Freddy Mamani, padre de la arquitectura neoandina: “En nuestra sangre están los colores”

Fuimos de viaje a El Alto de La Paz para conocer al creador de la nueva arquitectura andina, Freddy Mamani. En la periferia de la capital boliviana logró desarrollar un nuevo estilo arquitectónico que imprimió colores y figuras de la tradición tiwanaku al acostumbrado paisaje de edificios de ladrillos. Nos contó cómo surgió el concepto de cholet, del rechazo de la academia y sobre la visión que ha tratado de imprimir a su obra.

Freddy Mamani, padre de la arquitectura neoandina:  “En nuestra sangre están los colores”

Autor: Mauricio Becerra

Para llegar a la casa de Freddy Mamani al salir de la estación del teleférico Mirador – Qhana Pata en El Alto de La Paz hay que tomar el trufi 186 hasta el cruce Viacha. Allí hay que cambiar de furgoneta y tomar el trufi 447 Villa Adela en dirección a la rotonda San Gabriel.

El constructor civil que ha imprimido un nuevo estilo arquitectónico al paisaje de El Alto vive cerca de Av. Julio César con Av. Bolivia. En el intrincado camino se pasa por calles atiborradas de locales de venta de abarrotes, papas fritas con pollo, reparaciones de autos o de baratijas chinas; callejuelas que las trufi van serpenteando entre peatones, ferias de frutas ambulantes y motos.

La ciudad de El Alto se aprecia cómo un horizonte de edificios de ladrillo que se proyectan bajo una gran meseta. A lo lejos aparece el teleférico, una que otra gran avenida abre la perspectiva y desde el cruce Viacha se divisa el aeropuerto con las montañas nevadas de Chacaltaya al fondo. La expansión urbana de la zona comenzó hace apenas 30 años, imprimiendo en la explanada al oeste y arriba de la capital de Bolivia una cuadrícula urbana con construcciones de más de cinco niveles, los que a menudo albergan un negocio en su primera planta y se distribuyen en departamentos hacia los pisos de arriba.

Si muy pocos llevan la fachada con pintura, destacan algunos de contorneadas figuras y matices de colores cuya evolución formal derivó en los cholets, los que como piezas de lego se desgranan en el horizonte de El Alto, dando cuenta así de la consolidación de una emergente burguesía aymara. El sol oblicuo de la tarde resalta sus tonos, sus líneas rectas y geometrías que rebotan en las ventanas polarizadas para luego apagarse en la cortina metálica del negocio del primer piso.

La casa de Mamani es un edificio de cinco pisos en una esquina cuya entrada es un portón negro con una figura verde y amarilla ya desteñida. Adentro en un patio tiene un jeep y una camioneta de los noventa que atesora desde sus comienzos como constructor. Su oficina está unos pisos más arriba, en donde se abarrotan un sofá, una gran mesa con figuras en miniatura de sus edificios y un mueble en donde atesora algunos galvanos y otras reproducciones de sus obras, todo coronado por un techo de luces bajas y distintos niveles, con molduras rectas y circulares.

En dicho espacio Mamani planea diseñar un museo de la arquitectura neoandina.

– ¿Cómo fue la primera casa que hiciste?

– Empezamos en 2002 y concluimos en 2005. Fue un edificio que me encargó un comerciante de El Alto localizado en la Av. Juan Pablo II al frente a la Universidad Pública del Alto. Es de tono verde y sigue ahí.

– ¿Cómo fue el desarrollo esa primera obra?

– El dueño había seguido mi trabajo antes. Yo había ido construyendo, me había dedicado a hacer fachadas, hacer algo novedoso con las terminaciones. Y él buscaba algo novedoso. Un día me encuentra y me dice ‘Freddy quiero que me veas una de mis obras que tengo ahí, quiero que sea algo totalmente novedoso. Quiero que sea la única obra en el alto, así que te doy toda la libertad para lo que quieras hacer’. Justo yo salí de la universidad de mi primera carrera, justo Evo Morales había comenzado su gobierno. Ese fue el contexto. El dueño había viajado a China, era comerciante, me dijo ‘yo quiero algo único, algo bonito en El Alto. De poder plasmar todo lo que yo sentía, lo que quería hacer’.

