Los tumultuosos años de Enzensberger

Recorrió los confines de la Unión Soviética invitado por la Unión de Escritores, fue parte de la generación alemana que adoraba a Mao y quería asaltar el cielo colocando bombas y fue invitado a Cuba para ser testigo de los primeros años de la revolución. De paso se topó con Salvador Allende y tomaba desayuno con Pablo Neruda frente al Kremlin. Es el siglo tumultuoso del escritor alemán Hans Magnus Enzensberger.

1967 Studentenproteste

Tumulto (Malpaso Ediciones) pueden ser tanto unas notas de viaje como el registro de una época. Un narrador colocado en el centro del mundo europeo que fue testigo de su agitado tiempo. El siglo de Enzensberger es del sueño revolucionario, del afán por asaltar el cielo de su generación y de dispersas utopias. Es el siglo del desencanto con los proyectos socialistas que lo tuvieron amando a una muchacha rusa, su casa berlinesa convertida en centro de reuniones de sus amigos más radicales, sin trabajo definido en los primeros meses de la revolución cubana, convidado a Camboya por el príncipe Sihanouk o en una terraza de Aix con la izquierda chic francesa.

Hans Magnus Enzensberger es un reconocido poeta y ensayista alemán. Nace en Kaufbeuren en 1929 y por desobediente es expulsado de las Juventudes Hitlerianas poco antes de iniciarse la guerra. Licenciado en Germanística, Literatura y Filosofía se doctoró con una tesis sobre la poesía de Clemens Brentano en 1955. También ejerció el periodismo y la edición. Su obra siempre está jugando en los límites de los géneros literarios abarcando también el teatro, la ópera, el cine y la traducción. Es uno de los traductores al alemán de Pablo Neruda, de César Vallejo y Rafael Alberti.

Tumulto son las notas de un viajero financiado por las burocracias socialistas del siglo XX. La invitación a un encuentro de escritores a Moscú o de una universidad en Estados Unidos, o invitado a La Habana cuando despuntaba la revolución sin empleo fijo. Un cronista de su tiempo con pasaporte de Alemania Federal de invitado por el mundo. Unos rublos dados por la Unión de Escritores de la URSS para su periplo al oriente del imperio soviético; una estancia en La Habana para dar charlas a diplomáticos, que la burocracia cubana nunca concreta; o con un talonario de pasajes otorgados por príncipe Sihanouk de Camboya.

El financiamiento no comprometía las notas que Enzensberger va acumulando. La agudeza que otorga la mirada extranjera, un profundo conocimiento de los temas de su época y un buen olfato para insertarse en las redes artísticas de los países anfitriones le permiten compartir mesas con escritores soviéticos en senectud, guerrilleros fracasados o un trotkista parisino que lanzaba bolitas de pan y citas de Engels y Freud en Cuba.

El paso del tiempo también otorga perspectiva al relato. Tumulto está hecho de las notas que encuentra una caja de cartón en el sótano de su casa. Los recuerdos son intercalados en el segundo capítulo en un diálogo a dos voces, que avanza picoteando en las posibles contradicciones, las omisiones de la memoria (“se parece a un colador que retiene poco”- comenta), los ires y venires del pensamiento que acaban por difuminar la voz de autor. Él mismo reflexiona que “los recuerdos que me pides sólo pueden adoptar una única forma: la del collage. El problema es como voy a distinguir el tumulto objetivo del subjetivo. Mi memoria, ese director caótico, delirante, entrega una cinta absurda cuyas secuencias no cuadran. El sonido es asincrónico. Hay planos enteros subexpuestos. A veces, la pantalla sólo muestra una película en negro, Muchas escenas están tomadas con una cámara de mano temblorosa. Y a la mayoría de los actores no los reconozco”.

