Luis Almagro, el otro virus que sufren los pueblos de América Latina

La reciente votación en la OEA demostró que el continente americano está dividido, en los que se hacen cómplices y sumisos a Estados Unidos y los que anhelan otro tipo de relaciones más acordes al derecho internacional

Almagro

Luis Almagro no necesitó dar un golpe de Estado para ser reelecto como Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), pues sólo le bastó la pandemia por el coronavirus COVID-19 para aprovechar, sin hacer mucha bulla, afianzarse en el trono de la institución por cinco años más.

Sobre este tema, el diario La Jornada de México publicó el pasado domingo -22 de marzo- un editorial titulado «Luis Almagro, el otro virus», en el que explican cómo la reciente elección del Secretario General viene a profundizar el radicalismo en el continente, el divisionismo en Latinoamérica y el Caribe, para así hacer de ese bloque -que cada vez más pierde su poca credibilidad- una agencia que proclama el injerencismo como mecanismo de acción por encima de la democracia, la diplomacia, la legalidad y el sentido común.

«En medio de la creciente preocupación por el coronavirus, que había llevado a representantes de 17 países latinoamericanos y del Caribe a solicitar –sin éxito– el aplazamiento de la Asamblea General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro fue reelecto como Secretario General, cargo que contra viento y marea viene desempeñando desde 2015, cuando remplazó al chileno José Miguel Insulza.

Los abundantes señalamientos condenatorios que recibió la gestión de Almagro (un buen número de organizaciones sociales opinaron, con distintas variantes, que en lugar de promover la paz, la solidaridad y la integración de las naciones fue uno de los mayores factores de inestabilidad, división y confrontación en el continente) no impidieron que 23 de los 34 países integrantes del organismo votaran por la reelección.

Otros 10, en cambio, lo hicieron por la excanciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa, diplomática que en el periodo 2018-2019 presidió la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a la que quienes la votaron (México entre ellos) veían capaz de limar las asperezas que las a menudo torpes declaraciones de Almagro provocaron en la OEA. La suma de los votos da 33, porque el representante de Dominica no estuvo presente.

Cerca de la sede del organismo continental –que está en Washington– el primer mandatario estadounidense, Donald Trump, debió frotarse las manos satisfecho, porque el reelecto era, sin ninguna duda, su candidato. A principios de este año, el inefable Mike Pompeo, secretario de Estado, dijo que el uruguayo sí capta los valores de la libertad y la democracia.

Es cierto que la OEA, desde su creación en 1948, siempre fue funcional a los intereses de los sucesivos presidentes estadounidenses, avalando desde la expulsión de Cuba hasta las distintas intervenciones armadas de Estados Unidos en la región, pasando por el desconocimiento de gobiernos mal vistos por la Casa Blanca, a los que en su anacrónico discurso califica de comunistas.

Pero no por ello ha dejado de existir el anhelo, hasta ahora siempre frustrado, de que algún día la OEA sirva para lo que su Carta constitutiva dice que debe servir: lograr un orden de paz y de justicia, fomentar la solidaridad, robustecer la colaboración y defender la soberanía, la integridad y la independencia de los países miembros.

Ha sido precisamente la retórica anticomunista de Almagro la que ha sembrado la semilla de la discordia en la jurisdicción de la OEA, al decir, por ejemplo, que el verdadero golpe de Estado en Bolivia no tuvo lugar con la ascensión al poder de Jeanine Áñez, sino que lo dio Evo Morales cuando ganó las elecciones; o que las protestas en Chile contra el gobierno de Sebastián Piñera eran consecuencia de nocivas influencias extranjeras y no del descontento popular.

Por eso, enaltece a la diplomacia mexicana y le da el brillo de sus mejores tiempos la intervención de la embajadora de México en la sesión del Consejo Permanente, al decir que con la reelección de Luis Almagro la OEA no celebra nada (…) excepto el triunfo de las malas prácticas democráticas y de la confrontación entre los Estados«.

Almagro

EE. UU. estaba urgido por reelegir a Almagro

El tema se aborda en un análisis del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), escrito por Arantxa Tirado, licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración, doctora en Relaciones Internacionales e Integración Europea por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

«OEA: reelección en tiempos de coronavirus» es el titular del mencionado análisis, que detalla cómo EE. UU. hizo todo lo posible por realizar una Asamblea General mientras el mundo aplicaba cuarentenas preventivas contra la pandemia del coronavirus COVID-19.

«En una Asamblea General extraordinaria, celebrada en medio de la pandemia del coronavirus, Luis Almagro ha sido reelegido como secretario general de la Organización de los Estados Americanos para los próximos cinco años. El ambiente excepcional a escala global por la crisis del coronavirus no ha sido impedimento para la celebración de esta reunión en Washington, ciudad donde las autoridades ya habían tomado medidas de restricción de movimientos y cierre de algunos establecimientos, previas a un confinamiento que llegará tarde o temprano».

No obstante, las autoridades sanitarias estadounidenses autorizaron la reunión de este 20 de marzo y de poco sirvieron los intentos de postergar la votación por parte de 17 estados. La urgencia por afianzar una reelección que se daba por hecha, y las presiones del Departamento de Estado están detrás de la celebración de un acto que, a decir de la representante argentina, todavía está por evaluar si ha sido exitoso en términos de salud».

