Relato de cómo se infiltró en el penal el hermano de uno de los 81 muertos en la cárcel de San Miguel

César Pizarro se metió un día en las galerías de esa prisión donde perecieron los internos y pudo constatar cómo vivían y el desorden para las pericias

César Pizarro se metió un día en las galerías de esa prisión donde perecieron los internos y pudo constatar cómo vivían y el desorden para las pericias. Contó la experiencia de los reclusos, como pagar para que los cambiaran de torres. Es el mismo que formó la agrupación ‘81 Razones x Luchar’. Tenía motivos de sobra: su hermano, de 22 años, fue uno de los muertos en el incendio de la cárcel en diciembre de 2010.

Todos presentían lo que iba a pasar. Semanas antes de la peor tragedia carcelaria ocurrida en Chile, los presos de la Torre 5 de la Cárcel San Miguel estaban inquietos. El hacinamiento, la estrechez del espacio y el sofocante calor eran el combustible para la agresividad que se respiraba en celdas de tres metros cuadrados en las que en ocasiones tenían que convivir hasta 30 reos.

Jorge Manríquez Pizarro, tenía 22 años y fue condenado, por el robo a un camión de cigarros, a cinco años y un día de presidio. Su hermano, César Pizarro, lo iba a ver y en cada visita se enteraba de lo que se vivía allí dentro. En muchas ocasiones le manifestó a Jorge sus ganas de mirar con sus propios ojos el encierro en que vivía. “Yo siempre le decía ‘quiero ir a conocer el lugar donde tú vivís’ y él me decía que no, que cómo, y se reía. Nosotros queríamos escribir un libro con mi hermano sobre la tortura de la cárcel, porque Chile siendo un país democrático y todo, todavía tortura a sus presos, no sólo los tiene encerrados”, opina César.

El descuido del Estado y la desesperación de los presos impidieron que el libro se escribiera. La madrugada del 8 de diciembre, la riña de unos reclusos produjo un feroz incendio que ni los custodios de la cárcel ni los bomberos pudieron controlar. 81 reos murieron asfixiados y calcinados, desatando reacciones de indignación en el resto de los recintos carcelarios del país. Ante el complejo escenario, Gendarmería decidió decretar alerta nacional.

Consciente de que la versión oficial no le permitiría conocer nunca lo que realmente sucedió, César esperó sólo dos semanas para ir hasta la prisión donde su hermano y 80 personas más fallecieron. Este es su testimonio.

“SÁCAME DE LA TORRE 5 PORQUE VA A QUEDAR LA CAGÁ»

-¿Cuál es el ambiente que se vivía semanas antes de la tragedia?

-Todos sabíamos que la situación era complicada. Algunos presos les pidieron a sus familias que pagaran para que los cambiaran de piso. El hacinamiento era demasiado y se veía venir una pelea. Ellos me comentaron que se había pagado a un funcionario para que llevara a cierto reo a la Torre para que le pegaran, una especie de castigo interno. Eso fue planificado porque había dos internos que les dijeron a sus madres: “Mamá, paga por favor, para que me saquen de esa torre”. Normalmente, cuando quieres cambiarte de piso, le pagas al funcionario y le decís: “¿Sabís qué? Puta, te pago 30 lucas y sácame de la torre porque está muy denso”. Ahí, el paco hace todo el trámite y te mete a otra torre donde están tus amigos. Este cabro le dice a su mamá “oye, sácame de la Torre 5, piso 4, porque va a quedar la cagá. Hay unos cabros que le van a pegar a los de la pieza chica” y el gendarme les dijo a los que querían pelear: “Si los van a matar, quémenlos”. Así de cruel y aberrante.

-¿Por qué decides infiltrarte en la cárcel?

-Como tenía de antes esta idea, cuando murió mi hermano dije “ya, yo voy a entrar a esta hueá, voy a vulnerar el sistema de seguridad y voy a dejar más pa’ la cagá a estos hueones; yo quiero que salga en la prensa que después del incendio el sistema de seguridad sigue vulnerable”. Fui un domingo a colarme y el ambiente estaba muy malo, la gente, el llanto, la pena, el olor a muerto, y finalmente, los presos no me dejaron. Insistí el día miércoles y les dije “si ustedes no me dejan voy a entrar igual, no me interesa si me dan o no permiso”. Así que un interno, Miguel Ángel Hurtado, a quien lamentablemente mataron dos días antes de la Navidad, me dijo: “Ya, yo te sigo”. Y me metí no más, yo pensé que me iban a pillar porque entré y me puse a llorar. Lloré y lloré y todos me miraban porque tenía los ojos hinchados, porque sabían que era el hermano de uno de los 81.

-¿Cómo lograste entrar hasta la Torre 5?

