La izquierda chilena y las elecciones: una perspectiva histórica (1882-2013)

Esta es la segunda parte del artículo del historiador Sergio Grez Toso, en el que reconstituye el debate y la praxis política de la izquierda chilena desde fines del siglo XIX, pasando por los gobiernos del Frente Popular, el de Salvador Allende, la dictadura y la actualidad. El eje de la discusión era sobre la factibilidad del uso de las elecciones como medio para conseguir las aspiraciones populares. Un camino desde las candidaturas obreras de 1882 hasta las últimas elecciones de 2013.

Por Mauricio Becerra

17/01/2015

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Educación / Política / Portada

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LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICO-LIBERAL

La desconfianza en los parlamentos burgueses no mermó la convicción de los comunistas chilenos en la necesidad de competir en las votaciones a fin de llevar la lucha política al seno de las instituciones representativas burguesas. A partir de 1924, el PC participó en diversos procesos electorales y, contradictoriamente, desarrolló un discurso antiparlamentarista influenciado por la línea ultraizquierdista del llamado “Tercer período” de la Internacional Comunista (1928-1934).

En 1925 integró coaliciones electorales de centro izquierda en las elecciones presidenciales y en las parlamentarias (en alianza con el PD y otras fuerzas), consiguiendo elegir dos senadores y siete diputados. Al término de la dictadura populista del general Ibáñez (1927-1931), en el contexto del clima de gran inestabilidad política provocado por los devastadores efectos de la depresión económica internacional que golpeó con particular rudeza a Chile, el PC reanudó su participación en el juego electoral. Hasta mediados de esa década sus resultados fueron modestísimos: las candidaturas presidenciales de su líder Elías Lafertte obtuvieron apenas 0,86 y 1,2% de los votos en 1931 y 1932, respectivamente26. Esta ambigua posición –dentro y fuera de la institucionalidad al mismo tiempo– terminó con la adopción de una nueva estrategia comunista, consistente en la implementación de una amplia política de alianzas de carácter antifascista y antiimperialista, concretada en 1936 en la formación del Frente Popular junto con el Partido Radical (PR), el flamante Partido Socialista de Chile (PS), el PD y la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), multisindical dirigida por socialistas y comunistas27. Está casi demás decir que esta línea era perfectamente coincidente con el giro de la política internacional soviética y con la política de frentes antifascistas, impulsada desde mediados de la década de 1930 por la Internacional Comunista.

Desde 1933, el panorama de la izquierda chilena venía cambiando: el PD estaba entrando en franca decadencia, los opositores a la creciente influencia de la Internacional Comunista en el seno del PC habían roto con ese partido y formado la Izquierda Comunista (IC), cercana a la corriente trotskista, aunque, lo más relevante, ese año varios grupos confluyeron en la fundación del PS, que en su declaración de principios “aceptó como doctrina y método de interpretación de la realidad, el marxismo, enriquecido por todos los aportes del constante devenir”. El PS hizo suyos conceptos como lucha de clases, socialización de los medios de producción y gobierno de trabajadores e internacionalismo; puso énfasis en lo latinoamericano y rechazó las internacionales, tanto la II socialdemócrata como la III comunista. Estos principios y su pretensión de conseguir la representación política de los trabajadores lo hicieron entrar en dura pugna con los comunistas que, por su parte, aspiraban al mismo objetivo28.

Socialistas y comunistas mantuvieron hasta 1935 una retórica izquierdista rupturista, sin que ello impidiera su participación regular en las elecciones de distinto tipo. Durante sus primeros años, el PS mantuvo una ambivalencia entre la vía electoral y la vía violenta, de acuerdo con la percepción de la democracia burguesa como un simple medio para llegar al socialismo, pero –como bien señala el historiador norteamericano Paul Drake– “nunca se preparó para la revolución armada y se dedicó a las elecciones”29. Fue así como a fines de 1934, el PS constituyó el Block de Izquierdas con el Partido Radical-Socialista, el PD y la IC, combinando la mantención discursiva de los principios con una política pragmática destinada a ganar influencia en los espacios institucionales para, desde allí, difundir su mensaje revolucionario. La justificación de esta política por parte de los socialistas era muy similar a la sostenida por el PC y su ancestro, el POS. Hacia mediados de 1935, un semanario socialista la explicaba en estos términos:

Al Partido Socialista no interesa un mayor número de bancas parlamentarias. Partido revolucionario, de clase, organizado nuclearmente, no puede ver en el Parlamento sino un simple medio de lucha, una tribuna más… […] Pero si el Partido Socialista no puede ni debe limitarse a una mera lucha política, tampoco es posible que, en nombre de razones políticas también, entre a pactar con partidos burgueses de centro sin más objeto que el de hacer, en este caso, oposición al régimen […]. Si las fuerzas de mera oposición política prestan también su cohesión electoral al candidato de la clase media y del pueblo organizado revolucionariamente, no queda sino felicitarse de que también los sectores políticos de centro comiencen a comprender cuál es su sitio en esta histórica lucha… Pero ello no significa que el Block parlamentario de Izquierda tuerza o varíe sus consignas unánimes de lucha, ni mucho menos que el Partido Socialista, […] se desvíe en un ápice de su línea de acción doctrinaria en el terreno de la brega política, la lucha sindical o la agitación revolucionaria30.