Pero, a pesar de la presión estadounidense para que la Asamblea se diera rápido y sin mayor problema, la reciente votación demostró que el continente está dividido, en los que se hacen cómplices y sumisos a EE. UU. y los que anhelan otro tipo de relaciones, sobre todo donde se respete la soberanía de los países y se defiendan los verdaderos valores de la democracia.

La candidata propuesta por Antigua y Barbuda y por San Vicente y Granadinas, María Fernanda Espinosa, obtuvo 10 votos. Aquello que pudiera parecer una victoria con un amplio margen de votos se relativiza cuando se compara con el historial de votaciones a los secretarios generales desde la década de los 80, elegidos bien por unanimidad, bien por aclamación. Para mayor contraste, el secretario general adjunto, elegido después de Almagro, Néstor Méndez, fue nombrado por aclamación».

Sobre este punto explica Tirado que, de hecho, la votación a Almagro escenifica, una vez más, la división existente en la región entre un grupo de países progresistas o apegados, sin más, al Derecho Internacional y a la defensa de los organismos multilaterales para la resolución de las conflictos políticos, frente a un grupo de países cuyos representantes en la OEA carecen de legitimidad democrática (caso de los representantes de los golpistas bolivianos y del enviado por Juan Guaidó, que dice representar a Venezuela) o están alineados con la agenda estadounidense en la región.

«La contundente intervención de la embajadora mexicana, Luz Elena Baños, tras la elección de Almagro, tuvo el propósito de resaltar esa división aparentemente irreconciliable. Baños hizo un alegato del multilateralismo, no injerencia, igualdad jurídica de los Estados y no parcialidad de la Secretaría General. Aspectos que, a decir de la delegación mexicana, Almagro no ha respetado«.

Pompeo
Luis Almagro junto a Mike Pompeo

Almagro, al servicio del golpismo

La parcialidad de Almagro durante su anterior mandato, ha sido manifiesta. Se expresó en su activismo en pro del derrocamiento del Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, que concretó su retiro de la OEA en abril de 2019.

Almagro, en un ejercicio insólito, aunque no sorprendente, dado el origen y naturaleza de la OEA como palanca de los intereses estadounidenses, reconoció al autoproclamado “presidente encargado” de Venezuela, Juan Guaidó, permitiendo que un enviado de ese inexistente Gobierno usurpara la función de representación de un Estado soberano.

Sostiene Tirado que, además de poner todos los recursos de la Secretaría General al servicio del cambio de régimen en Venezuela, Almagro también tuvo un papel destacado en los sucesos que llevaron al golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia.

De hecho, el informe de la Misión de Observación Electoral (MOE) de la OEA en las elecciones bolivianas se utilizó para insinuar la existencia de un fraude que condujo a que Morales aceptara una posterior auditoría, cuyos resultados preliminares fueron usados por Almagro para forzar la tesis del fraude y justificar la intervención de las Fuerzas Armadas de Bolivia “solicitando la renuncia” del Presidente.

Sin embargo, como han demostrado los estudios de varios especialistas y organizaciones, los informes de la MOE tenían un sesgo de partida que sirvió para asentar una interpretación de los acontecimientos errónea que acabó justificando un golpe de Estado contra Evo Morales.

Almagro
Almagro y Elliot Abrams, el encargado especial de Estados Unidos contra Venezuela

¿Tiene sentido la OEA?

Tirado explica en su análisis que la principal interrogante que arroja, no sólo el proceso de elección del nuevo secretario general sino su mandato previo, así como la trayectoria de la propia organización, es ¿tiene sentido mantener un espacio como la OEA en una América Latina y Caribe que logró armar, a pesar de las diferencias políticas sustanciales, sus propios mecanismos de integración y concertación política al margen del tutelaje de EE. UU.?

«Es una pregunta pertinente a pesar del desmantelamiento de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), perpetrado por el Gobierno de Lenín Moreno junto a sus aliados de la derecha regional; e incluso a pesar del congelamiento de facto que ha experimentado la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en los últimos años», expone.

Las perspectivas que se abren son muchas en una región que está recuperando algunos Estados, poco a poco, para las fuerzas del progresismo (como Argentina) o conquistándolos por primera vez (como México).

Por su parte, las luchas sociales de los últimos meses en países gobernados por fuerzas neoliberales, como Ecuador, Chile, Panamá, o contra el golpe en Bolivia, muestran que la disputa sigue abierta también desde abajo y que ésta determinará, en última instancia, la supervivencia de muchos gobiernos y el signo ideológico de los gobiernos por venir.

«Esto tendrá un impacto, a su vez, en la correlación de fuerzas de los organismos multilaterales como la OEA», advierte Tirado, quien sostiene que «todo lo anterior permite pensar en una rearticulación de la izquierda regional que incida en la reactivación de los mecanismos latinoamericanistas».

Igualmente, la situación irá en detrimento del papel referente que la OEA se arrogó en este lapso de pérdida de los consensos regionales, que antes de Almagro habían cristalizado en la defensa de la soberanía nacional por encima de las divisiones ideológicas.

En este sentido, el accionar de México en la presidencia pro témpore de la CELAC será crucial, comenta Tirado, y un ejemplo es «lo que está siendo su liderazgo en su defensa del Derecho Internacional en el marco de la OEA, para construir ese consenso regional que anteponga los intereses de América Latina y el Caribe como actor unitario en el sistema internacional, en lugar de un apéndice dividido al servicio de los intereses de la política exterior de EE. UU.».

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