Jorge Peña Hen: El maestro del futuro

El maestro Peña Hen –como lo nombran muchos- es el creador de las orquestas sinfónicas infantiles de Latinoamérica. Sin embargo, su nombre ha pasado casi desapercibido. Fue asesinado por la caravana de la muerte en octubre de 1973, después de haber estado prisionero un poco menos de un mes. Fue acusado de traer armas en los estuches de los instrumentos de la orquesta de niños. Veinticinco años después pudieron despedirlo dignamente. A cincuenta años de su muerte, esta es su historia...

Jorge Peña Hen: El maestro del futuro

Autor: Camila Sierra

Por Camila Sierra M.

Reportaje realizado para el periódico impreso Nº 262 de noviembre 2023.

En uno de los pocos documentales que cuentan su historia, aparece el dibujo que hizo con apenas una década: se dibujó en medio de muchas personas con instrumentos, él como director de orquesta. En esa misma libreta, aparece su primera composición, data de 1938. Tenía solo diez años. Su hija, María Fedora, lo recuerda como alguien sin límites. “Nunca tuvo obstáculos para nada. Se proponía algo y lo hacía, pero en el buen sentido de la palabra. No tenemos instrumentos, bueno entonces fabriquemos instrumentos, en Chile falta músicos, bueno, vamos a buscar niños, les vamos a enseñar música y vamos a hacer muchas orquestas”, menciona que decía su padre. Y así fue.  

Jorge Peña fue hijo de un socialista acérrimo. Su padre, el médico Tomás Peña Fernández, llegó a ser alcalde de la ciudad de La Serena, lugar de origen del compositor. Fue inscrito por su padre en el Partido Socialista de La Serena cuando apenas era un niño. Más, nunca participó de reuniones políticas, ni tuvo ningún cargo de poder. Su militancia siempre fue la música.

Estudió en el conservatorio de la Universidad de Chile, en Santiago. Pero como dice su esposa en el mismo documental en que aparece él dibujado de niño como director de orquesta, Jorge Peña encontraba ridículo que existiera solo una orquesta filarmónica en el país, por lo que se propuso crear una en su ciudad natal, y que de esa manera proliferaran por todo el resto del norte de Chile. Como dijo su hija mayor, María Fedora, en la mente del maestro no existía la posibilidad de no hacer algo que se había propuesto.

Aun siendo de origen acomodado, siempre tuvo claro que el acceso a la música, en general en el Chile de los 50 y 60, era de elite. Para estudiar música solo existían los conservatorios, principalmente de la Universidad de Chile que luego tuvieron sedes regionales por diferentes territorios del país. El grueso de la población era más bien popular, solo el hecho de acceder a un instrumento que no fuera la guitarra, era prácticamente imposible.

Consciente de eso, Jorge Peña, un inquieto y creativo como lo describe su hija, no pudo contener su idea, adelantada para la época, de instaurar algo sin precedentes. Lo primero fue la creación de la Sociedad Bach en La Serena. Luego organizó y dirigió a un grupo de aficionados a la música. Con ese grupo –donde había abogados, profesores, médicos, bomberos entre otros- creó la Orquesta Sinfónica del Norte, como la hacía llamar. Según cuenta su esposa en el documental realizado por Claudio Jara, al comienzo se trataba prácticamente de clases, pero poco a poco se fue conformando como orquesta, experiencia que ocurrió a finales de los años 50.

La ciudad del norte chico comenzó a tener cada vez más nociones de música clásica y otras que no fueran música popular. Aprovechando ese florecer, el maestro –que según María Fedora siempre tenía ideas nuevas para hacer- no se le ocurrió nada mejor que involucrar a la población, a los habitantes de La Serena, y crearon una actividad abierta para celebrar el nacimiento de Cristo, aun cuando Jorge Peña ni siquiera creía en Dios, sí en las personas.

