¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? (XVII)

Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a XVI

Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria

Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a XVI.

XVII. ¿Qué condiciones hacen posible la creación de nuevas ciencias de la historia, la política y la economía, capaces de orientar la creación de una nueva civilización?

Hemos visto que se necesitan ciencias nuevas, y una nueva estructura del conocimiento, para iniciar la creación de una nueva civilización. La cuestión que hoy queremos abordar es la siguiente: ¿qué condiciones hacen posible, hoy, la creación de esas nuevas ciencias de la historia, de la política y de la economía, y esa nueva concepción del conocimiento, capaces de orientar la creación de una civilización nueva y superior?

Como el objetivo de estas reflexiones es responder a la pregunta sobre cómo iniciar la creación de una nueva civilización, sólo muy brevemente nos hemos detenido en la crítica de la civilización existente, cuya crisis nos es cada vez más evidente. Asumimos que, en general, la crítica ha sido ya realizada. Esto es especialmente válido respecto a la economía: la crítica del capitalismo y del industrialismo, constitutivos del pilar económico de la civilización moderna, se viene formulando desde hace mucho tiempo y ha tenido una gran difusión. La crítica de los partidos y del Estado, constitutivos del pilar político de la civilización moderna, ha sido también realizada intelectualmente y ha tenido bastante difusión, aunque es menos evidente para muchos, y no ha llegado a penetrar aún el sentido común de la mayoría. La crítica del pilar cultural y cognitivo de esa civilización es la más incipiente y menos desarrollada, habiéndose centrado en la crítica de las ideologías pero alcanzando apenas a las ciencias positivistas: la sociología, la ciencia política y administrativa, la ciencia del derecho, la ciencia económica. Estas ciencias gozan todavía de mucho prestigio. Por eso es necesario que nos detengamos en la crítica de estas estructuras cognitivas de la civilización moderna, que en realidad están experimentando una crisis tan profunda como la que afecta a la economía y a la política. En efecto, ellas han perdido su capacidad de comprender lo que está sucediendo, y de proyectar soluciones eficaces a los problemas reales y actuales.

Uno de los elementos constitutivos de ésas que conocemos como ‘ciencias sociales’, es el hecho que habiéndose constituido siguiendo el modelo de las ciencias naturales (sin ser en realidad ciencias como ellas), formulan las explicaciones de los fenómenos y procesos sociales en base a la formulación de leyes, supuestamente objetivas, que presidirían el dinamismo de la realidad histórica, de algún modo similar a como las leyes de la naturaleza permiten comprender y explicar los fenómenos físicos y químicos. Se habla en las ciencias sociales de la leyes de la historia, de las leyes de la economía, de las leyes sociológicas, de las leyes de la política.

Pero la historia humana no es un proceso natural que se desenvuelve conforme a leyes objetivas, sino que es el resultado de la actividad de los seres humanos y de los agrupamientos que ellos forman. La historia humana es la praxis de los hombres, no está dada naturalmente sino que es construida subjetivamente, entendiendo por subjetividad la intervención activa más o menos consciente y voluntaria. ¿Cómo, entonces, pudieron formularse ‘leyes’ de la historia, de la economía y de la política, que han mostrado tener alguna efectiva capacidad predictiva?

Si la historia es experiencia y práctica económica, política y cultural, serán los modos en que se desenvuelven las experiencias y prácticas de los individuos y grupos, la clave para explicarnos cómo la economía, la política y la cultura son concebidas y elaboradas en las ciencias que formulan sus estructuras y procesos. Pues bien, la praxis humana en la civilización moderna es muy diferente a la praxis que se va configurando en el proceso de creación de una civilización nueva y superior.

En la civilización moderna, los individuos y las masas de la población permanecen esencialmente pasivos, porque están subordinados y actúan conforme a las orientaciones que les imponen los pocos que determinan las estructuras y el curso de los acontecimientos. La historia la hacen los grupos dominantes, que se guían por sus intereses particulares, y que van configurando las estructuras y los procesos económicos, políticos y culturales.

Pues bien, ¿cómo surgió el concepto de regularidades y de leyes en el desarrollo histórico? Las ‘leyes de la historia’ surgen como generalizaciones abstractas del modo en que se realizan la economía, la política y la cultura en la civilización moderna. En ésta la inmensa mayoría de los individuos interactúa en el terreno de los intereses privados, de modo que allí no tiene lugar alguna actividad política e histórica coherente. Las actividades de los individuos y de las masas no producen ninguna actividad creadora de historia. Sus acciones se repiten según pautas aceptadas pasivamente. La generalización abstracta de esa experiencia práctica es lo que lleva a la proposición de leyes estadísticas y tendenciales, que describen y que presuntamente explicarían el desarrollo histórico.