– ¿Le presentaste una maqueta?

– No, un dibujo, pero no habíamos visto el color. Empezamos con la parte estructural, los planos, el proyecto, todo. Presentamos hasta ahí. Pero en la fachada e interiores no tenía ninguna idea el dueño. Yo sí tenía ideas. Así, en el transcurso de que fuimos construyendo se fue plasmando lo que yo quería hacer. Fue algo sorpresa para el dueño y para la sociedad.

– Fue una obra en construcción, no un diseño armado.

– Sí. Paso por paso e íbamos viendo cómo iban quedando las decoraciones y él decía ‘guau, está lindo. Ya, hazlo, no más’. Él viajaba y cuando regresaba veía cómo avanzábamos y se sorprendía. Al concluir nos faltaba el pintado, sólo estaba la fachada y nos publicaron en el periódico La Razón, uno de los grandes de La Paz, en dos planas. De esa obra para adelante empezaron a buscarnos muchos clientes y empezamos con muchas obras.

HACER PEQUEÑAS CIUDADES EN EL ESPACIO

Freddy Mamani nació en Catavi, una pequeña localidad aymara y campesina de la provincia de Aroma, al sur del país, en el departamento de Potosí. Acompañando a su padre, que trabajaba como albañil, a los seis años migró hacia el Alto de la Paz.

– En los relatos de tu bio se cuenta que empezaste a construir casas con palitos.

– De niño siempre me gustaba hacer pequeñas ciudadelas en el espacio. Allá en el campo, cuando íbamos con mis hermanos junto al rebaño, nos íbamos adelante hacia los sectores. Y ahí empezábamos a hacer ciudadelas. Nos alcanzaba el ganado e íbamos a otro sector. Teníamos tres o cuatro sectores, en donde cada día íbamos pasando y construyendo ciudadelas. Eran como maquetas de cuatro por cinco metros o más. Hacíamos una pequeña villa aquí y al lado las carreteras, más o menos a unos 20 o 30 metros más allá y ahí había otro pueblito. Conectábamos todo en nuestra imaginación.

– ¿Qué materiales usaban?

– Las hacíamos con barro, con piedras. Hacíamos jardines con las mismas plantas, con pequeños arbustitos, hacíamos túneles, puentes. Hacíamos de todo. Es que fabricábamos nuestros propios juguetes. Hacíamos autitos de arcilla y los poníamos a cocer. En esos tiempos no teníamos autos de plástico, de metal. No teníamos juguetes, no conocíamos los juguetes. Así que los hacíamos con alambritos, latitas de barro, también lo intentamos con maderita o de goma.

– ¿Por qué no entraste a estudiar arquitectura?

– Por cuestión de recursos. Yo trabajaba en la construcción, era albañil y no siempre mi jefe me daba permiso. Era muy difícil poder solventarme económicamente. Carreras como Arquitectura o Ingeniería son diurnas, hay que ir de día. Estudié Construcción Civil porque en la Facultad de Tecnología de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés) teníamos materias técnicas de noche, era hecha para estudiantes que trabajaran. Allí pude cursar mi primera carrera, pero mi sueño era ser ingeniero. Después de haber concluido Construcción Civil comencé a construir más obras, más en mi tendencia. Teniendo ya más tiempo, siendo un poco jefe también, he empezado Ingeniería.

– ¿Qué rescatas de haber tenido antes experiencia como albañil?

– Lo básico para mí ha sido ser albañil. Y lo he complementado con la teoría. Ha sido muy importante haber sido mano de obra, es como estar en cancha. Hay muchos estudiantes que salen titulados y no saben hacer nada en la práctica. Creo que para mí fue una buena planificación, casual tal vez, pero ha coincidido la práctica y la teoría en el tiempo.

UNA NUEVA ESCUELA ARQUITECTÓNICA

– ¿Tienes alguna obra preferida?