-Me colé y sabía por dónde meterme porque me habían dado un plano donde salía que había dos pasillos y uno me dirigía a esa Torre. Al entrar al túnel uno se confunde. Fue medio brígido porque yo debería haber entrado justo un cuarto para las doce, que es cuando salen los 150 presos que van por el túnel hacia la Torre y yo me iba a colar en medio, era como caminar por el Paseo Ahumada y nadie me iba a ver. Pero me colé a las 11 de la mañana, cuando eso estaba vacío, iban sólo dos presos para allá. Uno que era mi amigo y otro que no sabía lo que yo estaba haciendo.

-¿No te pillaron?

-Se me hizo más difícil pero igual no me pillaron. En la puerta normalmente había un gendarme que es el que custodia, al que los chiquillos le llaman la línea de fuego. Dicen que cuando tú pasai la línea de fuego ya llegai a tu piso. Ahí los revisan por si las visitas les pasaron un celular, un chip o un pito. En la línea de fuego paran a mi amigo y al otro joven que iba entrando con un completo en la mano y ahí yo paso y me colé.

-¿Y no te vio el gendarme?

-Había como tres o cuatro; como había pasado recién el incendio, habían puesto más custodia. Pero no sé cómo cresta llegué y pasé, pasé al lado de ellos, pero nadie me pescó, nadie me preguntó quién era, y ahí caminé y caminé.

-¿Los presos no te preguntaban quién eras?

-Lo normal es que cuando vas como preso te pidan cosas. “¿Qué te regalaron? Pásame un cigarro, ¿Tenís un pancito? ¿Pa’ dónde vai? ¿Con quién venís? ¿De dónde soy?” Yo no pesqué no más. Caminé y caminé por un túnel largo, como hacia la muerte. Al fondo estaba la escalera hacia la Torre 5, seguí a mi amigo hasta que llegamos a su pieza que era el Tercero Sur, bajo el incendio. Ahí me encontré con los cabros, que ya sabían quién era yo y nos abrazamos y lloramos. Al rato los cabros dijeron “saquen los celulares” y sacamos una tarjeta de memoria y ahí entré y fue como entrar a esas películas de la era de los nazis, igual. Una pieza de tres por tres donde metían a 30 personas.

-¿Cómo era la pieza?

-La pieza estaba completamente llena y yo preguntaba “¿Y dónde meten a toda esta gente que está en el gimnasio -en horario de visita-, si aquí está lleno?” El ambiente completamente húmedo, a las paredes les corría el agua y todo oscuro. No había luz de día y eran recién las 11 a.m. Las ventanas estaban completamente tapadas por latas; no tenían aire para respirar, o sea, si había un hueón tuberculoso, le pegaba a todos la tuberculosis.

-¿Te lo imaginabas así?

-No, nunca me lo imaginé tan asqueroso. Puta, si algún día me equivoco en una fiesta y le pego a un hueón o un amigo cogotea a alguien y puedo verme involucrado, ir a pagar un error o una equivocación, en esas condiciones, no, jamás. Yo creo que es más asesino el que diseña el sistema carcelario que el que comete un delito.

«PODRÍA HABER MATADO A UN PRESO»

-¿Cuál era el ambiente entre los reos a días de la tragedia?

-Era una ambiente de pena total, no sé, de resignación y decir ya, muramos todos. Estai en un lugar donde te tirai a la cama y decís “ya, si me muero, me muero. Si sobrevivo, sobrevivo”. Es estar muerto, ya estai con la mente preparada pa’ que la muerte esté al lado tuyo y te lleve del brazo. Y si salís vivo, salís no más po’, ellos ya saben que si no te mata un tajo, te mata el fuego o te matan los pacos.

-¿Qué buscabas en la cárcel?

-Primero que nada, burlar el sistema y demostrar que es una falencia total. Imagínate que yo hubiera querido entrar y hubiera decidido matar a un preso porque asaltó mi casa. Yo vulnero el sistema penal chileno, vulnero la seguridad del Estado, cuando uno se va detenido queda bajo la custodia de Gendarmería. Yo podría haber matado a un preso y hubiese salido y nadie habría sabido que fue alguien de la calle, así de vulnerable.

-Esa falencia es la que mató a tu hermano…

-Así como buscan a los supuestos terroristas que quemaron los bosques, así mismo deberían buscar a los terroristas que no abrieron las puertas cuando los reos se estaban quemando.

-¿Qué hiciste mientras estuviste dentro de la cárcel?

-Grabamos un video en la Torre 5, y yo me pregunté por qué no estaba cercado, como en las películas, cuando hacen una investigación y cierran el lugar. Y ellos me dijeron “No, hueón, si está abierto, justo ahí donde murieron todos los chiquillos, está todo quemado”.

-¿No había ningún resguardo para hacer la investigación?

-Nada, y eso que todavía no hacían la reconstitución de escena. Tampoco estaban las evidencias separadas, como que juntaron en un pasillo toda la evidencia, como un montón de basura. Yo me pregunté cómo pudieron juntar alguna evidencia para presentar después.