El maestro, junto con un grupo desinteresado de gente, preparaban escenografías, vestuarios y todo, además de, por supuesto, la pieza escénica musical en la que se recreaba el nacimiento del niño Jesús. Según cuentan, participaba gran parte de la ciudad, y se empapaban cada vez más de esta impronta musical totalmente innovadora en su época.

El tiempo corría rápido y la mente del compositor también. Dirigía el coro de la Escuela de Niños y de la Escuela de Niñas de La Serena, pero sentía que quería hacer algo más. En 1964 crea la Orquesta Sinfónica de niños de La Serena, en la que con pocos instrumentos que pasaban de niña en niño, aprendieron a leer y tocar música en menos de un año.

La idea avanzó a tal nivel, que, en 1965, logra convencer a la Universidad de Chile de que lo apoyen con financiamiento, y crean la Escuela Experimental de Música de La Serena, a la que niñas y niños de escasos recursos asistían totalmente gratis, siendo la primera de esas características en el país. La idea era darle énfasis al estudio de la música igual que como se aprende lenguaje o matemáticas: por las mañanas se aprendían las materias del curriculum del Ministerio de Educación, y por las tardes se estudiaba música. Había también un conjunto de arte dramático y un grupo de ballet.

“Los primeros atriles éramos niños del conservatorio. En ese tiempo se estudiaba y se tocaban violín, piano y chelo que era lo más elegante, Nadie iba a aprender a tocar bronces al Conservatorio. Entonces todos esos instrumentos, los bronces, contrabajos, prácticamente todos eran niños del plan. Esto popularizó, humanizó y amplió el acceso, fue una revolución impresionante”, recuerda su hija María Fedora, quién se unió como violinista y concertino a la primera orquesta sinfónica infantil de Chile.

Y aunque al principio era una idea extraña, madres y padres comenzaron a creer en el proyecto y cada vez había más niños a los que enseñar. Fue por eso que el maestro, siempre buen gestor, comenzó a conseguirse instrumentos por todos lados para poder dar abasto a la cantidad de niñas y niños que estudiaban en la Escuela Experimental de Música. Los primeros bronces de afuera llegaron desde Alemania, luego de Japón. Así, poco a poco, el método de Peña Hen se expandía como ondas sonoras.

Según María Fedora, y para contribuir aún más al proyecto, su padre aprendió a hacer instrumentos.  “Los veranos eran eternos para él porque no había orquesta, los niños estaban en vacaciones. Escribía música, iba a la playa, nadaba, pero lo que le gustaba mucho era la carpintería. Entonces él se compró una matriz de violín e hizo uno. Después le enseñó ese oficio al maestro que había en el conservatorio, maestro Pastene, y pusieron una lutería. Hacían instrumentos, porque llegó un punto en que había tantos niños, que había que tener muchos instrumentos para que alcanzara para todos”.

La historia continuó y las orquestas germinaron como brotes. Como su idea era crear orquestas en todo el norte del territorio chileno, creó las orquestas sinfónicas de niños de Ovalle, Copiapó y Antofagasta. “Él hizo las escuelas, los inicios, y están hasta el día de hoy”, recuerda la mayor de sus dos hijos.

Método del futuro, herramienta para la vida

Si bien Jorge Peña estudió en el Conservatorio de la Universidad de Chile, de lo que se podría inferir que era muy rígido –que, según su hija, lo era- procuraba arreglar las composiciones, e incluso crear algunas exclusivamente para que pudieran ser tocadas por las y los niños. En cortos siete meses, la primera orquesta sinfónica infantil de Latinoamérica hacía su primera presentación, marcando precedentes para todo el resto del continente de habla hispana.

Cuando salía de gira con la orquesta de niñas y niños, iba con su grabadora haciéndoles entrevistas: que qué les pareció el viaje y la presentación, que cómo lo habían pasado, qué les pareció el lugar y así. Las niñas y los niños lo amaban y admiraban mucho y a pesar de que el maestro era cabal cuando se trataba de música y disciplina en torno al instrumento, quienes lo conocieron cuentan que era muy cercano y amoroso.