– Para mí todas son iguales. La diferencia es que unas son de más magnitud y otras más pequeñas. Son más de 100 obras en el interior y exterior. Mi primera obra fuera de Bolivia fue Perú, en Juliaca, y una de las últimas fue un salón que hicimos en la exposición de la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo en París, en 2018. Para mí todas las obras que estoy haciendo es un día más de mi vida, mientras la tenga me siento capaz de innovar en muchas cosas. Aún no estoy cumpliendo mis metas.

– En tus obras también has ido formando tu equipo de trabajo.

– Siempre he considerado que cada una de mis obras es una escuela para los que están empezando a innovar o plasmar lo que yo hago. En la medida en que empiezan a trabajar desde la nada van llegando después a ser maestros de la construcción.

– Se podría decir que estás haciendo una escuela.

– Sí, sí, estoy haciendo una escuela y hay muchos que se han independizado y están haciendo cosas parecidas. Los maestros que han trabajado conmigo ya se han formado, se han independizado y están marcando otras tendencias en El Alto. Si bien mi trabajo es propio, lo veo como una planta que he sembrado y que está dando sus frutos.

– ¿Y esa planta hacia dónde crece?

– Creo que la planta que he sembrado es una nueva tendencia arquitectónica, que le han llamado arquitectura neo-andino académicamente y cholet artísticamente. Sembrar la plantita hace que esta arquitectura no sea fugaz, creo que va a ser un árbol y dará frutos. Y a la vez no se quedará en El Alto, sino que se expandirá también a nivel internacional. Hace 10 años decía que esta arquitectura iba a ser for export. Hay muchos proyectos que me solicitan en el exterior. Actualmente estoy con dos proyectos en Brasil, construyendo un barco.

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ENTRE LA CIUDAD BLANCA DE SUCRE Y EL ALTO DE LA PAZ

– ¿Qué te parece la ciudad de Sucre, primera capital de Bolivia?

– La ciudad blanca de Sucre como le llamamos, es una ciudad que da cuenta que hace años ha habido esa colonización en Bolivia que ha marcado esa tendencia arquitectónica más occidentalizada, más europea. Creo que se ha quedado ahí. En cada ciudad de Bolivia tenemos una huella que ha quedado de la ciudad colonial. En cambio, el Alto es súper joven, tiene 38 años y se ha formado con migrantes del campo a la ciudad. No tenía una identidad arquitectónica, desde que yo tengo uso de razón. Ha sido una ciudad pujante, en crecimiento, con muchas necesidades básicas por resolver. La ciudad era color tierra, color barro de principio. Después ha cambiado a color ladrillo, un color ocre. Yo con esta tendencia arquitectónica he intentado dar vida a la ciudad de El Alto.

– ¿Consideras entonces que ser ciudad nueva es una de las condiciones de posibilidad que permitieron la emergencia de tu arquitectura en El Alto?

– La ciudad de El Alto, como una ciudad joven, es una ciudad de oportunidades; es cuna de artistas, de emprendedores. Alguna vez me han dicho que es una ciudad muy pobre, caótica. Eran casas de ladrillo, la gente no se acomodaba. La cultura aymara es una sociedad diferente que no se acomodaba a una cierta arquitectura. Había ese vacío en la academia frente a esta sociedad. La academia no había entendido a esta sociedad, qué necesidades tienen. En la academia los docentes han aprendido muchas cosas en el extranjero y han implantado esto en Bolivia, pero esta sociedad pujante necesitaba acomodarse a su identidad arquitectónica. Yo creo que esa identidad arquitectónica, al ir rescatando los íconos milenarios, me han permitido acercarme más a esta cultura y creo me ha acogido bastante. La cultura de El Alto se ha acomodado marcando su identidad a través de esta arquitectura en sus edificaciones.

– Has hablado de materiales como el adobe, el ladrillo, ¿cuáles otros has incorporado?

– Se siguen usando materiales como ladrillos, pero hay otros en la obra fina como los porcelanatos, las iluminaciones, los vitrales, los policarbonatos. Son materiales de Asia. Una gran mayoría de mis clientes son comerciantes, y esos comerciantes viajan a la China y otros países, en donde ven esos materiales novedosos y ellos mismos los traen acá y quieren usarlos para construir. Pero yo tengo que marcar identidad a través de trazos y líneas geométricas de lo que es Tiwanaku y sus altorrelieves. Esa es mi obra, plasmar los colores de los textiles que tenemos, esa policromía de colores utilizando materiales locales y del extranjero.

