OPINIÓN

Chiloé no se merece la imposición de nuestro modelo extractivista y depredador

"Nosotros hemos perdido el sentido de lo sagrado. Todo es vendible, depredable, sujeto al mercado. Pero Chiloé aún cree en el respeto al medio ambiente, en el cuidado de sus recursos, en la simbiosis perfecta entre hombre y naturaleza; entre hombre y mar", expresa el historiador Francisco Píriz.

Por mauriciomorales

12/05/2016

Publicado en

Chile / Portada / Pueblos / Regiones

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Chiloé no se merece esto. Nuestra indiferencia, nuestra desidia, nuestra codicia. No se lo merece. No se merece la respuesta inepta y represiva de nuestros políticos, el actuar irresponsable de las salmoneras, el silencio cómplice de nosotros.

Chiloé es sagrado. Espacio atemporal, puro, gobernado por mitos y leyendas que protegen sus tradiciones, su forma de vida; guardianes de su pasado, presente y futuro. Su gente es primero chilota; después chilena. Son legítimos dueños de ese espacio sacro, el mismo que en los últimos años nos hemos encargado de avasallar. Sin respeto alguno por su historia.

Chiloé es comunión. Divina, profana y humana. Una común unión formada por su gente, sus creencias, su naturaleza, su mar. Para el chilote no existe comunidad sin el medio que, por siglos, ha configurado su ser, su idiosincracia, su alma.

Chiloé es curanto, es pesca artesanal, es campo, brujería y sabiduría. La Pincoya cuida sus recursos, el Trauco se esconde en sus bosques, el Caleuche surca sus mares. Sus iglesias Patrimonio de la Humanidad son testimonio de la proeza humana en estas tierras. Su gente es protagonista de un desarrollo local único, sustentable, respetuoso, pero por sobre todo agradecido de la riqueza del lugar en que les tocó nacer.

Por eso Chiloé no se merece esto. No se merece la imposición de nuestro modelo extractivista y depredador. No se merece la falta de respeto a su historia y su cultura. No se merece la discriminación a sus tradiciones ancestrales, a su forma de vida. Porque eso estamos haciendo. Destruyendo una cultura, una manera distinta de entender el mundo, de relacionarse con la tierra y el mar.

Nosotros hemos perdido el sentido de lo sagrado. Todo es vendible, depredable, sujeto al mercado. Pero Chiloé aún cree en el respeto al medio ambiente, en el cuidado de sus recursos, en la simbiosis perfecta entre hombre y naturaleza; entre hombre y mar.

Y Chiloé no se merece que nosotros, desde afuera, vengamos a imponerles nuestra propia visión de mundo. Porque la nuestra tiene fecha de caducidad, de destrucción. La chilota ha perdurado por siglos, y la estamos matando.

¿Por qué nos sentimos amenazados cuando una comunidad desea vivir de manera distinta a nosotros, sin destruir la tierra que lo alimenta y da vida? ¿Por qué somos incapaces de entender que cada comunidad tiene derecho a decidir su futuro a partir de lo que cree mejor para sí misma? Casos hay muchos: Freirina, Aysén, el Wallmapu, Calama, Caimanes. Y hoy Chiloé se suma a las incontables luchas que pequeñas comunidades han dado contra la imposición de nuestra dramática visión de mundo.

Chiloé no se merece esto. Se merece, por lo menos, que entendamos que esta lucha no es sólo por una marea roja, por el actuar de la industria salmonera o por la ilegítima Ley Longueira. Es una lucha por la preservación de sus tradiciones, su forma de vida, por cuidar su historia y su lugar. Es por la defensa irrestricta de su visión de mundo, que hemos por décadas tratado de borrar. Y se merece que entendamos que es un llamado de atención, uno más, a nosotros y a nuestra manera de relacionarnos con la tierra. Porque algo estamos haciendo mal.

Nadie le dice no al desarrollo en Chiloé. Pero un desarrollo en conjunto con su gente, respetuoso de su historia y su naturaleza. Un desarrollo sustentable. Nadie dice no al mall en Castro, pero uno que respete la bellísima arquitectura de la zona, no el monstruo que hoy afea una de las ciudades más lindas de Chile. Nadie dice no a la conectividad, pero si les preguntaran a los chilotas preferirían gastar la plata del puente de Chacao en mejorar la educación y la salud pública, que le llora a la Isla Grande. Nadie dice no al desarrollo de la industria salmonera y pesquera, pero de una manera respetuosa con el medio ambiente y la forma ancestral de vida que representa la pesca artesanal. No como hoy, donde los recursos se depredan y las salmoneras operan superando con creces su capacidad, produciendo un daño enorme al medio ambiente y las comunidades.
Chiloé no se merece esto. No se merece la clase política y empresarial que nos gobierna, que sólo busca imponer un modelo de desarrollo cada vez más deslegitimado y de una desigualdad brutal.

No se merece que la respuesta del gobierno sea la represión, la respuesta de los empresarios el silencio, nuestra respuesta la indiferencia. Se merece que nos demos cuenta que hay gente que quiere vivir distinto y que busca su propia forma de desarrollo. Se merece que comprendamos, de una vez por todas, que el problema de fondo es el sistema segregador y desigual que hemos creado en Chile. Que entendamos que abrazar la diversidad no solo es de una enorme dignidad, sino que es una de nuestras mayores riquezas como país.

Francisco-Píriz

 

 

 

 

 

 

 

Por Francisco Píriz García de la Huerta

Viajero e Historiador
www.chilesobreruedas.com

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