“Mi papá era muy estricto. Podía estar bailando en una fiesta, jugando con los niños, ellos lo adoraban, pero si llegaban a un ensayo sin saberse su parte o no habían estudiado lo suficiente, olvídate, era terror, porque era muy exigente, las cosas tenían que hacerse bien o si no, no se hacen”, confirma María Fedora.  

Hoy de grandes, y en el mismo documental de Claudio Jara, quienes alguna vez fueron esos niños que corrían a la sala de ensayo a tocar los instrumentos que el maestro les había asignado por sus aptitudes y características físicas, hoy cuentan que haber sido parte de la primera orquesta sinfónica infantil de Latinoamérica les cambió la vida.

Lo mismo piensa Abraham Barrientos, hoy de 32 años, el de al medio de ocho hermanos. De una familia numerosa y de escasos recursos de Pudahuel Sur -un sector de la comuna en la periferia de la capital- participó en una orquesta infanto juvenil cuando tenía 14 años.

Abraham era un niño inquieto, tenía interés por otras cosas que no son las que enseñan en el colegio tradicional. Su mamá, humilde y de pocos recursos, siempre le inculcó a él y sus hermanas y hermanos que si cultivaban su intelecto podían ser capaces de salir del lugar y las condiciones en las que vivían.

Abraham Barrientos

Maravillado por el instrumento, quiso ser parte de una orquesta infantil y juvenil en la comuna de Maipú. “Cuando tú eres cabro te estás construyendo. Llegar a un lugar donde te conectas con gente por medio de ese gusto, me sentía más cómodo en la orquesta que en el colegio donde estaba siempre. Se me permitía ser y expresarme, hablar de música clásica. Pude tener ese lugar, sentía que pertenecía, siempre sentí que estaba haciendo algo importante”, dice Abraham, casi catorce años después de su paso por la orquesta.

Abraham cuenta que en el camino, se fue encontrando con muchos contextos y realidades diferentes. “Me di cuenta de lo que significa para una madre pobre que su hijo estuviera haciendo cosas como esa, es valioso. Había niños que querían ser músicos, pero había mamás pobres que simplemente querían cambiar el curso de la vida de sus hijos. Ahí te das cuenta lo que puede impactar en tu vida participar de una orquesta. O lo que significaba yo saliendo de mi población con mi violín en la mano, no era algo que se veía mucho”, señala el joven.

“Siempre recuerdo que para mí esa fue una experiencia que me cambió la vida. Si bien no pude seguir en la orquesta, nunca dejé el violín. Siempre sentí que era una herramienta para mí”, continúa Abraham, quien hoy estudia Pedagogía en Artes Visuales.

“El camino que quise seguir en la educación yo creo que partió de ahí. Como niño me vi necesitando de algo que me pudiera sacar de mi contexto, pensar en otras cosas, tratar de encontrar en la música o en el arte algo diferente. Yo me quedo con eso, por los niños de ahora que están buscando otras cosas en las que expresarse”, remata el joven que hoy cursa su tercer año de carrera. “Que el maestro haya pensado en lo que esto podía repercutir en los niños, es maravilloso”.

Lamentable y tristemente, el golpe de Estado truncó de cuajo el proyecto de Jorge Peña. Si bien después de su terrible e injusto asesinato la Escuela Experimental de Música de La Serena continuó existiendo, el proyecto de orquestas juveniles no creció como lo venía haciendo.

Algunos de los profesores de la Escuela Experimental optaron por irse exiliados a Venezuela, país donde socializaron el método de Peña Hen. Hoy, el proyecto de orquestas infantiles de Venezuela es el primero a nivel mundial, lo que quiere decir que la idea de Jorge Peña, de no haberse visto quebrada por la dictadura, podría haber llegado mucho más lejos. Pero el maestro procuró dejar semillas en otros países y en cientos de personas.

La caravana de la muerte

Intentaron borrar su memoria. No se podía mencionar siquiera su nombre por alrededor de diez años, tampoco fue posible hacer un anuncio en el diario El Mercurio anunciando una misa después de años de haber sido asesinado.

