La izquierda como nuevo “centro político” en América Latina: ¿aparecerán nuevas estrategias imperialistas de desestabilización?

Las fuerzas anticapitalistas de América Latina enfrentan un particular momento que se puede sintetizar en dos dimensiones: a) en los países que como Ecuador, Venezuela y Bolivia han optado por profundizar su quiebre con el capitalismo y el imperialismo, se ha ido consolidando un nuevo centro político cuya fuerza centrípeta hace que el campo político […]

Por Mauricio Becerra

01/02/2015

Publicado en

Columnas / Latinoamérica / Medios

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pedrosantanderLas fuerzas anticapitalistas de América Latina enfrentan un particular momento que se puede sintetizar en dos dimensiones:

a) en los países que como Ecuador, Venezuela y Bolivia han optado por profundizar su quiebre con el capitalismo y el imperialismo, se ha ido consolidando un nuevo centro político cuya fuerza centrípeta hace que el campo político entero se haya izquierdizado en cada país.

b) Los tradicionales protocolos de intervención que usa el imperialismo en su “patio trasero” no han dado los resultados esperados y con seguridad ensayará otros, nuevos y novedosos, acorde a las actuales correlaciones de fuerza.

Lo anterior hace que enfrentemos un (breve) período de ventaja relativa frente al imperialismo. En primer lugar porque las victorias electorales desde febrero de 2013 en que triunfa R. Correa en Ecuador, pasando por las de Venezuela (diciembre 2013), Uruguay, Brasil y Bolivia (octubre y noviembre de 2014), consolidan geopolíticamente a los países latinoamericanos que comparten la certeza de que para nuestro desarrollo es necesaria la independencia del imperialismo. Estos triunfos fortalecen la alianza continental progresista y evitan el aislamiento y la división a la que EE.UU. apuesta entre nuestras naciones.

En este escenario resulta interesante constatar que en aquellos países donde las respuestas anticapitalistas y antiimperialistas son más claras y profundas (como Bolivia, Ecuador y Venezuela), ha sido también mayor el acompañamiento del pueblo al proceso de cambio, así como es mayor la debilidad de la derecha y la consolidación política de las fuerzas revolucionaras (no ocurre lo mismo, por ejemplo, ni en Brasil ni en Argentina).

Nueva centralidad del campo político: el centro está en la izquierda

En Bolivia, Ecuador y Venezuela la derecha se encuentra en uno de sus peores momentos históricos. Ha sido derrotada una y otra vez tanto en las urnas como en sus intentos sediciosos, ello a pesar de sus recursos económicos, de su control de los principales medios de comunicación y del apoyo del capital internacional. Hoy se encuentra sin liderazgos (o con liderazgos mediocres como el de Tuto Quiroga en Bolivia o el de Hernán Capriles en Venezuela) y con partidos con serias divisiones internas (véase el caso de la M.U.D. en Venezuela).

Pero eso no es lo peor para la derecha: en estos años de lucha en los que se produjo una real disputa por la hegemonía (en un sentido gramsciano), las fuerzas de izquierda, con el liderazgo del Comandante Chávez a la cabeza, lograron destruir el núcleo de lo obvio que proponía el neoliberalismo, pulverizar el sentido común conservador y resquebrajar aquello que el capitalismo postulaba como incuestionable (las bondades de la inversión privada, la jibarización del Estado, la despolitización del pueblo, etc.). Como dice el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, un nuevo horizonte de época ha desplazado los discursos de la derecha y ha permitido a la izquierda de ordenar el campo político a favor de las propias posiciones.

En dicho combate político por la hegemonía, el desplazamiento de lo antiguo ha sido tan profundo que, tal como ha quedado demostrado en todos los últimos eventos electorales, la derecha ha debido optar por un camuflaje discursivo que no cuestiona los planteamientos centrales de las fuerzas revolucionaria, prefiriendo ocultar su verdadero imaginario social, para no arriesgar sus ya debilitadas posiciones y tener que pasar inevitablemente a la periferia política. La táctica camaleónica permite, al menos, ser satélite y no marginalidad.