VIAJANDO POR LA URSS

El tumulto parte con una carta de la Unión de Escritores de la URSS que llega a su casa en Noruega invitándolo a un encuentro de escritores en la Unión Soviética en 1963 y que concluye con una visita a la dacha veraniega de Jruschov junto a una camada de intelectuales occidentales, entre ellos Jean Paul Sartre, a quien describe “manso como un cordero”. Un territorio en el que entre Irkutsk y Moscú median cinco horas de diferencia, en que ninguna comida funciona sin grandes dosis de vodka, una planificación socialista de la economía que no contemplaba la fabricación de toallas higiénicas para mujeres y ciudades sin guías telefónicas. Enzensberger cuenta que para llegar al hogar de alguien debías preguntar en una oficina el el patronímico, nombre y apellido de la persona buscada, su fecha de nacimiento y un funcionario te indicaban como llegar a su puerta. El viaje inicia para el autor una novela de amor rusa con una joven filóloga, Masha.

Enzensberger vuelve en 1966 para un periplo más grande por la URSS. Se adentra en las profundidades del territorio y de la vida de los soviéticos. Conoce así las kommunalka, donde no vivían ni los miembros del partido, ni la élite científica e intelectual, acostumbrados anfitriones de los visitantes extranjeros. Las kommunalkas eran casonas en las que habitaba la burguesía de los pueblos, convertidas tras la revolución de 1918 en viviendas colectivas para varias familias separadas por piezas y cortinas. Visita Bratsk, en donde una represa de 5 mil kilómetros cuadrados de extensión convirtieron en un lago de lodo la confluencia de los ríos Angará y Oká, acabando con centenarios bosques de taiga. Enzensberger vuelve pidiéndoles a los ingenieros soviéticos del alma y del paisaje un mínimo de conciencia histórica.

portadatumultoInteresado por la ciencia, visita el Instituto de Limnología de la Academia de Ciencias, fundado en 1928 en el pueblo de Listvyanka. Geólogos, climatólogos, botánicos, geofísicos y zoólogos asisten allí a la devastación de la tierra. Su tarea es observar los cambios en el medio ambiente y disponen de variados instrumentos, así como nula sensibilidad de los jerarcas políticos. Una región, según cuenta Enzensberger, con especies únicas en el mundo con peces tan grasos que al acercarse a la superficie del agua se derriten al sol. Un lugar entre cordilleras nevadas franqueado por el transiberiano y en cuyo horizonte despuntan las chimeneas de celulosa que convirtieron al Baikal en un desierto biológico. Pasa a describir una Siberia en donde venden helados en cada esquina y el pueblo de Gori en Georgia, donde nació Stalin y hay un museo dedicado a su figura que exhibe los regalos que el dictador recibió de todo el mundo.

El autor vive la efervescencia de la década de los sesenta en los países centrales de Europa. Amigos suyos fundan en Berlin la Comuna I en 1967. Estaban el militante Fritz Teufel, su hermano menor Ulrich Enzensberger. También anduvo por allí el escritor Uwe Johnson y Andreas Baader, líder de Fracción del Ejército Rojo, quien había trabajado antes de modelo para una revista gay. “Los fundadores lucían en el pecho el distintivo dorado de Mao que pregonaba la Revolución Cultural china. Luego anidaron en mi casa de Friedenau, que en ese momento estaba vacía”- recuerda. Mientras, según confiesa a menudo, Enzensberger estaba en otra parte. Aquella vez entre Siracusa y Catania. Cada vuelta a casa su vecina le tiene un ropero atiborrado de correspondencia.

LA NOTICIA QUE DESMAYÓ A NERUDA

Enzensberger tradujo al alemán algunas obras de Pablo Neruda. Cuenta en más de una oportunidad cuando se lo encuentra en sus viajes, ya sea en la mejor habitación del mejor hotel frente al Kremlin, en Moscú degustando blinis, caviar y champán; o en una fiesta de poetas en un barco sobre el Támesis. Allí, en Londres, el invitado de honor era el vate chileno. “No sé cuándo nació Neruda. Había dicho que cumplía años ese día. Pero lo decía a menudo, pues no le molestaba que todo girara en torno a él”- relata Enzensberger. Aquella noche, pegado a una radio el poeta se entera que el guatemalteco Miguel Ángel Asturias era el congraciado por el Premio Nobel. Enzensberger recuerda que “todos hicieron lo posible por consolar al poeta, pero al final hubo que llamar a un médico de urgencias para que lo atendiera, se había desmayado”.

