Para el filósofo Rodrigo Nunes este nuevo “nosotros” surgido tras las protestas en Brasil debe ser más diverso y numeroso. A su juicio las condiciones tecnológicas crearon capacidades tecnopolíticas y al no haber identidades colectivas preestablecidas, hay una mayor apertura para recibir una mayor diversidad de personas en función de crear una nueva comunidad que luche por nuevos derechos y bienes comunes. Un «activismo de código abierto», en oposición al «código propietario» de la política con identidades establecidas.
La foto de arriba es de una asamblea convocada por organizaciones sociales en las afueras de Ciencias Sociales de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) desarrollada el miércoles pasado. Tras más de una semana de intensas protestas en varias ciudades de Brasil, hay incertidumbre respecto del rumbo de un movimiento que nadie esperaba.
En las jornadas previas, sobre todo el 17 y 20 de junio, más de un millón de brasileños salieron a las calles en las capitales estaduales y en cientos de ciudades y pueblos. Si bien la convocatoria en las ciudades grandes fue por el alza del pasaje en 20 centavos del transporte público en Belo Horizonte, São Paulo y Rio de Janeiro, el alza fue la gota que rebalsó el vaso de un país que se prepara para el Mundial de Fútbol y las Olimpiadas. Sólo en Rio de Janeiro el 20J salieron 300 mil personas a la calle.
Aunque el movimiento fue convocado por Passe Livre, un colectivo que lucha por tarifas de buses gratuitas, en las protestas hubo carteles con demandas de derecha y militantes de partidos políticos de izquierda fueron hostilizados.
En un momento de incertidumbre respecto del horizonte del despertar de Brasil, como ellos mismos le llaman, conversamos con Rodrigo Nunes, filósofo doctorado en Goldsmiths College, Universidad de Londres, e investigador de la Pontificia Universidad de Rio Grande do Sul (PUCRS), Porto Alegre. Nunes ha seguido de cerca los movimientos sociales en el mundo, participa del colectivo Turbulence y es columnista de The Guardian y Al Jazeera.
Una de las características del movimiento en Brasil es que no tiene organizaciones tradicionales, como partidos, sindicatos o federaciones estudiantiles, tras las convocatorias más masivas. ¿Qué ventajas o desventajas ves en esta condición?
– Antes de preguntar sobre las ‘ventajas’ o ‘desventajas’ es necesario decir “así es”. Es decir, independiente de cualquier juicio sobre si esto es bueno o malo, esa es la realidad no sólo de estas protestas, sino de toda la política en la calle sucedida en los últimos años. Esto tiene que ver no sólo con la crisis general de la democracia representativa, la falta de confianza en los partidos políticos y sindicatos, la atomización social, como también con aspectos positivos del momento actual: las condiciones tecnológicas crearon capacidades tecnopolíticas que implican la posibilidad de que se produzcan efectos mucho más amplios que sus condiciones iniciales (un grupo pequeño puede dar partida a un proceso envolviendo miles de personas) y a una velocidad mucho más rápida.
Una gran ventaja…
– Esto es una ventaja, así como también lo es el que al no haber identidades colectivas preestablecidas, o que estas no sean tan dominantes, hay una apertura para recibir una mayor diversidad de personas que sienten que su participación en las protestas es la posibilidad de contribuir a la creación de una nueva comunidad, un nuevo «nosotros». Algunas personas lo describen como la creación de un «activismo de código abierto», en oposición al «código propietario» de la política con identidades establecidas.
Lo que también tiene sus riesgos, denunciados en los últimos días con la suma de tendencias de extrema derecha en las movilizaciones…
– Uno de estos problemas o riesgos se observó en los últimos días a causa de esta relativa apertura, es que existe la posibilidad de dilución del contenido político en algo amorfo y despolitizado o anti-político, como es cómo funciona el discurso contra la «corrupción» en Brasil. O peor aún, los intentos de aprovechar las protestas para darle otra cara, como se ha visto con la presencia de grupos de extrema derecha.
Pero hay maneras de defenderse contra estos riesgos. Tal vez los movimientos que partieron con estas protestas, que tomaron una dimensión que nadie esperaba, no estaban preparados para lo que pasó. La tecnopolítica, que es la política en redes tecnológicamente mediada, aunque parece ser mágica por ser tan impredecible, no es sólo «espontánea», sino que depende de las estructuras colectivas y tecnológicas que la sustentan. Cuando llegó la ola, no había una presencia en línea suficientemente fuerte de identidades colectivas como el Movimiento Passe Livre (SP) o Bloco de Luta (Porto Alegre), lo que significa que quienes están llegando al movimiento quedan sin referencia de quién es quién o qué fuentes son fiables.
Esta es la primera gran lección en tecnopolítica en Brasil, y estoy confiado de que estos grupos sean capaces de extraer aprendizajes políticos y organizativos para el futuro.
Partiendo de la constatación de esta dispersión ¿es posible articular una propuesta?
