Las experiencias de la Unidad Popular para el Chile de hoy

Los trabajos voluntarios que movilizaron a miles de jóvenes a lo largo de Chile, la Reforma Agraria como una experiencia de democracia social nunca antes vista en el campo chileno, las tomas de terreno en las grandes ciudades como instancias de organización popular y de recreación de los espacios urbanos y la democratización de la enseñanza con participación de toda la comunidad educativa, son abordadas en el libro colectivo, Fiesta y drama. Nuevas historias de la Unidad Popular.

Por Mauricio Becerra

12/10/2015

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Hace unas décadas el sociólogo Tomás Moulian instaba a destacar lo más festivo en vez de lo dramático de la experiencia de la Unidad Popular chilena. La historia del gobierno de Salvador Allende (1970-1973) ha sido ensombrecida por la pavorosa experiencia de la dictadura que lo siguió y la deslegitimación que se intentó hacer de los procesos sociales que germinaron en los cortos tres años. Las generaciones nacidas en dictadura y las posteriores escuchamos hablar de las JAP, los cordones industriales, el GAP o el poder popular como ejemplos del desorden, caos y violencia. Otro lugar común en la memoria sobre esos años es cuando los viejos dicen que “Allende tenía buenas ideas, pero sus asesores lo echaron a perder todo”.

fiestaydramaPasó el tiempo, las alamedas fueron inundadas de los hijos del neoliberalismo exigiendo más derechos sociales y cada 11 de septiembre es inundado por la exigencia de la memoria, como no se le pide a ninguna otra época de nuestra historia. ¿Qué se veía en TV durante la Unidad Popular? ¿Cómo se apoyó a los campesinos cuando la Reforma Agraria se multiplicó? ¿Cómo fueron las políticas educativas durante el gobierno de Allende? ¿Cuál fue la experiencia del socialismo en varias dimensiones de lo cotidiano? Son interrogantes que un grupo de investigadores aspiran a dar luces en el libro Fiesta y drama. Nuevas historias de la Unidad Popular (LOM Ediciones), obra colectiva editada por el historiador Julio Pinto Vallejos.

LA REFORMA AGRARIA COMO DEMOCRACIA SOCIAL TERRITORIAL

Las historiadoras María Angélica Illanes y Flor Recabal, con énfasis especial en la Región de Los Lagos, rescatan el protagonismo que adquirió el campesinado con la Reforma Agraria durante la UP, como un momento de ‘democracia social’, a diferencia de todos los siglos de historia pretérita.
Según las historiadoras, Allende no sólo realizó una revolución en democracia, sino que fue ampliando y profundizando esa democracia, lo que consideran “una apuesta medular y un aporte central de Salvador Allende y del gobierno de la Unidad Popular a la historia de las revoluciones modernas”(18).

La articulación entre revolución y democracia – destacan las investigadoras – consistía en la construcción de una democracia social-popular. “Construcción de democracia social como redistribución social del poder, que exigía y suponía la transformación de todas las estructuras del ordenamiento social existente, especialmente la estructura de tenencia de la tierra”.

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Dicho y hecho. A diferencia de los gobiernos actuales apoyados por casi los mismos partidos políticos que apoyaron a Allende, los cambios desde un principio fueron radicales. Desde 1970 y hasta 1972 fueron expropiadas más de 5 millones de hectáreas, cifra muy superior a las de dos fases precedentes (27).

Illanes y Recabal distinguen tres momentos de la Reforma Agraria. La primera, iniciada en 1962 bajo el gobierno derechista de Jorge Alessandri (1958-1964), llamada en la época ‘reforma de macetero’; una segunda bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), cuyo gran aporte fue la legalización de los sindicatos rurales (1967) y la llevada a cabo durante el gobierno de la UP. Distinguen en esta última la posibilidad de una democracia social ampliada expresada en los Consejos Comunales Campesinos, espacios de convergencia, debate y decisiones del campesinado y pequeños propietarios y comerciantes.