En ese marco, desde el momento que los hechos históricos no son aquellos conscientemente queridos y perseguidos en la práctica de cada individuo ni de la masa, la historia aparece ante esos mismos individuos y masas, no como el resultado de la praxis humana concreta, sino como algo exterior a ellos, de manera que puede ser interpretada como el producto de fuerzas naturales que actuarían conforme a una lógica predeterminada, o sea que determina los hechos históricos singulares como parte de un sistema de relaciones predeterminadas, cuyas partes estarían ‘legalmente’ conectadas. Pero en realidad no se trata de fuerzas ‘naturales’, sino de la imposición de las fuerzas de los pequeños grupos dominantes (en la economía, la política y la cultura).

Es por ello que, en las situaciones en que las grandes masas de la población permanecen esencialmente pasivas, la formulación de leyes de tendencia (de la economía, de la política, de la cultura) proporciona cierta imagen del resultado que producirá el cruce de las actividades de los hombres y grupos basados en sus intereses y planes privados. En cambio, cuando la acción creativa, autónoma y solidaria consciente saca a las multitudes de la pasividad, aquella utilidad de las leyes desaparece, en cuanto la acción individual y colectiva se orienta de modos muy distintos que las tendencias en curso. La historia comienza a ser creada por muchos, libre y conscientemente, y sus dinámicas ya no pueden ser interpretadas ‘naturalistamente’.

Es lo que sucede en el proceso de creación de una civilización nueva, de una nueva economía, de una nueva política y de una nueva cultura, por acción de individuos y grupos creativos, autónomos y solidarios.

Es muy importante comprender esto, para plantearnos la posibilidad de que seamos creadores de una civilización nueva. Expresémoslo entonces de un modo más sencillo. Lo que se verificaba en la economía, la política y la cultura propias de la civilización que está terminando, no era la manifestación de leyes históricas ni de racionalidades objetivas, sino ciertas ‘regularidades’ y constantes en el comportamiento de los individuos y de los grupos, que en base a la gran cantidad de quienes las ejecutan y reiteran, dan lugar a tendencias estadísticamente identificables. Tales regularidades y tendencias son lo que las ciencias sociales captan y formulan como si fueran ‘leyes’ económicas, sociológicas, políticas, etc. Y ¿qué es lo que sostiene y funda dichas regularidades y constantes estadísticas en el comportamiento de las personas y los grupos humanos? No es difícil comprender que se trata, en realidad, de la acción consciente de las clases dominantes y de los grupos dirigentes, que imponen sus propios objetivos y su lógica particular, al conjunto de la sociedad, orientando el quehacer y el comportamiento de las multitudes. Son esas racionalidades dominantes impuestas al conjunto de la sociedad, las que se esconden bajo la concepción de que existen leyes naturales de la historia, y racionalidades universales inherentes a la economía, a la política y a la cultura. Al formular las ‘leyes científicas’ en el plano ideológico y ‘científico’, los sectores dirigentes de la sociedad en realidad están ‘dictando leyes’ que inducen el comportamiento conformista de las multitudes que permanecen intelectual, económica y políticamente pasivas.

Pero cuando esa economía, política y cultura entran en crisis, y las personas empiezan a abandonar los comportamientos esperados por los grupos dirigentes, esas ciencias económicas, políticas y sociales dejan de explicar y predecir el curso de los acontecimientos. Y entonces, lo que hace posible la creación de nuevas ciencias -elaboradas desde abajo, a partir de la experiencia inmediata de los individuos y de los grupos activos que conforman la ‘filología viviente’, no formuladas como un proceso natural sujeto a leyes sino capaces de reconocer la subjetividad humana y social en los procesos económicos, políticos y culturales-, es el surgimiento de individuos activos y participativos, autónomos, creativos y solidarios, de grupos auto-organizados y auto-direccionados, que cambian la historia, que alteran las tendencias dominantes, que ya no se guían por los poderes establecidos, que inician la creación de una nueva civilización.

Son esas experiencias y esas ‘situaciones históricas de nuevo tipo’, las únicas que permiten el surgimiento de nuevas ciencias. Son las experiencias creadoras de la nueva economía, de la nueva política y de la nueva cultura, las que se teorizan y proyectan en esas ciencias nuevas.

Estas ciencias expresan las nuevas racionalidades emergentes, y las articulan con el pasado desde donde provienen, con el análisis de las crisis y de los problemas a que responden, e incluso integran y subsumen -en las ciencias nuevas- aquello que las disciplinas y los conocimientos anteriores conservan de valioso y que son también parte del presente, y que en consecuencia no deben ser desechados sino integrados críticamente en un saber superior, autónomo.

Luis Razeto Migliaro

 

 

El Ciudadano

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