La ópera de tres centavos: El contrasentido de un final feliz

Esta semana, internos de la ex–Penitenciaría e internas del Centro Penitenciario Femenino, presentaron en la Fundación Telefónica “La ópera de tres centavos”, una de las obras más famosas de Bertolt Brecht

Por Wari

04/06/2010

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Esta semana, internos de la ex–Penitenciaría e internas del Centro Penitenciario Femenino, presentaron en la Fundación Telefónica “La ópera de tres centavos”, una de las obras más famosas de Bertolt Brecht. Un hecho significativo, considerando las experiencias y perspectivas de vida de quienes la montaron.

“La ópera de tres centavos” es la más famosa pieza de teatro de Brecht -uno de los dramaturgos más influyentes y políticamente comprometidos del siglo XX-  con música de Kurt Weill –una mezcla de jazz, ópera y cabaret- quien trabajó con Brecht hasta que el ascenso nazi le obligó a exiliarse en Estados Unidos, donde murió en 1950.

“La ópera de tres centavos”… montada por reclusos

Esta obra está ambientada en Londres y relata la historia de mafias que trafican con la mendicidad, la prostitución, la corrupción y la pobreza. De ahí la significación que tiene para quienes la montaron: Presos y presas que muy bien saben de las dificultades e injusticias sociales.

En el montaje, iniciativa de la Corporación Cultural de Artistas por la Rehabilitación y la Reinserción Social a través del Arte (CoArtRe) -que hace más de una década expande las posibilidades del arte en la vida de los presos- participó un equipo mixto de 30 presos, quienes interpretaron los arquetípicos personajes de la obra, fauna urbana que agrupa sus más miserables representantes. Sin embargo, la manera en que Brecht presenta estos personajes, va develando poco a poco una interpretación que contradice lo políticamente correcto. He ahí la trascendencia de esta obra en el contexto en que se produce.

Contrariamente a lo imperante en su época, Brecht propone un teatro que logre un distanciamiento del espectador para que, en lugar de involucrarse emocionalmente, pueda pensar. Así, el teatro adquiere un carácter crítico al servicio de la acción revolucionaria, al provocar la inversión de perspectiva que devela al mundo como una cárcel donde unos poderosos esclavizan al resto e imponen su (doble) moral sobre la sociedad entera, pero no sólo denunciando y estetizando la miseria social, sino que entregando elementos a reflexionar, que buscan impulsar la insurrección de los oprimidos.

En el caso del montaje realizado por presos, más allá de las carencias propias de actores aficionados, el resultado se evalúa desde su contexto. Y en ese sentido, su valoración es muy positiva. La actuación, escenografía, iluminación, vestuario, música y trabajo vocal es sumamente rescatable. En el caso de las últimos dos elementos, esenciales, una banda compuesta por internos interactuó de manera precisa con los actores, logrando cuadros musicales muy emotivos, jocosos e intensos.

Brecht pensaba sus obras otorgando cierta autonomía a las escenas, que en la ecuación final conformarían un todo orgánico. Así, la obra no se comprende fragmentadamente, sino en conjunto, pero a la vez cada escena contiene elementos estéticos que permiten su disfrute aislado.

Más allá de los recurrentes toques humorísticos y del tono popular de la obra -motivados por la idea del autor de agitar cada vez más al proletariado- lo que incide en la utilización de un lenguaje callejero y una dramaturgia más épica que intimista, Brecht instala profundas reflexiones de naturaleza política y social, que en este montaje, específicamente, debieran tener efectos importantes en los reclusos, ya que, quizás, por primera vez, toman conciencia de su posición en el mundo a través de un discurso que no los condena a priori, sino que los ubica al lado de ricos y poderosos; policías, jueces y reyes, en una balanza donde lo que se supone malo es determinado desde el lugar de donde la miramos.

“La ley se ha hecho para explotar a quienes no la entienden”, dice un personaje. “Los jueces son incorruptibles, porque ninguna suma de dinero puede lograr que hagan justicia”, continúa. “¿Qué es el asesinato comparado con el trabajo de oficina?, ¿Qué es peor: fundar un banco o asaltarlo?”, se pregunta otro personaje. Luego de estas reflexiones, la piedad con el condenado a muerte se impone al derecho, generando un particular final que, con prudencia, podemos decir que es un final justo, si no feliz.

En estas grandes ideas radica la trascendencia de esta obra para la vida de estos actores, músicos y tramoyas. En cierto sentido, esta es una buena manera de proyectar la culpa de sus acciones al todo social, y no sólo al individuo, al ser humano “arrojado al mundo” contradictorio y violento del capitalismo.

Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

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