A través de esta instancia, los campesinos participaron del diseño de las políticas agrarias. No sólo se distribuyó la tierra, antes en propiedad de latifundistas, sino que el Estado, a través de la CORA e INDAP, les prestaba asistencia técnica y de créditos para desarrollar la productividad. Las historiadoras consideran que se trató de construir las bases de un nuevo poder social capaz de construir una nueva relación social agraria, basada en la tenencia y en formas cooperativas de producción y comercialización (20).

unidad popular2Uno de los entrevistados, campesino asentado durante la UP, Joel Leal, comenta respecto de los sindicatos agrícolas que “todos los meses se hacían reuniones, se daban a conocer las metas… todo se hacía a través de una asamblea, cuánta era la producción de leña, madera, y todo tipo de cosas”(46).

Se trató de una identidad campesina emancipada, comentan Illanes y Recabal, para quienes durante la UP el campesinado fue visualizado como sujeto autónomo, destacando que se concretó una “histórica inversión del secular pacto Estado-clase terrateniente, hacia un pacto Estado-campesinado, que suponía el reconocimiento del campesino como sujeto con plena soberanía”. Una auténtica democracia social territorial.

POBLADORES RECREANDO LAS CIUDADES CHILENAS

En una época en que la habitación de las grandes ciudades está delimitada por el poder adquisitivo y los metros cuadrados definidos por el cálculo del lucro de la industria inmobiliaria, el artículo del historiador Mario Garcés da cuenta de un período histórico cuando los pobladores recreaban las ciudades chilenas.
Garcés entrega nuevos argumentos para su tesis desarrollada en trabajos anteriores de considerar a los pobladores como sujetos autónomos y protagónicos. En este caso se enfoca en tomas de terrenos de Santiago, Valparaíso y Concepción.

El historiador parte por discutir la historiografía que explica la UP como un momento de polarización política e ideológica y la crisis institucional provocada por el vaciamiento del centro político, que consideran a los partidos políticos como los grandes protagonistas de la historia (a). “Cuando la política deviene en un asunto exclusivo de las elites o de una ‘clase política’, el pueblo juega inevitablemente roles secundarios y es relegado a la esfera de roles de menor conflicto – en la actualidad al consumo y a los eventos electorales-. Su historicidad no alcanza mayor impacto público…”- comenta Garcés (52).

A su juicio, la década de los 60 implicó la ampliación del campo de los sujetos sociales y políticos en las disputas por el poder, entrando en escena los campesinos y pobladores. Así, el triunfo electoral de Allende fue relevante porque expresaba el incremento de las movilizaciones sociales de amplios y variados sectores. De esta forma da cuenta de cuando los pobladores urbanos alcanzaron la mayor visibilidad y decidieron tomarse sitios para resolver sus problemas de vivienda e inserción en las ciudades chilenas, siendo la toma de La Victoria en 1957 el punto de partida de este ciclo de luchas urbanas.

Luego vendrían las tomas de Santa Adriana y Herminda de la Victoria, entre varias otras, que pasaron la iniciativa en la respuesta al problema de la vivienda del Estado hacia los pobladores de las grandes ciudades.

En esta articulación Garcés destaca que la militancia significó un nuevo marco de experiencias y expectativas, comentando que todos los entrevistados en la investigación atribuyen a la ‘organización’ el principal valor como experiencia social, política y cultural. “Sienten que la principal herencia y el principal rasgo, que permanece hasta hoy en sus barrios, es la capacidad para organizarse”- sostiene (69).

Manuel Paiva, poblador del campamento Nueva la Habana, comentó a los investigadores que “esta capacidad que existe dentro del mundo popular, de poder solucionar sus problemas comunitariamente”(70). Es la capacidad de tomar decisiones perdida en las subjetividades promovidas hoy. Así, en dicho campamento se organizaron con delegados por manzana, frentes de salud, educación, vigilancia y construcción. Una acción directa para resolver el problema de la basura fue llevar a la casa del alcalde los desperdicios que el municipio se negaba a recoger. O para resolver el problema del transporte público se fueron a tomar los buses que no querían pasar por el campamento, obligándolos a incluirlos en su ruta.

Fernando, un poblador entrevistado, comenta que “yo creo que la gente sentía que podía construir, la gente funcionaba y con sus acciones se daba cuenta de que su realidad cambiaba”(71).

Otro artículo, de Eugenio Cabrera, cuenta la experiencia de la UP en la Villa Francia, destacando como los vecinos se sentían protagonistas de su tiempo histórico.

