En un escenario donde prevalece el cinismo político gana Piñera

El peso del orden neoliberal abruma y aplasta a gran parte de las candidaturas, desde las denominadas progresistas a toda la gama de socialdemocracias. La respuesta ante este orden que arrasa con trabajadores y medioambiente, ha sido la ambigüedad y la duda. Ante esta confusión y enredo, el único que sale ganando es un neoliberal reforzado como Sebastián Piñera.

Por Javier Paredes

02/10/2017

Publicado en

Chile / Política / Portada

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El discurso político dominante —aquél que defiende el neoliberalismo global y nacional con garras, dientes y sonrisas— amalgama crecimiento capitalista con eso que llaman “gobernabilidad”. En otras palabras, según los dogmáticos neoliberales, no habría “gobernabilidad” fuera de la institucionalidad que impera en Chile y cuyos padrinos en el sistema político son los ministros de Hacienda y los directores del Banco Central.

Bien sabemos que el orden capitalista y financiero global tiene sus propios gendarmes: las instituciones económicas, como el FMI y el Banco Mundial, que fueron forjadas desde la posguerra para promover el desarrollo, desde hace dos décadas fueron puestas al servicio de las políticas neoliberales. En posdictadura, tanto el Banco Central como los ministerios de Hacienda y de Economía han sido copados por avezados operadores neoliberales. Chile es un caso paradigmático.

Más aún, el orden neoliberal planetario —cuyo máximo exponente político en Chile es Piñera— tiene sus propias “agencias de notación” como Standards & Poor’s, Moody’s y Fitch. En la práctica, son verdaderos controladores del sistema financiero global. Él mismo las ha creado para imponer conductas, disciplinar y castigar a quienes quieren promover políticas de desarrollo social y proyectos democráticos alternativos. Las derechas conservadoras y los “progresismos” se han sometido voluntariamente a estas reglas sistémicas de corte represivo. Los grandes medios son sus cajas de resonancia y de propaganda.

Los gendarmes del sistema financiero global

Las agencias de notación les ponen nota al desempeño de las economías capitalistas. Lo hacen según el criterio de las normas neoliberales. De lo que determinan debe ser el endeudamiento público, el gasto social en educación y salud en el presupuesto nacional, las garantías a la inversión extranjera y los salarios de los trabajadores (que mientras más bajos son, mejor es para el “crecimiento” y la llamada “productividad” según reza la lógica de los gurúes neoliberales). Bajos costos de producción —para atraer inversiones extranjeras— significan altas tasas de explotación y de ganancia capitalista. Así como la corrupción político-empresarial y el libertinaje voraz en las prácticas medioambientales son los “males necesarios” de la lógica neoliberal.

El medio ambiente, la ecología o la relación entre la sociedad con la naturaleza deben supeditarse a los imperativos de producir más mercancías y bienes (“el crecimiento”), dice la “racionalidad neoliberal”. Y también empleos con bajos salarios y endeudamiento para el consumo que carbura la máquina capitalista. Vivir en el presente sin pensar en las consecuencias del modo de vida es propio del capitalismo. Es la ilusión neoliberal de posesión sin límites de objetos del deseo impuestos por el marketing y la publicidad que se apodera de las mentes y corazones (los deseos) de cada subjetividad individual. ¿Y apoderarse de los deseos para manejarlos, no es acaso el objetivo de todo totalitarismo por dulce, cool y ligth que éste sea?

Los límites del discurso académico-científico

 

Lo que no dicen los defensores y los economistas del sistema es que el resultado de las políticas neoliberales es concentrar siempre la riqueza en manos de unos pocos y sacrificar el futuro ecológico de un país a la acumulación capitalista: de sus océanos, de la biodiversidad, de la fauna y flora. En este plano, el discurso científico es quejumbroso y corrobora la destrucción programada, pero no propone opciones políticas; a lo sumo recurre a la estética … lo que hizo la mitología griega hace 26 siglos. Es su debilidad. La ciencia (inseparable de la tecnología aplicada al servicio de la máquina extractivo-productivista) sucumbe siempre al final a la función de la política dominante. Los datos científicos ayudan a la toma de conciencia, pero la ciencia se muestra impotente ante el peso de la institucionalidad diseñada para mantener las prácticas depredadoras. Un ultracapitalista como Trump es elegido presidente de una de las economías más poderosas y contaminadoras del mundo, y puede retirarse impunemente de los tratados para reducir el calentamiento global, poniendo en riesgo la vida natural y humana toda. Por mucho que en ese país estén las universidades más prestigiosas del mundo dónde dan cátedra eminentes investigadores y premios Nobel en ciencias naturales.

El “realismo” de los ministros de Hacienda neoliberales y el oportunismo de los políticos

Ser “realista”, o profesar moderación en la política para no espantar a la gente y ganar votos entonces, es repetir lo que se ha hecho desde la dictadura con el consentimiento de la Concertación, el gobierno de los gerentes de Piñera y, más tarde, con la Nueva Mayoría desde el mando económico de Rodrigo Valdés y de su equipo económico neoliberal.

Hilemos fino ante tanta confusión voluntaria, sin temor a emitir conjeturas que se desprenden de los antecedentes de los políticos que nos gobiernan. Si Michelle Bachelet se opuso sólo al final a los paladines de Hayek en el caso del proyecto depredador de la mina Dominga, debe ser por razones bien prosaicas: querer postularse a un cargo en las Naciones Unidas como funcionaria en una de las reparticiones dedicadas a sensibilizar acerca del calentamiento global.

El problema es que la mirada científica y política de los “progresistas” y de los socialdemócratas neoliberalizados es chata. No considera que salvar Chile y el planeta de la destrucción ecológica requiere políticas anticapitalistas que se opongan frontalmente al saqueo de la naturaleza cuyo motor es la acumulación capitalista y empresarial. Y esto pasa por levantar un discurso claro y movilizador que transforme las luchas ecológicas dispersas y por un ambiente sano, en un conflicto político que implique un cambio de modelo, de prioridades y de economía. De un modelo de “crecimiento” destructor a uno sustentable en el tiempo y de desarrollo social y humano, colectivo y que permita “el pleno desarrollo libre del individuo”.

Hacer política democrática es asumir el conflicto y proponer su resolución en un programa

Los atributos de los y de las líderes y candidat@s pasan, y las ideas de un proyecto para construir país, satisfacer necesidades y demandas quedan. Otros y otras sabrán siempre retomarlas en caso de derrota electoral, pasajera por definición. Es la idea de la Historia misma que hacen los pueblos. La continuidad en las ideas es importante. Es autenticidad y coherencia práctica e intelectual, que no tiene la política de derechas de esencia conservadora. Ni la socialdemócrata, marcada por el cinismo. Razón por la que trata, para un proyecto nuevo, de explicar de forma clara propuestas claves que se traduzcan en un programa político y se expresen en uno de Gobierno en lo inmediato. Y, por sobre todo, un proyecto político de país donde los enemigos de la vida buena, de la igualdad (social, económica y de género) y de la prosperidad bien entendida sean claramente designados. Las fuerzas del gran capital, de los mercados y de la oligarquía se expresan en todas las candidaturas: claramente en la de Piñera, la de Guillier y de Kast, pero también en la de Goic y en la de ME-O. Cabe decirlo, el Frente Amplio, su dirigencia y portavoces, han optado por mantenerse en el plano político de las ambigüedades. En no separar aguas entre el carácter destructor del capitalismo neoliberal y un proyecto ecológico, feminista, socialista y profundamente democrático que interpele a la mayoría trabajadora. Aún es tiempo de enmendar rumbo.

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