La adopción, a mediados de la década de 1930, de la política frente populista representó un “gran viraje” de los dos principales partidos políticos de la izquierda chilena, que pasaron de una estrategia radical y rupturista a una esencialmente gradualista, parlamentaria e institucional31. Los resultados electorales fueron muy positivos: la llegada del PS y del PC al gobierno en coalición con el PR significó un cuantioso aumento de la representación municipal y parlamentaria de ambos partidos de izquierda, amén de la obtención de puestos ministeriales y otras posiciones en el aparato administrativo del Estado. El PS pasó del 11,17% de los votos en las elecciones parlamentarias de 1937 al 16,69% en las de 1941, pero debido al desprendimiento de algunas fracciones bajó al 7,2% en 1945; mientras que el PC saltó en los mismos años de 4,16% al 11,8% y al 10,2%, respectivamente. El mayor progreso electoral de los partidos de la izquierda durante los tres gobiernos frente populistas presididos por los radicales lo experimentó el PC en las elecciones municipales, al aumentar de un 8,68% de los sufragios emitidos en 1944 al 16,52% en 1947, en circunstancias que el PS obtuvo un crecimiento ínfimo durante el mismo período, pasando de un 8,48% a un 8,72%32.

La experiencia de los gobiernos frente populistas hegemonizados por el PR terminó frustrando las esperanzas de la izquierda y de vastos sectores populares. Estos gobiernos realizaron una serie de reformas democráticas entre 1938 y 1947, las que favorecieron a los trabajadores urbanos y a los sectores medios, también propinaron un importante impulso a la industrialización del país, mas, a cambio de ello, la izquierda socialista y comunista debió respetar irrestrictamente los intereses de la “burguesía nacional” y sacrificar al campesinado, posponiendo indefinidamente la realización de la reforma agraria y el derecho a sindicalización de los trabajadores del campo33.

Finalmente, el proyecto desarrollista fracasó debido a su dependencia de la tecnología y de los créditos del extranjero. Desde fines de la década de 1940, se dispararon las tasas de inflación y de cesantía, males endémicos que caracterizarían la economía chilena durante décadas. Dicho en los términos del sociólogo Tomás Moulian, las coaliciones frente populistas “promovieron el crecimiento industrial pero no produjeron una ‘revolución capitalista’, [y] generaron una mayor democratización de oportunidades pero no una ‘revolución democrática’”34. En este marco, el “reformismo incompleto” de los frentes populares no tocó al latifundio ni nacionalizó las riquezas básicas ni democratizó duraderamente el régimen político35. Y para colmo de males, el desenlace de la política frente populista se coronó con una involución conservadora, ya que el último presidente radical, Gabriel González Videla, alarmado por el progreso electoral y la creciente influencia sindical de sus aliados comunistas, haciéndose eco de la política norteamericana de la naciente Guerra Fría, rompió su alianza con el PC, lo expulsó del gobierno en 1947 y lo ilegalizó en 1948 mediante la llamada Ley de Defensa Permanente de la Democracia.

La aplicación de esta ley –conocida también como la “Ley Maldita”– no solo sacó del juego político institucional a los comunistas durante una década, también puso en peligro el “Estado de compromiso” laboriosamente construido desde mediados de la década de 1920. No obstante la represión sufrida, sobre todo en la fase más dura de los años 1948-1952 (relegaciones, prisiones, exilios y supresión de los registros electorales de sus militantes), el PC nunca desechó la utilización de las elecciones como medio de lucha. Sirviéndose de instituciones de fachada, los comunistas prosiguieron su trabajo legal o semilegal a la par que mantuvieron en funcionamiento sus estructuras clandestinas. En 1952, el PC apoyó la primera candidatura presidencial de Salvador Allende, líder de una de las fracciones en que se hallaba dividido el PS, y a partir de 1956 comenzó a construir una nueva alianza de izquierda con los socialistas –Frente de Acción Popular (FRAP)– que en 1958 postuló por segunda vez a Allende a la Presidencia de la República. Allende fue derrotado por un estrecho margen por el representante de la derecha, gracias a una sospechosa candidatura populista que logró arrebatarle poco más de la cantidad justa de sufragios que le hubiera permitido triunfar36.