Estamos así ante el inicio de un nuevo ciclo en las relaciones de fuerza en Latinoamérica. Una de sus características es que en los países en los que se han planteado las mayores resistencias al imperialismo y a su recetario neoliberales se ha configurado una nueva centralidad política que es de izquierda, que consiguientemente ha izquierdizado todo el campo político, que implica una derrota ideológica del adversario y, además, su incorporación como fuerza secundaria a la geografía y a la gramática política del momento.

A modo de ejemplo podemos citar un editorial publicado en noviembre por la conocida consultora de investigación en opinión pública de Venezuela, Hinterlaces (que se presenta a sí misma como Agencia de Inteligencia de Venezuela), titulado “Perfil del nuevo Sujeto Social: Chavistas críticos y autónomos”. El planteamiento central es, en primer lugar, que ningún partido o movimiento que se declare antichavista podrá a mediano plazo ganar una elección y, en segundo, que ha nacido un nuevo sujeto social y un nuevo centro político en Venezuela: ambos son chavistas y representan un nuevo “clima socio-cultural” y un nuevo “estado de ánimo” de la sociedad. A su vez, las recientes elecciones presidenciales en Bolivia generaron un cuadro categorizado por García Linera como “unipolar”, en tanto la propuesta del MAS es tan fuerte y hegemónica que anula temporalmente las alternativas de la derecha, convirtiéndola en fuerza secundaria que se incorpora como tal al proceso político, pero ya no – esto es lo fundamental- como fuerza dirigente.

REACCIÓN IMPERIALISTA

Resulta lógico que en este contexto el capital descarte, por ahora, la vía electoral, con la que ha fracasado ya por casi dos décadas en el continente. Tampoco ha logrado éxitos con la opción militar que –salvo en Honduras- también ha sido derrotada. Ese “momento jacobino” de la confrontación – como lo denomina García Linera- que inevitablemente ocurre en todo proceso de cambio estructural y en el cual las fuerzas se miden abierta y militarmente, ha sido también resuelto a favor de las fuerzas de izquierda, por ahora. Todos los intentos de golpe han fracasado. Las FF.AA. sudamericanas no pueden ser hoy seducidas por el imperialismo con las misma facilidad de antaño. Ya sea porque en un grado importante se han incorporado al proceso revolucionario (como en Venezuela) o porque valoran la estabilidad política nacional que la izquierda garantiza (como en Bolivia) o porque los lazos con el Departamento de Estado han sido controlados (como en Ecuador) o por una mezcla de todos esos factores, el golpe de Estado es hoy una opción que el imperialismo no puede ya manejar a gusto como variable de salida.

Descartada pues momentáneamente la vía electoral, la vía militar y saltando a la vista el límite del efecto ideológico de los medios que no logran condicionar la conducta electoral del pueblo, el imperialismo enfrenta por ahora un cuadro tácticamente adverso, en el cual sus tradicionales protocolos intervencionistas muestran una ineficiencia contextual y sus tácticas desestabilizadoras un agotamiento en su implementación y una saturación en su efecto.

Bajo ese contexto y partiendo del supuesto que el imperialismo no cesará en sus esfuerzos estratégicos por impedir el desarrollo soberano de nuestros pueblos, ni por aniquilar cualquier resurgimiento de la alternativa socialista, planteamos, a modo de hipótesis, que se intentará una opción que, manteniendo la claridad estratégica de derrotarnos, innovará tácticamente. Esta opción no recurrirá –como la militar, la insurreccional de masas o la electoral- a actores externos a los movimientos revolucionarios, sino que intentará afectar los procesos sociales desde el interior de nuestro campo que, como dijimos, es hoy central en la dinámica política global de cada país y también del continente. Se apostará, en ese sentido, por re-direccionar la orientación estratégica de los procesos de liberación en Sudamérica desde su interior, desviándolos de la meta socialista. De ese modo, y aceptando la densa fuerza popular que sostiene los procesos de cambio, su constitución como bloque de poder hegemónico con características de centro de gravedad político y su inevitable trascendencia histórica dado el nuevo horizonte de época que configuran, el imperialismo tratará de llevar las contradicciones hacia el interior de nuestro campo y hacerlas emerger desde ahí.