– Un fenómeno interesante es que precisamente en el momento en que parecía que había un riesgo de que el movimiento fuera ‘robado’ por la derecha, los grupos que lo provocaron (relacionados con el tema de las tarifas del transporte público y de la Copa) mostraron al público su agenda con el fin de distinguirse de los que trataron de aprovechar las marchas para otros fines. La masa no es un todo informe, ella es internamente diferenciada, tiene zonas más organizadas y unificadas en torno a ciertos fines; lo que mueve a la masa es la iniciativa de estas zonas. Y son estos diferentes centros de iniciativas ad hoc que constituyen su ‘dirección’ inmanente, temporaria y ‘espontánea’.
No hay posibilidad de un proceso de decisión en el que se consulte a toda la masa y una propuesta en común sea producida, pero las propuestas se van produciendo y deliberando en medio de la masa, que las abraza o no. Cabe a los grupos que intentan atraer la masa para sus propuestas saber leer la realidad política, los estados de ánimo y los potenciales organizativos y afectivos de modo que estas se comuniquen con el máximo número de personas y produzcan un máximo de efectos.
Por otro lado, un movimiento puramente ‘negativo’ – y esto por cierto no es el caso aquí: los objetivos inmediatos de reducción de las tarifas se han cumplido – no es necesariamente inútil. Incluso si no hay un «proyecto de país« claro presentado por las calles (y, seamos sinceros, ni los partidos políticos, cuya función debería ser esto, son capaces de presentar uno), estas semanas fueron un mensaje de que el gobierno de Dilma necesitaba oír. Vamos a ver cómo reacciona ahora.
¿Qué une a este movimiento a los ocurridos en otros países?
– La crisis de la democracia representativa y la sensación de que el sistema político es cada vez más autorreferencial y ajeno a las demandas populares; el hecho de que el movimiento es guiado por una generación que creció en el contexto del ocaso de las organizaciones de masas, la desconfianza con la representación, pero también de la vida conectada en red; el hecho de apuntar a cuestiones cualitativas, la creación de nuevos derechos y bienes comunes (commons), que impone a las demandas cuantitativas de ‘crecimiento’, de la ‘economía’. La lógica, ya sea de la austeridad en Europa o del desarrollismo en Brasil o Turquía, según la cual las personas deben sacrificarse en nombre de la economía y el Estado, se presenta como al revés: lo que las calles preguntan es si no deben la economía y el Estado estar al servicio de las personas, garantizarles su calidad de vida, y no al contrario.
¿Qué peligros representa para el movimiento los medios masivos y su hegemonía discursiva?
– Hace mucho tiempo que la derecha brasileña sueña con hacer algo a la manera de la derecha venezolana, la única en el continente que tiene capacidad comprobada de movilización, que saca personas a la calle. Ya trataron esto con un ‘movimiento’ llamado «cansei» (estoy cansado), apoyado por grandes empresarios y que contó con personalidades de la televisión como figuras de frente, pero fue un fracaso ridículo. Ahora decidieron intentar una estrategia diferente: elegir un movimiento que ya existe y tratar de hacer un «rebranding» (cambio de nombre) del movimiento de acuerdo con su agenda. Por eso hubo un cierto temor y un cierto retiro de la izquierda por algunos días, aunque creo que la paranoia de que se preparaba un golpe de estado fue sobredimensionada. De alguna manera interesa al PT hablar de golpe para decirle al resto de la izquierda “o usted nos apoya, o vendrá la derecha”. Pasa, sin embargo, que mucho de estas protestas tienen que ver con la percepción de que el gobierno de Dilma ha hecho demasiadas concesiones a sectores como el latifundio y la derecha religiosa.
De igual forma hay preocupación en los colectivos de izquierda…
– Por supuesto, existe el riesgo. Sin embargo, hay una serie de preguntas. De hecho, el poder de formar opinión de los medios corporativos sigue siendo muy grande ¿por qué entonces si estamos hace diez años ‘cambiando Brasil’ no se hizo nada para cambiar esto? ¿Y como estamos hace 10 años “cambiando Brasil” y cuando la gente sale a la calle, tenemos miedo de que sean fascistas? Creo que ahora se abren dos posibilidades: una es que la izquierda sepa cómo utilizar esta brecha para convertir estos eventos en un proceso de politización y radicalización, que pueda imponer una nueva agenda de transformación social al gobierno, o el PT y la izquierda quedan con miedo de las calles y va a ofrecer más concesiones a la derecha para evitar un golpe imaginario.
La primera de estas alternativas sólo se realizará si la izquierda sigue en las calles, aunque esto no significa repetir infinitamente el modelo de manifestación de masas, sino saber diversificar las tácticas (acción directa, conferencias públicas, asambleas), crear nuevas iniciativas politizadoras de apelación masiva y usar los medios de comunicación a su alcance para disputar esta multitud. Hay una diferencia entre “nosotros” y “ellos” (la derecha), pero no todo el mundo que no es “nosotros” es necesariamente “ellos”. El desafío ahora es saber crear un nuevo “nosotros”, diverso y más numeroso que aquel «nosotros» que éramos hasta hace poco.
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano