Tiqqun: La aventura del anonimato

La política como una aventura de masa donde jamás se pierde la singularidad y el anonimato es el sello de este grupo que opera mediante textos, panfletos, ensayos y libros, calibrando sus acciones y efectos mediante las redes sociales

Por Cristobal Cornejo

01/05/2012

Publicado en

Mundo / Política

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La política como una aventura de masa donde jamás se pierde la singularidad y el anonimato es el sello de este grupo que opera mediante textos, panfletos, ensayos y libros, calibrando sus acciones y efectos mediante las redes sociales.

La palabra crisis es un comodín que el colectivo europeo Tiqqun prefiere abandonar. Pero es cierto que desde 2008, cuando los estragos de la economía política de especulación impactaron en las sociedades industriales, el activismo autonomista –por fuera de la organización sindical clasista– tomó diversos rumbos.

La palabra Tiqqun es de origen hebreo; se traduce como redención. Pero lejos están los integrantes de este grupo (que de tan ubicuo es difícil pensarlo como grupo) de pretender redimir a nadie de sus decisiones o de sus supuestos errores políticos. Si se quiere, la redención propuesta se relaciona más con una cura existencial que desplazada sobre ese mismo riel será política o no será nada. “Las viejas ideas del humanismo ya no sirven para contar lo que nos pasa”, dice el pensador alemán Peter Sloterdijk. Y en ese cajón de residuos teóricos, la representación burguesa, sus blasones, membresías, doctrinas, liberalismos de izquierda y derecha, populismos, partidos, asociaciones, nombres, apellidos y genealogías, también se han ganado un lugar.

En el origen, hubo una revista con sede postal en París (se supone): Tiqqun, de la cual salieron dos números, en 1999, disuelta en el 2001, inmediatamente después de los atentados a las Torres Gemelas. En esas revistas, los artículos no llevaban firma, la producción socio-intelectual era colectiva; lo sigue siendo, bajo formato digital desde 2008, cuando Tiqqun reapareció, refractaria como siempre a las identificaciones y a la previsión, aún después de la captura de uno de sus antiguos redactores, Julien Coupat, un joven activista –hijo de un médico y una ejecutiva de la empresa Sanofi-Aventis– detectado por el FBI en una protesta en Nueva York, y acusado en su país de paralizar por una cantidad de horas la circulación de la red de trenes de alta velocidad (TGV). La acusación jamás pudo probarse, y Coupat regresó a Tarnac donde vive en una granja comunitaria. ¿Si sigue en Tiqqun? Nadie lo sabe. Tal vez sí, o no. Lo cierto es que el aparato de inteligencia policial carece de direcciones postales, números de teléfono fijo, celulares o correos electrónicos del Comité Invisible, brazo letrado de Tiqqun. Para peor: ¿de qué los acusarían?

“Colaboramos con el mantenimiento de una ‘sociedad’ como si no perteneciéramos a ella, concebimos el mundo como si nosotros mismos no ocupáramos en él una posición determinada, y continuamos envejeciendo como si debiéramos seguir siendo siempre jóvenes. En pocas palabras: vivimos como si ya estuviéramos muertos”, escribe el CI en Teoría del Bloom. “El paisaje es un estado del alma y la crisis un estado de sitio”, enmascarado por las formas republicanas y las jerarquías a las que ni siquiera critican. Pero es más fácil criticar a Tiqqun como otro capítulo de la opulencia tardocapitalista, el individualismo y la indiferencia próspera de almas bellas educadas en universidades libres. Sería un error. Porque el diagnóstico es inequívoco. No se trata de huir. Es necesario volver a empezar, dicen, pues hemos errado y el entorno está en ruinas. Y no se hacen reformas en una casa que se cae.

El periodista español Javier Pérez Andújar escribe que “el anonimato del Comité Invisible es como lo de la autoría del Mío Cid, que unos atribuyen a un autor culto, otros a un colectivo popular y la izquierda democrática lo deja en un fifty-fifty”.

Vivir en el desierto, con la resolución de no reconciliarse con él, esa es la luz

En Teoría del Bloom se estudia al hombre contemporáneo, anónimo, masificado pero singular; ese anónimo pregunta cómo, no qué, atrapado entre la sociedad del espectáculo que definió Guy Debord y la “nuda vida”, según la versión de Giorgio Agamben.

Frente a esa tenaza permisiva, como se ha escrito, “lo que Tiqqun llama política extática, existencial, apertura, salida de sí, exposición del individuo impersonal a la finitud” necesita un afuera que no sea sólo un pliegue de la intimidad, para plantar la politización del pensamiento”.

En efecto, Tiqqun, acusando acaso cierto encono contra la teoría de la historia marxista (o su vulgata), piensa, como Sloterdijk, que el hombre vive seducido por la necesidad de libertad sin darse cuenta que ya es libre, al punto de simular ciertos padecimientos. Sobre esa comedia de la necesidad, Tiqqun abomina del filántropo que con perfección encarnan personajes como Bill Gates, Bono o Sean Penn, adalides de la banalidad del nihilismo. “El nihilismo no es nada. Un solo hombre libre basta para demostrar la libertad”. Esperar algo del cruce entre espectáculo y bio-poder es acelerar las condiciones de producción de la catástrofe.

Tiqqun interesó a la editorial Melusina, que publicó dos de sus libros, plagados de referencias filosóficas y con un norte en Auguste Blanqui. Pero de tanto en tanto suelta los perros negros como para asustar a los deprimidos, esos asalariados de la híper-modernidad: “Hay que actuar como si fuéramos hijos de nadie. A los hombres no les es dada su verdadera filiación. Esta será la constelación de la historia que consiga reapropiarse. El mundo no se describe adecuadamente porque no se cuestiona adecuadamente y viceversa. Nosotros no buscamos un saber que dé cuenta de la realidad, sino que la cree. La crítica no debe temer ni a la pesadez de los fundamentos, ni a la gracia de las consecuencias. A algunos les parece que la verdad no existe. Y son castigados por ello. No escapan a la verdad, y sin embargo la verdad se les escapa. No la entierran, y sin embargo, ella los enterrará”.

Por Pablo E. Chacón

Revista Ñ

 

 

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