Chile podría tener su propia subespecie de ballena azul

El rorcual azul (Balaenoptera musculus), que llega a superar los 30 metros de longitud y las 120 toneladas de peso, ha sido avistado en el océano Índico, el Antártico, el Pacífico Nordeste y Suroeste (Chile y Perú) y, más excepcionalmente, en el Atlántico Norte

El rorcual azul (Balaenoptera musculus), que llega a superar los 30 metros de longitud y las 120 toneladas de peso, ha sido avistado en el océano Índico, el Antártico, el Pacífico Nordeste y Suroeste (Chile y Perú) y, más excepcionalmente, en el Atlántico Norte.

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Y a eso trata de responder con su equipo Rodrigo Hucke, biólogo marino de la Universidad Austral de Chile, quien lleva 20 años estudiando el rorcual más grande del planeta desde su pequeño despacho plagado de figuras de ballena azul en todos los tamaños, aunque ninguna tan grande como la que lleva tatuada en su brazo izquierdo.

Un viaje desconocido

“El viaje migratorio de la ballena azul en el Pacífico Sudeste es desconocido, en Estados Unidos están muy estudiados sus movimientos entre California y Alaska y en la zona Antártica australiana también pero en Chile apenas poseíamos información”, explica a Efe.

Para obtenerla, los científicos marcan ballenas azules en el mar de Chiloé desde 2004 con trasmisores satélite que permite ubicar con una precisión, de entre 50 y 100 metros, la localización a tiempo real del animal, la profundidad a la que nada y la temperatura del agua.

Para instalar el trasmisor, que cuesta 4.000 dólares y no siempre acaba clavado “como una espina” en la piel grasa del animal, los científicos se acercan en zodiac a la ballena y disparan el aparato con forma de jeringa con un lanzador de aire comprimido.

Si hay buena puntería “la espina” puede aguantar en la piel hasta un año aportando valiosa información para la conservación, aunque lo normal es que acabe cayendo a los tres o cuatro meses.

Lograr fondos para esta investigación es uno de los quebraderos de cabeza de Hucke, que en 2004 los recibió de la Universidad Estatal de Oregón (EEUU) para marcar 5 ejemplares, y en 2013 (7 ejemplares) y 2015 (otros 7 recién instalados) vinieron de WWF.

Preguntas pendientes

¿Y qué dicen esas líneas sinuosas de diferentes colores que trazan en los mapas del Pacífico Sur los desplazamientos de los distintos individuos marcados que el biólogo revisa continuamente en su ordenador?

Entre otras cosas, que las ballenas “chilenas” llegan a subir hasta las islas Galápagos cuando el invierno arrecia en el Hemisferio Sur y se acercan hasta una zona marina conocida como el Domo de Costa Rica, donde los investigadores sospechan que podría ubicarse una zona de reproducción, tanto para ellas como para las del Pacífico Norte.

La alternancia de los inviernos en los hemisferios podría dar lugar a que las ballenas no coincidieran en el Domo ya que mientras las norteamericanas pasarían su verano en Alaska las chilenas se acercarían a aguas costarricenses evadiendo su invierno; o a que sí, desmontando la tesis mantenida hasta ahora de la desconexión entre las dos poblaciones.

Otro de los hallazgos del monitoreo es que a la ballena azul chilena le encanta alimentarse en el mar de Chiloé, tremendamente rico en krill (una especie de camarón, que llega a engullir en cantidades de hasta en 40 toneladas al día), y en las montañas submarinas, como la cordillera de Nazca con picos de más de 4.000 metros.

Montes submarinos

“Esos montes submarinos tienen una biodiversidad asociada tremenda porque sus cumbres se encuentran a pocos metros de la superficie y reciben mucha luz”, apunta Hucke.

Precisamente por su excelente productividad, motivada también por la corriente Humbolt, gran parte de la pesca comercial se ubica en esas montañas submarinas, alerta a Efe Francisco Viddi, biólogo marino de WWF Chile, quien prepara una propuesta de protección de esas cordilleras.

Los científicos también creen, basándose en estudios genéticos y en análisis comparativos de los sonidos, que la ballena azul del Pacífico Sudeste podría constituir una subespecie diferente de las cuatro actualmente descritas.

En cualquier caso, el hecho de que apenas queden 222 ejemplares de esta población urge “de un manejo ecosistémico más inteligente” por parte del Gobierno chileno, reclama Viddi, quien habla de la necesidad de un “plan de gestión de la acuicultura y del tráfico marino intensivo” que se desarrollan en este mar tremendamente productivo y rico en biodiversidad.

Esas características convertirían ese ecosistema en un posible refugio para la ballena azul antártica, en dramático declive debido a que el deshielo asociado al cambio climático está acabando con las poblaciones de krill.

Para salvarlo, WWF Chile ha elevado la propuesta de una red de áreas marinas protegidas conectadas en el Golfo de Corcovado que juntas sumarían 70.000 kilómetros de costa y 1,4 hectáreas de superficie marina.

 

Fuente: Agencia EFE

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