Aun siendo un indispensable en la historia de la música Latinoamericana, no existen muchos trabajos en que se aborde su vida y su obra. Seguramente se debe a que, probablemente, militares y tiranos hayan querido dar un “castigo ejemplar” a quien tuvo una idea revolucionaria en el Chile anterior a los 70.

Su hija en Santiago habla con el maestro el mismo 11 de septiembre. Le dice que en La Serena no pasa nada, aún estaba todo medio tranquilo. Pasaron unos días. El 19 de septiembre de 1973, es detenido por carabineros en La Serena. Lo llevaron a la comisaría, luego al regimiento y luego a la cárcel. Ingenuamente, su familia pensó que no se trataba de nada grave “pensábamos que los milicos eran decentes, si así era antes aquí, que eran respetuosos, que mi papá iba a salir, que era una equivocación, que mi padre iba a salir libre, si nunca había participado en política porque no tenía tiempo, toda su vida la dedicó a la música”.

Años después, María Fedora supo que Carabineros se llevaron también su auto, y con ese mismo vehículo que tenía una escotilla en el techo, fueron a las poblaciones de la ciudad allanando y amedrentando gente. Un par de colegas del maestro Peña Hen, docentes de derecha, lo habían acusado de llevar armas en los estuches de los instrumentos de los niños en una gira que hicieron en 1972 a Cuba, lo que ciertamente era falso.

Su hija viajó a La Serena a ver a su papá acompañada de un primo. Al día siguiente fue a ver a su padre a la cárcel de la ciudad y un gendarme le mencionó que Peña Hen estaba incomunicado y no pudo ver a su padre ese día. Nunca pensó que todo terminaría de manera fatal, confiaban en que se esclarecería todo. “En esa época éramos tan confiados e ingenuos, pensábamos que los carabineros y militares eran correctos. Hoy en día si toman detenido a un familiar una se aterroriza”, dice María Fedora.

Mientras estuvo incomunicado, Jorge Peña Hen escribió su última melodía en un papelito de cajetilla de cigarros. La escribió con un fósforo quemado que remojó con su propia saliva. Saliendo del aislamiento, compartió con otros presos y se encontró con el inspector de la Escuela Experimental de Música, quién también había sido apresado. A él le pasó la melodía que hizo mientras estaba incomunicado. Días después fue ejecutado.

“Eso lo escribió cuando estaba incomunicado, después pasaron varios días hasta que llegó la caravana. Mi papá estaba muy contento y emocionado, porque llegaba una comitiva que se pensaba que agilizaría la situación, y como él no tenía cargos creía que saldría en libertad. Entonces él escribió la composición, luego salió con el resto de los presos, hizo un coro en la cárcel, escribió mucha música que eran como para coro en un cuadernillo de música que me pasaron a mí después”, relata emocionada su hija mayor.

El 16 de octubre sacaron al maestro Peña de la cárcel de la ciudad y lo llevaron al regimiento, junto a quince personas más. Se constituiría un tribunal de guerra, les harían interrogatorios. Nunca se constituyó tal tribunal ni tampoco los interrogaron. Los llevaron directamente a ser torturados durante horas, para luego ser ejecutados por la espalda. Una vez asesinados, los pusieron en bolsas de plástico con sus nombres y fueron llevados a una fosa común del cementerio de la ciudad. No contestos con eso, la fosa común fue tapada con cemento. Hasta hoy no existen culpables de su asesinato.

Lo peor, es que ese tipo de situaciones se repetían por todo el territorio nacional. Jorge Peña figuró como detenido desaparecido hasta el año 1998. Ese mismo año, pudieron acceder a su cuerpo, sin vida, veinticinco años después. Otro fundamental en la historia de la música latinoamericana, acallado por la tiranía.

