La realidad y el deseo

¿Se puede modificar el deseo sexual? He leído estos días por aquí y allá que no es labor del feminismo modificar los deseos sexuales ni las fantasías, sino que lo importante es asumirlas de una forma responsable y ética. Pero, me pregunto yo, al fin y al cabo, lo mejor de los deseos es que se cumplan… ¿no?

Por Mauricio Becerra

22/10/2016

Publicado en

Medios / Mundo / Sexualidad

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¿Se puede modificar el deseo sexual? He leído estos días por aquí y allá que no es labor del feminismo modificar los deseos sexuales ni las fantasías, sino que lo importante es asumirlas de una forma responsable y ética.  Pero, me pregunto yo, al fin y al cabo, lo mejor de los deseos es que se cumplan… ¿no?

Vaya por delante que ni soy sexóloga ni psicóloga. Pero creo que las fantasías y el deseo se construyen a través de la socialización de las personas y que por lo tanto, son volubles y responden, como casi todo, a leyes de demanda y oferta y a paradigmas de poder. Me explico:

Cuando yo estaba en el instituto, acceder a YouPorn, Xvideos o a RedTube era complicado. Había que conectarse a Internet por cable y descargar vídeos desde el Kazaa o el Emule, y aquello llegaba a ser un infierno de 20 horas de espera que podrían frustrarse en cualquier momento si tu abuela llamaba por teléfono.

Pues bien, había un chaval que grababa porno en CD’s y se los vendía al resto de compañeros. Así, hubo un puñado de películas que se convirtieron en la puerta al sexo de todo el alumnado de Secundaria del barrio. Muchas de esas escenas se nos grabaron a fuego en la mente, y como ficción, se buscaba reproducirlas, o al menos, se fantaseaba con ello. Me pregunto a menudo si esas pelis hubieran sido otras, las expectativas sexuales de estos chavales hubieran sido distintas.  Yo creo que sí. Pero la primera aproximación al sexo la tuvimos en forma de unas pocas películas donde se reproducía un sexo heterosexual brutal y en el límite de lo consentido, con unos cuerpos y escenarios que no se parecían en nada a los nuestros. Y esto, amiguis, se llama la cultura del porno.

Ahora la cosa está fácil, tanto que es casi omnipresente, lo complicado es huir de la pornografía. Antes estaba la puerta roja del videoclub, hoy basta con abrir la ventana de navegación en modo incógnito en Google. Alfonso XIII, -el abuelo putero de nuestro campechano rey putero- tenía un taller de porno en casa a principios de siglo y además se lucraba con él. Un privilegiado. Hoy todos podemos ser Alfonso XIII. ¿Mola, eh?

Dentro del enorme catálogo de posibilidades que ofrece el porno –como el capitalismo- hay cabida a un montón de deseos diferentes: hay una interminable oferta de razas, de tonos de pelo, hay porno con actrices gordas y viejas –aunque suela integrarse dentro de los fetiches sórdidos- hay gangbangs, creampies, POV’s, con disfraces, con adolescentes, y también con niñas y niños o actrices que simulan serlo.

Pero esto no significa que haya una democratización de los gustos y fantasías para todas dentro del imaginario sexual, sino pura lógica de mercado. Si el porno tiene cada vez más seguimiento y aceptación, va a ampliar su oferta. Es como las ensaladas del McDonalds, no triunfan mucho, pero ahí están. Pero que el árbol no nos impida ver el bosque: la realidad es que la mayoría de ellos simplemente reproducen la dominación patriarcal en diferentes formas, que es lo que vende. El empresario del porno lo sabe, el productor también. Y el que consume quiere verse en la pantalla.

¿De qué tratan estas fantasías? Como yo siempre he sido más de leer que de ver, me sirve de muestra un portal de relatos eróticos (no os engañe el título, el nivel literario es bastante flojo, nada que ver con La Sonrisa Vertical) donde son los propios usuarios quienes suben sus fantasías para compartirlas con otros lectores.

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