– En los techos interiores acostumbras mezclar trazos de líneas rectas con curvas.

– Son trazos tiwanakotas. Las rectas son elementos que representan la dualidad. Eso significa el chacha-warmi. Todos los que tienen esquina están representado lo masculino y lo circular lo femenino. Entonces todos estos elementos siempre van en la dualidad. También van representando a lo que es la chakana. No es mezclar por mezclar, he tratado de adecuar los elementos. Trato de armonizar, de hacer simétrico. Ese es mi trabajo.

– Tu obra también tiene colores.

– Cada ser humano es vivo. Entonces para mí también las construcciones tienen vida, tienen aguayo, tiene espíritu. Eso hace que también mis edificaciones sean alegres. Y nuestros pueblos originarios andinos ha usado los colores vivos. Ahora en Brasil, en la Amazonía tengo el proyecto de un barco. No me refiero a colores chillones, quieren colores fosforescentes, más encendidos.

– Algo ‘cafona’ se dice por allá.

– Sí, un poco cafona, a mí me hacen despertar un poco más. En América latina veo que hay muchas culturas que siempre han utilizado los colores en sus cerámicas, ahí está. En nuestra sangre están los colores.

LA ACADEMIA Y EL CHOLET

– ¿Te han invitado las escuelas de arquitectura a hacer clases?

– A ver, me han invitado después que he publicado mi libro en 2014, con más de 41 obras. Sin embargo, me han invitado más a universidades del extranjero, a casi toda Latinoamérica, Norteamérica, Europa, Asia. Sólo a África no he ido.

– ¿Y te han invitado a alguna universidad en La Paz?

– No, no.

– ¿Ni siquiera para impartir alguna cátedra?

– Me han invitado en las universidades privadas de La Paz en los últimos años, pero tengo mi política y es dedicar tiempo a las cosas, además que ahora tengo otros objetivos, así que por no fallarles no he podido comprometerme.

– ¿Sientes que ha habido rechazo en la academia boliviana a tus obras?

– Sí, ha habido bastante rechazo al principio. Ahora están entendiendo a duras penas. Para mí los que están en la arquitectura son una elite. No te aceptan fácil, son celosos. Puede ser también por la clase social que tenemos. En Bolivia yo vengo de la cultura aymara y como aymara he trascendido fronteras. Siento celos en la universidad.

– ¿Hay un tema de clases y racial allí?

– Creo que es una lucha social y económica, se podría decir. En este contexto es difícil mostrar lo que tú estás haciendo, porque te sientes rechazado. Hay que ser valientes. Siempre digo que toda revolución o toda innovación siempre tiene críticas. Me he sentido rechazado por la academia y la sociedad, pero en la ciudad de El Alto he tenido la oportunidad de plasmar las ideas que tengo como aymara. Representar a los pueblos indígenas no sólo de Bolivia sino que también de Latinoamérica y poder exportar lo nuestro. De la academia tratamos de copiar lo occidental, no salirnos de ese esquema cuadrado. Creo que hay una riqueza cultural ancestral que creo poder plasmar y exportar al extranjero.

– ¿Nos podrías precisar el origen de la palabra cholets?

– En el boom de la construcción tenía 15 o 18 obras ya hechas. Había muchos medios de comunicación, muchas personas, prensa, universidades que buscaban términos peyorativos -digamos- para mi obra, donde le llamaban huachafa, cohetillo, torta, colorinche, chillón. Entre esos, el mejor que pegó fue cholet, decían de cholo y chalets, pero la palabra cholo no existe en Bolivia. Está en el Perú más que nada, yo la conocí allá. Llaman despectivamente o cariñosamente cholito, algo así. Pero acá no. Así que empecé a usar una palabra peyorativa, la he tratado un poco de arreglar y la he registrado. Para mí la palabra cholet viene de chola, que es la mujer de pollera, y la vivienda nos acoge a toda la familia, como la madre acoge a toda la familia. Es una forma de valorar también.

Por Mauricio Becerra Rebolledo


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