Hasta ese momento, la participación en las elecciones no era materia de debate relevante en la izquierda37 como sí lo era la cuestión de las alianzas. Se enfrentaban dos alternativas: la constitución de una alianza de los obreros y campesinos con los sectores medios y la “burguesía nacional”, en un “Frente de Liberación Nacional” para realizar la revolución democrático burguesa “anti imperialista, anti feudal y anti oligárquica” bajo hegemonía de la clase obrera, según la propuesta comunista; o un “Frente de Trabajadores” para conquistar un gobierno de trabajadores que abriera el paso al socialismo, de acuerdo con el postulado socialista38. Pero una serie de hechos nacionales e internacionales provocó un cambio de los ejes de la discusión en la izquierda. A las derrotas de las candidaturas de Allende en 1958 y 1964 se sumaron las repercusiones de la Revolución cubana, que promovió la vía armada como un modelo a seguir para las izquierdas de todo el continente. A ello se agregó la ruptura entre los partidos comunistas de China y la Unión Soviética, debido a la dura oposición china a las tesis proclamadas por la dirigencia soviética desde el XX Congreso del PCUS en febrero de 1956, acerca de la posibilidad de vía o tránsito pacífico hacia el socialismo y de coexistencia pacífica con el imperialismo. El cisma chino-soviético tuvo repercusiones en todo el mundo, y en el PC chileno, al igual que en muchos partidos comunistas, alentó las posiciones críticas de quienes acusaban a la dirección de ese partido de practicar una política reformista y de conciliación de clases expresada, entre otros aspectos, en el “cretinismo parlamentario” y en su estrategia de tránsito evolutivo, gradual e institucional como camino más probable para llegar al socialismo. Esta era la perspectiva, entre otros, de un grupo disidente comunista inspirado por las posiciones maoístas, que se organizó, a partir de 1966, como Partido Comunista Revolucionario (PCR) con la intención de ser una alternativa a la conducción “revisionista” del PC. A comienzos de 1964, cuando estos militantes aún formaban parte del PC, formulaban de esta manera su crítica a la dirección del partido:

El Partido Comunista de Chile ha trabajado sistemáticamente desde hace mucho, en procesos electorales y en promover ciertas conquistas sindicales. En el terreno electoral solo ha conseguido hacer triunfar a algunos candidatos burgueses en oposición a las fuerzas oligárquicas, candidatos que han terminado gobernando con los sectores más retrógrados y volviendo las espaldas al pueblo. Luego de elegidos no ha existido la fuerza revolucionaria (ni la intención de hacerlo) como para pasar a la ofensiva, cuando traicionan, arrojándolos del poder. El desengaño de las masas fue convertido luego en esperanza frente a algún otro representante de la burguesía, embarcándose por completo en nuevos procesos electorales que no han hecho más que postergar el camino de la revolución.

Historiador Sergio Grez

Historiador Sergio Grez

No se trata de eludir un proceso electoral sino de darle su verdadero sentido revolucionario con plena conciencia de que el problema del poder no se definirá, en última instancia, por votos más o votos menos, sino a través de un enfrentamiento de clases, en que el pueblo está preparado, cualquiera que sea el resultado, para arrebatar el poder a los explotadores39.

Críticas similares respecto de la acción de las direcciones del PC y del PS surgieron en otros sectores de ambos partidos, sobre todo en sus juventudes. A los pocos días de la derrota electoral de Allende en las elecciones presidenciales de 1964, un grupo de disidentes comunistas y socialistas agrupados en la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM), que en su mayoría confluirían al año siguiente con otros grupos en la fundación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de tendencia guevarista, afirmaba que:

“la derrota sufrida en las urnas no es la derrota de los obreros, campesinos, estudiantes revolucionarios ni de las capas progresistas de la clase media. El descalabro electoral es la derrota de la llamada vía pacífica, del electoralismo conciliador, oportunista, sectario y vergonzante”40.

Las críticas a la “izquierda tradicional” que formularon las distintas corrientes de la nueva izquierda que empezó a brotar en Chile entre 1962 y 1966 apuntaban a un sinnúmero de aspectos relacionados entre sí: carácter de la revolución, campo de las alianzas, formas de lucha, tipo de partido, valoración de las elecciones y, de manera más general, la estrategia para llegar al poder. En la Declaración de Principios aprobada en el Congreso Constituyente del MIR realizado en agosto de 1965, se leía:

Las directivas burocráticas de los partidos tradicionales de la izquierda chilena defraudan las esperanzas de los trabajadores; en vez de luchar por el derrocamiento de la burguesía se limitan a plantear reformas al régimen capitalista, en el terreno de la colaboración de clases, engañan a los trabajadores con una danza electoral permanente, olvidando la acción directa y la tradición revolucionaria del proletariado chileno. Incluso, sostienen que se puede alcanzar el socialismo por la ‘vía pacífica y parlamentaria’, como si alguna vez en la historia de las clases dominantes hubieran entregado voluntariamente el poder41.

Razonamientos muy parecidos se encuentran en el Programa del PCR, aprobado en su Congreso fundacional de febrero de 1966:

“las tácticas que se inspiran en la ilusión de un ‘camino pacífico’ hacia el poder, consisten en esencia en frenar el ascenso de la lucha de clases, manteniéndola en un plano que no haga peligrar la dominación de los explotadores, para evitar así que estos recurran a la fuerza de las armas, que los protege como clase gobernante. Este tipo de ‘lucha’ transcurre, por lo general, dentro de los marcos de las disposiciones legales que las clases reaccionarias han estatuido, para establecer los límites que les son aceptables con respecto a las exigencias y conquistas que pueden hacer los trabajadores. La ‘vía pacífica’, por consiguiente, es un camino reformista y de conciliación con el enemigo de clases, para impedir la ‘inevitable transformación de la lucha de clases en guerra civil’” 42.

La lógica que inspiraba a las direcciones de la “izquierda tradicional” era diametralmente opuesta, especialmente la del PC, que seguía sosteniendo con gran firmeza después de la derrota en las elecciones presidenciales de 1964, la teoría de la “vía pacífica” (o “no armada”) al socialismo. Para la cúpula comunista, “las formas de lucha más extremas” no eran siempre las más revolucionarias. Las formas de lucha más revolucionarias eran definidas por estos líderes como:

“aquellas que surgen de las condiciones económico-políticas concretas y que tienden a crear grandes movimientos de masas que luchan por transformaciones de contenido revolucionario que interpreten la etapa del desarrollo”43.

Esa era la línea seguida por el PC y por ello, sostenían, este partido impulsaba las luchas de masas y participaba en las elecciones a fin de alcanzar un mayor desarrollo, popularizar sus objetivos y fortalecer el movimiento nacional antiimperialista:

Mienten y tergiversan nuestra actitud al afirmar que sostenemos que no es posible la victoria revolucionaria por la violencia. Nuestro Partido no ha sostenido nunca esa estupidez, pues tenemos conciencia del papel que la violencia ha jugado siempre en la historia. El llamamiento a la violencia revolucionaria no se debe hacer en cualesquiera condiciones, y los cambios revolucionarios pueden también efectuarse sin ella, como producto de un poderoso movimiento de lucha de las masas populares.

El desarrollo por el camino sin lucha armada, o el desarrollo por el camino de la guerra civil, solo depende de las condiciones que se den en el proceso de la lucha. En lo que respecta al parlamentarismo, este forma parte de la estructura política de nuestra sociedad y puede lograrse, a través de las fuerzas políticas de la clase obrera y del movimiento popular, que consiga e imponga a través del Parlamento, conquistas progresivas y reformas que aseguren las posiciones de la clase obrera y socaven el poder de la reacción y el imperialismo44.

El impacto de la revolución cubana, el cisma chino soviético y otros acontecimientos internacionales como la disidencia yugoslava desde fines de la década de 1940 y la invasión soviética a Hungría en 1956, también produjeron efectos en el PS, floreciendo corrientes que comenzaron a cuestionarse elementos de la táctica tradicional de la izquierda, en particular la cuestión de los caminos para alcanzar el poder. En 1962 tuvo lugar una polémica entre los secretarios generales del PS (Raúl Ampuero) y del PC (Luis Corvalán) sobre variados temas, entre ellos, el de las vías de la revolución y el rol de las elecciones45. No obstante estas diferencias y el sesgo de mayor radicalismo teórico de las posiciones socialistas, ambos partidos continuaron unidos en el FRAP y luego en una alianza más amplia, la Unidad Popular (UP), en la perspectiva de alcanzar, mediante el sufragio universal, el gobierno para dar inicio a las transformaciones revolucionarias.

La estrategia seguida por los dos principales conglomerados de la izquierda chilena combinaba el impulso de las luchas reivindicativas de los sectores populares a través de huelgas, ocupaciones de terrenos, manifestaciones, marchas, paros nacionales y otras formas de lucha, preferentemente legales, con la participación regular en las elecciones. La profundización de la crisis económica y social, y los fracasos del segundo gobierno populista de Carlos Ibáñez (1952-1958), del gobierno de la derecha clásica de Jorge Alessandri (1958-1964) y del ensayo reformista demócrata cristiano de la administración de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), que se desarrolló en estrecha articulación con la nueva política norteamericana para América Latina de “Alianza para el Progreso”, provocaron una agudización de los conflictos sociales, que fue acompañada de un sistemático crecimiento electoral de los partidos de izquierda. Entre 1960 y 1969 el PC pasó del 9,55% al 16,6% del electorado y el PS del 10,17% al 12,76%, cifras a las que habría que agregar en 1969 el 2,2% obtenido por la Unión Socialista Popular desprendida del PS46.

Como es evidente, con estos porcentajes, la izquierda no podía aspirar seriamente a ganar la elección presidencial de 1970. Esta constatación produjo reacciones encontradas en sus partidos principales. Entre los socialistas, profundizó la desconfianza en la vía electoral provocada por la derrota de Allende en 1964. En su XXII Congreso realizado en Chillán, en noviembre de 1967, el PS se planteó la toma del poder para instaurar un “Estado revolucionario” que iniciara la construcción del socialismo y definió la lucha armada como el eje de su estrategia:

La violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Resulta necesariamente del carácter represivo y armado del estado de clase. Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico y, a su ulterior defensa y fortalecimiento. Solo destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede consolidarse la revolución socialista47.

Y para mayor claridad respecto del camino escogido, el texto aprobado por el plenario socialista de ese Congreso, señalaba que:

Las formas pacíficas o legales de lucha (reivindicativas, ideológicas, electorales, etc.) no conducen por sí mismas al poder. El Partido Socialista las considera como instrumentos limitados de acción, incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada48.

No obstante estas encendidas declaraciones, el PS continuó desplegando sus mejores esfuerzos en actividades legales y pacíficas. Aniceto Rodríguez, secretario general electo en el Congreso de Chillán, diría posteriormente que los dirigentes socialistas se encontraron en la disyuntiva de “congelarse” políticamente siguiendo la vía proclamada, “o bien, abordar objetivamente una realidad de participación en los procesos electorales”49. Animados por este pragmatismo y argumentando que no se trataba de rechazar la actividad electoral sino de subordinarla a la estrategia revolucionaria, los socialistas se involucraron a fondo en las elecciones parlamentarias de 1969 y, enseguida, en la campaña presidencial de 1970. Contrariando sus propias declaraciones, tal como lo reconoció el historiador socialista Julio César Jobet, en 1969 el PS “entró en compensaciones electorales, mostrándose ante los sectores populares principalmente interesado en obtener cargos parlamentarios, y no en dar cumplimiento cabal a la línea política acordada en Chillán”50. Además, el PS terminó plegándose a la política de “unidad popular democrática” preconizada por el PC, suerte de “Frente de liberación nacional”, más amplio que el “Frente de Trabajadores” impulsado por los socialistas desde la década de 195051. De este modo, el PS, según Jobet:

“Poco a poco aceptó la línea defendida por el PC en orden a agrupar ‘las más amplias fuerzas anti-imperialistas y anti-oligárquicas’, en una alianza de partidos marxistas y no marxistas. El deslizamiento hacia esta nueva posición, que significaba liquidar el FRAP se vio favorecida [sic] por el cambio violento del Partido Radical hacia una plataforma y una conducta de izquierda y por la constitución del MAPU, conglomerado de los elementos democratacristianos partidarios de la unidad con las colectividades obreras”52.

La cuarta postulación del socialista Salvador Allende a la Presidencia de la República, esta vez como abanderado de la coalición de la UP, compuesta por socialistas, comunistas, radicales, mapucistas (disidentes de la Democracia Cristiana), socialdemócratas e independientes, ocasionó nuevos debates sobre la cuestión electoral en el seno de la izquierda chilena. El PC, el sector que representaba el propio Allende en el PS y otros integrantes de la UP como el recién formado MAPU, adherían irrestrictamente a la estrategia escogida. En cambio, la mayoría del PS y, sobre todo, varias organizaciones situadas a la izquierda de la UP, declararon su profunda desconfianza en la vía electoral. Como un gesto frente a la recién formada UP, el MIR se limitó en 1969 a suspender la realización de acciones de propaganda armada y en mayo de 1970 declaró que no desarrollaría ninguna actividad electoral, afirmando que las elecciones no eran un camino para la conquista del poder:

“Desconfiamos que por esa vía vayan a ser gobierno los obreros y campesinos y se comience la construcción del socialismo. Estamos ciertos de que si ese difícil triunfo electoral se alcanza, las clases dominantes no vacilarán en dar un golpe militar […] En ese caso no vacilaremos en colocar nuestros nacientes aparatos armados, nuestros cuadros y todo lo que tenemos, al servicio de lo conquistado por obreros y campesinos”53.

Posteriormente, en julio de 1970, en un documento interno el Secretariado Nacional de esta organización dio libertad a sus militantes para decidir votar o no54.

Más radical en su rechazo al camino escogido por la mayoría de la izquierda fue el PCR, organización que a comienzos de 1970 ratificó a través de las páginas de su órgano teórico oficioso, la revista Causa Marxista-leninista, lo que había venido sosteniendo desde su nacimiento, esto es, concebir las elecciones como “una trampa contra el pueblo”, un instrumento para “legalizar” la dictadura antipopular de las clases dominantes y del imperialismo, argumentando de manera parecida al MIR la inevitabilidad del enfrentamiento armado entre explotadores y explotados:

“La creencia de que el obtener más votos que los explotadores determinará que estos acepten suicidarse política y económicamente y hará que entreguen sus medios de producción y el poder que controlan, deja al pueblo totalmente inerme frente a la potencialidad represiva que sus enemigos ya poseen y que emplearán sin vacilación alguna para defender sus intereses […] A la postre e inevitablemente el problema del poder, como siempre ha ocurrido en la historia, deberá resolverse a través de un enfrentamiento violento y armado entre el pueblo y sus explotadores”55.

De acuerdo con estos planteamientos el PCR llamó a la abstención56.

LA VICTORIA DE ALLENDE Y EL GOLPE

La victoria de Allende del 4 de septiembre de 1970 no terminó con estas discusiones en el seno de la izquierda chilena. Mientras el PC, un sector del PS y otras fuerzas de la UP vieron en ello la confirmación práctica de la posibilidad de iniciar la transición hacia el socialismo por medios pacíficos, para gran parte del propio PS, el MIR y otras franjas de la UP, además de algunas pequeñas organizaciones situadas fuera de la alianza que llegó al gobierno a comienzos de noviembre de ese año, la victoria electoral no significaba la negación de la inevitabilidad del enfrentamiento armado sino, a lo sumo, la configuración de un escenario político distinto. El MIR, por ejemplo, reafirmó inmediatamente sus postulados anteriores, reconociendo solamente un error de apreciación consistente en sobrevalorar la fortaleza político-táctica con que la derecha enfrentaría un triunfo electoral de la izquierda y en subvalorar la capacidad de maniobra táctica de la UP en caso de vencer en las elecciones. De todos modos, sostenía la dirigencia mirista, la cuestión del poder seguía pendiente puesto que el aparato del Estado capitalista, especialmente sus Fuerzas Armadas, se mantenía intacto y las posibilidades legales de la UP de modificar sustancialmente el marco legal eran limitadas y difíciles57. El MIR asumió, en consecuencia, una posición de apoyo crítico al gobierno de Allende tratando de impulsar la lucha de masas para desbordar el marco institucional y preparar el inevitable enfrentamiento armado.

Los debates de la izquierda chilena sobre la cuestión electoral durante el gobierno de la UP se entreveraron con la discusión acerca de la estrategia para alcanzar el poder e iniciar la construcción del socialismo. Si bien todas las fuerzas de izquierda reconocían que la llegada al gobierno no significaba la conquista del poder (puesto que el Parlamento, la Justicia, las FF.AA. y casi toda la institucionalidad seguía bajo control o influencia de las clases dominantes), diferían en cuanto a la táctica y la estrategia para avanzar hacia la toma del poder. El PC, Allende y otros sectores cercanos a sus planteamientos sostenían la tesis que apuntaba a copar el Estado mediante una combinación de luchas sociales y políticas en las que la cuestión electoral y la búsqueda de un pacto con el centro (Partido Demócrata Cristiano) eran cuestiones fundamentales. El poder adquirido en el Estado sería utilizado para realizar una combinación de tareas democráticas, nacionales y “socialistas”. Era el proceso revolucionario a través de la “vía política”, según los términos empleados por el abogado y cientista político catalán Joan Garcés, asesor del Presidente Allende58. El lema que sintetizó esta posición fue “Consolidar para avanzar”. Por el contrario, la mayoría del PS, el MIR, buena parte del MAPU y otros sectores dentro y fuera de la UP que se propusieron la creación de un “polo revolucionario”, sostenían la tesis de la inevitabilidad del enfrentamiento armado y, por ende, la necesidad de su preparación mediante el impulso a la movilización de masas que desbordara la institucionalidad del Estado burgués. Esta posición afirmaba el carácter inmediatamente socialista del proceso en curso. Sus consignas fueron “Avanzar sin transar” y “Crear poder popular”, concibiendo este poder como paralelo y alternativo al Estado burgués59. Las polémicas entre estas corrientes tuvieron muchas veces un carácter canónico, esgrimiendo cada tendencia aquellos pasajes de los “clásicos” del marxismo (Marx, Engels y Lenin, principalmente) que mejor convenían a sus postulados60. Nadie alcanzó la hegemonía, produciéndose lo que Tomás Moulian ha denominado como un “empate catastrófico” en el contexto de una arremetida golpista que echó por tierra la experiencia de la “vía chilena hacia el socialismo” que pretendía evitar el terrible costo de una guerra civil61.

La larga dictadura pinochetista (1973-1990) canceló las competencias electorales realizadas con un mínimo de garantías democráticas. No obstante, con motivo de los plebiscitos organizados por el régimen, la posición a asumir en dichas coyunturas fue objeto de discusiones en la izquierda y en el conjunto de la oposición. En 1980, la dictadura convocó, con tan solo un mes de anticipación, a un plebiscito para aprobar su proyecto constitucional elaborado en secreto durante siete años. La oposición se encontró ante la disyuntiva de participar, legitimando de ese modo una “consulta” realizada en medio de un clima de terrorismo de Estado, sin registros electorales (quemados por los militares golpistas), con los partidos políticos “en receso” y en desigualdad absoluta de condiciones para las opciones ofrecidas (aceptación o rechazo del proyecto de Constitución de la dictadura). En ese contexto, la disyuntiva no se tradujo en un debate importante en el seno de la izquierda.

Diferente fue en 1988: luego de un ciclo de masivas protestas populares, el régimen se encontraba en una fase de declive y de repliegue ordenado, negociado con los representantes de la oposición moderada (Democracia Cristiana, un sector del PS, entre otras fuerzas). Como esta transacción contaba con el beneplácito y activo incentivo de la Iglesia Católica y del gobierno norteamericano, las condiciones de la competencia plebiscitaria entre las alternativas del Sí (prolongación del régimen de Pinochet durante nueve años más) y del No (elecciones presidenciales dentro de catorce meses y cambio de gobierno tres meses más tarde) eran mucho más equilibradas que en 1980. Sin embargo, gran parte de la izquierda, el PC, un sector del PS, el MIR y otras organizaciones desconfiaban profundamente de esta salida negociada y de las posibilidades reales de que el régimen aceptara una eventual derrota en las urnas. Finalmente, estos sectores de la izquierda se sumaron a regañadientes a la opción del No, debido al fracaso de su opción rupturista de derrocamiento de la dictadura62, promovida sobre todo por el PC que, desde inicios de esa década, dando un giro táctico, había desarrollado la política de “rebelión popular de masas” basada en el impulso de “todas las formas de lucha”63. Estas polémicas se cruzaban con estrategias y objetivos divergentes que dividían a la izquierda desde fines de la década de 1970, respecto de cuestiones tan variadas como la valoración de los “socialismos reales”, el marxismo-leninismo, el tipo de partido, la democracia y la forma de poner término a la dictadura. Debates que produjeron la llamada “renovación socialista” y un reordenamiento general de las fuerzas de izquierda, temas acerca de los cuales no es posible extendernos en esta ocasión64.

Sergio Grez Toso*

*Dr. en Historia, académico de la Universidad de Chile.

LINK CON PAPER PARTE I (Scielo)

LEA ADEMÁS: ENTREVISTA A SERGIO GREZ ACERCA DE LA HISTORIA DEL MOVIMIENTO ANARQUISTA

Fotos: Mauricio Becerra R.

NOTAS:

