¿A dónde va Israel?

El Ministro de Justicia israelí Yaakov Neeman, frente a una platea de rabinos y estudiosos de la Halakhta, (ley ebrea ) en Jerusalén, ha anunciado que los ciudadanos de Israel, poco a poco, comenzarán a usar las leyes de la Torah, las leyes de Moisés, concluyendo ha afirmado: “Tenemos el derecho de llevar a la […]

Por Mauricio Becerra

29/12/2009

Publicado en

Pueblos

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El Ministro de Justicia israelí Yaakov Neeman, frente a una platea de rabinos y estudiosos de la Halakhta, (ley ebrea ) en Jerusalén, ha anunciado que los ciudadanos de Israel, poco a poco, comenzarán a usar las leyes de la Torah, las leyes de Moisés, concluyendo ha afirmado: “Tenemos el derecho de llevar a la nación de Israel a esa su legítima herencia de Nuestro Padres, la Torah tiene todas las soluciones completas a todas las cuestiones con las cuales nos confrontamos hoy”.

Estas afirmaciones han creado una situación explosiva en el Oriente Medio y han dado lugar a que colones extremistas hebreos incendiaran inmediatamente la mezquita de Yasuf en Cisjordania.

Ha sido claro el pedido a usar la Halakhtà, las leyes bíblicas que aparecen en el Pentateuco y son la recopilación de las leyes judías que incluyen tradiciones, costumbres y una serie de preceptos para la vida de cada día, muy parecidas a las leyes del Corán para los musulmanes, y si se promete dar a los ciudadanos de Israel la ley de la Torah, las cosas se complicarían extremamente.

La Torah es una una ley, digamos “constitucional”, de Israel, la que establece en base a la historia y a la fe los confines indisolublemente unidos al principio de la Eretz Ysrael, la tierra de los primeros insediamentos ebreos, de los antiguos reinos o de la tierra prometida. En otras palabras, según la narración, (parecido al Viejo Testamento cristiano), Israel tendría derecho a todos los territorios ocupados en la guerra de 1967, como Cisjordania, el desierto de Sinaí egipcio, la parte meridional del Líbano, la franja de Gaza, los altos del Golán sirio y la parte antigua de Jerusalén.

Es evidente que si verdaderamente el Estado de Israel hiciese propios y completamente los preceptos de la Torah, debería renunciar para siempre a cualquier proyecto de paz.

Antiguamente “la entidad de estado judío” fue combatida antes de Jesucristo, por los Asirios, Persianos, y Egipcios, y también por el Imperio Romano. Fue un iluminado Emperador Romano, Adriano (76-138), que en el año 135 d.C. liquidó el problema definiendo esa parte del mundo “Palestinæ”. En los últimos años de la “diáspora”, los judíos mantuvieron el concepto de Eretz Ysrael como “tierra prometida”, y no se preocuparon de la delimitación geográfica de esa representación de esperanza.

Al padre del sionismo moderno, Theodor Hertzl, un  leader laico, Occidente ofreció en 1916 distintas y posibles “entidades judías” en Uganda, Chipre, Sinaí, la pampa argentina y se dice en una región no determinada de Bolivia. Se necesitó el holocausto para reconocer a los ebreos el derecho a tener una tierra un tiempo ocupada por 12 tribus de sus antepasados. Pero el pueblo que llegó a Palestina en 1946 no era “religioso”: la ideología prevalente era la del “kibbutz” y del “socialismo democrático”.

Incluso, todos los líderes que se alternaron en el gobierno de Israel, desde Ben Gurion a Golda Meyer, da Dayan a Peres, mantuvieron viva la idea de Eretz Ysrael no obstante fuesen todos de extracción socialista. Y con la guerra de 1967 Israel conquistó muchas de esas tierras reinvidicadas por Eretz Ysrael. Fue necesaria la guerra de Yom Kippur de 1973 para hacer comprender a la leadership que debían renunciar de algún modo, a las más intrépidas de sus esperanzas territoriales y buscar una paz con los pueblos árabes, incluso con el pueblo palestino. Si ahora el Primer Ministro de Israel, Benjamin Naetanyahu, hiciese propias las palabras de su Ministro de Justicia, el fuego en el Oriente-Medio y alrededores explotaría inmediatamente. Iran y todos los movimientos que contestan a Israel el derecho de existir encontrarían nuevas razones para alimentar la propia locura.

Rodolfo Faggioni

El Ciudadano

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