-¿Cómo saliste?

-Grabamos el video en la Torre, después bajamos nuevamente porque venía un gendarme, nos quedamos en el piso 3, grabamos otro video y ahí yo les dije “ya, me voy, pero déjenme ir solo”, porque no quería que los gendarmes tomaran represalias contra algún preso. Al ir bajando me pilla un funcionario, me toma del brazo y me dice “¿De dónde soi tú, cuántos años tenís, con quién venís?”. Ahí me saco la ficha del bolsillo y le digo “yo soy visita, hueón”, lo reto y me largo a llorar. Le dije que lo único que quería hacer era ver dónde murió mi hermano. Él quedó loco, se puso a transpirar entero, porque era su Torre y yo estaba ahí infiltrado. Ahí llama a otros funcionarios y llegan corriendo desesperados, me llevan al gimnasio y me dijeron que como pasó piola, no le contarán a nadie.

-Pero ya sabían muchos internos.

-Yo me hice el tonto no más, pero cuando llegué al gimnasio alguna gente se había enterado y ahí empezaron a aplaudirme y hubo un ambiente de euforia. “¡Bieeen” me decían. Y como los gendarmes cacharon el ambiente, me tomaron y me dijeron “ven pa’ aca”. Dijeron “este hueón se coló” y ahí llegó una paca chora y preguntó: “¿Quién fue el hueón que se coló?’” Y yo apunté a un funcionario y le dije irónicamente “él se coló po”. Me dijo “¿Él?” Y ahí le dije: Yo fui, hueona, y me di el gusto de insultarlos un rato.

Después conversé un rato con un funcionario y me dijo al oído que lo perdonara porque sus colegas no habían hecho nada, que él igual tenía hijos y sentía mucho la muerte de mi hermano y los otros 80 presos. Y otros tres funcionarios también se me acercaron y me abrazaron y me pidieron perdón. Ahí me hicieron firmar un documento que decía que había entrado bajo mi consentimiento y me fui.

-¿Así de simple?

-Así de simple. Salí y llamaron a Carabineros y arranqué, me cambié de ropa y me escondí. Después quedé con un castigo penitenciario que decía que yo no podía entrar a ninguna cárcel de por vida, a ver a nadie más. Entonces, le pedí el indulto al que era ministro de Justicia, Felipe Bulnes, diciéndole que fue mucho el castigo, que no hice nada más que ir a ver dónde murió mi hermano. Se demoraron unos meses, pero finalmente me quitaron el castigo al ver el trabajo que yo estaba haciendo, de fundar una agrupación, pese a que a ellos les molesta un poco cuando uno quiere trabajar por los presos. Para ellos, cuando un preso no deja que un funcionario le pegue un combo en la cara es un revolucionario, un preso rebelde y lo encierran. Los presos tienen que ser sumisos, comerse la comida con caca y ahí es un buen preso.

“EL PAÍS TE DICE: SI TU HACÍS ALGO, ESTO TE VA A PASAR»

-¿Cuál es tu experiencia tras meses de trabajo con la agrupación? ¿Hay cambios?

-Me da un poco de alegría saber que la Cárcel de San Miguel va a tener que cambiar y se va a tener que invertir más. Si antes se invertían cien millones, tras la muerte de mi hermano y los demás presos se están invirtiendo mil. No quedó tan impune como el resto de los incendios antes de 2010. El sistema penal va a tener que cambiar y no de a poquito, si no cambia rápido nosotros vamos a ser los encargados de presionarlos. Nos prometieron muchas cosas y los vamos a dejar trabajar y mientras no vayan cumpliendo, nosotros les vamos a ir recordando. Grabamos y escribimos todo lo que ellos prometieron.

-¿Qué trabajo ha impulsado “81 Razones x Luchar” en las cárceles?

-A parte de exigir el indulto y una baja de condena para los sobrevivientes, junto con becas de estudio para los hermanos y familiares, hicimos solicitud de ingresar como agrupación a la cárcel para trabajar en compartir nuestras experiencias. A eso le llamamos “La ruta de la cana”, que tuvo la aprobación del Director General de Gendarmería. Fuimos a dar un mensaje de solidaridad y de unión para que algo así no vuelva a ocurrir nunca. Fue una experiencia linda, fue impactante haber sentido que ellos están solos y que yo estaría solo también si estuviera preso.

-¿Y cómo lo recibieron los internos?

-Adentro tuvimos un recibimiento con mucho respeto, nos abrazamos y pudimos llorar. Cuando salí tuve miedo, la sensación de no querer robarme ni un paté del supermercado ¿Cachai? Es como que el país te dice: ‘Si tu hacís algo, esto te va a pasar’.

Por Vanessa Vargas Rojas

Fotografías: Vanessa Vargas Rojas

Videos: César Pizarro

El Ciudadano

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