26 Luis Durán B., “Visión cuantitativa de la trayectoria electoral del Partido Comunista de Chile: 1903-1973”. En Augusto Varas, Alfredo Riquelme y Marcelo Casals (Eds.), El Partido Comunista en Chile. Una historia presente, Santiago, Catalonia, 2010, pp. 231 y 232.
27 Pedro Milos, Frente Popular en Chile. Su configuración: 1935-1938, Santiago, Lom Ediciones, 2008.
28 Julio César Jobet, El Partido Socialista de Chile, Santiago, Ediciones Prensa Latinoamericana S.A., 1971, tomo I, pp. 39 y 115-120; Paul Drake, Socialismo y populismo en Chile 1936-1973, Valparaíso, Universidad Católica de Valparaíso, 1992, pp. 115-142.
29 Drake, op. cit., p. 131.
30 “El nuevo senador por Santiago”, Consigna, Santiago, 13 de julio de 1935. Citado por Milos, op. cit., p. 39.
31 Tomás Moulian, “Violencia, gradualismo y reformas en el desarrollo político chileno”. En Adolfo Aldunate, Ángel Flisfich y Tomás Moulian, Estudios sobre el sistema de partidos en Chile, Santiago, FLACSO, 1985, pp. 13-68. La idea del “gran viraje” de la izquierda está expuesta más precisamente en pp. 49 y 50.
32 Ricardo Cruz-Coke, Historia electoral de Chile. 1925-1973, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1984; Durán, op. cit., pp. 233 y 234.
33 Tomás Moulian, Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-1973), Santiago, Lom Ediciones, 2006, pp. 19-142 y Contradicciones del desarrollo político chileno 1920-1990, Santiago, Lom Ediciones – Editorial ARCIS, 2009, pp. 39-46.
34 Moulian, Contradicciones…, op. cit., p. 40. 76
35 Ibíd.
36 Jorge Arrate y Eduardo Rojas, Memoria de la izquierda chilena, tomo I (1850-1970), Santiago, Javier Vergara Editor, 2003, pp. 321-332.
37 Tal vez la única, débil y efímera excepción a esta tendencia ampliamente dominante fueron las posiciones del grupo liderado por Luis Reinoso, secretario de Organización del PC durante los primeros años de su clandestinidad. Entre 1949 y 1951, esta fracción intentó implementar una línea más “combativa”, que incluía ciertas acciones violentas por parte de un incipiente aparato paramilitar del partido, destinadas a estimular reacciones más radicales de las masas contra el gobierno de González Videla. Las posiciones del “reinosismo” fueron purgadas de manera expedita por la Dirección del PC: no hubo un debate informado de la militancia y los contestatarios principales fueron expulsados, recurriendo los dirigentes oficialistas a los anatemas característicos del estalinismo. A pesar de su ilegalización, el PC continuó intentando aprovechar los menguados espacios institucionales y las elecciones. Sobre este tema, véase Manuel Loyola, “‘Los destructores del Partido’: notas sobre el reinosismo en el Partido Comunista de Chile”, Izquierdas N°2, Santiago, diciembre de 2008
38 Arrate y Rojas, op. cit., pp. 305-308.
39 “El espejismo revolucionario del C.C. del PC”, Principios marxista-leninistas, Santiago, febrero de 1964, p. 13.
40 El Rebelde N°28, Santiago, septiembre de 1964. Citado en Carlos Sandoval, M.I.R. (una historia), Santiago, Sociedad Editorial Trabajadores, 1990, p. 10.
41 “Declaración de principios del M.I.R. (Aprobada en el Congreso Constituyente de 1965)”, en Sandoval, op. cit., pp. 134 y 135.
42 Programa del Partico Comunista Revolucionario de Chile, Santiago, Imprenta Bío-Bío, 1969. Para mayor ahondamiento de estas posiciones, véase, entre otros: Raimundo León, “La vía pacífica de Corvalán: camino contrarrevolucionario”, Causa Marxista-Leninista N°17, Santiago, abril de 1970, pp. 3-15.
43 José Pino, “Los ‘revolucionarios’ anticomunistas”, Principios N°106, Santiago, marzo- abril de 1965, p. 78.
44 Ibíd., p. 79.
45 Arrate y Rojas, op. cit., pp. 347-360.
46 Durán, op. cit., p. 235; Jobet, op. cit., tomo II, p. 146.
47 Citado en Jobet, op. cit., tomo II, p. 130.
48 Ibíd.
49 Citado en Arrate y Rojas, tomo I, op. cit., p. 427.
50 Jobet, op. cit., tomo II, p. 142. Véase también, Patricio Quiroga Z., Compañeros. El GAP: la escolta de Allende, Santiago, Aguilar, 2001, pp. 24 y 25.
51 Sobre la política de “unidad popular” impulsada por el PC hacia fines de la década de 1960, véase, entre otros, Luis Corvalán, “Unidad popular para conquistar un gobierno popular”, Informe al XIV Congreso del Partido, 23 de noviembre de 1969 (Fragmentos). En Luis Corvalán, Tres períodos en nuestra línea revolucionaria, Dresden, RDA, Verlag Zeit im Bild, 1988, pp. 50-68.
52 Jobet, op. cit., tomo II, p. 153.
53 “El MIR y las elecciones presidenciales”, en Punto Final, N°104, Santiago, 12 de mayo de 1970. Citado en Pedro Naranjo et al. (edición a cargo de), Miguel Enríquez y el proyecto revolucionario en Chile. Discursos y documentos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, Santiago, Lom Ediciones – Centro de Estudios Miguel Enríquez, 2004, p. 65.
54 Secretariado Nacional del MIR, Las alternativas electorales y el proceso revolucionario chileno, julio de 1970. Citado en Naranjo et al., op. cit., p. 65.
55 “Las elecciones presidenciales: una siembra de ilusiones para impedir la revolución”, Causa Marxista-Leninista N°16, Santiago, febrero-marzo de 1970, pp. 2 y 3.
56 Ibíd., p. 6. 84
57 “El MIR y el resultado electoral”, Documento público Secretariado Nacional MIR, 28 de septiembre de 1970. Publicado en Punto Final N°115, Santiago, 13 de octubre de 1970 y reproducido íntegramente en Naranjo et al., pp. 111-125.
58 Joan Garcés, El estado y los problemas tácticos en el gobierno de Allende, Buenos Aires, Siglo XXI Argentina Editores, 1974, especialmente pp. 254-277.
59 Una caracterización sintética de ambas posiciones se encuentra en Moulian, Fracturas…, op. cit., pp. 239-252.
60 Como es sabido, si bien en las obras de estos autores se pueden encontrar muchos argumentos para sostener la inevitabilidad del enfrentamiento violento (armado) entre las clases sociales antagónicas de la sociedad contemporánea, también es posible hallar planteamientos a favor de la participación en los parlamentos burgueses (como un medio de agitación y propaganda) o, incluso, de la posibilidad de un tránsito más o menos pacífico al socialismo. Aunque, a decir verdad, las afirmaciones que podrían sustentar las teorizaciones sobre la “vía pacífica” son más puntuales y, por regla general, se refieren a casos bien específicos.
61 Tomás Moulian, Conversación interrumpida con Allende, Santiago, Lom Ediciones – Editorial ARCIS, 1998. Una interpretación parecida a la de Moulian, pero apoyada en una reconstrucción pormenorizada de los acontecimientos, es la que propone el historiador Luis Corvalán Márquez, Los partidos políticos y el golpe del 11 de septiembre. Contribución al estudio del contexto histórico, Santiago, Ediciones Chile América – CESOC, 2000.
62 Alfredo Riquelme Segovia, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia, Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2009, pp. 154-164.
63 Sobre esta política, véase, entre otros: Viviana Bravo Vargas, ¡Con la Razón y la Fuerza, venceremos! La Rebelión Popular y la Subjetividad Comunista en los ’80, Santiago, Ariadna Ediciones, 2010; Riquelme, Rojo amanecer…, op. cit., pp. 109-198; Tomás Moulian e Isabel Torres, “¿Continuidad o cambio en la línea política del Partido Comunista de Chile?”. Varas, Riquelme y Marcelo Casals, op. cit., pp. 201-308; Luis Rojas Núñez, De la rebelión popular a la sublevación imaginada. Antecedentes de la Historia Política y Militar del Partido Comunista de Chile 1973-1990, Santiago, Lom Ediciones, 2011.
64 Sobre la “renovación socialista” véase Tomás Moulian, Democracia y socialismo en Chile, Santiago FLACSO, 1983, y del mismo autor, Contradicciones…, op. cit., pp. 96-106.

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