Dado que el antagonismo derecha – izquierda se ha ido resolviendo a nuestro favor, y las apuestas extremistas por agudizar esa contradicción (como hicieron con la guarimbas en Venezuela o con la idea de la “media luna” en Bolivia) sólo han debilitado aún más a las fuerzas neoliberales, se buscará promover e intencionar contradicciones al interior de las fuerzas de izquierda. Es la opción políticamente lógica, pues si el campo político ya no muestra una polarización entre dos bloques (el neoliberal y el revolucionarios) dado que el centro de gravedad está en la izquierda y la legitimidad de cualquier propuesta política emerge de ese centro, hacia ahí se apuntará. De ocurrir aquello, el esfuerzo estará puesto en convertir las tensiones creativas que dialécticamente ocurren en todo proceso de transformación social, en contradicciones antagónicas.

En esa línea, una opción puede ser intentar que el campo político revolucionario no transite hacia el socialismo, sino hacia el populismo, es decir, es posible que el imperialismo apueste por el populismo como opción de salida para así frenar los procesos revolucionarios y convertirlos desde su interior en otra forma. Y cuando en esta hipótesis hablamos de populismo, estamos usando este concepto como sustantivo, no como adjetivo y teniendo en mente una referencia histórica latinoamericana concreta.

Efectivamente, esta noción adquiere utilidad teórica para caracterizar a algunos gobiernos latinoamericanos de mediados del siglo 20, como los de Brasil (con Getúlio Vargas), México (Lázaro Cárdenas) y Argentina (J. D. Perón). Se trata de un momento en el cual ocurre una transición al interior del sistema capitalista, un momento en el que el Estado capitalista se encuentra en crisis y debe pasar de la forma oligárquico-latifundista a la forma burguesa-industrial. Es decir, un momento en que ocurre una transición al interior del sistema capitalista, bajo la conducción del Estado, hacia una nueva fase de desarrollo que permite salvar al el modelo clasista y sacarlo de una crisis profunda, sin abandonar el modo de producción capitalista. Para ello el capital tuvo que ceder privilegios y posiciones ante la clase trabajadora, el Estado tuvo que movilizar las masas urbanas frente a la oligarquía latifundista y comprometer disminución en la tasa de explotación y aumento de la justicia social.

Como plantea Vilas (1981), ese momento de la historia nos enseña que la estrategia de acumulación capitalista puede acudir a los movimientos nacional-populares para salir de sus crisis. También la historia nos enseña que ninguna transición populista, en el sentido que la acabamos de caracterizar, tomó la opción por el socialismo, a pesar de los liderazgos progresistas, de la movilización y politización de amplios sectores populares. Por el contrario, el populismo como forma de gobierno en América Latina siempre contó con la burguesía como grupo de apoyo, terminó salvando al capitalismo de su crisis, consolidándolo, y socialistas y comunistas a menudo sufrieron la persecución política.

Es decir, la historia nos muestra que en América Latina el populismo ha operado como “opción progresista y reformista” que, sin embargo, permitió al capitalismo salir de una fase de profunda crisis. No vaya a ser esa la contradicción antagónica por la que apueste el imperialismo en esta fase de relativo repliegue suyo y de relativa ventaja nuestra.

Pues ya sabemos que a éste no le importa el color del gato mientras cace ratones.

Pedro Santander Molina

Periodista y académico PUCV

Vía América XXI

NOTAS:

 Vilas, Carlos (1981). El populismo como estrategia de acumulación: América Latina. Críticas de la Economía Política; vol. 20/21: p. 94-147.

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