LA DEMOCRATIZACIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO

Una dimensión importante relatada en el libro es sobre la educación de masas durante la UP, análisis hecho por Luis Osandón y Fabián González, quienes parten con la pregunta ¿qué inflexión de la historia de la educación chilena estábamos viviendo en esos años?

La primera gran tarea fue resolver el déficit de infraestructura pública en educación. En 1971, el primer año del gobierno de la UP, se construyeron 1882 aulas nuevas en todo el país. Sólo en Santiago se construyeron más de cien escuelas públicas en los primeros 75 días del gobierno de Allende. También se pensó en la matrícula de los niños que vivían en campamentos, para lo cual fueron habilitados 300 buses dados de baja por la Empresa de Transportes Colectivos del Estado, para que sirvieran de salas de clases (117), los que fueron instalados en comunas como Ñuñoa, Barrancas, San Miguel, La Reina y La Florida. Una profesora recuerda que “los asientos fueron transformados en pupitres para los alumnos, el parabrisas en el pizarrón, y la parte de atrás, en una especie de estante en donde nosotros podíamos guardar nuestros materiales”.

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A diferencia de lo ocurrido desde el golpe (dictadura y gobiernos post dictadura juntos), el aumento de la matrícula de 5,3% en educación básica; 13,3% en media; 19% en educación técnico profesional y un 30% de la educación superior entre 1971 y 1972; fue garantizado por el sistema público.

Pese al evidente avance en educación, la participación de los actores educativos en el proceso conllevaría una gran crítica expresada en el Congreso Nacional de Educación, realizado en 1971, cuando se apostó por la democratización de la enseñanza, o sea, que los propios actores educativos decidieran que tipo de educación querían. Un artículo de una revista de la época, citado por la investigación, decía que “una educación es realmente democrática cuando las decisiones exceden la autoridad unipersonal y estas se toman en forma colectiva. Ello implica poner en la práctica diaria las formas reales de la democracia socialista” (120).

El proceso recogió, según Osandón y González, las aspiraciones del movimiento magisterial del siglo XX, expresando las aspiraciones de reforma profunda del sistema educativo chileno (142).

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El ideario fue articulado en la exigencia de consejos representativos de la comunidad escolar para incidir en los procesos educativos. O sea, al viejo-actual paradigma de rectores y directores de colegios como decisores, se les exigió la participación de los estudiantes, apoderados, vecinos, sindicatos y organismos culturales de los barrios en la toma de decisiones.

El proceso fue llevado a cabo incluso en un ambiente en que el control de importantes universidades y federaciones estaban en manos de la oposición, desatando la pugna entre una noción de ‘estado docente’ frente a la ‘libertad de enseñanza’, concepto aún usado para defender la educación mercantilizada y clasista que instauró la dictadura.

También el artículo da cuenta del proyecto de Escuela Nacional Unificada levantado por el gobierno de la UP y que fue recibido con grandes resistencias, fundamentalmente de los sectores medios, que según los autores, dio cuenta de que las nuevas políticas eran un peligro para un estatus quo “conseguido sobre la base de un modelo escolar basado en la diferenciación”(129).

LOS TRABAJOS VOLUNTARIOS Y EL ‘HOMBRE NUEVO’

El historiador Rolando Álvarez aborda por su parte un tema poco profundizado por la historiografía: los trabajos voluntarios. A su juicio, el poder de convocatoria de estas actividades fue capaz de ampliar las formas orgánicas de partidos y sindicatos, convirtiéndose en “uno de los principales ejes que permitieron la incorporación del ciudadano común y corriente al proceso transformador del gobierno” (173).

Álvarez parte analizando la subjetividad asociada a la idea del ‘hombre nuevo’ en la tradición socialista, que parte con Marx y llega hasta el Che Guevara, concepto que está marcado por un fuerte determinismo económico. “Así el cambio político y cultural estaba asociado a los cambios de la estructura económica, de acuerdo al modelo de ‘base’ y ‘superestructura’ predominante en la época”- comenta el investigador.

Pero en Chile se fue más allá y los trabajos voluntarios fueron instancias formadoras de una nueva ‘estructura de sentimientos’ en la sociedad chilena (178). Si bien, las fuerzas de izquierda redefinieron el significado político de los trabajos voluntarios, asociándolos a la batalla por la producción, una subjetividad del compromiso con un proceso de cambios del país se desarrolló mucho más allá de lo económico.

