó la cara para no ver el crimen, pero que oyó los tres disparos que le hicieron al doctor, que éstos los hizo Domingo”, reza el informe de la declaración de Vega ante la primera judicatura de Policía de Managua.

A las ocho de la noche del día siguiente, el sobrino e hijo de crianza de Domingo Acevedo, José Ramón, encendió el televisor en su casa en el reparto La Providencia. No hubo esa noche providencia alguna que escuchara a esta familia.

El coronel de Policía, Luis Ocón,  juez de Policía de Managua de la Guardia Nacional que además había llevado a los asesinos delante del dictador, presentaba uno a uno a los implicados.

Aquella era una galería un tanto extraña. ¿Cómo había coincidido Peña, el mentiroso, con el cambista Silvio Vega quien tenía un feo pasado en el negocio de ruletas? ¿Cómo habían coincidido ambos con Harold Cedeño, un joven recién casado; con Domingo Acevedo y un hijo de éste, Juan Ramón Acevedo Medina que lo acompañó al momento del asesinato?

Se sintió contrariado, porque la imagen que siempre mantuvo mientras vivió su tío era la del hombre que había sido fino con él, pese a tener 43 hijos regados por todo Occidente. Además era un personaje conocido en la ciudad que participaba en celebraciones religiosas en el pueblo.

“Para mí era imposible que estuviera involucrado en un acontecimiento como éste, yo me hacía la pregunta de cómo Anastasio Somoza mandaba a traer a un hombre campesino para que hiciera un trabajo que podía hacer cualquier mercenario de la Guardia Nacional”, opina José Ramón Acevedo Chavarría.

Sin embargo los periódicos dijeron otra cosa. “En León era conocido —afirmó La Prensa— como un finquero con posibilidades económicas, no rico. Tiene en su haber un deshonroso expediente de haber sido miembro de la Patrulla Fatídica que conformó el extinto coronel Ángel López, para exterminar campesinos en Occidente (..) Era activo de los Frentes Populares Somocistas”.

En las horas que siguieron el crimen, dos patrullas llegaron a la casa de este hombre, ubicada junto a la finca del diputado Francisco Argeñal Papi en Poneloya. Las patrullas también se multiplicaron en las casas de sus hermanos y pronto yacían presos Antonio, Pedro, José María y otro hijo de Acevedo Chavarría. Domingo empezó a ser conocido como “cara de piedra” desde que los lectores abrieron el diario y vieron aquel rostro pétreo, inexpresivo.

Domingo Acevedo (en la foto, segundo de izquierda a derecha, con el resto de los inculpados) murió hace cuatro años, su hijo está vivo pero sus familiares no permiten que se llegue donde él. Vega y Peña viven y se encuentran muy seguido. Ninguno quiso responder a las preguntas de Magazine para este reportaje.

En enero de 1978 en la universidad de León, donde estudiaba Medicina José Ramón, había inconformidad y en el resto del país también.

El mismo día del asesinato, muchos manifestantes con retratos de Chamorro en sus manos quemaron el edificio de Plasmaféresis del cubano norteamericano Pedro Ramos, ubicado frente al sitio donde estaban los hilares El Porvenir de la familia Somoza y donde hoy se ubica una zona franca al oeste de los semáforos de la Robelo.

Fue a Ramos a quienes los asesinos materiales acusaron de facilitar la suma con que se pagó el crimen (unos 14 mil 285 dólares de la época) y quien había sido denunciado en La Prensa como socio de Somoza en esta empresa que le compraba su sangre a los borrachos y mendigos.

“Le extraían el plasma a la sangre de picaditos y luego le volvían a inyectar la sangre sin plasma. Ese plasma era patentado en Miami y seguía siendo caro. Era un negocio redondo, aquello parecía un hospital de drácula. Pedro Ramos había acusado a Pedro. A los picaditos le daban por una pinta, que es más o menos medio litro de sangre, el equivalente a  tres dólares y medio, unos 25 córdobas”, recuerda Aguirre Solís.

“Pedro era como una especie de confesor político —agrega Aguirre al recordar las manifestaciones populares—. (Los somocistas) no se dieron cuenta que cuando a alguien le asesinan la conciencia se siente desguarnecido. El pueblo nicaragüense sintió que en cualquier esquina podían a matar a cualquiera”.

El contacto directo de Ramos era Silvio Peña, un mentiroso que se ufanaba de ser agente somocista y que, según Aguirre, andaba por la vida extorsionando a la gente con información que le daban sus contactos en la Oficina de Seguridad Nacional.

El segundo involucrado fue Silvio Vega, quien en más de una ocasión cambió dólares a Chamorro muy cerca de La Prensa donde trabajaba como cambista. Él fue el que contrató a los tipos que se rajaron en la Iglesia primero y quien fue a buscar hasta León a su pariente: Domingo Acevedo Chavarría, un hombre sin miedo. Aguirre dice que no puede precisar el parentesco, pero Vega estuvo casado con una sobrina del señor según rola en el expediente criminal.

De acuerdo con la descripción policial, Acevedo Chavarría no lucía como alguien peligroso aunque fuese muy serio. Frente estrecha, moreno, de 53 años, bigote largo, si algo sobresalía era su estatura: seis pies que soportaban sus 180 libras de peso, pero una cosa es la apariencia.

La mañana del diez de enero, de acuerdo a los informes policiales, Domingo Acevedo Chavarría fue quien disparó la escopeta 12 marca “Gevelot” número 43603 que acabó con la vida del director de La Prensa.  Según las declaraciones de los indiciados ante la primera Judicatura de la Policía de Managua, Peña dijo: “Esto se acaba hoy” refiriéndose a la vida del director de La Prensa.