También recuerda la faceta coleccionista del vate. En una ocasión compartiendo cena en casa de unos rusos se postró el chileno ante un cuadro que le gustó, que no podía apartar la mirada del lienzo, según decía a la anfitriona, hasta que ella terminó por regalárselo. También comenta que “le gustaba recibir en su suite (de Moscú). Consideraba natural que todo aquello le correspondiera por su condición de poeta. Neruda logró hacer caso omiso de la muerte de ese mito. Actuaba como si fuera Lord Byron (….). Esta actitud fachendosa se había convertido en su segunda naturaleza”.

En Tahíti se encuentra con un senador chileno que describe como “de pulcra indumentaria y gesto melancólico” que lo saluda cortésmente y le cuenta que está esperando dinero y un avión a París para acompañar a los sobrevivientes de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia. El caballero le entra su tarjeta de visita. Era Salvador Allende.

LOS SUEÑOS DE FIDEL

Enzensberger llega a Cuba invitado a poco de llegar la revolución al poder, arrancando de una cómoda posición en una universidad en Connecticut. Va con su compañera rusa Masha y cuenta que al llegar le llega a sus manos Bohemia, una revista cultural que en sus páginas en la época daba cuenta de la primavera desatada y que con los años se transformaría en el verde oliva oficial. En uno de esos números un editorial titulado ‘Contra el comunismo’ cita al líder Fidel Castro diciendo que “el gobierno cancelará todos los pactos con Estados regidos dictatorialmente, en primer lugar, la Unión Soviética. Ésta ha oprimido la libertad en una docena de países europeos y ha ametrallado al indefenso pueblo húngaro. No existe en el mundo mayor ejemplo de nepotismo”. Era sin dudas otra época.

Cuenta su amistad con Haydée Santamaría y Heberto Padilla. También sobre los maratónicos discursos de Fidel en la Plaza de la Revolución. “En esas intervenciones Castro siempre acaricia los numerosos micrófonos que tiene delante, mientras alecciona al pueblo sobre sus amplios conocimientos en desinsectación, o psiquiatría o sobre los beneficios de la energía nuclear. En la isla no puede haber más que un experto: él”.

Aquella tarde el líder presentaría sus credenciales como especialista en genética y producción láctea. Eran los sueños de un Fidel multifacético que prometía que la revolución fabricaría la mejor leche y mejor queso camembert del mundo, la educación sexual revolucionaria en batida contra los gays creaba los campos de trabajo forzados (UMAP) y quería convertiría en cafetal los cerros que rodean la capital cubana sin preguntarle a los campesinos. Enzensberger participaba como voluntario de domingo mientras recibía en su apartamento en La Habana a Virgilio Piñera, Miguel Barnet, José Lezama Lima y Heberto Padilla.

El viaje de Tumulto es el de un desencantado con los proyectos revolucionarios del siglo XX. “Nunca ha habido un movimiento político que no haya aplastado bajo sus ruedas a seres humanos”, comenta casi al final del libro. Pero no es el desencanto de Vargas Llosa (eso es traición me enfatiza un amigo peruano mientras escribo esto) ni la de los socialistas de la tercera vía. Después de esta travesía Enzensberger se dedicó a seguirle el rastro al líder anarquista español Buenaventura Durruti, que concluyó con una obra coral del revolucionario que al morir sus bienes eran apenas una camisa, unos pantalones y una lapicera. Intentando dar cuenta de un balance, Enzensberger casi al final confiesa que “el tumulto no había sido en vano. Lo importante es el saldo de arrojó. No sólo para mí, sino para la gran mayoría, incluyendo a aquellos que no tuvieron nada que ver con él”.

Mauricio Becerra R.

@kalidoscop

El Ciudadano

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