Rusia es el país que tiene la segunda afluencia de migrantes más grande del mundo, después de EE.UU. La mayoría de ellos llegan de países del ex Unión Soviética en búsqueda del trabajo.
Esta situación causa constantes conflictos étnicos, el último grande de cuales conmocionó al país el 13 de octubre. En un barrio lejano de Moscú miles de personas salieron a destruir el almacenamiento de verduras, rompiendo vitrinas y golpeando a los trabajadores, la mayoría de los cuales son migrantes. La causa de los disturbios fue el asesinato de Egor Scherbakov, ciudadano ruso, por un migrante azerbaiyano. Él fue detenido, así como decenas de personas que participaron en la destrucción del recinto mencionado.
El mandatario ruso Vladimir Putin, para no escalar el conflicto, salió acusando a las autoridades municipales de no pagar bastante atención a asuntos migratorios. Pero el problema no aparecía por primera vez. Un par de años atrás el asesinato del hincha futbolístico Egor Sviridov por un caucásico sacó al centro de Moscú alrededor de 10 mil nacionalistas que dejaron heridas a unas 30 personas de apariencia asiática.
En esta ocasión las autoridades, reconociendo el crecimiento de nacionalismo a lo largo del país, empezaron, como lo definieron los expertos, a “coquetear” con extremistas. Sr. Putin fue a visitar la tumba del hincha asesinado, y a los representantes de organizaciones anti-migratorias les ofrecieron cargos en comités estatales.
Pero el problema no fue resuelto, la política a nivel estatal no cambió. La población rusa, tanto en la capital como en provincias, se demostró más y más cansada sobre afluencia de migrantes, que, según la opinión pública, no suelen respetar las leyes ni tampoco el idioma y tradiciones del país, y son incapaces de integrarse a la comunidad.
Mientras tanto, las tendencias nacionalistas son una realidad mundial. Respondiendo a la demanda de muchos grupos sociales, las autoridades europeas sacan de los países los extranjeros ilegales; pese a las protestas escolares, el gobierno francés deportó a la niña de Kosovo Leonarda Dibrani, prácticamente secuestrándola del bus escolar.
En Noruega la deportación le espera a un político izquierdista de nacionalidad djiboutiana (Africa) Jaled Taleb que mintió sobre su país de origen cuando pidió el refugio a las autoridades. Eso a pesar de que él hizo una carrera impresionante y estuvo entre las personas a quienes atacó Anders Breivik en la isla Utoya. Al mismo tiempo el partido del asesino, Partido de Trabajadores de Noruega, mejoró su posición después de elecciones parlamentarias, y Breivik entró a estudiar politología en la universidad.
Volviendo a la historia rusa, el gobierno ahora está buscando la solución compleja del problema migratorio. Se escuchan las propuestas de implementar el régimen de visas con los países de ex Unión Soviética —pero eso puede causar dificultades, dado que existe una conexión fuerte entre estados y pueblos. La solución no está clara aún. Mientras tanto las acciones se limitan a los incursiones que tienen como objetivo revelar migrantes tanto en lugares públicos y en el trabajo como en sus propias casas, para deportarlos a sus países.
Por Maria Akbulyakova
El Ciudadano