Su hija recuerda el hecho como “una tragedia horrible. Fue el primer hecho de violencia de asesinatos en ese tiempo. Fue espantoso, un hecho que acalló a todos. La gente pensaba que ‘si mataron a Jorge Peña qué me va a pasar a mí’. Mi papá era ciudadano ilustre de La Serena, fueron asesinatos a personas públicas, asesinatos ejemplares para generar terror”.

Cuando al fin pudieron recuperar el cuerpo del maestro, se realizó velorio y funeral en su ciudad natal. Fue cremado y sus cenizas fueron lanzadas al río Elqui. Jorge Peña siempre decía a sus dos hijos que a los 45 ya no estaría en este plano. Su presentimiento se cumplió. Hoy, el docente del futuro, vive en sus melodías y en las aguas del río.

La melodía del fin y el legado de Peña

Durante más de diez años estuvo guardada la última melodía de Jorge Peña. En 1983 María Fedora vino a Chile a presentar a su primera hija. Se había ido a vivir exiliada a Venezuela. Fue ese verano en que ella estaba de visita en Chile, que el antiguo inspector de la escuela Experimental de Música se contactó con Juan Cristián, hermano de María Fedora, para decirle que tenía algo que entregarle, pero no le dijo qué.

Fue ahí que Juan Cristián recibió el papelito, muy bien conservado, con la última composición escrita por el maestro . “Fue muy emocionante. Estaba perfectamente doblado, como lo hacía mi papá, tenía hasta su olor. Fue impresionante», relata María Fedora. Años después, ella y su hermano (QEPD) tocaron juntos la última composición de su padre.

Una vez que su última melodía fue pública, ha sido interpretada por varias orquestas, con muchas versiones. El músico y compositor Marcelo Cornejo –también conocido como MACO- hizo una versión de esa melodía y con autorización de la familia del maestro, compuso una segunda parte de la misma, como una manera de agradecer su trabajo, rendir homenaje y hacer un ejercicio de memoria a 50 años de su trágico desenlace, que solo fue mencionado en la Revista Musical Chilena del año 1974, en la que se hace una breve mención de su muerte sin informar nada profundamente.

MACO. Foto por Sofía Sierra

Respecto al trabajo del joven compositor MACO en relación a la última melodía de Peña, menciona que para él “fue un desafío porque, primeramente, era poner en valor su nombre desde mi mundo musical. Como él era muy docto, yo quise hacer algo distinto, metí instrumentos populares, como charangos, quenas, zampoñas y la metí en esa melodía que hizo estando preso. A medida que iba avanzando en mi trabajo me conmovía, y cuando se lo presenté a su familia a ellos les encantó también. Por una parte, lo que me importaba a mí era poner en valor su legado, poner en valor esa melodía”.

Aunque se haya intentado silenciar la vida y obra de Jorge Peña Hen, la semilla se sembró en niñas y niños de su época, y las que germinaron en las orquestas infantiles de la Fundación de Orquestas Infantiles y Juveniles creada por el presidente Ricardo Lagos en el año 2001, mantiene vivo al maestro hasta nuestros días.

Porque, según lo mencionado por Abraham -y luego por MACO-, “participar en una orquesta es más que eso. Es escuchar al compañero, ser empático, solidario, entender que también la vida quieras o no, tiene jerarquías, pero también tiene momentos en que tú puedes sobresalir. Es un equilibrio constante, permanente. Muy como es la vida, la orquesta viene a ser un resumen de eso. Y si tú eres niño o niña y aprendes eso a temprana edad igual te marca”.

Desde ese entonces, la ciudad de La Serena es reconocida como una de las regiones de más grandes músicos del país, lo que indudablemente se debe al trabajo de Jorge Peña. El más grande trombonista chileno, Héctor “Parquímetro” Briceño, fue estudiante del maestro Peña, aprendió a tocar en esa ya alejada en el tiempo primera orquesta de niños, y como él hay muchos, lo que manifiesta, una vez más, que el trabajo hecho con amor, dedicación, convicción y disciplina trasciende mucho más allá de la muerte.


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