Siguieron desde muy temprano a Chamorro, se parquearon una cuadra al norte de su casa, estaban pendientes de su salida y lo siguieron hasta bloquearlo con su vehículo en los alrededores de los escombros, pero con tal mala suerte que se le zafó un borne al carro conducido por Vega en el que iba Domingo Acevedo Chavarría, supuestamente porque en una maniobra de última hora Chamorro los impactó nuevamente.

El hecho es que se quedaron a 20 varas del vehículo del periodista y luego fueron levantados por Peña que los seguía en otro coche.

Cuando Danilo Aguirre Solís llegó al hospital Manolo Morales encontró a Xavier Chamorro, hermano del periodista asesinado. Caminaba alrededor de la camilla donde yacía el cuerpo. Gritaba culpando a los Somoza, mientras otro de los parientes espetaba: ¡Malditos!

Según las memorias de la viuda de Chamorro, la ex presidenta Violeta Barrios (en la foto), Peña reveló en sus primeras declaraciones que tras el complot estaba Cornelio Hueck que había acusado a Chamorro por injurias y calumnias; Pedro Ramos, Fausto Zelaya, denunciado por corrupción en la presidencia del Banco de la Vivienda y a quien Aguirre Solís señala como el que pudo financiar la operación.

Otro de los involucrados era Anastasio Somoza Portocarrero, conocido como el Chigüín, quien dirigía la poderosa Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería, una acusación que de ser cierta explicaría por qué Somoza Debayle nunca hizo nada para extraditar a Ramos pese a que había salido del país una Navidad antes.

“Fuera de declaraciones en el juzgado Peña me dijo personalmente que se fue al balneario donde estaba Pedro Ramos celebrando una fiesta (lo contactó en septiembre y el dinero se lo dio supuestamente dos meses después). Fue sin invitación y le ofreció la muerte de Pedro Joaquín y él se echó de espalda y por salir del paso dijo que lo iba a consultar.

Después lo contactó. Fue donde Alesio Gutiérrez para que le pidiera ayuda al Chigüín (Anastasio Somoza Portocarrero) y él dio el OK y entonces le ofrecen que lo van a trasladar al norte en helicóptero y a él lo capturan porque el carro se le descompuso en el choque con el carro de Pedro Joaquín”, asegura Félix Trejos Trejos, de 57 años, alto, gordo y el juez que condenó a todos los implicados.

Domingo Acevedo salió de la cárcel en 1995 después de un gesto de buena voluntad de Violeta Barrios de Chamorro que entonces era la presidenta. Tenía, según su sobrino, 70 años.

“Domingo Acevedo es recordado en su pueblo como el hombre que preparaba la enramada el día de la procesión del triunfo, cuando entra Jesús en la burrita el Domingo de Ramos. Para mí era una buena persona”, dice José Ramón en su casa de Chinandega. Domingo era uno de los 12 hijos que procreó Salvador Acevedo Martínez y Giralda Chavarría y  cuando cayó Somoza huyó como otros reos cuando se abrieron las puertas de la cárcel.

Lo recapturaron, según el sobrino, en el barrio Open-3, actualmente Ciudad Sandino, donde un ejército de pobladores pedían que lo ajusticiaran.

“Después del crimen era como que teníamos sarna. En la efervescencia universitaria, todos querían andar armados, participar en la lucha contra Somoza y eso significaba que donde aparecía en parentesco con los Acevedo Chavarría decían: ¡Chiva quiénes son éstos!”, asegura.

Al ritmo del rechazo popular, el médico relata que varios de sus familiares fueron asesinados y dice que también les negaban crédito para cultivar la tierra a sus parientes campesinos.

Después de 1979 todo devino en venganza política. La gente miraba en las calles, en medio del revuelo del triunfo, a los antiguos miembros del régimen y la mejor balada de la época era el desquite, la ejecución.
El médico José Ramón Acevedo Chavarría hasta puede contar a sus víctimas: tres hijos de un pariente de apellido Chavarría fueron asesinados, otros se fueron huyendo a Honduras y otros más  encarcelados y amarrados de pies y manos.

Hubo también un momento en que se cruzó la vida de un hermano de Domingo Acevedo con la del famoso guerrillero  Luis Manuel Toruño conocido como Charrasca, quien pedía insistentemente a su captura que alguien lo reconociera para ejecutarlo.

“No halló a nadie que pidiera su ejecución, pero alguien le sugirió que lo trajera a su pueblo porque allí si lo conocían, lo llevó a Posoltega, en Chinandega, y nadie lo señaló y se lo llevaron a otro lugar”, asegura mientras una hija escucha la conversación desde el sillón de enfrente.

Lo peor del caso, según él, es que sobrinos de su padre de crianza denunciaban a sus tíos ante miembros del FSLN y propiciaban su ejecución “creo que para tratar de sobrevivir”. Cuando lo dice hace un gesto en la cara. Como de dolor atrapado.

— ¿Ustedes nunca dijeron que su tío mejor no hubiera hecho eso?

— Eso significaría que yo te estoy diciendo—responde rápido—que él lo hizo, y no te he dicho eso. Estuvo diez años con nosotros después de salir de la cárcel y nunca me atreví a preguntarle. Nunca tocamos el tema. No me atrevería a juzgarlo. Las consecuencias del acontecimiento fueron devastadoras para nosotros. Muchas familias se hicieron enemigas de su misma familia. Hubo familiares que cambiaron sus apellidos para evitarse problemas. Él murió hace cuatro años y lo enterré el día que yo cumplía exactamente 48 años. Era el 16 de noviembre.

Por Octavio Enríquez

Fotos de La Prensa/ Orlando Valenzuela /Archivo/Cortesías de Familia Chamorro Barrios

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Fuente: diario La Prensa de Nicaragua

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