Los trabajos voluntarios fueron iniciados en 1971 con el apoyo de cantantes de la Nueva Canción Chilena (Quilapayun, Víctor Jara, Inti Illimani) y hasta de la Nueva Ola (José Alfredo Fuentes, Marcelo, Gloria Benavides). Así la UP convocaba más allá de la izquierda tradicional. En la última jornada de estas epopeyas, en mayo de 1973, el futbolista Carlos Caszely promocionó el evento.

El proceso no estuvo exento de los prejuicios de la época. Así el ideario del hombre nuevo era contrario al uso de cannabis, fuertemente asociada al hipismo, o a la diversidad sexual.

En 1972 se dio a los trabajos un perfil fundamentalmente económico. Así, se reforestaron 800 hectáreas de la Pampa del Tamarugal, se construyó en Cabildo una represa subterránea, un túnel en El Volcán y un tramo del camino entre Valdivia y Corral. También se construyeron 37 pabellones agrícolas para aumentar la producción de pollos en 3,5 millones al día y estudiantes de la UTE se fueron a apoyar las faenas de Chuquicamata. Pero la actividad central fue en Rengo, donde se construyeron dos canales de regadío de 1.600 y 1.200 metros de longitud. La finalización de los trabajos de ese año fue con un acto en el Estadio Nataniel, donde Allende homenajeó a todos los voluntarios “a todos, a los de pelo largo y a los de pelo corto”- según sostuvo en su discurso.

poder_popularLa experiencia empapó a varios gremios de trabajadores: un tren de la salud con unos 40 profesionales recorrió lugares del país que no cubría el sistema público; los empleados de EMOS atendieron los sábados gratuitamente para mejorar la calidad del servicio o los trabajadores de la salud de Concepción trabajaban un día gratis al mes y lo mismo hicieron los trabajadores del terminal petrolero de Quintero. Hasta la Policía de Investigaciones tuvo su día nacional del trabajador voluntario (194).

Para octubre de 1972, enfrentado el gobierno al paro de los camioneros y el boicot de la patronal, los trabajos voluntarios se transformaron en un símbolo del apoyo popular al gobierno de Allende. La experiencia ganada en las jornadas anteriores fue capital para vencer el desabastecimiento del país. Según Álvarez, en aquella ocasión alcanzaron su máxima expresión de masas y organizativa.

Otro hito de los trabajos voluntarios del periodo fue la construcción en tiempo record del Edificio de la UNCTAD III, con horas extras trabajadas sin cobrar y un plan de limpieza de la ciudad.

Cuando la derecha y la patronal se ensañaban paralizando la producción en 1973, el trabajo voluntario “aparecía como la única respuesta que la Unidad Popular tenía para enfrentar la asonada derechista” (198). La prensa el mismo día 11 de septiembre de 1973 destacaba que el domingo 9 en una sola jornada se descargaron casi 300 toneladas en el puerto de Valparaíso, las que fueron trasladadas a la capital.

Los trabajos voluntarios durante la UP fueron la manifestación de que Chile vivía una revolución cultural: “el país experimentaba el desarrollo de una subjetividad cotidiana que cuestionaba las prácticas culturales dominantes” (174). De esta forma, concluye el autor, la UP “convirtió los trabajos voluntarios en el símbolo del ‘hombre nuevo’ que surgiría de la mano de los cambios estructurales que su administración promovía” (203).

Después del golpe de 1973, la derecha se preocupó de borrar o desprestigiar todas estas experiencias a la par que la memoria de la izquierda chilena quedó en shock por la brutalidad de los militares. Pese a ello, el proyecto histórico de la UP de construir el socialismo por vía democrática en Chile, aún exhibe una vitalidad histórica y política nunca antes ni después experimentada. De esta forma, el libro acaba siendo un gran aporte historiográfico para conocer el periodo histórico chileno que más fascina al mundo entero.

Mauricio Becerra Rebolledo
@kalidoscop
El Ciudadano

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NOTAS:

(a) Tesis desarrollada por Arturo Valenzuela, El quiebre de la democracia en Chile (1989)

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